
Cartel conmemorativo de Enrique Laguerre, Humanista del año 1984
Hay hitos en la historia que son muy visibles aun cuando no se tenga un amplio y profundo conocimiento de ellos. He aquí algunas ilustraciones relacionadas con nuestra historia de pueblo. El descubrimiento de América o de Puerto Rico, los ataques de ingleses, franceses, holandeses, con motivo de los conflictos europeos en el Caribe; las proyecciones de la Revolución Francesa en el siglo XIX; las Cortes de Cádiz; la primera República española; la Autonomía nuestra de 1897; la invasión de Estados Unidos en 1898; la ciudadanía estadounidense de 1917; el Campamento Las Casas; las revisiones culturales de la década de los treinta, la fundación del ELA en 1952; el establecimiento del Instituto de Cultura en 1955, entre otros. Algunos de esos hitos parecen venderse a mitad de precio en algunas de las grandes empresas comerciales.
Se podría conocer más a fondo esa historia, reflexionar sobre ella, sea con los motivos o intenciones políticos, sociales o culturales que sean, y entraría en planos aún más visibles, amplios y profundos.
Digamos, no son muchos los que aquilatan con algún caudal de justicia histórica las funciones de laboratorio humano, zoológico y botánica de las Antillas en los primeros tiempos de la colonización occidental. Basta leer una novela como el Enriquillo de Manuel de Jesús Galván para ponderar aquellos sucesos. Para mí no hay la menor duda que las Antillas son la tierra más americana de América.
Los conflictos europeos del Caribe son sin duda muy visibles en nuestros días con la presencia de franceses en Martinica, ingleses en Jamaica u holandeses en Curazao. Pero fue España quien se tomó la iniciativa en la consecución de la gran hazaña de entonces. Desde aquel momento aquí quedaron establecidas manifestaciones sociales de tanta importancia como la piratería, el monocultivo y el mestizaje. En la primera obra antillana del ciclo épico de América –Espejo de paciencia– se reflejan tan singulares realidades.
Las proyecciones de la Revolución Francesa del siglo XVIII vinieron a dar nueva fisonomía política a las naciones que se habían formado en América. Todo eso es demasiado visible para que pase inadvertido. Aunque tardíamente esos aires entraron en nuestra casa en el siglo XIX: espíritu autonomista o separatista, el acontecimiento de 1897.
Los sucesos de 1898 interrumpieron la evolución histórica de Puerto Rico.
En su valioso libro Idioma y Política, Alfonso L. García Martínez destaca tres realidades: se usa el inglés como instrumento de norteamericanización; lucha de los puertorriqueños por conservar su lengua; fracaso del bilingüismo en nivel popular.
El 26 de octubre de 1898 comenzó a usarse el inglés como idioma oficial. La situación se mantuvo con la Ley Foraker (1900-1917). Aún ronda por ahí el fantasma de una ley de idiomas aprobada en 1902. Pero la verdad es que, desde el punto de vista de pueblo, entre nosotros no existe el bilingüismo.
Estados Unidos encontró en Puerto Rico lo que no encontró en Hawaii o Alaska: población masiva en poco territorio y homogeneidad cultural. Las emigraciones forzadas por razones económicas comenzaron desde principios de siglo pero, en términos generales, el puertorriqueño sigue siendo puertorriqueño.
Creo que el establecimiento del Campamento Las Casas en 1917 dio la tónica migratoria: primero del campo a la ciudad o la aldea, luego a Estados Unidos. Estas migraciones internas acentuaron el mestizaje. Todavía está por verse qué influencia permanente tendrá el tránsito migratorio entre Puerto Rico y Estados Unidos. Y… ¿qué penetración cultural llegará a tener el cable T.V.?
Durante 12 ó 14 años después de 1898, hubo un gran silencio cultural en Puerto Rico. El propio Zeno Gandía, que prometió una serie de novelas luego de publicadas La Charca y Garduña, también calló.
Se me figura que con la aparición de la Revista de las Antillas en 1913 se quiebra ese silencio. La fe iberoamericanista guía los pasos de los estupendos 14 números de la Revista de las Antillas. Aquí comienza la revisión de nuestro haber cultural. Nos salvaba el que no se nos pudiera dominar culturalmente desde adentro.
A mí no me extraña la hispanofilia de que se acusa a Pedreira como caudillo intelectual de la generación del 30. Por las realidades sociales, culturales y políticas de que hablaba anteriormente, se puede entender que se utilizara la cultura hispánica como un medio de detener el avance de la norteamericanización.
La situación es harto comprensible y precisa verla en contexto del momento. Es muy probable que Pedreira, que murió muy joven, si hubiere vivido más tiempo, habría templado sus juicios. Pedro Henríquez Ureña fue también bastante hispanófilo, pero fue, al mismo tiempo, un maestro continental americano. El espíritu revisor de los intelectuales treintistas, que tuvieron inicialmente como portavoz a la Revista lndice, es demasiado obvio para que se dude de él. Hubo amplio estímulo para las tareas de investigación y para la creación artística, incluso la música y las artes plásticas. Nadie puede negar el genuino interés puertorriqueño de la generación. Creo que fue Leopardi quien dijo que las personas son ridículas sólo cuando quieren parecer o ser lo que no son. Se puede diferir de esta o aquella posición ideológica de Pedreira, pero no me cabe la menor duda de que realizó una sobresaliente tarea magisterial.
De los sorprendentes cambios socio-económicos que advienen después de los cuarenta se pueden dar opiniones manifiestamente positivas y también negativas, desde el punto de vista cultural colectivo. Qué duda cabe que los hijos de antiguos jornaleros y peones salieron ganando: entre ellos proliferaron las oportunidades profesionales y los empleos antes reservados para un puñado de familias. A la escuela pública podrá acusársela de muchos errores, menos que no cumpliera con los postulados de nivelación social.
Sin embargo, de la pobreza extrema saltamos al consumismo insensato y aun quisimos volcar un continente en el estrecho recinto de una isla. Se me figura que la libertad para esquilmar a los consumidores no debe ser práctica de la democracia.
Sobre todo, se institucionaliza la dependencia que, a la postre, resulta tan deprimente como la pobreza misma. Ni aun la fundación del ELA en 1952 canceló la ambigüedad detestable de nuestras relaciones con el poderoso país industrial. Desde entonces, deliberadamente la Metrópoli cierra las posibles aperturas hacia un crecimiento político.
La tarea que se impuso el Instituto de Cultura desde su establecimiento en 1955 fue la de poner a fluir nuestra expresión nacional a través de plurales medios. Se fue afortunado poder contar con la voluntad de trabajo creador de un hombre de ciencias humanizado: Ricardo Alegría. Se pone empeño en dar relieve a los verdaderos orígenes de nuestra composición poblacional. Las expresiones literarias-particularmente el teatro -adquiere resaltes insospechados; se patrocinan las artesanías, la restauración de viejos monumentos arquitectónicos, las artes todas, las publicaciones de investigación, los museos, entre otros muchos actos de educación y de cultura. Sobre todo, la proliferación de las casas de cultura. No se piensa sólo en la Capital, sino en toda la isla.
Pero no amengua la ambigüedad de nuestras relaciones políticas con Estados Unidos. La revista Time del 8 de febrero de 1960 relata que en 1955-año de la fundación del Instituto de Cultura -Luis Muñoz Marín invitó al presidente de Costa Rica, Sr. José Figueres, a Puerto Rico, en donde Rómulo Betancourt, amigo de ambos, residía. El jefe de Asuntos Latinoamericanos de la Secretaría de Estado Federal, Sr. Henry Holiand, llamó apresuradamente a don Luis por teléfono (y en ello puso mucha insistencia) para que sacara a Betancourt de Puerto Rico mientras Figueres estuviera aquí de visita. El más adelante presidente de Venezuela tuvo que salir. Naturalmente, Estados Unidos no quería enojar al dictador Pérez Jiménez, que entonces gobernaba en Venezuela.
Aunque parezca que se le da demasiado resalte a una situación como ésa, muestra es de la ambigüedad política a que he hecho referencia antes.
Y dicho sea de paso, pocas literaturas en el mundo entero son tan libres e independientes como la estadounidense, cuyas más ilustres figuras-Whitman, Faulkner, Hemingway, O’Neill, Tennessee William -bastante han influido en nuestras letras. Y no es sorprendente que esa influencia haya llegado a escritores nuestros que se han distinguido por sus convicciones independentistas.
Según estadísticas, en Estados Unidos, el 10% de la población maneja para sí bienes cuyo total es igual al 50% que reciben los más pobres. Las familias más opulentas 1.2%- poseen cerca de 32.5 veces más. Eso explica, en buena parte, las decisiones tomadas por el gobierno federal para proteger fuentes de materia prima en beneficio de la gran industria.

Cartel de Enrique Laguerre
Hollywood influyó enormemente en Puerto Rico y en todo el mundo. Dio siempre la impresión de que en Estados Unidos no existe la pobreza y que se adquieren las cosas nada más que con decirlo. He advertido cuán fuerte es esa influencia en los países nuestros, de Río Grande hacia el Cono Sur. Reflexionen ustedes nada más que unos segundos cuán poderosos es la penetración de Cable T.V. en todos los hogares.
Creo que la situación política no ha cambiado mucho en Puerto Rico en los últimos cien años. Nos enfrentamos al mismo monstruo de tres cabezas que comenzó a gestarse después de 1811: asimilismo, autonomismo, separatismo, lo cual significa que seguimos fragmentados pese a nuestras relaciones con la nación más democrática del mundo. Sí, hay nuevos maquillajes, pero en el fondo es la misma cosa. Y si no se piensa con seriedad en el futuro, no podremos lograrlo, para parafrasear ideas de John Galsworthy.
En “Hojas Libres” –El Mundo, 19 de octubre de 1964-decía:
..advierto en la gente una pasividad moral (muchas veces cínica) que espanta… montamos un espectacular acto de acrobacia sobre la cuerda tensa del presente.
Con flacos esfuerzos se aspira a obtener suntuosos resultados. Nos estamos acostumbrando a vivir superficialmente, sin arraigo y sin proyecciones, sin deseos de entender los fundamentos de nuestra razón de existir en nuestros tiempos, en determinada parte del mundo.
Volcamos el arrabal en un flamante caserío, y no nos inquieta la proliferación de máquinas en manos de personas con el espíritu entorpecido.
También había dicho-“Hojas Libres”, 15 de abril de 1963-que:
…de todas partes vienen (en días pasados nos visitó la persona 20,000) a apreciar el maquillaje que nos aplicamos… el progreso está bien, pero estaría mejor si a ello se adelantase un bien formulado plan educativo… con propósitos disparados desde nuestra intimidad histórica, enriquecidos con lo bueno de este presente lleno de progreso físico, y proyectados a nuestro porvenir de pueblo.
De entonces a acá, no se trata ya de 20,000 visitantes: en la actualidad hay tres millones y medio de residentes en esta isla, de los cuales casi el 21% se reparte en casi 90 nacionalidades extranjeras. ¿Qué tal les parece la vitrina de 1963?
Y si a esto se agrega el continuo tránsito migratorio entre la isla y el continente, las puertas abiertas a la inmigración sin que podamos dirigir la selección, la enorme pluralidad de neorricanos (migrantes que regresan), el poco espacio vital, la escasa colaboración cívica, la falta de una conciencia enteriza del cuerpo físico y espiritual del país, la situación se hace aún más difícil.
Como antillano sé que la intermigración es ocurrencia histórica en las tres islas hispano-antillanas. Eso es más viejo que el frío, dirían un igneri, un taíno, un caribe, los Heredia, los Delmonte, Hostos… Pero el país que recibe los inmigrantes sin duda debe tener la responsabilidad de la selección, sobre todo en un país con tanto peso encima.
Además, tal parece que el hombre habitante de esta isla se convierte en cáncer de los recursos naturales. Se acaba con los manantiales, los ríos, las arenas, los árboles … A cualquier contratista parece dársele plena libertad para la destrucción ecológica, la alteración de las corrientes marítimas, la rasuración de cerros, la más despiadada contaminación. Eso ha sucedido en lsabela, Medianía, Río Grande, la desembocadura del Loíza y del Espíritu Santo, en Vaciatalega… Decía el gran hombre de ciencias inglés, Sir Julian Huxley, que es inminente el riesgo de que el hombre se convierta en cáncer del planeta: la situación es demasiado visible en Puerto Rico. ¿Qué pensará la historia, si es que alcanzamos a sobrevivir, de los hombres responsables de la situación?
En Puerto Rico son preferibles las pequeñas carreteras de penetración (para aprovechar la geografía agreste y cultivar el suelo) a las costosas autopistas que piden, más y más automóviles para contribuir a que el país se derrumbe. Modelos podemos hallarlos en pequeños países como Tenerife, Albania o Malta. Malta es 26 veces más pequeña que Puerto Rico; tiene casi tres veces más habitantes por kilómetro cuadrado que nosotros; allí existe un desempleo de sólo 2%; usa agua desalinizada; posee una agricultura sumamente variada, tanto para consumo propio como para exportación; hay magníficos astilleros, industrias florecientes: textiles, calzado, etc.
¿Por qué insistimos, pues, en equipararnos estadísticamente con el continente? ¿Para mantener un 20% de desempleo, para no cultivar la tierra, para gastar tanto como el continente, para comprar y no vender, para pagar salarios a los funcionarios que “comparen”-perdonen el anglicismo -con los salarios que se pagan en Estados Unidos?
Se lo entregamos todo a los hoteles, a las empresas continentales, sin que las decisiones se planifiquen en justa proporción a nuestros recursos. Se les da grandes titulares a proyectos que no se concretan: siembre de soya, caña para producir biomasa, bosques, industria pesquera, etc. A los nativos de Australia les dan todo, menos educación conveniente, para que se suiciden con el alcohol, ¿nos espera idéntica suerte?
En febrero de 1965 dijo Luis Muñoz Marín que en Puerto Rico existe un desempleo cívico que, junto al desempleo económico, no deja hacer a esta isla un pueblo feliz. Sánchez Vilella urge abolir ese desempleo cívico, que se debe hacer más con menos. Por hacer tanto con tan poco dinero han tildado a Ricardo Alegría de tacaño. Y siguen prevaleciendo la improvisación, el vicioso expedienteo, la falla de coordinación interagencial, la rutina más oxidada.
En octubre de 1975 comenté el intento de definición que del puertorriqueño había hecho la antropóloga estadounidense, Margaret Mead. Según ella, los puertorriqueños somos inmigrantes en nuestra propia tierra; la cultura campesina no está muy definida; es perjudicial a la identidad puertorriqueña la movilidad migratoria entre la isla y Estados Unidos; dependemos mucho; no se sabe qué pesa más, si la vergüenza por la dependencia o la ira por la explotación. No hemos podido desarrollar la identidad que todas las culturas verdaderamente isleñas desarrollan. Puede que tenga razón en unos casos, razón a medias en otros, con claras muestras de enfoque equivocado. Parece que estudió el nomadismo superficialmente, que no estudió en Puerto Rico la verdadera manifestación de identidad. Fijó su atención en manifestaciones históricas periodísticamente visibles y no fue en busca más allá de la periodicidad histórica.
Y todos conocemos aquí-presumo: ¿estoy bien?-las opiniones de Antonio S. Pedreira, Arturo Morales Carrión y Tomás Blanco sobre la función histórica de Puerto Rico, cada uno de los cuales expone puntos de vista coincidentes o discrepantes frente a los demás.

La Llamarada (1935), Cauce sin río (1962) y Los gemelos (1992)
Las nuevas hornadas de estudiosos de la historia se esfuerzan por combatir los criterios históricos de las generaciones que les antecedieron. Lo malo en algunos de estos casos es que se trate de amoldar la historia a dogmas ideológicos, porque entonces habría que inventarla en sabe Dios cuáles de sus fases. Se me figura que analistas del tipo de Eduardo Seda Bonilla son los que más se desvelan por ser genuinamente objetivos.
En el extranjero he tenido acierto en el reconocimiento de mis compatriotas por sus gestos, ademanes y actitudes y, cuando esto falla, por infalibles hábitos sutiles, por la sintaxis al expresarse. No sé por qué la mujer puertorriqueña insiste en “medir” con la vista al que entra y sale; por qué entre nosotros se dan direcciones con los labios, además de los dedos; por qué hacen tan notoria su presencia cuando van en grupo. Y fíjense lo curioso que resulta observar que es, en uno de los núcleos más africanos de Puerto Rico -en Loíza -donde se ha conservado la tradición tan española de Santiago Matamoros. Como si la “frontera” que persistió en España durante siete siglos se hubiese congelado en Loíza Aldea. Algo similar ocurre con el Sebastianismo en Brasil.
¡Viva el progreso! Pero, en rigor, ¿se planifica para la gente en Puerto Rico? En Diciembre 26, 1975 se preocupaba Luis Muñoz Marín “porque en Puerto Rico se está viviendo a un ritmo de demasiada holganza y extravagancia”. Son sus palabras, ¿y por qué la gente no se preocupa por las vulneraciones ecológicas que sufre el cuerpo de la isla? A decir verdad, todavía no sé en qué quedó el decálogo que el Secretario de Recursos Naturales de entonces (marzo 4 de 1976), Pedro Negrón Ramos enunció. El desafío desenfrenado a la naturaleza de una historia amasada con hazañas de políticos, militares y mercaderes sin escrúpulos -incapacitados para ayudar a abrir caminos a la solidaridad humana- plantea la coyuntura de un posible desastre que el hombre occidental no podrá detener pese a sus inclinaciones faústicas o prometeicas.
Alguien ha dicho que la tragedia de hoy no es tanto el escándalo de la gente mala, sino el silencio de la gente buena. ¿Qué dijeron los obreros de su unión cuando en octubre de 1976 el líder sindical Pedro Grant propuso que se realizasen labores en beneficio público? Parece que muchos trabajadores han hecho un dogma de ciertas ideas de Samuel Gompers.
Todo se comercializa. El 27 de febrero de 1975 denuncié los intentos comercializantes para el Parque Las Américas, proyectado desde 1954. Por fortuna habló en favor de la idea de parque pasivo la voz más escuchada del Puerto Rico de entonces: Luis Muñoz Marín. Y parece casi increíble que hayamos contribuido a acrecentar la escasez de la tierra con una planificación urbana descabellada, un hacer espacio para los automóviles, comprometer la producción agrícola y someter lo que resta de la tierra a la erosión. Y ya que hablamos de planificación, ¿se ha pensado reflexivamente que, en igualdad de condiciones educativas, se dé preferencia de empleo a los jefes de familia, especialmente a las madres jefes de familia, y no a los que se emplean para sostener un automóvil o adquirir cosméticos?
No pienso sólo en la educación normativa y escolar cuando hablo de educación. La educación es un proceso circulatorio y extensivo. No puede haber educación sin disciplina; como no hay libertad sin disciplina. La Universidad comienza en el kindergarten, pero sin duda hay mucha gente que se educa más allá de sus capacidades, y quizás aquí reside uno de los males más notorios, el cual está pidiendo pronta reforma.
Aunque la educación formalizada ha abandonado la enseñanza de la geografía y de la historia, llevamos parte sustancial de esa geografía y esa historia en nuestra conducta cotidiana. Hay “algo” en los gestos y actitudes de nuestra gente que sugiere compenetración íntima con nuestras colinas bañadas por el sol y las lluvias, nuestras quebradas, el azul de nuestros mares, las resonancias de los viejos gozos del lar.
En estos momentos prevalece un vivo espíritu de reforma educativa. El 28 de junio de 1982, la importante revista U.S. News World Report publica un interesante artículo con el título de “End of the Permissive Society”, en el cual se solicita sin eufemismos el restablecimiento de la disciplina en el proceso educativo y una más exigente calidad académica. Habrá sin duda educadores, siquiatras, sociólogos que rechacen dichos cambios, pero no se puede negar que en las dos últimas décadas ha habido una dañina y extremosa condescendencia o lenidad. No es extraño que se haya llegado al extremo de demandar judicialmente al dueño de un árbol (de donde se cayó el hijo del vecino) porque permitió que las frutas fuesen demasiado atractivas para la “curiosidad” del niño o que un ladrón pida recompensa por daños y perjuicios al dueño de una propiedad porque resbaló y se rompió una pierna en el momento en que robaba.
Claro está, los funcionarios que impulsan las leyes no son siempre modelos de disciplina, sobre todo aquellos que hacen isla aparte de sus beneficios personales sin considerar la situación integral del país. ¿Cómo puede enfrentarse al grave mal del desempleo quien tiene a toda su familia en las nóminas gubernamentales? Tampoco son modelos de disciplina social aquellos que se valen de los privilegios para acumular riquezas o aquellos que no se consideran parte de la comunidad.
En este asunto de la disciplina, sin embargo, precisa ir con cautela para no caer en el extremo opuesto de la condescendencia: la represión. El equilibrio es, pues, indispensable.
El 30 de mayo de 1959, con motivo de los estudios realizados por el Dr. Ismael Rodríguez Bou y colaboradores, el Dr. Domingo Marrero sometió un informe sobre el asunto de la filosofía educativa:
Un repertorio de ideas que juzgamos esenciales en la formulación de nuestra filosofía educativa, espina dorsal de una posible filosofía educativa colectiva.
Una saludable filosofía educativa debe partir de una imagen del hombre que claramente rebase la concepción naturalista en lo que atañe a su intrínseca constitución. El anhelo perfectivo se manifiesta en la dimensión física, como amor a la belleza; en la dimensión intelectual, como amor a la verdad y adhesión a ella; en la dimensión moral como anhelo de realizar su personalidad y tomar dinámica espontánea de servicio.
La modalidad cultural puertorriqueña, con su propia y peculiar fisonomía, no ha estado ajena a esa dinámica renovadora. Conservar y enriquecer nuestro peculiar acervo cultural es algo que compete a nuestro quehacer educativo.
La formulación de una filosofía educativa para la escuela puertorriqueña debe emplazarse en una imagen del hombre… criatura capaz de generar y defender la vida democrática.
… que se pueda enseñar bien lengua, literatura, geografía, historia, ciencias, matemáticas y arte, y a la vez, ir ayudando a reconstruir la experiencia del alumno de modo que desarrolle hábitos de amor a la búsqueda del saber, de pensamiento crítico e independiente de servicio desinteresado al bien…
Este tipo de filosofía, agrego, que nos saque de la interinidad y que trascienda la historia visible.

Carretera Enrique Laguerre # 111
Examinando la trayectoria de las “Hojas Libres”, deberá comprenderse que el autor escribió, día a día, preocupado no sólo por los acontecimientos sonados en los medios de comunicación, sino también por el reflejo de la intimidad patria en la conducta colectiva. La intimidad histórica, se vive día a día en los actos cotidianos y ahí fue el autor a buscar los temas para sus novelas. La dramaticidad de los efectos históricos -discernibles estos a los ojos de quien desea inmergirse en la intimidad nacional, quizá no visibles a los ojos de quienes sólo desean vivir en presente es vivencia que no se puede eludir. Sólo precisa sorprender el drama. En ese sentidos, el autor está más atento a realidades por lo común invisibles – y no por invisibles menos importantes- que a los acontecimientos manifiestamente visibles. He aquí el mundo de las novelas, por momentos claro, por momentos elusivo, inescrutable a veces.
En las “Hojas Libres” anduve los pasos para descubrir y aprehender asuntos para mis novelas El fuego y su aire y Los amos benévolos.
Son los detalles los que incitan la atención del novelista. Por ejemplo, muchas ventas callejeras son, generalmente, seña de un mal social: el desempleo. Es claro, que cualquier acontecimiento notorio llama la atención; pero precisa ir en busca de los detalles si de escribir novelas se trata. El gran titular es el de los periódicos. Acercarse a los pormenores, dejarse incitar por los efectos es tarea del narrador.
Es posible que el novelista vea a una persona y no la haya oído decir una palabra; sin embargo, que se sienta atraído por sus movimientos. Los gestos, los ademanes, las actitudes dicen mucho. ¿Sabe usted que las manos lloran? El sujeto está de espaldas, en actitud de buscar protección, y la tragedia baja hasta sus dedos.
En cierto sentido, hay algo detectivesco en cada una de las novelas que se escriben, aún en la acumulación y distribución de datos. Cuando planificaba mentalmente La Llamarada, un grito lejano, humo en el cañaveral, la conducta individual de los compradores en la tienda de la colonia cañera, la voz desgarrada de una madre, el llanto continuo de un niño, los relámpagos de ira e impotencia en una multitud, fueron signos de incitación para la búsqueda de más expresivos pormenores. Sin embargo, la historia visible está en el titular del periódico: Amenaza de huelga.
Se ha hablado de “novela abierta” y “novela cerrada”, pero si se le compara con el mundo ancho de afuera, toda novela se desarrolla en un mundo cerrado. No puede ser de otro modo. Digamos, el novelista como el pintor busca “modelos” (personas vivas) para la creación de sus personajes. Las personas pueden seguir viviendo, pero los personajes tienen que someterse al ciclo vital que les recrea el autor en el mundo más o menos limitado de una novela. Temo desilusionarlos un poco, pero en la vida real, la Delmira de La Llamarada sobrevivió a la, “saludable” Pepiña. Eso, de cierto modo, convierte al autor en homicida.
No creo que una novela deba escribirse pensando sólo en ideas despersonalizadas que vienen a rellenar personajes, si así puede decirse. Al contrario, es preferible que los efectos de esas ideas pongan a circular el drama ideológico en la sangre de los personajes.
Si el autor no puede dejar de estar metido en el desarrollo de la novela, por lo menos deberá simular con gracia que se queda fuera para permitir a los personajes que actúen por su cuenta. No puede haber novela sin un caudal de invención -la novela no es crónica-, pero los acontecimientos deberán ser creíbles en el mundo en que se desarrollan. No ha habido novelista en todo el orbe que haya aún aventajado a Cervantes en la concepción novelesca, mucho menos en poder equilibrar la invención con la verosimilitud. En El Quijote hay una rica y variada invención, fantasías de un loco. Lo más extraordinario es que uno olvida la locura del personaje porque la magia del autor así lo ha dispuesto. Muy lejos de tratarse de un Barón de Munchhausen. Tan “abierta” que aparece la novela -la pluralidad y variedad de aventuras dan esa impresión- y tan “cerrada” para poder captar la extravagante -y al mismo tiempo, profundamente humana- figura del personaje central.
Francamente, no soy entusiasta lector de novelas como Babbit, de Sinclair Lewis, en cuyo mundo hay un pueblo promedio (average) en donde vive una familia promedio que refleja la clase promedio de Estados Unidos. Hollywood ha explotado esos recursos hasta la fatiga. Por otro lado, ¡cuánta profundidad hay en la obra de William Faulkner!
Se me figura que a un autor cualquiera -sobre todo si es influyente-, sin importar los criterios ideológicos que sustente, no se le debe ocurrir decir lo que dijo García Márquez sobre la producción de drogas. Opiniones de ese tipo son un potencial bumerán. Se me figura pifia. Aunque en sus palabras haya subyacentes intenciones de censura y de burla en contra de las fundaciones tradicionales, cuando el escritor asevera que el tráfico de drogas es tan legítimo como escribir, hacer películas o ser presidente de la república, la generalidad de la gente no alcanzará a comprenderlas cabalmente y las tomará al pie de la letra. Lo que quizá pueda permitírsela a un agitador cualquiera, no ha de personársele a un escritor tan excepcionalmente dotado. Generalmente son las muchedumbres invisibles quienes sufren las consecuencias de opiniones de ese tipo.

Tumba de Enrique Laguerre en el Palacete Los Moreau
Me afano, a través de los medios de expresión que uso, de hacer notar mi tenaz oposición a que buena parte del país se consuma en una zona cultural fronteriza, que se quiera conseguirlo todo con facilidad: estudios gratis, empleos bien remunerados, mando prematuro, sabiduría académica en agraz. No es extraño que se prolifere entre nosotros una clase media frívola o superficial.
El hogar de un puertorriqueño refleja -o debe reflejar-una “conducta” histórica de más de medio milenio y, visible o invisible, define al ser puertorriqueño. Es obvio que al novelista le preocuparán más las “ocultas” manifestaciones históricas, con ánimos de afirmar unas y de reformar otras en armonía con la evolución de los tiempos, aunque sin perder de vista qué nos hace “nacionales puertorriqueños”. Nos nutrimos, fundamentalmente, de aquellos elementos que nos dan cohesión espiritual. Vivimos, pues, nuestra propia historia de plántulas invisibles en la sal invisible de los mares multitudinarios.
A todos nos constan los males sociales del monocultivo, las dificultades que acosan a los pobres cuando quieren estudiar, el paternalismo que sostenía la economía del cafetal, las luchas políticas del último tercio del siglo XIX, los movimientos huelgarios que fueron base para la fundación del Partido Socialista, los pronunciamientos nacionalistas, las olas migratorias, la marejada de inmigrantes, los desterrados extranjeros, el regreso del neorricano, el consumismo atroz, la transformación de los pueblos con la industrialización y la presencia de bases militares en la Isla…
Lo que a veces pasa inadvertido, de puro verlo o convertirlo en hábito cotidiano son los efectos mediatos o inmediatos de esas situaciones, cómo se disuelven en el ambiente y precisa redescubrirlos. Aunque sean o hayan sido sucesos muy visibles, llega un momento en que se hacen invisibles como la amargura invisible de la sal de los mares.
Sin duda alguna, en mis novelas se recoge ese amargor de muchedumbres que no aparece en la historia visible. Se manifiesta en seres anónimos que cobran resalte en el microcosmos novelesco. Es historia convertida en parte del individuo en el inevitable intercambio metabólico entre la persona y su ambiente.
Poco antes de morir Efraín Sánchez Hidalgo en ponencia leída póstumamente -proponía la creación de una Comisión de Deberes Civiles, paralela a la de los Derechos Civiles. No sé de funcionario gubernamental influyente alguno que acogiera con entusiasmo la idea. Y es una lástima. Las instituciones educativas, cívicas y culturales deben promover la necesidad de los deberes, del mismo modo que reiteradamente -a veces con hipocresía- se promueven los derechos. La gente se lanza a piquetear por derechos, pero es renuente a imponerse deberes.
En estos momentos de tecnología sin alma, es conveniente no dejar pasar inadvertida nuestra condición humana, la solidaridad humana. Pobre de nosotros si la ciencia deshumanizada se hace dueña del mundo. La verdad es que las dos grandes potencias están jugando a la muerte colectiva. Es triste pasarse el tiempo levantando pirámides de cosas y de ideas inútiles en mitad del desierto de una vida insolidaria: desventurada aventura de una civilización esclava del presente. No terminan las actitudes colonialistas muy poco han enseñado las caídas de imperios-, aunque hoy día se haga más difícil la prestidigitación del poderío mundial.
Los países pequeños que no aprendan a vivir en comunidad, para defenderse a sí mismos, sufrirán las peores consecuencias. Es hombre sin patria quien no sabe vivir en comunidad. En zoología se habla de una avispa que deposita su huevo sobre el cuerpo de cierta araña. Acaba ésta por volverse loca en los momentos antes de desaparecer devorada por la larva. La terrible falta de asidero histórico no debe conducirnos a arañita alimento de las avispas.
Todavía prevalece entre nosotros un “aura de solidaridad” que intento recoger en mis escritos, particularmente en las novelas. Mis gritos de aprensión en “Hojas Libres” provienen del temor de que vayamos a perderla. Pero soy optimista. Creo en los cambios ¿cómo no voy a creer en ellos?, pero sobre fundamentos de común intimidad colectiva. ¿Se tendrá que estar hablando en Puerto Rico de cultura universal, como un insulto a nuestras expresiones de pueblo, que son parte integrante de aquélla?
Tan difícil es crear como contar con una crítica sabia que no se rinda a los dogmas ni a las modas. Intentar un tipo de crítica con requiebros excesivos para unos -los que, “están” con nosotros- y la mala voluntad y la censura del silencio para otros, indica visible falta de equipo intelectual. Lo pernicioso del caso es que abundan los “críticos” de este tipo con fácil acceso a los medios de comunicación, lo cual ofrece oportunidad para glorificar las gacetillas y las aberraciones.
Como autor de varias novelas estoy acostumbrado a escuchar juicios descabellados y aun desmedidos sobre mis obras y las acepto, como sean, porque las ediciones repetidas y las muchas fichas bibliográficas me indican que la crítica, justa o injusta, hace siempre más bien que mal a la promoción de los libros.
Esto me ha llevado a leer con suma tolerancia lo que de mí se escribe y a alzarme de hombros cuando en una u otra forma se me excluye de este o aquel grupo, de esta o aquella revista o revistilla, acto o algazara intelectual.
Quien se cree a sí mismo consagrado es harto generoso con un idiota. Escribir es, fundamentalmente, un acto de compromiso social. En las circunstancias de asedio y salto ideológicos y quizá, de otro lado, de quietismo tradicionalista, se deja de ser racional para actuar como energúmenos.
Ir en busca de la novedad a todo trance es señal de llana novelería.
Es evidentemente mal hábito ponerse viejo (lo más horroroso de la vejez es que la gente cada vez se pone más vieja), pero es preferible eso a una precocidad que dura toda la vida.
Si uno se pusiera a pensar que el corazón bombea 2,000 galones de sangre diarios, nada haría de sólo pensarlo. Y, quizá, desventuradamente, a edad muy avanzada esos 2,000 galones tengan el peso de 2,000 barriles.
Publicado: 23 de septiembre de 2010