Puerta de Tierra: la vida en el barrio

Puerta de Tierra: la vida en un barrio obrero

Fueron muchas las voces y diversos los sectores que durante las primeras dos décadas del siglo XX denunciaron las condiciones de vida y has­ta la propia existencia de Puerta de Tierra. El barrio deslucía la entrada a la ciudad capital, era peligroso y violento, padecía de un grave problema de haci­namiento poblacional y, en demasiadas ocasiones, las epidemias y las enfermedades encontraron en él terreno fértil. Estas difíciles condiciones se acentuaron en los sectores bajos del barrio, a las orillas del caño San Antonio, donde el constante arribo de trabaja­dores en búsqueda de oportunidades de empleo en la ciudad reclamó centímetro a centímetro tierras al mangle para la construcción de viviendas.

Preocupado por la triste imagen que presentaba el barrio a los visitantes de la capital, en 1910 el arqui­tecto neoyorquino Prentince Sanger le propuso a las autoridades municipales un elaborado proyecto para mejorar el ornato de la ciudad. Según Sanger, Puer­ta de Tierra debía desaparecer y solamente edificios de “primera calidad” debían ser construidos a la en­trada de la capital, ciudad que en su opinión, estaba llamada a ser una de las principales de América. Pero Puerta de Tierra pudo sobrevivir al propuesto plan de ornato. El ingeniero de la ciudad, Don Miguel Ferrer, aunque reconoció la necesidad de mejorar la entrada de la ciudad capital sostuvo que los costos de expropiación, dragado y construcción resultaban demasiado onerosos para el presupuesto municipal. De esta manera el plan para mejorar la entrada de la capital quedo relegado para el futuro.

Curiosamente, las principales preocupaciones tanto del arquitecto como del ingeniero municipal giraban en torno al ornato y al presupuesto de la ciu­dad. Las condiciones de vida y vivienda de los habi­tantes del barrio eran, en el mejor de los casos, temas marginales en el debate entre ambos funcionarios.

En el verano de 1912 se revivió el debate en torno a la destrucción del barrio. En esta ocasión los recla­mos más insistentes provinieron de las filas del tra­bajo organizado. Ante la desesperación que provocó entre los ciudadanos de la capital un nuevo brote de peste bubónica que aparentemente tuvo su origen en Puerta de Tierra, la directiva de la Unión Central de Trabajadores de San Juan reclamó en un apasionado documento la quema y destrucción del barrio. Como parte de sus denuncias, los líderes obreros responsabilizaron a la Liga de Propietarios de San Juan por las malas condiciones sanitarias y el grave problema de congestión residencial que caracterizaba a Puerta de Tierra. En opinión de los representantes sindica­les, los miembros de la Liga de Propietarios, guiados por su avaricia, habían subdividido apartamentos y casas para construir unidades de vivienda pequeñas e inadecuadas. Como parte de este frenesí por la construcción de cuartos y cuartuchos de alquiler, los propietarios relegaron la construcción de servicios sanitarios a un segundo plano. Las letrinas, cocinas y lavanderías se convirtieron en áreas comunales, compartidas en ocasiones por decenas de familias. El resultado de este desacertado plan de construcción fomentó el deterioro de las condiciones de vida de los inquilinos.

A juicio de los líderes obreros, el gobierno federal debía intervenir en el asunto y hacer con Puerta de Tierra lo mismo que habían hecho con el Barrio Chino de la ciudad de San Francisco en California, cuando fue azotado por la peste. El barrio debía ser quemado y destruido. En su lugar, recomendaron la construcción de un barrio obrero moderno e higiénico que sirviese de modelo para futuros barrios obreros en la isla. Pero estos reclamos cayeron en oídos sordos. El azote de la peste amainó, la opinión pública de la ciudad capital fijó su atención en otros asuntos y los habitantes del barrio continuaron sufriendo las viejas calamidades.

Durante la segunda década del siglo, una de las voces más consecuentes en la denuncia de las difíciles condiciones de vida que padecían los habitantes de Puerta de Tierra fue la del padre Juan Lynch. El cura párroco de la iglesia San Agustín conocía de primera mano la vida en el barrio. Sus continuas incursiones a las tierras bajas lo llenaron de indignación y lo lle­varon en muchas ocasiones a requerir la intervención de las autoridades municipales e insulares.

Uno de los temas que ocupó la atención del sacer­dote fue la imagen de violencia callejera y agitación obrera con la cual muchos asociaban al barrio. Para el sacerdote esta imagen, que tanto daño le ocasionó a Puerta de Tierra, era en gran medida responsabili­dad de los tabaqueros y los trabajadores de la fábrica de tabaco. Según el padre Lynch estos trabajadores habían invadido el barrio alterando el clima laboral en 1906, luego de que la Porto Rican American To­bacco Company estableciera en Puerta de Tierra su principal fábrica en la isla. En 1914, durante la “gran huelga tabaquera”, circuló en el vecindario un rumor que anunciaba el cierre de la fábrica. El sacerdote in­terpretó dicha posibilidad como una bendición del cielo. Desafortunadamente, para el cura párroco de la iglesia San Agustín, la fábrica no cerró y según su propio testimonio el barrio se convirtió en el princi­pal centro para las huelgas en la isla. Durante el pe­riodo en referencia los habitantes de Puerta de Tierra fueron partícipes y testigos de huelgas y paros declarados por tabaqueros, despalilladoras y trabajadores en la fábrica de tabaco, trabajadores de los muelles y transportistas. En 1917, el barrio se lanzó a huelga ge­neral en demanda por aumentos salariales y en protesta por el alto costo de vida. Entre los residentes del barrio, los tabaqueros y las despalilladoras tenían la fama de ser los más activos en la organización sin­dical y los más propensos a lanzarse a la huelga. Mu­chos, al igual que el padre Lynch, los hacían responsa­bles de los cambios en la cultura obrera del barrio.

Pero, más allá de sus críticas a los tabaqueros, las principales preocupaciones del sacerdote se centra­ban en mejorar las condiciones de vida de los resi­dentes de Puerta de Tierra. Como parte de sus mu­chos esfuerzos por cambiar las tristes realidades del barrio, el padre Lynch reclutó a un proyeccionista para filmar escenas de la vida en los sectores bajos. El sacerdote abrigaba la esperanza de que una vez estas escenas fueran proyectadas en los teatros de la isla su cruzada encontraría nuevos aliados. Aunque no hemos encontrado referencias posteriores sobre este proyecto, la propuesta del padre Lynch nos pa­rece un extraordinario recurso para ilustrar cómo era la vida en el barrio. Es por esta razón que, mediante el uso de fotografías, intentaremos reproducir en las páginas subsiguientes una excursión a la Puerta de Tierra de la segunda década del siglo XX.

Este artículo es un fragmento del ensayo de Arturo Bird Carmona, “Puerta de Tierra: la vida en un barrio obrero”, que está incluido en el libro San Juan: La ciudad que rebasó sus murallas, Fundación Puertorriqueña de las Humanidades. Para mayor información sobre cómo acceder a dicha publicación, comuníquese con la EPRL a través de Contáctenos.


Publicado: 29 de diciembre de 2009