Puerto Rico en mi obra

José Agustín Balseiro, Humanista del Año 1983

La ausencia fue larga, demasiado larga. Largos los caminos que crucé del mundo. Ahora en mi ocaso, Puerto Rico mío vengo a que evoquemos ayeres y libros. Porque al mismo tiempo de sufrir saudades, en lo más cuidado de mi pensamiento nacía la obra de escritor ausente que llevó allá afuera la flor y el fruto que vivían dentro. Esta amplia comunicación que ahora restablecemos se debe a la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades. Su director ejecutivo, el Dr. Arturo Morales Carrión, estuvo junto a mí, y yo laboré junto a él, en más de un congreso internacional de intelectuales interesados en los problemas hemisféricos de América y en el conocimiento de nuestra tierra y su cultura. Al desempeñar con extraordinaria autoridad la secretaría de Estado del Estado Libre Asociado, no la convirtió en caracol que habita solo en su propia concha. Contribuyó a que fuera plaza abierta a los aires del mundo que traían y llevaban oxígeno renovador. Relacionó hombres y culturas diversos, motivados por la sana voluntad que une y explica, que imagina y crea para afinar sensibilidades extrañas. Al decirle, “Gracias”, amplío mi sentimiento para que les llegue también a todos los miembros de la Junta de Directores que en su sesión del 26 de enero de 1984 acordaron, por unanimidad, invitarme a que fuera el Conferenciante del año. Singularmente, también, mi reconocimiento a Wilfredo Braschi por la lección de generosidad que ya le oímos. Y no debo adentrarme en el tema de la disertación sin recordar a los compañeros que me precedieron: Lidio Cruz Monclova, Concha Meléndez, Margot Arce de Vázquez y Francisco Arriví.

Yo visité España en 1920. Pero hasta dos años después no fui a Madrid a correr fortuna literaria. Llevaba un ensayo, “El poeta y la vida”, ya publicado en la revista Puerto Rico, del Dr. Juan Bautista Soto. Al leerlo Andrés González Blanco, a la sazón vicepresidente de la Sección de Literatura del Ateneo, me indujo a que lo ofreciera allí como conferencia. Prometió acompañarme a la tribuna honrada el siglo pasado por el maestro Eugenio María de Hostos. Sería el 22 de diciembre de 1922. Pero en la víspera del día, González Blanco fue a Toledo a ver a una hermana muy enferma. Y al hallarla en crítica condición, avisó al Ateneo su imposibilidad de acompañarnos. ¿Qué hacer?

Un anónimo socio del Ateneo, cuyo nombre he deplorado no recordar, subió al proscenio. Y el bien intencionado habló. “Damas y caballeros. Este es don José Balseiro, de Puerto Rico. Su Tema, ‘El poeta y la vida’”. Y, fugaz, volvió a su asiento. ¿Yo? Pensé en Gracián. “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

Al siguiente día, entre otros diarios, ABC, El Sol, El Imparcial imprimieron sendas notas laudatorias. Sesenta y un años después las reproduje en mi libro Recuerdos literarios y reminiscencias personales (Editorial Gredos, Madrid, 1981) que, como casi todas mis demás obras, no está en las librerías de Puerto Rico. ¿Qué decía, por ejemplo, El Imparcial, de Ortega y Munilla, padre de José Ortega y Gasset?

Ayer ocupó la cátedra del Ateneo el joven literato portorriqueño D. José A. Balseiro, quien disertó acerca de “El poeta y la vida”.

La conferencia, digna del distinguido público que la escuchó, puso de manifiesto la exquisita sensibilidad y la vastísima cultura del disertante.

Al terminar el Sr. Balseiro su disertación notabilísima, que el público escuchó con mucha complacencia, fue el culto escritor muy aplaudido.

Al leer yo juicios tan encomiásticos me eché enseguida a la calle. Cerca había un kiosco. Compraría varios números de aquellos diarios, testigos de mi primera salida al mundo madrileño de las Letras. Llevaba el dinero cabal para diez ejemplares de cada uno y coloqué el justo precio en la mano de la vendedora. Apenas anduve tres pasos cuando me llamó: “Espere, espere el sobrante, que a los repartidores se les hace descuento”. Y me devolvió la calderilla. Me sentí como quien, de una sola jugada, obtiene gloria y fortuna.

La suerte así gozada por la conferencia pareció advertirme que mudara otros pasos por la senda del ensayo. Pero sin apartarme de la poesía que ya publicaba en Nuevo Mundo y en La Espera y que recitaría por la radio la joven actriz Juanita Azorín. Al primero de los ensayos siguieron “Don Juan Tenorio y Don Luis Mejía” que, a solicitud de La Casa del Libro, leí invitado a la serie de conferencias que auspiciaba Espasa-Calpe. En seguida, “Rubén Darío y el porvenir”, por encargo de la Editorial Renacimiento que preparaba una de las llamadas Obras completas. A éste le seguía “Gautier Benítez y el espíritu de su época”. Y después de asunto tan de nuestra tierra, “Algo acerca del nacionalismo musical francés”, acogido con entusiasmo por las publicaciones especializadas de París, así como lo sería, comentado por ingleses, norteamericanos y españoles, “Shakespeare y los músicos”. Y, finalmente, luego del ancho panorama, rescataba aquella charla relativa a Juan Morel Campos y la Danza puertorriqueña que leí en el Ateneo Puertorriqueño en San Juan el 5 de mayo de 1922.

Uniendo esos títulos lancé el tomo I de El Vigía.*

¿Por qué el apelativo? De pequeño, mi padre me llevó un día por el litoral entre mi Barceloneta y Arecibo. Subimos a una colina desde donde, al mirar océano afuera, me dije, ¡qué maravilla seguir por él lejos, lejos, lejos! Desde entonces auné en la mente el nombre del lugar, El Vigía,* con mis ansias secretas de aventuras ideales. Cómo extrañar que dos décadas después: al escribir el Prólogo de aquel libro, trazara estas líneas: “Viaje de la pasión, viaje del pensamiento, viaje del ensueño: viaje de la cultura, en suma”… “A cada viaje infructuoso, la esperanza de un viaje mejor”… “Afina el mirar, otea, investiga, presiente… La intención y el esfuerzo son tuyos. ¡Lo demás es de Dios!…”


* Obra laureada por la Real Academia Española con el Premio Hispanoamericano correspondiente al año 1925.

Acaso por la versatilidad del contenido del libro, que si excursionaba por diversas latitudes diríase mantener vivo el cable de unión entre el suelo de su autor y otros puertos del orbe, halló hospitalarios y lejanos ecos: artículos en el London Times Literary Supplement y en el Bulletin of Spanish Studies (como lo llamaban entonces) de Liverpool; en Les Nouvelles Littéraire, Vient de Paraitre, La Revue Musicale, La Revue de L’Amerique Latine, de París; Neophilologus, de Amsterdam; I Libri del Giorno, de Nápoles; The New York Times Book Review, The New York Herald Tribune; El Mundo, de la Habana; Caras y Caretas, de Buenos Aires… Y sin pormenorizar testimonios individuales —Farinelli, Croce, Mencken, Benavente— no debo callar el público del polígrafo británico Havelock Ellis, universalmente conocido por su The Psychology of Sex, por su The Dance of Life, por su The Soul of Spain… Vio la luz en The Nation (New York) bajo el título “Unchanging Spain” (16 de febrero de 1927). Y afirmó en parte:

Con El Vigía nos hallamos en la más moderna España. José Balseiro, establecido ahora en Madrid y uno de los más brillantes de los jóvenes poetas, novelistas y ensayistas de España, tuvo su origen en América, en Puerto Rico… Así es capaz de ganar una posición que a un mismo tiempo es genuinamente nacional y ampliamente internacional.**

Ahí me incluyó Havelock Ellis entre los novelistas. Igual hizo Blasco lbáñez desde Menton. Y otro tanto el magistral y batallador periodista Luis Araquistain quien, más tarde, impuso el silencio a su primera impresión. Veamos este peregrino caso. En La Voz (Madrid, 1o de marzo de 1923) Araquistain publicó un artículo insinuando que las novelas de Pérez de Ayala tenían únicamente el mérito de la composición literaria. Y cuando publiqué el tomo II (1928) de El Vigía, en el que no todo lo expuesto son laureles para el de Troteras y danzaderas, coloqué, frente a la opinión de Araquistain, negadora de seres humanos entre los caracteres de Pérez de Ayala, esta de Santiago Ramón y Cajal:

…novelista de recia contextura mental en cuyos libros surgen tipos tan profundamente humanos como universales e impregnados de original e inconfundible humanismo, etc., etc.

Cuando Araquistain leyó mi comentario en el ejemplar que le remití, dedicado, no disimularía su enojo. Y al trasladar el artículo a uno de sus escasos libros, aquellas palabras suyas sobre La ruta eterna las dejó fuera. pero ahora se las salvaré de la muerte. “… D. José Balseiro, escritor muy joven aún cuyos primeros libros anuncian en él a un excelente novelador de la vida portorriqueña” (El Sol, Madrid, miércoles 9 de febrero de 1927.)

Se me abrió el camino de la ficción. ¿Por qué, entonces, no cultivé la novela con frecuencia?

Pasado aquí el huracán de San Felipe (13 de septiembre de 1928) mi padre quedó arruinado. Mi deber era regresar a Puerto Rico donde rehusé dos posiciones en sendos bufetes de abogados. Madrid me había confirmado ya que el de las letras, según me lo predijo en 1919 el poeta Francisco Villaespesa, debía ser mi camino. Y mientras trabajaba en un periódico de San Juan, recibí un cable de la Universidad de Illinois ofreciéndome la plaza vacada por uno de sus catedráticos. ¿Cómo? Al pedírsele al profesor Charles Marden, director de Estudios Hispánicos en la de Princeton y presidente de la Modern Language Association of America, que recomendara a un profesor con futuro, capaz de escribir, el erudito maestro que había hablado largamente conmigo en España me recomendó con deliberado entusiasmo.

Pronto supe en Illinois que los catedráticos que hacían carrera eran los que publicaban con autoridad. Y al pedírseme que dirigiera un seminario sobre la novela española del XIX constaté que no existía un buen texto para tal materia. “Pues lo escribiré yo”, me dije. y comencé mis Novelistas españoles modernos. Lo publicaría en 1933. Ya el l3 de mayo del año siguiente afirmaba Azorín, en La Prensa de Buenos Aires: “El estudio que se hace de estos novelistas es fino, minucioso, penetrante”. Y, por descontado, a Puerto Rico se le aludía allí. Pero antes que Azorín (17 de octubre de 1933), el Profesor Otis H. Green, quien leyó la obra para la Colección Hispánica de la Macmillan Company de New York, Toronto y Londres, se adelantó a escribirme: “Creo que no debe temer a la recepción que tendrá su libro…Novelistas españoles modernos debe ser reimpreso numerosas veces”.

Por empeñarme en labores así —de los Novelistas hizo la octava edición la Editorial Universitaria cuando el Dr. Morales Carrión presidía la Institución— no volví a escribir novelas. Pero traía una comenzada ya cuando el maestro don Ramón Menéndez Pidal me recomendó con don Tomás Navarro, desde el Centro de Estudios Históricos de Madrid, para suceder a Gabriela Mistral, visitante en nuestra Universidad.

El título de la novela sería En vela mientras el mundo duerme. La concluí en 1937. No se publicaría hasta enero de 1953. Si en La ruta eterna sus criaturas andan por Puerto Rico y Europa, en la otra el ambiente y la acción, el asunto y los personajes son predominantemente de nuestra isla.


** En su texto original: “With El Vigía we are in the most modern Spain. José Balseiro, now settled in Madrid and one of the most brilliant of the younger poets, novelists, and essayist, has his origin in America, in Puerto Rico… Balseiro is thus enabled to gain a standpoint which is at once genuinely national and widely international.”

Dos comentarios locales la reprobaron.*** Uno la llamó “obra de muy discutibles méritos artísticos”. El otro con la misma pasión política, coincidía. Oigamos ahora el contraste entre tal opinión y la de algunos extranjeros. Dijo don Tomás Navarro:

Aprovecha el libro muchas experiencias de realidad vivida, extensa cultura literaria y amplio conocimiento de modernos problemas sociales y políticos. Todo está llevado a escena con reflexión y oportunidad… El tono del lenguaje es de gran serenidad y corrección. En ocasiones las frases realizan verdaderos aciertos.

La revista ínsula, de Madrid (número 96):
…a más de contarnos la vida de unos personajes muy bien caracterizados, nos da un aire muy definido: Puerto Rico… a más de pinturas de personajes, de precisión psicológica, de presentación y luchas de instintos e ideas, de muy buena prosa…
El personaje central de En vela mientras el mundo duerme es Puerto Rico, la bellísima isla del Caribe… En el estilo de este buen escritor puertorriqueño debemos anotar una potencia expresiva muy bien embridada en contención… Por eso José A. Balseiro, puertorriqueño, es un buen escritor en todas partes.
El experimentado novelista cubano-español Alberto lnsúa, escribiendo en La Vanguardia (Barcelona, 20 de abril de 1956), apreciaba a En vela mientras el mundo duerme como “un relato entre novelesco, filosófico y poético” donde “están patentes en cada página el sentimiento y el pensamiento hispánicos” de su autor. Agrega lnsúa:

Por lo pronto, en la Prosa limpia y airosamente castellana; en seguida, en la elección de dos personajes españoles establecidos en la isla, un maestro y un cura, ambos rurales, de quienes el protagonista recibe las mejores enseñanzas, y, en fin, por la frecuencia con que en su libro aparece y vibra el recuerdo de nuestros autores clásicos…

El catedrático norteamericano Wilfred A. Beardsley, al escribir para “The Hispanic World” acerca de nuestra novela, dijo en Hispania: …”Pero a todo lo largo de ella persiste el amor por Puerto Rico, la poco comprendida y sobrepoblada islita”.Uno de los más universales de los críticos dominicanos, Max Henríques Ureña, catedrático que profesó en Cuba, manifestó: “Es un trozo animado de vida y hay ahí caracteres con vigoroso relieve, como el de Esperanza”.

La ilustre crítica chileno-española Concha Zardoya, que enseñó en algunas de las principales universidades de Estados Unidos, escribió en la Revista Hispánica Moderna, de Nueva York: “Cerramos el libro de José A. Balseiro con la convicción de que es una obra cabalmente representativa de la novelística contemporánea puertorriqueña”.

Otros cuantos juicios de figuras señeras podría citar por su pareada nombradía; pero, por inolvidable para mí, y por el significado particular o histórico para no pocos de ustedes, me permito recordar que el primer viaje por avión que Luis Muñoz Marín hiciera —y fue de San Juan a un puesto militar de La Florida— pisó tierra con un ejemplar de En vela mientras el mundo duerme. “Vengo encantado con tu libro”, me dijo. “Lo leí todo durante la travesía”. Y al regresar él a San Juan me remitió una fotografía suya dedicada así: “Para Pepe Balseiro, que honra con su pluma al Puerto Rico que simbolizan estas montañas”. Aparece Muñoz en la jalda de Jájome Alto, vislumbrador de amadas lejanías, contemplador de nuestra tierra adentro. . .

Si a mí se me preguntara en cuál de mis obras hay más de mis sentimientos, de mis pensamientos, de mis sueños para revelar el amor a la patria en los años del medio del camino de mi vida, respondería pronto: En vela mientras el mundo duerme. Pero no mueva la curiosidad a ninguno de ustedes a buscarla. A mí puede que se me haya leído fuera de Puerto Rico. Ya se oyeron numerosas voces extranjeras. Pero aquella primera edición hecha por uno de los benefactores de nuestras letras, Manuel García Cabrera, fundador de la Biblioteca de Autores Puertorriqueños, parecería haber fenecido.

Con algunas excepciones, se me disminuía aquí como novelista. El caso no me asombraba. Salvávame el conocimiento de otras letras y otros autores. No olvidé que hasta el año 1909, cuando fue proclamado por Rubén Darío el poeta en Miguel de Unamuno, para los españoles el maestro de El Cristo de Velázquez casi no contaba como poeta; y recordaba que fue el mismo don Miguel de Unamuno quien, en el prólogo a la segunda edición de su magistral Abel Sánchez, descubriera desde Hendaya (14 de julio, 1928):

…Sin embargo, esta novela, traducida al italiano, al alemán y al holandés, obtuvo muy buen suceso en los países en que se piensa y se siente en otras lenguas. Y empezó a tenerlo en los de nuestra lengua española. Sobre todo después que el joven crítico José A. Balseiro, en el tomo ll de su El Vigía, le dedicó un agudo ensayo. De tal modo, que se ha hecho precisa esta segunda edición.****

Es, sin duda, curioso, que dos americanos del Caribe, Rubén Darío y yo, abriéramos los ojos del mundo hispánico al ver dos de las máximas dimensiones creadoras de un mismo genio de su cultura. Ya había circulado en Madrid la carta del 8 de marzo de 1928, firmada por Gregorio Marañón, Juan Cristóbal, Ramón Gómez de la Serna, Luis de Zulueta, Wenceslao Fernández Flores, Melchor Fernández Almagro, Adolfo Salazar, Luis Jiménez de Asúa, Victorio Macho, Pío del Río Hortega y Eugenio Hermoso, invitando a sus compañeros en las ciencias, las letras y las artes a unírseles para celebrar, con un banquete en el Círculo de Bellas Artes, el éxito de aquel libro, El Vigía ll. De la generosa carta extraeré un párrafo solamente:

Complace poder festejar en el Sr. Balseiro al artista y al caballero. Y puesto que con tanta frecuencia el hispanoamericanismo toma entre nosotros formas pomposas y vanas, aprovechemos esta ocasión propicia de darle un sentido vivo, íntimo, fecundamente cordial reuniéndonos en torno de uno de los más valiosos escritores jóvenes de nuestra lengua y uno de los americanos que ha mostrado mayor cariño y comprensión por la tradición de España, sirviendo la causa del espíritu con dotes raras y ejemplar carácter.


*** Véase Juan Enrique Colberg Petrovich, Cuatro autores clásicos de Puerto Rico, “El caso literario de José A. Balseiro”, pp. 163-210. Editorial Cordillera, San Juan de P.R. 1966.

Unamuno, el desterrado, no se abstuvo de dejarse oír para que lo sintieran en su España. Y desde Hendaya escribió una carta para ser leída en el banquete. Aquella carta se escuchó, sobrecogidos los ánimos, en la voz del famoso periodista Luis Calvo quien, además, dio a conocer algunas de las poesías recién creadas por don Miguel y remitidas para ser leídas en el banquete. Y refiriéndose directamente al festejado, afirmaba Unamuno:

Balseiro no sabe odiar. Mas hay, sobre todo, en su estudio un pasaje que me trajo a esta soledad de mi destierro su aliento que me parecía venir de un remoto claro mañana de ultratumba. Es aquel en que, refiriéndose a los que suelen disecar al hombre que escribe me rajan en tres pedazos… Balseiro recuerda al propósito al Petrarca, el primer Humanista, y acaba diciendo de él que ‘su eternidad viva es hija exclusiva y unigénita del amoroso Cancionere“. ¡Qué frescor de porvenir me trajeron estas palabras del poeta crítico…

 

Como ese pasaje de Balseiro me llegó, susurrante voz de aliento, después de leerlo y excitado por él me puse a componer mi Cancionero espiritual del destierro, del que os mando muestra por si estimáis deber leer alguno en ese homenaje. Es el mejor que mi agradecimiento puede brindarle. . .

Y ahora he de pediros algo. Leed esta carta de gratitud, leed algunas de las canciones que en tanto debo a Balseiro, pero no publiquéis nada de ello en esa triste nación.

… En tanto estrechemos la mano generosa de nuestro Balseiro, de un hermano en civilidad hispánica, en hispanidad civil que sabe que la crítica es estudio de amor y que el estudio de amor es poesía.

Desde esta Hendaya, oyendo el son de las campanas de Fuenterrabía, os manda el calor de su corazón desnudo.

Miguel de Unamuno

12.III-1928

Mi novela última —que no es lo mismo que decir mi última novela— es La gratitud humana(Mnemosyne Publishing Co., Miami, 1969). La empecé a escribir en la Universidad de Arizona, en Tucson. Fui allá a instancias de mi ex discípulo de estudios postgraduados en la de Illinois, el Dr. Renato Rosaldo, extraordinario conocedor de la literatura de su México. Casi al siguiente día de mi ingreso en aquel profesorado redacté el Diálogo-Prólogo que tiene sobresaliente importancia para entender la ficción. El primero en comprenderlo así (increíble coincidencia) fue otro ex discípulo mío de los años de Illinois, el catedrático Boyd G. Carter, especialista sin par en la obra del mexicano Manuel Gutiérrez Nájera.

Carter llamó a La gratitud humana ”extraña” (strange) e “intensa” (intense) obra de ficción. “Hay en esta novela un mordaz, poético realismo mágico”. “La gratitud humana es una abstracción novedosa, de cierto modo, tal vez, una alegoría, que no es sólo sensualista pero también llena del contaminado arrebato de todo lo que hay moralmente podrido en la humanidad. El que esto lee —seguía opinando Carter— nunca ha leído una novela más novedosa o más intrigante que ésta. José A. Balseiro reveals a notable new dimension of originality, novelty, truth and talent in “La gratitud humana”. (He reproducido de la copia a máquina de su apreciación que me remitió el propio Carter. No la he visto publicada y su autor falleció hace un par de años).

El catedrático de alemán y flamante miembro de número de la Real Academia Española, don Valentín García Yebra, manifestó luego de leer La gratitud humana: “Y en cuanto a lo formal, hay escenas magníficas, de gran plasticidad y relieve”. El profesor y autor cubano de Queens College de la Universidad de Nueva York, Carlos Ripoll, dijo así: “En el futuro se descubrirán junto a las alegorías, los símbolos y las adivinaciones de La gratitud humana, un valioso modelo del género que puede servir de manual al estudiante de nuestra novelística”. De Georgetown University fue la voz de Estelle lrizarri, enNivel, Gaceta de Cultura (México, 31 de mayo de 1971): “La prosa de Balseiro es tersa y rica en proyecciones líricas. La novela consiste en diversos cuadros que se relacionan de algún modo con el noble y generoso compositor cuya inspiración es crear una obra dedicada a la “Paz en la Tierra” de Juan XXIII.*****

Entre las novelas y los demás libros hasta aquí nombrados hubo otros de poesía encomiados por autores de óptima calidad poética. Por la radio de Montevideo, en 1954, Juana de lbarbourou me saludó en lo que llamara mi “cenit lírico”. Y en aquella misma ciudad, el crítico uruguayo Gastón Figueira se ocupó de dos de mis obras, y en su juicio sobre La pureza cautiva, opina: “Dueño del oficio delas palabras y de la Palabra: (como lo llamó a Balseiro Gabriela Mistral después de leer este libro), Balseiro logra el triunfo de que su oficio no aparezca sino en una especie de arquitecturada estilización, más evidente —a nuestro parecer— en sus romances y canciones”…

Por comentarios como esos que han ido acompañando mi obra fue, quizás, que el más fino de los críticos chilenos, Hernán Díaz Arrieta, muerto no ha mucho y cuyo seudónimo literario (Alone), es de los más respetados en las letras contemporáneas de Hispanoamérica, escribiera: “Viajando, escribiendo, observando y leyendo a través de países y mundos, este escritor internacional, de espíritu múltiple, ha sembrado por todas partes sus ideas y recogido elogios en una colección de lenguas”…

Desde La copa de Anacreonte (Madrid, 1924) aparecieron numerosas poesías mías rindiendo homenaje a poetas, próceres y temas puertorriqueños. En aquel libro, “Laurel eterno”, en la muerte de José P.H. Hernández, escrito en la primavera de 1922, y el “Soneto a José de Diego”, del otoño del mismo año. EnLa pureza cautiva, “El flamboyán”, “Paisaje en Puerto Rico”, “¡Ay Coamo!, “A orilla, a orilla del mar”, “Isla de huracanes”, “En memoria de Eduardo Giorgetti y de Rafael Balseiro Dávila”. Cuando llegué al año 1957, el dolor de la nostalgia me dio mis Saudades de Puerto Rico (Aguilar, Madrid) encabezado por estas palabras de San Agustín: “Quien no sufre la tribulación de su destierro es que no piensa volver a su patria”.

Aquellas Saudades fueron prologadas por el sucesor de Unamuno en la Universidad de Salamanca. Citaré algo de lo mucho que entonces dijera el catedrático Manuel García Blanco:

….La obra de Balseiro se ha crecido sin perder la triple línea de la anterior — como poeta, ensayista y novelista, el anagrama que un día agrupara a tantos hombres de su condición—, lo que revela cuán firmes y decididos fueron sus pasos iniciales y su dedicación posterior a un menester…

 

A esta tarea, ya ordenada en sus libros, hay que añadir la de las numerosas conferencias que Balseiro ha pronunciado en Europa y América… Y fue este menester de conferenciante el que le trajo a Salamanca en el otoño de 1955, donde pudimos gozar las primicias de la titulada “Tres momentos de la poesía española en América”.

 

… Los breves días que pasó en Salamanca anudaron —reanudaron más bien— nuestra añeja amistad epistolar. Y entonces pude conocer al hombre Balseiro. Lo había adivinado en sus libros, porque los suyos, como don Miguel de Unamuno quería, hablan como hombres,…
En este libro alientan las voces plurales de una nostalgia única, la del “Recuerdo imborrable de una tierra”, que Balseiro atribuye a todos los puertorriqueños y que ahora ejemplifica en su propio yo didáctico.

Los “Perfiles” son pocos, y para trazarlos no emplea Balseiro la técnica del medallón… ha preferido sorprenderlos en una circunstancia que vivifique su recuerdo. Por eso pueden codearse en esta animada y breve galería don José Celso Barbosa, don Luis Muñoz Rivera o don Virgilio Dávila y su hijo, con el modesto y musical Toribio, gran tocador de güiro, al que el poeta intima para que le brinde un repique ‘que reanime el corazón / con el rayar de su ritmo’.

Pero no piense el lector, sobre todo si es puertorriqueño, que los nombres citados constituyen los únicos perfiles dibujados en este libro. En sus páginas pululan otras figuras que ya son históricas, como Baldorioty de Castro, o el gran educador Eugenio María de Hostos, o Juan Morel Campos…


**** Desde que Unamuno hizo esa manifestación, más de veinte nuevas ediciones de Abel Sánchez han sido reimpresas.

*****De La gratitud humana se ocuparon María Teresa Babín, en Diario Las Américas (Miami, 6 de abril de 1972) y Cesáreo Rosa Nieves, en El Día, viejo diario ponceño.

Recordaba bien el ilustre salmantino. Pero olvidó que en mi “Romance del río Grande de Loíza” exalté —y era en 1957— a la máxima poetisa de un Puerto Rico más cerca de nosotros:

Y a ti te canto mujer
de acento sensual y grave
que te mimó como a hijo
y te arrulló como a amante.

Julia se llamó, ¿te acuerdas?
Y más que de Burgos, sabes
que debemos evocarla
por Julia del Río Grande.

Así auné la persona al paisaje, y el paisaje a quien lo supo cantar, cuando le dije al río:

¡Eso es nacer con la suerte
esperándote a la calle:
reflejar cielos sin sombras,
tener mujer que te ame,
jugar con plantas y besos
como un señor sin afanes
y traerte sobre el pecho
latiéndote las imágenes!

Lo que hice a propósito de mis libros ya mentados hubiera podido hacer con los demás. Pero el tal hacer exigiría tiempo que no tenemos. Puedo decir, en general, que de los de versos, el más reciente, El ala y el beso (Biblioteca de Autores Puertorriqueños, San Juan, 1983) ha sido, tal vez, el mejor recibido. A modo de muestra valdría un fragmento de la carta que el 10 de octubre de 1983 me escribía, desde Madrid, Gerardo Diego, uno de los príncipes de la Generación del 27:

Yo me acuerdo siempre de usted y de sus libros sucesivos; ahora me llega El ala y el beso, que es un breviario de poemas de amor… Usted y su Puerto Rico no se borran nunca de mi memoria; la Belleza de su isla y la simpatía de sus constantes mensajes poéticos, me llegan una vez más al alma.

Su obra siempre varia, ha llegado a un punto de madurez que lo mismo se recata en los sonetitos de su Sorpresita, que se difunde hermosa en el Poema del grande amor. Entre uno y otro extremo, las topografías sensuales y las bendiciones religiosas.

En uno de los tres prologuillos de El ala y el beso recojo y sintetizo todo el secreto de mi arte poética:

No le canto al Amor:
Me nació entero
de la vida.

Después
Pasó a mi verso.
Ni dije la palabra que no sabe
de la pasión gemela de mi sangre.

Amor que no se viva, no se cante.
No el poema hable en mí:
la vida hable.

Pero en mi vida no todo fue contemplación. Hubo horas de fecunda acción. Así, por ejemplo, cuando a mi vuelta a San Juan en 1924, después de mi primera residencia en Madrid, propuse la idea de levantar fondos para un monumento a Eugenio María de Hostos. Fue en carta pública a don Emilio del Toro Cuevas, entonces presidente de nuestro Tribunal Supremo, quien la acogió fervoroso. Comenzamos la campaña. Y pocos meses después contábamos más de diez mil dólares. Se me comisionó para que a mi regreso a España eligiera al escultor y manejara los fondos que desde aquí se me girarían. Ya en la península vi todas las obras que busqué en calles y parques. Y decidí encargar al gran escultor castellano, Victorio Macho —ya admirados sus monumentos a Galdós y a Santiago Ramón y Cajal— la creación de nuestro proyecto. Dos años después instalábamos la simbólica obra de arte en el parque de la Universidad de Puerto Rico. Vine para participar en la ceremonia de su presentación, después de haberla expuesto en Madrid ante artistas y escritores. Hubo numerosos artículos de alabanza para nuestro prócer y para Victorio Macho en la prensa madrileña. Pronuncié en Río Piedras uno de los discursos en el acto justiciero y reparador. Y cumplida la misión, regresé a Madrid.

En 1960, en el Congreso de las Academias de la Lengua, en Bogotá, presenté mi ponencia “Puerto Rico y la lengua española” incluido luego en el segundo tomo de mi Expresión de Hispanoamérica. En ella, mediante cotejos textuales, cité pasajes de escritores hispánicos que utilizan palabras inglesas o de Estados Unidos. Mi ponencia fue impresa en las Memorias del Congreso en el que presidí una de las sesiones plenarias. Y el 17 de octubre de aquel año, la Academia Colombiana me expedía el nombramiento de Académico Correspondiente.

Al comparecer, cuatro años después, al Segundo Congreso Internacional de Hispanistas, celebrado en Nimega (Holanda), y al pedírseme allí que presidiera una de sus sesiones en la que intervenían una especialista española, un catedrático francés de La Sorbona y un profesor estadounidense, y al leer, en otra, una ponencia que casi enseguida me publicaría Cuadernos del idioma, de Buenos Aires, envolvía a nuestro Puerto Rico en un concierto de voces mundiales.

Con otros dos de nuestros ilustres varones tuvo contacto mi vida, ya intelectual —como en el caso de Hostos— ya semipersonal. En 1912, en Nueva York, siendo yo niño, conocí, y le oí hablar durante días, a don Luis Muñoz Rivera, entrañablemente relacionado con mi familia paterna (Eduardo Giorgetti y los Balseiro). Cuando falleció Muñoz Rivera mis padres, mis hermanos y yo residíamos en Baltimore, y mi padre —Rafael Balseiro Dávila— al llorarlo— no cesaba de lamentarse: porque al no estar en Puerto Rico, no escribiría la marcha fúnebre para el entierro del patriota.

Pasarían tres años. Y un día, ya de vuelta en nuestra tierra, mientras estaba yo en mi habitación, oí una misteriosa melodía en el piano del salón. Por la calidad característica del tono sabía que era mi padre quien tocaba. No solía él venir tan temprano. ¿Qué sería? Bajé pronto. “Hijo”, me dijo papá al mirarnos. “ha muerto en Nueva York José de Diego. Al saberlo he venido enseguida para componer la marcha fúnebre con que lo enterraremos. Hasta el nombre he pensado ya: El llanto de una estrella”. El cadáver del orador y poeta vendría por mar. Tardaría casi cinco días en llegar. Mientras tanto, mi progenitor organizó una orquesta que pagaría él. Y empezamos los ensayos. “Empezamos”, dije, porque fui yo el violín concertino del grupo sinfónico. (Yo había estudiado en el Conservatorio Peabody de Baltimore.) Junto al cadáver del inmortal cantor de “Laura”, tendido en la vieja Cámara de Representantes de la que fue brillante presidente, ejecutamos por primera vez la marcha fúnebre de mi padre que, transcrita por Manuel Tizol Márques, para su Banda Municipal, desfilaría en la procesión al día siguiente.

Entre los muchos congresos en que participé debo singularizar el de las Academias de la Lengua Española en Buenos Aires (30 de noviembre a 10 de diciembre de 1964). El 5 fui uno de los escogidos para hablar sobre el sabio venezolano Andrés Bello en el Homenaje que allí celebramos. Terminada mi disertación, el novelista Ramón Díaz Sánchez me la pidió y la hizo publicar en la Revista Nacional de Cultura de Caracas. Aquel mismo día la Sexta Comisión de Ponencias, presidida por Dámaso Alonso (sucesor de Menéndez Pidal en la dirección de la Real Academia Española), aprobó la Resolución XCIII del Congreso:

“Considerando:

El indudable valor del trabajo presentado por el señor José A. Balseiro de la Academia Puertorriqueña.

Resuelve:



 único. Aconsejar la publicación y difusión del trabajo del señor Balseiro, titulado “Presencia de Wagner y casi ausencia de Debussy en la obra de Rubén Darío”.

Y todavía otra intervención. En el acto de clausura pronuncié, como presidente de la Comisión de la Academia Puertorriqueña, palabras de resumen, gratitud y despedida.

En un editorial del gran diario La Nación, bajo el título “La forja del idioma – Hombre y poesía” se leía:

Ayer presidió la sesión plenaria José A. Balseiro. Este es uno de los críticos más autorizados de Hispanoamérica. Su renombre data del año en que apareció el primer tomo de la trilogía El Vigía… obra fundamental para conocer las corrientes literarias del momento en las más grandes figuras de la literatura hispánica… Otros dos presidentes que merecen la atención del observador imparcial son el argentino José A. Oría y el español Dámaso Alonso. Tres nombres, tres latitudes y un mismo concepto del idioma y de la literatura. Esto se llama descubrirse en el tiempo a través de los elementos sustanciales que forman la cultura de los pueblos de habla española…

No he contado las conferencias pronunciadas en Europa, en Estados Unidos y en Iberoamérica (incluyendo el Brasil). Recuerdo que en 1937 fui invitado de la Universidad de Wisconsin (en Madison) para disertar allí bajo los auspicios de los departamentos de español, de geografía y de arte. Pero debía hacerlo en inglés, porque era para un público general. Mi tema fue Puerto Rico y la danza puertorriqueña. Y como entonces, ¡ay! no tenía artritis en las manos, ilustré al piano algunas de nuestras composiciones del género. Fue en Bascom Hall.

Aquello era un evocar recuerdos de uno de mis regresos de España, cuando me dolió encontrar aquí penoso olvido de autores y obras merecedoras de buena suerte. Y comencé una serie de conferencias en diferentes ciudades o valiéndome de la radio. Años más tarde, en España, con la colaboración del virtuoso Jesús María Sanromá, llevé la danza desde Santiago de Compostela a Sevilla y desde Salamanca a Barcelona y la costa Mediterránea. Mi hermano Juan Ramón hizo un álbum de danzas de Morel Campos. Incluía mi estudio sobre la danza puertorriqueña que pasaría a ser uno de los capítulos de Expresión de Hispanoamérica. La Editorial Gredos, de Madrid, imprimió la segunda edición de este titulo.

Cuando memoro el panorama de lo que aspiré a realizar, recuerdo la pregunta formulada por el escritor austriaco Stefan Zweig en las honras fúnebres de mi querido amigo el genial cuentista cubano Alfonso Hernández-Catá, muerto al chocar el avión que lo llevaría de Río de Janeiro a San Pablo.

¿Quién, en resumidas cuentas, sirve mejor a una nación que aquel que la saca de sus fronteras, que se conecta y une su literatura con la literatura del mundo, y al elevar su propio rango, eleva así el rango de su patria?

Señoras y Señores.
6 de abril de 1984
San Juan, P.R.

 

José Agustín Balseiro


Publicado: 28 de abril de 2015