Talla siglo XXI

Portada Puerto Rico en el mundo
Podrá parecer extraño centrar sobre el cuerpo una reflexión en torno espíritu de nuestra época. Mientras que las ideas se nos antojan mudables y tornadizas, el cuerpo nos parece dado, fijo, inmutable ante los cambios de instrumentos y de humores que caracterizan la historia humana. Sin embargo, el cuerpo es un registro privilegiado de las condiciones históricas de nuestra existencia. Las tecnologías y los mitos, las creencias religiosas y los saberes científicos, las rutinas alimenticias y las prácticas de trabajo convergen para modificar el cuerpo: su concepción, sus funciones y aún su propia materialidad. Se ha dicho que cada época tiene la verdad que se merece y podríamos añadir que cada época tiene el cuerpo que se merece. Si en la antigüedad grecorromana el cuerpo obró gimnasia, deporte y pederastia, en tiempos medievales fue templo del espíritu santo, superficie para flagelaciones y abstenciones purificadoras. Más tarde la ciencia lo concibió como máquina y lo sometió a las leyes y las metáforas de la mecánica y la psicología. El capital lo volvió cuerpo operador, útil y disciplinado, y cuerpo consumidor, seducido y controlado. ¿Qué podemos decir de los cuerpos boricuas en los albores del siglo XXI?
¿Qué imagen sustituirá aquel torso fornido de obrero descamisado operando la rueda del progreso que celebraba la modernidad puertorriqueña en las desaparecidas fábricas de Fomento? ¿O a la engafada rubia untándose coppertone que nos transportaba a los circuitos consumistas del pródigo norte? En el siglo de nuestra industrialización -que aún languidece- se formatean los cuerpos en términos un tanto contradictorios de productividad económica y de necesidades consumistas. De un lado, la sociedad capitalista pretende convertirnos en productores disciplinados, capaces de controlar nuestros apetitos y deseos, y así volver los cuerpos útiles para el trabajo. Del otro, pretende convertirnos en buenos consumidores, ávidos de comprar todo lo que produce, y así empuja nuestros cuerpos al desenfreno deseante y a la indisciplina. Nos quiere, al decir de Michael Featherstone, puritanos a la hora del trabajo pero playboys a la hora de las compras.

Talla siglo XXI
En el siglo XXI, a medida que entramos en los capitalismos tardíos ¿Qué nuevos modos de subjetivación atarán nuestros cuerpos a los devenires del poder? ¿Se llevarán a cabo los modos anticipados por la ciencia ficción, que se erigen sobre el procesamiento digital, y que ya vemos en la sustitución de las tarjetas de identidad con foto o huella dactilar por chips incrustados bajo la piel o códigos de barra tatuados sobre nuestros cuellos con el perfil socioeconómico, los hábitos de consumo y el historial sanitario? Si en el capitalismo industrial se hallaban nuestros cuerpos confinados espacialmente, por las paredes de la escuela o la fábrica ¿estarán en este nuevo siglo amarrados cibernéticamente, perpetuamente atados a los flujos informáticos? Tal tendencia parece anticiparse en los celulares que -cual grilletes electrónicos- hacen a nuestros cuerpos continuamente disponibles, en las cámaras que nos hacen continuamente visibles y vigilados, y en las tarjetas y chips de crédito que nos amarraran permanentemente a trabajos baldíos incapaces de saldar obligaciones que se reproducen como cabezas de Medusa. Pero habría que ir con menos prisa y considerar si en estos medios también anidan posibilidades de liberación.
El cuerpo era nuestra carta de presentación. Visible, portador de códigos compartidos, nos permitía asumir una identidad y enviar mensajes sobre quienes éramos. Hoy esos cuerpos están ocultándose. Se esconden del ojo del otro en un narcisismo somático que quizás es parte de nuestra nueva Concepcion de lo público y lo privado. Se esconden en los carros, en paseos por la ciudad en que el cuerpo queda encapsulado por la coraza del automóvil, y si aparecen -endrogados en los semáforos- es para mostrar suplicantes mutilaciones y pústulas. Se esconden también en Internet. Solía ser que los encuentros de los cuerpos, en los bares o en las plazas, principiaran el amor. Hoy es cada vez más frecuente enamorarse on line, a base de una foto o de una descripción mediante la cual se construye la seña de identidad digitalmente. Igual a las compras y a los juegos cibernéticos, sin poner el cuerpo en la línea.
También se esconden los cuerpos en virtud de las segregaciones del espacio. Se oculta el cuerpo enfermo en aséptico hospital, y aún al muerto, expulsado hasta de la funeraria y destinado al crematorio, donde desaparece en acelerada descomposición. Separadas las zonas urbanas por usos comerciales y residenciales, y por clases, por etnias y hasta por preferencias sexuales, se evitan los riesgos -también las oportunidades- de sentir el cuerpo ajeno. En el mall no hay roce de cuerpos sino con cuerpos similares. La muchedumbre de cuerpos se ha dispersado y cuando se reúne es para presenciar pasiva y narcotizada un espectáculo de coliseo o para consumir en el mall, en vez de para ejercitar otras actividades más complejas y participativas. Así, la educación a distancia desplaza el aleccionador cuerpo a cuerpo del salón de clase. Richard Sennet sostiene que las tecnologías posmodernas separan cada vez más la palabra del cuerpo y sugiere que a través de los medios de masas y digitales se experimenta el propio cuerpo de manera pasiva. Y advirtiendo que las relaciones espaciales entre los cuerpos -si se tocan y se huelen, si se ven y se escuchan- influyen en la forma como se reacciona a los otros, pregunta ¿Seremos menos sensibles y concientes de los cuerpos ajenos que nuestros abuelos?
¿Qué consecuencias tiene para el cuerpo estar sentado frente al computador, o habitar los suburbios periféricos, donde solo es posible desplazar el cuerpo en carro? Según Paulo Virilio el mundo queda sometido a una estética de desaparición por la velocidad del movimiento de nuestros cuerpos. Montados en rápidos vectores, en carro y en jet, pero también en las ondas del Internet, nuestros cuerpos no logran captar el mundo sino como sombras fugaces, en sensaciones desdibujadas por la velocidad. Convertidos en perpetuos pasajeros, habitando insulsos malles y aeropuertos —espacios sin historia ni personalidad— los cuerpos no logran enraizar, no encuentran su lugar. Sin tiempo de exposición, no logran registrar el mundo, sino sentir el vértigo del movimiento.
El cuerpo saludable del obrero de Fomento anunciaba la derrota de las malarias y las tisis. En el siglo XX se disparó nuestra expectativa de años de vida. Mientras se conquistaban muchas de las miserias y dolores del cuerpo aparecieron nuevas enfermedades que se relacionan con llegar a viejo —alzheimer y mal de próstata— con contaminantes —alergias y asmas— o con dietas demasiado ricas -obesidades y diabetes. En nuestras ciudades contemporáneas es tan difícil caminar que parece peligrar nuestra definición antropológica, el bípedo no plumífero. La tecnología afecta -quizás más radicalmente que antes- la condición física del cuerpo. Las -acciones necesarias para conducir, por ejemplo, son mínimas respecto de andar o ir a caballo. Hay cierto efecto narcotizador del cuerpo, similar al que siente el espectador que mira en televisión una escalada del Everest. O al que juega soccer (balompié) con el computador. La tecnología libera al cuerpo de la vigorizante resistencia, de la tonificadora incomodidad. Y junto a la tecnología ¿qué futuro le augura al cuerpo la sociedad del postrabajo y del welfare? ¿Sevolverán nuestros cuerpos en vez de máquinas de trabajo cuerpos parásitos, atrofiados en sus funciones por la dulce trampa que los libera de las labores? ¿O por la liberación de tales faenas se redirigirán las energías para propiciar un ocio creativo que revigorice el cuerpo?
Pasando a otro registro, más simbólico, fue en torno a la diferenciación por género donde más pareció cambiar nuestra concepción del cuerpo —su lugar en la sociedad, en los imaginarios y en las vidas cotidianas— en el siglo que termina. La revolución feminista, ese complejo fenómeno gatillado por el devenir del capital y de las tecnologías del trabajo —que dependían cada vez menos de la fuerza bruta— y por la publicación de ciertos libros y la acción política de muchas mujeres y hombres, modificó radicalmente un orden social y sexual que se predicaba en la anatomía como destino. Solía decirse del cuerpo del varón bien socializado en las diferencias de género que tenia pelo en pecho —lo proclamaba la contraportada auspiciada por Charles Atlas en los comics mexicanos de los 50— y que llevaba los pantalones en su sitio. El metrosexual de fines de siglo XX —ese byproduct de la revolución feminista— pareció rebelarse contra tal virilidad. Se afeitó el pecho y se puso los pantalones en la grupa, precariamente sostenidos por las nalgas. Le gustaron los maquillajes y las ropas y los objetos femeninamente suavecitos y floridos y se los echo al cuerpo. Si bien pareció asumir las lógicas del mercado en sus estrategias de consumo, el metrosexual también logro reposicionarse en las prácticas discursivas de género. Como las mujeres empantalonadas, rehizo su cuerpo consumiendo en claves que subvertían la trama del género, comprando para su cuerpo símbolos travestidos, transgresores de los códigos tradicionales de masculinidad.
Hoy parece haber una replica a estos estilos en las glorificaciones del macho cabrío al ritmo del reggaetón; y es que el género musical de mayor difusión en nuestros días parece desdecir mucho de lo que hasta aquí llevamos dicho. Hedonista y retumbadora, esta música no se entiende si no se piensa en los cuerpos expuestos reverberando al ritmo de “café con pan”. Participa de nociones de género que pensamos superadas por la revolución feminista -mujer sumisa y objeto sexual- y por la moda metrosexual -hombre obeso, dominante y bruto. Heredera del hip hop, nacida en la calle de la urbe desolada, muy cerca al punto de drogas y bajo el signo de la fuerza, de la barbarie y de la violencia, quizá no podía ser de otro modo. Pero los cuerpos del reggaetón circulan de maneras complejas con las nuevas tecnologías. Son cuerpos harto culturados —tatuados y perforados— que viajan en carros de enormes bocinas y diminutos volantes, como para enfatizar la percepción y devaluar la acción. Elreggaetón parece ofrecer una alternativa, quizá sospechosa, en la actual polivalencia de modelos para el cuerpo.
Tal vez la fragmentación e hibridez de nuestra sociedad, la profunda complejidad y diferenciación de sus segmentos impidan elaborar un perfil coherente de sus cuerpos. Los contrastes de actitudes frente al cuerpo son agudos y evidentes, baste contraponer as nalgas expuestas en No te duermas y las faldas tobilleras de las religiosas de pandereta. O considerar la genial ubicación de la escultura de Botero, esa celebración de las carnosidades excesivas, sensuales a indolentes de la mujer obesa, frente al edificio brutalmente racional y masculino que alberga los cuerpos adiestrados de los y las burócratas de Minillas.
Marcando las divisiones de clase, a la vez que cuestionando las nociones tradicionales del materialismo histórico, los sectores menos prósperos tienden a ser los más gordos. Mientras las gimnaseras convierten las soyas orgánicas en símbolo de status, las obesas pasan de la manteca de la alcapurria a la grasa transgénica de McDonald”s. Si muchos cuerpos no caminan, otros montan la trotadora del gimnasio o la pista de Parque Central. Y mientras —viva la viagra— muchos cuerpos se medicalizan para provocarse vida, demasiados cuerpos jóvenes van por la droga al suicidio.
Desde luego, habría que advertir que frecuentemente tales opciones de cuerpos operan más allá de las voluntades concientes. De los estudios antropológicos sobre las actitudes y valores de los puertorriqueños ante sus cuerpos destacan los realizados en la década de 1950 en torno al control de la natalidad. Estos estudios concluyeron -sorprendentemente- que los boricuas no planificaban el número de hijos, no por falta de información, ni de acceso a medios, tampoco por falta de deseo o por valores religiosos, sino por simple apatía. Sólo cuando era muy tarde, cargados de hijos, recurrían al método extremo de la esterilización. Hoy el problema de nacimientos mal planificados se concentra en las jovencitas que paren más de la mitad de los bebes del país. Ante sus propios cuerpos parece operar la desidia, el “que se joda”, y que el gobierno arree. Las mismas actitudes parecen permear (in)decisiones sobre dietas y ejercicios. Mientras tanto, la reforma de salud decreta que el principal custodio y responsable de nuestra salud es el Estado.
Por supuesto, hoy parece evidente que nuestra construcción cultural del cuerpo no se limita a nuestras actitudes y valores, y a las prácticas que éstas comportan, sino que la ciencia nos permite recrear materialmente nuestra anatomía. En cierta forma, siempre fue así, desde que inventamos el bastón y la ropa y los lentes, los humanos nos hemos forjado materialmente un cuerpo. Por eso Freud nos llamó el dios prótesis. Pero hoy es evidente que esa capacidad de construir cuerpo se radicaliza, a medida que entendemos las complejas relaciones de genes con ambiente y sociedad y a medida que los cuerpos se vuelven operables. Incluso, hay quien habla del humano post orgánico y del humano como cyborg.
Hoy que se redimensiona la capacidad humana para la creación, que la biología molecular y la informática pretenden en su arrogancia descifrar el misterio de la vida, los retos —peligros y oportunidades— que lanza la cultura al cuerpo no parecen tener precedente, ni siquiera en la imaginación literaria que produjo a Frankenstein. Frente al fatalismo y la apatía, y también frente a los determinismos de la biología y de la cultura, se abren al individuo nuevas posibilidades de control sobre su cuerpo. Pero también se abren al poder nuevas posibilidades de manipulación. Antonio Negri, pesimista, advierte que hoy día los dispositivos discursivos con que el poder regula las prácticas y los cuerpos están siendo liberados por las tecnologías de las comunicaciones y de las prótesis de su localización restricta a instituciones como la escuela y la fábrica, donde se concentraban anteriormente, para colapsarse en realidad virtual, en mismísimo mundo. Pero filósofos como Peter Sloterdijk apuestan a que las nuevas tecnologías operarán en el sentido de posibilitar nuevas dimensiones de responsabilidad humana.
Cuerpos tecnologizados, rehechos con operaciones y prótesis, con pieles tatuadas y sexos reasignados. Cyborgs. Con genes seleccionados y manipulados. Tal encarnación de las tecnologías y tecnificación de los cuerpos parece superar la dicotomía de naturaleza y cultura. Y la gran pregunta vuelve a ser si tales condiciones de posibilidad histórica, que borran más que antes las fronteras entre cultura y biología, nos llevaran por sendas deshumanizadoras trazadas por el poder o nos permitirán, autónomos, tomar control sobre nuestros cuerpos.
Rubén Nazario Velazco
Profesor Facultad de Estudios Generales
Universidad de Puerto Rico- Río Piedras
Autor: Proyectos FPH
Publicado: 27 de septiembre de 2010.