Otra mirada a la globalización

Portada Puerto Rico en el mundo

“… el objeto de la soberanía imperial no es la inclusión yasimilación político-territorial de los países o pueblos subordinados, como era característico del imperialismo y el colonialismo estatalista de los siglos XIX y XX. El nuevo poder se ejerce mediante instituciones políticas y aparatos jurídicos cuyo principal objetivo es garantizar el orden global, es decir, una paz estable y universal que permita el funcionamiento de una economía de mercado globalizada”.

Michael Hardt y Antonio Negri

Es a todas luces evidente que la globalización es tema de debate obligado; la literatura sobre el desarrollo de la economía supranacional es vasta y multifacética con definiciones e interpreta­ciones conflictivas que delatan enfoques ideológicos y metodológicos divergentes. Esta literatura crítica se divide mayormente entre los que insisten en que la globalización refuerza y desarrolla la democracia y los que, al contrario sostienen que la restringe o inhibe.

Hay optimistas de derechas e izquierdas. Defensores conservadores de la democracia capitalista como Francis Fukuyama (The End of History and the Last Man, 1992) sostienen que la hegemonía mundial de Estados Unidos representa, al éste prevalecer en la Guerra Fría, el triunfo definitivo de la democracia global, lo que significó el “fin de la historia.” Thomas Friedman (The Lexus and the Olive Tree, 2000) lehace eco, reclamando también que la globalización del capital representa de por sí la glo­balización de la democracia.

No obstante, también hay defensores que provie­nen de la izquierda progresista. David Held (Demo­cracy and Global Order, 1996) y el alemán Ulrich Beck (¿Qué es la globalización?, 1998) parten de una visión más humanista y concuerdan en que la globalización, atravesada y organizada por un Estado transnacional con formas de gobierno mundial, tiene el potencial de extender los derechos humanos y posibilitar una sociedad civil global y un mundo más justo.

Los críticos escépticos o pesimistas vienen por igual de los dos campos de la antinomia política mundial. El sector conservador lamenta la falta de control del Estado-nación ante las fuerzas del merca­do global, aduciendo a que conduce inexorablemente a la anarquía y la inestabilidad (Johhn Gray, False Dawn,1998). Por su lado, Pat Buchanan, conocido comentarista conservador estadounidense, insiste en que la globalización ha conducido a un mestizaje de valores en su país que tan solo puede conducir a la decadencia de la cultura e instituciones nacionales. Esa tesis es adoptada por Samuel Huntington, primero en su popular libro The Clash of Civilizations (1996) y más recientemente en su notorio ensayo ¿Quiénes somos?, Paidos, 2004), donde arremete contra el reclamo pluricultural y alerta sobre los peligros de la hibridez que representa para su país la inmigración, particular­mente la mexicana.

Otra mirada a la globalización

La crítica contestataria de la globalización también proviene de las corrientes sindicalistas y la izquierda tradicional. Este grupo de escépticos (entre ellos David Korten, (When Corporations Rule the World, 1996) sostienen que sólo el Estado-nación puede proteger los derechos humanos y laborales ante la opresión del capitalismo salvaje. Una política democrát­ica, insisten, solo puede llevarse a cabo en el ámbito proteccionista del Estado-nación; por lo tanto, el traslado de soberanía a las estructuras de un ordenamiento global, supranacional es perjudicial para el desarrollo la democracia. Pierre Bourdieu, el recién fenecido sociólogo francés, también planteó que el Estado Nacional amerita verse como un contrapeso efectivo a los efectos depredadores del mercado globalizado. Propuso, sin embargo, para evitar una regresión al nacionalismo, el fortalecimiento de estados supranacionales regionales que asuman el universalismo de la función social que in­corporó, como logros históricos concretos, el Estado Benefactor Nacional.

Otra crítica contundente ha sido articulada por Antonio Negri y Michael Hartd. Su tesis sugiere que la actual expansión de la economía global hoy, al separarse de las formas de dominación imperialista tradicionales, amerita el nuevo calificativo de “Impe­rio”. Este nuevo “Imperio” difiere del “imperialismo” moderno clásico en tanto no esta ligado a ningún país ni surge de conquistas u otras formas de expan­sión hegemónica sobre otros territorios por parte de Estados nacionales; se monta, en cambio, sobre una nueva forma de soberanía, compuesta de organismos nacionales y supranacionales, estructurados bajo una nueva lógica planetaria. Lo que es particular de este nuevo orden globalizado es que la regulación aplica­ble se desarrolla fuera de la validación de legislacio­nes nacionales, socavando, por lo tanto, la soberanía tradicional del Estado-nación. No obstante, Hardt y Negri no enfocan la emer­gencia de este orden global como un estado de cosas concluido, sino desde la perspectiva de las di­námicas que lo producen. En otras palabras, se trata de un proceso constitutivo dinámico, más que de una representación final. Los autores insisten en que el Estado-nación está en vías de concluir su ciclo histórico, que esta siendo desplazado (desnaturali­zado) por un ordenamiento universal, no territorial, que desconoce fronteras físicas y confines políticos.

El sistema de relaciones mundiales que describen Hardt y Negri amerita el apelativo de “Imperio” por­que impone su dominio sobre todos los registros del orden social, ordenando las relaciones humanas y jerárquicas por vía del control, hasta cierto punto despótico, sobre todos los componentes del mundo que habitamos.

Una de las denominaciones más originales de Hardt y Negri es la multitud. Más que una categoría político-sociológica del sujeto, ellos proponen líneas de perspectiva crítica para separar multitud de términos anacrónicos como, pueblo, masa, clase o proletariado. En primer lugar, multitud no es un nuevo nombre para el proletariado del siglo XIX, porque no se limita al concepto de clase social. Contrario a pueblo, que alude a una unidad identitaria artificial que el Estado-nación creó y exige para su legitimación; y masa, una unidad indiferen­ciada de mercado y modos de producción; multitud hace referencia a una multiplicidad de singularidades y una especial capacidad de trabajo que convierten a los hombres en un cuerpo de ilimitado potencial político y cultural.

La multitud, dice Negri, son los “soldados de a pie”, esa multiplicidad de singularidades, ya mezcladas, in­mersas en el mestizaje y la hibridación de poblaciones, capaces de analizar el mundo y organizar “acciones políticas basadas en lo común más que en la hipósta­sis de la unidad”. En la multitud, afirman Hardt y Negri, radica la transformación del mundo: de la política, la ética y la cultura. Como la multitud se nutre, en parte, del debilitamiento de los controles del Estado-nación, la globalización tiene un aspecto positivo; es decir, la globalización del mundo, a pesar de que abona a la pobreza y la exclusión (una operación negativa), tam­bién,… “sirve para desembarazarse y/o desenmasca­rar antiguos poderes y formas de representación que ya no tienen referente real alguno.”

Hardt y Negri proponen, por lo tanto, que el reto político que enfrentamos ante la coyuntura histórica de la globalización no es tanto resistir los procesos económicos y culturales supranacionales sino reor­ganizarlos y redirigirlos hacia otros fines; insisten en que las fuerzas creativas de la multitud son capaces de identificar la raíz de la continua creación de pobre­za y exclusión a causa de la globalización y de erigir organizaciones políticas alternas que subviertan este orden jerárquico de dominación, inventando nuevas formas de organización democrática.

Roberto Gándara Sánchez
Centro de Investigación y Política Pública

 


Autor: Proyectos FPH
Publicado: 27 de septiembre de 2010.