Entre el mercado y nacionalismo: ¿cómo hacer cultura?

¿Entre el mercado y el nacionalismo: cómo hacer cultura? 

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Redefinir la tarea de la cultura en Puerto Rico supone ir más allá de las jerarquías de “cultura clásica”, “cultura nacional”, “folklore”… y más allá de la agendas de los partidos políticos. Se deben pensar nuevas políticas de la representación para que haya más visi­bilidad de “sujetos”, es decir, de grupos diversos. Para que haya para todos los gustos.

La cultura debe abandonar la función farmacéutica – que nos ayuda a evadir todo dolor o preocupación – para conver­tirse en un lugar de problematización sin que pierda su carácter de ocio. La cultura de masas presente en nuestra televisión se caracteriza por un gran hedonismo, entiéndase que no requiere ningún esfuerzo, y que es otra modalidad del consumo y el placer inmediato. Los medios de comunicación masiva y los periódicos entienden a la cultura como algo comer­ciable que responde a los intereses del gran mercado de la “industria de la cultu­ra” y cuando no a las agendas identitarias y políticas de ciertos grupos. La cultura rima con mercado y con nacionalismo. No hay grandes pretensiones de “elevar el espíritu humano”, y cuando así lo expresa alguien se trata en realidad de un mora­lismo old fashion.

La cultura no tiene nada que ver con la moral. No se trata de volver a la tradición humanista o la cultura clásica porque éstas constituyen prácticas culturales marcadas por la lucha de clases y de raza. La cultura popular en Puerto Rico posee expresiones diversas cuyo valor habría que considerar caso por caso, más que en una positiva valoración en bloque. Hay, sin embargo, particularmente en la música popular, intereses económicos y políticos que pueden llegar a la perversidad.

La subvención del Estado y el mecenaz­go privado a la cultura en muchos países está dirigida a apoyar iniciativas que no responden a los intereses del mercado: publicaciones, teatro clásico, contemporáneo y experimental, danza clásica, contemporánea y posmoderna, exposiciones itinerantes, retrospectivas, museos de todo tipo, entre otros. La actividad cultural subvencionada dice mucho de un pueblo, pero no por so­meterse de forma evidente a las exigencias del mercado, a las políticas del Estado o a intereses de partidos. La cultura debe ser sin condición; no debe responder a ningún interés. ¿Habría que defender las instituciones del Estado ante el embate del mercado? Sí, pero ¿de qué instituciones y de qué Es­tado estamos hablando? El mecenazgo en Puerto Rico no forma parte de los hábitos de los sectores más privilegiados. Estos suelen tomar un avión a New York, para ver ópera, teatro o museos, mientras que su contrapartida, la clase media profe­sional, lleva sus hijos a Disney. A la hora de alinearse políticamente y de asignarle un lugar a la cultura en las juntas de las que forman parte, los representantes del “sector público” terminan votando contra subvenciones a la educación y la cultura.

También a la hora de votar, esas mismas clases privilegiadas se cantan populistas, aunque no puedan emitir un juicio inteli­gente sobre la llamada “cultura popular”.

Es evidente que tiene que haber institu­ciones culturales que apoyen las expresiones de la cultura cuya finalidad no sea el enri­quecimiento. Sólo en los países donde se han creado diversas formas de apoyo, ya sean del gobierno o de fundaciones privadas, subsis­te un sector cultural vivo. Esto permite que a la hora de programar el tiempo libre la opción no sea ir a Plaza las Américas o a un cine a ver una película comercial, o el jangueo y sus consabidos eventos macharranos del “viernes social”. Este tipo de ocio excluye por lo demás a grandes sectores de la población pues se piensa siempre para adolescentes. Como si en Puerto Rico no hubiera amplios sectores de la población en edad madura o en tercera edad.

Subsisten algunas instituciones cultura­les, pero a duras penas y con un informe de logros deficiente. Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) o Ateneo… Instituciones demasiado contro­ladas por un patriarcado criollo conservador y que, en el mejor de los casos, consideran que la cultura no debe tener grandes aspiraciones como no sea con­sagrarse a lo que ellos llaman la “comu­nidad”. Este paternalismo nos condena al status quo.

Ya es tiempo de que se destaquen las prioridades de la educación, las políticas de vivienda pública, la organización de las comunidades al margen de la bonanza económica y la organización de las institu­ciones de la cultura. Porque si bien deben confluir en el propósito de la educación, no deben utilizarse para comprar la buena conciencia de las clases más pudientes. La diversificación de la cultura y la subvención tiene que ser una prioridad del Estado, si se pretende una transformación de la sociedad y una mejor calidad de vida en el Puerto Rico del siglo XXI.

Mara Negrón
Profesora y crítica cultural
Universidad de Puerto Rico- Río Piedras


Autor: Proyectos FPH
Publicado: 16 de enero de 2008.