
La demolición de las murallas
La ciudad de San Juan se debatió entre dos conflictos paralelos a lo largo de la centuria del siglo XIX. Uno protagonizado por las autoridades militares mediante la elaboración de continuos estudios y proyectos de las defensas de la ciudad con el objetivo de lograr autorización y presupuesto para mejorar el mal estado en que se encontraban sus fortificaciones; y el otro girando en torno a la población como eje principal por su continua demanda solicitando los terrenos militares del frente de tierra para el ensanche de la ciudad.
Numerosos fueron los estudios presentados a las autoridades españolas con el fin de actualizar el estado general de abandono de las obras defensivas y piezas de artillería obsoleta de las fortificaciones y que, de ese modo, la Isla estuviese en posición de ofrecer una defensa eficaz en caso de ataques. Aunque estos objetivos lograron ser, en cierta medida alcanzados, terminaron convirtiéndose en argumento justificativo para el tan esperado desenlace del derribo de una porción de sus murallas.
Atrás quedaron aquellas “soberbias y admirables” obras de fortificación, así plasmadas por el cronista Abbad y Lasierra, del llamado periodo de esplendor de las fortificaciones puertorriqueñas, que como resultado de sucesos como la toma de La Habana y de Manila en 1762 por los británicos, provocaron que el Rey Carlos III sostuviera que las defensas del Caribe debían ser fortalecidas y modernizadas. Bajo sus órdenes se incorporaron a las obras: soldados, convictos, obreros civiles y esclavos. Tal fue el interés del gobierno español por mejorar la situación de estado de las defensas de la Isla, que fue motivo para que se recurriera a maestros de la ingeniería militar de la época: Tomas O’Daly, Juan Francisco Mestre, Felipe Ramírez y Alejandro O’Reilly. La etapa de grandes transformaciones en el sistema defensivo fue posible, en gran medida, gracias al apoyo de la llegada ininterrumpida del situado mejicano entre los años 1765 y 1778, factor que facilitó la disponibilidad de fondos para sufragar las obras. Responsable todo ello del impresionante escenario fortificado de San Juan, haciendo de ella una auténtica Plaza Fuerte.
La disposición de los habitantes, decididos a defender la isla ante el invasor, junto a la “Gloriosa Hazaña” ejecutada por el gobernador Ramón de Castro durante el ataque de los ingleses comandados por el General Sir Ralph Abercromby en el 1797, fue el evento que cerró con broche de oro el siglo XVIII, y que dejó comprobado en aquel entonces, la firmeza de las defensas de la Isla tras su eficacia ante las fuerzas del enemigo.
Para finales del siglo XVIII, el Capitán Fernando González Miyares las describe de la siguiente manera:
“Hallase enteramente concluido el frente de tierra de esta plaza,…su fortificación consta de un semibaluarte llamado Norte, un baluarte plano, y de otro con el nombre Santiago. En frente de las cortinas que resultan de los dichos tres baluartes se han construido dos revellines, de los cuales, el que está entre el semibaluarte del Norte y plano, se llama San Carlos, y el otro Príncipe. Entre estos dos revellines… se halla una plaza de armas llamada de la Trinidad, por constar de tres baterías en anfiteatro que siguen la irregularidad del terreno, teniendo así ésta, como dos revellines, su foso que se comunica con el principal. Toda esta obra está guarnecida de un camino cubierto, con las traversas correspondientes y estacadas…Toda la muralla principal de este frente de tierra, se ha levantado sobre el recinto antiguo, pero los revellines y demás obras exteriores se han formado desde cimientos…”
Época de Revueltas
Pero, otro fue el panorama al cual se enfrentaron esas gloriosas obras defensivas al cruzar el umbral del nuevo siglo. Continuos incidentes alertaron a las autoridades españolas sobre la gestación de ideas liberales entre los habitantes de la isla y sobre las posibilidades de levantamientos.
Los movimientos revolucionarios de las colonias españolas de tierra firme, así como los movimientos de independencia y ocupación de Santo Domingo por los haitianos, entre otros, influenciaron grandemente el quehacer político de la isla de Puerto Rico. También, a manera indirecta, la isla se vio afectada por el preludio de la revolución estadounidense del 1776. España también se encontraba cautelosa de Gran Bretaña, quien ya había manifestado en repetidas ocasiones su interés de posesión de las Isla, inclusive de “cambiar a Gibraltar por Puerto Rico”.
De una “lealtad incondicional” hacia la corona que caracterizó el siglo XVIII puertorriqueño, el siglo XIX, en cambio, fue uno matizado por ideas separatistas. Los resultados se hicieron sentir con el desencadenamiento de una serie de eventos alrededor de toda la zona del Caribe y de lo cual la isla de Puerto Rico no fue la excepción.
Un escenario de amenaza de ataque a la Isla, cada vez más latente, ya fuera de una potencia extranjera o de una insurrección de sus habitantes, y el estado de inutilidad de sus defensa fue el motivo que impulsó constantes peticiones a las autoridades españoles en espera de consideración al estado de deterioro en que se encontraban las defensa de la isla y lograr mediante ello la aprobación y apoyo económico para remediar la situación.
Planes de Reformas a las Defensas
Resultados de esas múltiples gestiones lo fue la amplia selección de estudios que figuran bajo títulos de Ante-Proyectos de Reformas de Defensas, Planes de Reformas de Defensas y Planes Reducidos de Reformas de Defensas que, junto con decenas de Actas de las Juntas de Defensas y Consultiva de Guerra, quedaron acumulados durante el transcurso administrativo del siglo XIX.
Uno de esos documentos lo fue el Plan de defensa para la Isla de Puerto Rico, fechado el 31 de diciembre de 1859, sometido por Sabino Gámir y Maladeña, Comandante del Cuerpo de Estado Mayor del Ejército de Puerto Rico, en el cual se presentó un detallado estudio en el que se resume en dos situaciones esenciales las posibilidades de ataque a la isla: defensa marítima y una oposición de desembarco. Es importante el mismo para el entendimiento del estado de las defensas puesto que en él se sientan las directrices que fueron repetidas en planes de reforma posteriores y se exponen los conceptos bajo los cuales puede considerarse siendo atacada la Isla: mediante la toma de San Juan, “como plaza de primer orden por él y fuerza moral de que goza entre los habitantes de esta Antilla”; o por bloqueo marítimo a la Plaza y conquista del territorio verificando desembarcos en los Puertos.
Una y otra vez reiteran los planes el mal estado de las defensas y la necesidad de actualizar con obras y artillería según la época moderna.
Este artículo es un fragmento del ensayo de Milagros Flores, “El estado de las defensas de San Juan y el derribo de sus murallas”, incluido en el libro San Juan: La ciudad que rebasó sus murallas, Fundación Puertorriqueña de las Humanidades. Para mayor información sobre cómo acceder a dicha publicación, comuníquese con la EPRL a través de Contáctenos.
Publicado: 29 de diciembre de 2009