Lo idílico en el Quijote

Lo idílico en el Quijote: La historia de Marcela y Grisóstomo 

 

El Quijote y Sancho

Agradecimientos…

Cuando el Dr. Arturo Morales Carrión, director ejecutivo de la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, me comunicó que su Junta Directiva había acordado invitarme a ser la conferenciante humanista del año 1981, comprendí que esa honrosa distinción respondía más que a méritos personales, al sentimiento de amistad. La he aceptado igualmente movida por el afecto que siento por estos buenos amigos: por Arturo a quien conozco desde que era un jovencito inteligente, reflexivo, comprometido ya con su vocación histórica; por el Dr. Ricardo Alegría, amigo de mucho tiempo, de quien tanto hemos aprendido en el reconocimiento y valoración de nuestra cultura nacional. Para ambos y para mis buenos amigos de la Junta Directiva, mi profunda gratitud por tanta generosidad. ¡Dios me ayude a cumplir esta tarea sin defraudarlos!

A. Cervantes, técnico de la novela

Algunos críticos han censurado a Cervantes por haber interpolado en el Quijote de 1605 varias narraciones novelescas que, según su parecer, no tienen relación con la historia principal del hidalgo y su escudero. Una lectura atenta nos va descubriendo, sin embargo, el íntimo enlace, el papel que esas narraciones desempeñan dentro del plan general de la obra. Cervantes como ha señalado Américo Castro, no tiene nada de “ingenio lego”; es uno de los más audaces experimentadores en el campo de la novela, con plena conciencia de lo que hace y de lo que se propone. El rigor conque compone sus obras, la importancia y relieve conque destaca cada detalle nos da razones suficientes para asegurar que todos los episodios y relatos que aparecen en el Quijote responden a una necesidad, y están cargados de sentido. Uno de los escollos que hay que salvar siempre en la interpretación de toda obra barroca es, precisamente, descubrir el orden riguroso que se oculta bajo el aparente desorden.

El Quijote de 1605, tiene especial interés porque Cervantes, al mismo tiempo que creaba un mito y un símbolo inmortales, plantea dentro de esa novela el tema del arte de novelar y crea la forma de la novela moderna. Si se desgajaran del Quijote el capítulo del escrutinio y todas las discusiones literarias que tienen lugar a lo largo de la narración, descubriríamos una especie de tratado sobre la novela sumamente útil -mejor dicho- indispensable, para la comprensión y análisis de las propias novelas cervantinas. Cervantes ha examinado y ensayado todos los tipos novelescos en boga en el Siglo de Oro. La Galatea, de 1585, es una novela pastoril; Los Trabajos de Persiles y Segismunda, de 1616, una novela bizantina; dentro del Quijote de 1605 hay narraciones pastoriles: la de “Marcela y Grisóstomo”; sentimentales; las de “Dorotea y Cardenio’, picarescas; la de “Gines de Pasamonte”; psicológicas: la del “Curioso Impertinente”; folclóricas, la de la Pastora Torralba; y moriscas la del Cautivo. Este mismo Quijote, y el de 1615, así como las Novelas Ejemplares, tienen ya la nueva forma descubierta por Cervantes, la que el gran novelista cree adecuada para expresar el destino del hombre moderno en su conflicto con la sociedad.

En el “famoso escrutinio” del capítulo VI del primer Quijote, Cervantes examina las novelas de caballerías y las novelas pastoriles y pasa juicio definitivo sobre ellas; condena las primeras al fuego y salva las segundas, aunque se reserva el derecho de expurgarlas. Y en el Prólogo, asegura que su obra “lleva la mira puesta a derribar la máquina malfundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más”. En efecto, los ocho primeros capítulos de la primera parte del Quijote, y varios episodios posteriores, tienen la forma de una parodia de los libros de caballerías, en que las burlas y las veras están sutilmente entremezcladas.

Para el héroe de la gran novela, la lectura de esos libros ha sido mucho más que una distracción: ha trastornado su “delicado entendimiento” hasta el punto de decidirlo a restaurar la orden de los caballeros andantes. De esta manera, Cervantes motiva la presencia del tema literario en su obra y la de todas las discusiones posteriores en torno al arte de la narración.

Desde el punto de vista de las veras, don Quijote -el hombre- ha descubierto su vocación leyendo libros de caballerías y ha cobrado firme conciencia de su ser. “Yo sé quien soy” -dice- “y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia, y aún los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por si hicieron se aventajaran las mías”. Cervantes, aquel lector tan aficionado a leer “aunque sean los papeles rotos de las calles”, señala así el maravilloso poder de la lectura. Y concibe la novela, como luego la verá Unamuno aunque desde el punto de vista ontológico, como eficaz instrumento de exploración del hombre. Si juzga adversamente la novela de caballerías -aunque gustó tanto de leerlas- es porque considera que su forma y su contenido no responden a la nueva circunstancia social del barroco. Y ya no pueden expresar a un hombre que se ha apartado definitivamente de los ideales medievales. Por razón semejante, expurga las novelas pastoriles, porque expresan los ideales humanísticos del primer renacimientoy no los de la burguesía del siglo XVII. La sobrina de Don Quijote, que pertenece a esa burguesía y que vive en el reino de la historia, quiere que las novelas pastoriles también se condenen al fuego; – Ay, señor,” – dijo la sobrina.

Bien los puede vuestra merced mandar quemar como a los demás; porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza”. Pero el Cura, con más discreción, salva las novelas pastoriles. Cervantes las analizará en la segunda parte del Quijote en 1605, a propósito de la historia de Marcela y Grisóstomo. Este análisis y sus resultados serán el tema de esta humilde reflexión.

B. Resumen de la historia de Marcela y Grisóstomo

La Historia de Marcela y Grisóstomo ocupa los capítulos XI y XIV de la segunda parte del primer Quijote. Terminada victoriosamente la aventura del vizcaino (Cap. IX), don Quijote y Sancho caminan dialogando sosegadamente sobre temas caballerescos (Cap. X). Al anochecer, son acogidos por unos cabreros que, con espontánea hospitalidad y cortesía, los invitan a cenar, curan las heridas de don Quijote, y lo obsequian con el rústico canto de un romance amoroso. En medio del convite, don Quijote pronuncia la alabanza de la Edad de Oro, (Cap. XI). En este momento, un cabrero que llega de la aldea vecina trae la noticia de la muerte de Grisóstomo por amores de la pastora Marcela, y anuncia su entierro para el día siguiente. Don Quijote, lleno de curiosidad, pide los antecedentes del suceso y de sus protagonistas, que el cabrero relata con palabras que don Quijote corrige puntualmente (Cap. XII).

Bien de mañana, parten todos para el entierro. En el camino, don Quijote entabla conversación con Vivaldi, otro curioso que también se dirige al lugar de la ceremonia, y discuten sobre la caballería andante y el amor caballeresco. El entierro tiene lugar con mucha pompa, presidido por Ambrosio, amigo de Grisóstomo y escrupuloso ejecutor de las disposiciones semi-paganas de su testamento. Cuando Ambrosio se dispone a quemar los papeles de su desgraciado amigo, Vivaldi trata de impedir que se ejecute tan irrazonable disposición y le arrebata los pliegos de la Canción Desesperada. Ambrosio consiente por cortesía en dispensar del fuego los papeles que Vivaldi ha tomado (Cap. XIII). La lectura de la Canción da lugar al debate sobre la responsabilidad de Marcela en el suceso. En medio de la discusión, aparece la pastora, hermosísima, sobre lo alto de un peñasco. Ambrosio la increpa, y ella contesta con una discreta justificación de su conducta, demostrando su inocencia. Don Quijote comprende las razones de Marcela e impide que la sigan los testigos del entierro, ya deslumbrados y atraídos por su hermosura. Acabada la ceremonia, todos se marchan y don Quijote se dispone a buscar a Marcela, que ha desaparecido entre los árboles. Va tras ella, pero no la encuentra nunca (Cap. XIV).

Marcela desde lo alto de la loma

C. Relación de la historia de Marcela y Grisóstomo con la Primera Parte.

En la primera parte, (Capítulos I-VIII), Cervantes nos había presentado a su héroe don Quijote con todas sus circunstancias sociales y espirituales, nos había descrito las causas de su locura y su firme propósito de hacerse caballero andante, y nos había narrado su primera salida. Las aventuras que le acontecieron, su regreso a la aldea, “molido hidalgo en sosegada caballería”, y los vanos esfuerzos de sus amigos y parientes por curarle de la manía caballeresca -entre ellos, el escrutinio de los libros de su biblioteca. Había comenzado también la descripción de la segunda salida acompañado ya de su escudero Sancho Panza y padeció -por así decirlo- las aventuras de los molinos, los frailes de San Benito y comienzo del encuentro con el vizcaíno. Aquí la narración se interrumpe mientras Cervantes cuenta cómo busca la continuación de “tan sabrosa historia”, movido del deseo de saber la vida y milagros de don Quijote, el primero “que en nuestra edad y en estos tan calamitosos tiempos” se puso al ejército de amparar a doncellas menesterosas y andariegas. Al fin encuentra la continuación en Alcalá de Toledo, entre los papeles de un tal Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y mentiroso. (A propósito del hallazgo, Cervantes habla del arte de la historia y de las cualidades de puntualidad, veracidad, imparcialidad y valor que deben adornar a los historiadores), inmediatamente, pasa a terminar la aventura del vizcaíno. El combate se reanuda con sin igual violencia y la victoria final corresponde a don Quijote.

La primera parte -estos ocho capítulos- exponen el tema general de la novela: el destino del hombre en conflicto con la sociedad; inician el análisis de la personalidad e introducen el tema literario para motivar la locura del protagonista. Como éste se dispone a restaurar en el presente – “en estos calamitosos tiempos”- la caballería andante, contiene, además, implícitamente, una confrontación del presente con el pasado medieval. Los ocho capítulos son, a la vez, una parodia de un libro de caballería, forma novelesca que a Cervantes le parece completamente liquidada en el momento en que se escribe, en 1605. El, Cervantes, actual recaudador de contribuciones, preso por las malas cuentas, contempla, dolido y sonriente en su personaje, los sueños de gloria del héroe de Lepanto y del magnánimo cautivo de Argel, hoy fallidos en una sociedad de “curas, venteros, duques y mercaderes”. Toda la novela esta dada en síntesis en estos ocho capítulos; la segunda y la tercera salidas son ampliaciones muy detalladas de este breve esquema inicial, Y, como en una sinfonía los temas van apareciendo y desapareciendo, enlazándose y separándose, enriqueciéndose con repeticiones y con diversas variaciones.

Al llegar a la aventura del vizcaíno, el novelista se interrumpe para abandonar la parodia del género caballeresco e iniciar la nueva forma de novela; para salvar los elementos de la novela pastoril que pueden aún aprovecharse, descartando todo lo artificioso de su forma; para alejarse definitivamente de los ideales góticos y evocar melancólicamente los ideales más cercanos del renacimiento humanístico, y para darnos el primer acorde, magnífico, del tema del amor.

D. Motivación de la historia de Marcela

El cambio ha sido motivado cuidadosamente. En el capítulo II, don Quijote, cansado y hambriento, mira a todas partes “por ver si descubre algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse”. Llega a una venta, que toma por castillo, y allí se hace armar caballero. En la segunda salida, capítulo XI, don Quijote encuentra la majada de pastores y se guarece en ella. En el capítulo VI, el Cura había salvado del fuego las novelas pastoriles y puesto reparos a su inverosimilitud. Cuando Cervantes busca el ms. de Cide Hamete Benengeli, capítulo IX, le interesa el final de una historia en que el héroe quiere amparar signos dice irónicamente, “en estos calamitosos tiempos aquellas doncellas que andaban con sus acotes y palafranes (y con toda virginidad a cuestas) de monte en monte y de valle en valle; que si o era que algún follón, o algún villano de hacha y capelina, o algún descomunal gigante las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos que, al cabo de ochenta años, que en todos ellos no durmió un día debajo de tejado, se fue tan entera a la sepultura como la madre que la había parido”. Las últimas palabras contiene una burla de la inverosimilitud de tales pasajes novelescos y sirven de preparación y marco al discurso de la Edad de Oro, en que don Quijote, situándose en el plano de la poesía y en el del ensueño de la vida idílica.

Asegura “entonces si que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello…, solas y señeras sin temor de que la ajena desenvoltura y lacivo intento las menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propia voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque allí, por los requisitos, por el aire, por el celo de la maldita solicitud, se les entra la morosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste”. De aquéllas del pasado libres y voluntariosas, será ejemplo Marcela, precioso símbolo de los más puros ideales del Renacimiento. De estas, las del presente, será ejemplo la encantadora Dorotea, que víctima de la “maldita solicitud” y de la “amorosa pestilencia”, tendrá que luchar sola en medio de los peligros del mundo y de la carne, para recobrar su honor y su amor dentro del orden del matrimonio.

E. Sentido de la interrupción de la aventura del vizcaíno; el paso a lo idílico.

Al iniciarse la segunda parte, pasada la violencia del choque con el vizcaíno, el ritmo de la narración se vuelve tranquilo y apacible; ya no hay combates, sino un dialogar sereno sobre temas diversos de conversación. Don Quijote está satisfecho de su triunfo. Sancho, lleno de fe en la ínsula; la noche le sorprende bajo el silencio de las estrellas en la amable y respetuosa acción de los cabreros. Todas estas notas nos van preparando para el ambiente ideal, culto, más poético que verdadero, ver la historia de Marcela. Ya no es don Quijote el hidalgo del innombrado lugarejo de la Mancha, cuya vida discurrió “no ha mucho tiempo” en el personaje de la historia de Cide Hamete Belengeli.

Los sucesos de su vida se alejan del foco de nuestra visión, cobran perspectiva, se amplían, y enriquecen con multitud de personajes y detalles. Para crear en el lector la ilusión de esta nueva dimensión del relato , Cervantes se ha valido del recurso de interrumpir la historia con técnica semejante al “ralenti” cinematográfico: la sucesión rápida de imágenes queda detenida repentinamente en el estatismo de una pintura. La pasión y brío del primer momento -el de la ilusión con que el héroe se lanza a la conquista de la realidad- cede el paso a la serena reflexión sobre el contraste entre pasado y presente, y a la evocación de toda la belleza de unos ideales amados y definitivamente perdidos. La nostalgia de ese mundo idílico es uno de los ingredientes más activos en la vida espiritual del novelista. Así lo comprueban La Galatea, algunos pasajes de La Gitanilla y La Ilustre Fregona, del Pérsiles, y esas palabras conque, en el prólogo del primer Quijote, se lamenta de haberlo engendrado en una cárcel.

El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu, son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravillas y de contento” ¡Melancólica protesta del creador, que se ha visto obligado a robar a su obra los preciosos instantes que malgastó en las ingratas tareas de los empleados del físico!

Margot Arce de Vázquez (Colección digital El Mundo, Universidad de Puerto Rico, Río Piedras)

F. Análisis y sentido de la historia de Marcela

El incidente de la cena de los cabreros desempeña en esta parte del Quijote el papel de pórtico de la historia de Marcela. Cervantes nos ofrece un cuadro de la vida pastoril, tal y como ella es en la realidad. Los cabreros son sencillos, hospitalarios, espontáneamente corteses y caritativos; comen rústicos manjares, beben en abundancia y distinguen y respetan las jerarquías espirituales. Al encontrarse entre ellos don Quijote, sensible al encanto de la naturaleza y a la belleza moral que los rodea, se siente transportado al mundo de la poesía. Obliga enseguida a Sancho a sentarse a su lado y a comer de su propio plato, pues en aquel plano ideal no existen distinciones de clase, sino la suprema y esencial ley del amor que todo lo iguala. Pero Sancho rechaza el don porque -según dice- prefiere comer a sus anchas y sin remilgos. Son, pues, tres planos que Cervantes ha señalado delicadamente: el del hombre natural despreocupado y anárquico representado por Sancho; el de los cabreros que viven una vida sencilla, aunque ya reguladas por unos usos sociales rudimentarios; y el de don Quijote, plantado en la zona de lo universal poético, de la libertad ideal, sólo sometida a la suprema ley del amor. De paso -e implícitamente- con este cuadro se ha revelado toda la falsedad y artificio de los fingidos pastores de las novelas pastoriles.

Don Quijote pronuncia en este momento el elogio de la mítica Edad de Oro. Sus melancólicas palabras evocan la felicidad y perfección de unos tiempos ya idos para siempre. El instante es de profunda belleza: se ha realizado la deseable armonía entre poesía y realidad, entre cultura espontánea y cultura humanística; la unión entre razón y de naturaleza anhelada por el Renacimiento. De una parte, los cabreros; de la otra, el discurso. Ninguna de las dos cosas estorba a la otra. En la maravilla del estilo asoman, aquí y allá expresiones subjetivas con el que Cervantes de 1605 añora los sueños de heroísmo y poesía del cautivo de Argel. La nostalgia de aquellos ideales aún remueve la reflexión serena, fruto de tan agria experiencia. Pero todo es acogedor, todo está idealizado y embellecido; y todo es verosímil, gracias a los hábiles toques realistas del cuadro rústico. Rústico también es el tono del romance pastoril que sigue al discurso. En versos populares, en palabras sencillas y tanto socarronas, el cabrero canta los desdenes de su amada. Y estos versos nada tienen de común con las convencionales. Y cultísimas canciones que se insertan en la novela pastoril. Su función es, justamente, destacar el artificio de éstas.

La narración de la historia de Marcela, que sigue inmediatamente, despierta la curiosidad de todos. Ya antes había alborotado la aldea y dividido las opiniones de los hombres. El tema central de este relato es “el contraste entre las circunstancias del hombre y su modo de ser y de sentir”. Grisóstomo, con su educación humanística, es víctima del desorden apasionado; Marcela, rica y codiciada, lo abandona todo por realizar su vocación de vida contemplativa. Ella, que parece la más libre, se ha sujetado voluntariamente a unos valores ideales; ambos se disfrazan de pastores, no siéndolo. Claramente nos deja ver Cervantes que considera que el estilo de la novela pastoril es el culto y artificioso producto del humanismo. Don Quijote corrige la pronunciación descuidada del cabrero, que narra la historia, para recalcar ese cultismo.

La conversación con Vivaldo, camino del entierro, discurre sobre temas caballerescos. Don Quijote señala que la profesión de las armas es más estrecha que la profesión de los frailes cartujos. El debate no está fuera de lugar en esta parte de la novela en que el mundo de la acción caballeresca se opone al de la contemplación bucólica. La confrontación se expresa por medio de la polaridad Don Quijote-Marcela. El segundo tema de conversación es el de la función de la mujer en el libro de caballerías; Vivaldo condena como moralista aquella definición de la dama. Inmediatamente vamos a comprobar que la mujer dentro de la novela pastoril es satisfacción de los sentidos y causa del dolor o de la infelicidad del hombre. Marcela ha causado la desesperación y la muerte de Grisóstomo.

El entierro tiene lugar con gran pompa y dramatismo barroco. Vivaldo, lee La Canción Desesperada, que contrasta con su cultismo de vocabulario, su artificio de forma, y su petrarquismo de contenido con el rústico romance del cabrero. Los versos provocan la discusión sobre la conducta de Marcela. Aparece ésta, en lo alto de una peña, deslumbrante de hermosura, y pone término al debate con su maravilloso discurso, una de las páginas de más perfecta belleza que ha escrito Cervantes. Marcela resuelve la cuestión de su crueldad afirmando la gratuidad del amor y la superioridad de la contemplación de las ideas.- “Yo conozco con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama”. Afirma enseguida su libertad para escoger estado y declara – “Yo nací libre y para poder vivir libre escogí la soledad de estos campos; los árboles de estas montañas son mi compañía, las claras aguas de estos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas, comunico mis pensamientos y hermosura… Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a éste, ni solicito aquél, ni burlo con uno ni entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas de estas aldeas, y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tiene mis deseos por términos de estas montañas y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera”.

He aquí el espléndido acorde con que se inicia en el Quijote el gran tema del amor. Cervantes comienza por el más alto amor, el amor intelectual en el estricto sentido que Platón le da en El Banquete. Marcela ha rechazado los amores humanos para elevarse a esa cima de perfección desde donde el hombre puede contemplar la eterna belleza. Sus palabras recuerdan los serenos y límpidos versos de la Oda a Francisco Salinas del Maestro Luis de León y subrayan el superior valor de la hermosura del espíritu: – “La honra y las virtudes son adornos del alma sin las cuales el cuerpo, aunque los sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que el cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué ha de perderla la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquél que por sólo su gusto con toda sus fuerzas e industrias procura que la pierda? -Pero ese anhelo purísimo, esa justa preferencia por los valores superiores ha causado una tragedia. A los pies de la sin par Marcela, yace muerto Grisóstomo, víctima del eterno conflicto de los sentimientos, de lo problemático, de las relaciones humanas, del encanto y el misterio de lo femenino.

El discurso de Marcela cierra el relato con el mismo tono ideal con que lo abrió el otro discurso de la Edad de Oro. El perfecto y clarísimo razonamiento, la nobleza de las ideas, el prestigio de la cultura clásica, la serena amplitud del ritmo, la procesión de las palabras deja un impresión de silencios, de armonía… Los circunstantes, subyugados, quieren seguir a la fingida pastora, pero don Quijote lo impide. Sólo él ha comprendido sus razones y ha reconocido en Marcela su igual.

Para ella no será necesario el ejercicio de los deberes de la caballería. Ella se basta a sí misma; su propia virtud la protege de la lascivia. Desaparece entre los árboles y don Quijote la busca en vano, como busca a Dulcinea sin encontrarla. Marcela no es de carne y hueso: es el hermoso símbolo del pasado, ideal y ya perdido para siempre. Por eso, yendo tras ella, don Quijote encuentra el presente representado en la humana y adorable figura de Dorotea; contrarréplica de Marcela. Pero antes de encontrar a Dorotea, don Quijote tiene la aventura de Rocinante y las jacas. (Cap. XV) De la cima del amor platónico, descendemos bruscamente al plano distintivo de los animales. La ironía cervantina se complace en estos contrastes agrios e inesperados, en esta obligación del plano trágico al de lo cómico.

Cervantes se dispone, en la tercera parte a examinar el problema de los conflictos sentimentales en la sociedad barroca del siglo XVII . Para exponerlo relatará varias historias que girarán todas en torno del tema de los dos discursos: el de don Quijote sobre la Edad de Oro y el de Marcela para defenderse de aquéllos, que atribuyen a su desdén, la muerte de Grisóstomo. Cervantes plantea el conflicto entre Virtud y Lascivia que no se había planteado ni en la novela caballeresca ni en la pastoril. En la sociedad barroca, la mujer tendrá que oponer a la lascivia masculina, una virtud heroica y humana, que sucumbirá a veces, a la tentación, pero triunfará al fin, ordenando los apetitos carnales dentro del sacramento del matrimonio, recién revisado entonces por el Concilio de Trento.

También discute Cervantes en esta parte el problema literario de la diferencia entre historia y novela (vida real de los cabreros vs. vida ficticia en la novela pastoril) y, también la validez del género bucólico. Se nos dice que los libros de caballería son género muerto que ya sólo se presta a la parodia. Se salva el contenido de la pastoril -relación humana entre hombre y mujer- pero se condena el artificio de su forma y de su ambiente. Se señala -por último, la necesidad de dar a los conflictos del sentimiento la forma que el medio social urbano les exige. Así, todas las novelas que siguen tendrán forma de novelas ejemplares y analizarán la relación y experiencia amorosa desde el punto de vista psicológico y realista.

Las protagonistas de las novelas siguientes, Dorotea, Lucinda, Zoraida y doña Clara están dotadas de belleza, virtud, realidad humana, conciencia moral; Maritornes será compasiva y Anselmo perderá su vida a causa de su impertinente curiosidad al separarse del idealismo en la novela. Cervantes crea una forma narrativa que, a semejanza de la pintura de Velázquez, abarca con genial mirada todas las dimensiones de la vida humana y sus conflictos, con su turbadora complejidad.

Notas:

1.Este comentario de la historia de Marcela y Grisóstomo se basa, en sus líneas generales, en la aguda interpretación de Joaquín Casalduero vs. I.J. Casalduero, La Composición del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, Revista de la Filología Hispánica, 1940.

2. Ibid, J. Casalduero.

3.”Y así, ¿Qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo, y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?”.


Autor: Margot Arce de Vázquez
Publicado: 23 de septiembre de 2010.