El asedio de la humanidad en Puerto Rico: La represión política
Luis Nieves Falcón, Humanista del Año 2007
Saludo
Antes que nada, quiero dejar consignado mi más profundo agradecimiento a la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades y a su Mesa Directiva por el honor que me conceden esta noche; a mis amigos y colaboradores quienes han dejado a un lado sus compromisos para acompañarme y mostrarme, una vez más, su cariño y solidaridad; al querido hermano Luis López Nieves, quien ha compartido conmigo momentos felices de mi vida; y, finalmente, al resto del público aquí presente. A todos mi afecto y mi abrazo fraternal.
Introducción
Hoy, pienso compartir con ustedes unas ideas las cuales forman parte íntima de mi trabajo académico y profesional, de mi accionar cotidiano vital, el cual me ha llevado a diseñar cursos universitarios y proyectos de investigación reveladores de la historia oculta de nuestra Isla; y, la situación real de los derechos humanos en nuestro país el cual, en ocasiones, ha sido denominado como “la vitrina de la democracia”. Dicho quehacer conduce, obligatoriamente, al análisis de la situación colonial, y sus vertientes más deshumanizantes como lo son el racismo y la represión política.
Hay tres conceptos los cuales ayudan a conformar las palabras de esta noche. Por ello, haré unas breves descripciones de los mismos. Seguidamente, trataré de explicar, también de manera abreviada, el impacto del colonialismo sobre el sentido de humanidad de la persona; luego, pasaré a hacer referencia al papel importante que juega la represión política en el esquema de la dominación colonial; y, finalmente, apuntaré la contradicción esencial entre la represión colonial y la resistencia a la misma.
Los conceptos básicos que intereso dejar aclarados al inicio son los de humanidad, colonia, represión política y el asedio. El concepto de humanidad se afirma en el principio de que las personas por su sola calidad humana tienen al nacer una serie de derechos independientes del fenómeno social y anteriores a él. Dicho de otra forma, la persona tiene ciertos derechos innatos. Con ellos viene al mundo; son anteriores a la sociedad política ya que precisamente para su reconocimiento y garantía es que ella se forma. Esta idea de los derechos naturales se recalca en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, la Declaración del Hombre y del Ciudadano en Francia, inspira los movimientos revolucionarios latinoamericanos y construye el fundamento filosófico principal de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (1948). En ésta se afirma que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos sostiene que son “derechos inalienables entre los cuales esté la vida, la libertad, y la búsqueda de la felicidad.”
El término colonia se refiere a un territorio dominado desde un Estado externo. A la colonia le faltan dos elementos para ser Estado: la soberanía, o sea la capacidad de autodeterminación y autoobligarse, y el gobierno propio. En ella rige la soberanía de la metrópoli y las autoridades impuestas por ella. Por tanto, la colonia tiene dos de los cuatro elementos del Estado: pueblo y territorio, pero no soberanía ni poder político. Estos son los elementos que le faltan para ser Estado. Cuando la colonia reivindica la facultad de autodeterminación, entonces se convierte en Estado.
La represión política se puede describir como la coerción violenta o sutil de la conducta de la persona por el gobierno a través de sus aparatos de fuerza. Sus manifestaciones representan un espectro variado el cual puede oscilar desde el descrédito personal hasta la muerte. El asedio, se refiera a aquella conducta pública o privada la cual trata de impedir sin descanso el pleno desarrollo de los valores inherentes a la persona en Puerto Rico.
El contexto estructural formal en el cual se desarrolla el asedio persistente de la humanidad de la persona en Puerto Rico es el colonialismo; y, su justificador principal; el racismo. El racismo forma parte de la situación colonial en todas partes del mundo. El caso de Puerto Rico no es una excepción. El racismo, de hecho, “permite justificar la situación de explotación y los privilegios de que disfruta el colonizador en la colonia; ya sea éste un gerente de ventas o un asesor técnico de un grupo de trabajo del gobernador. El racismo colonial en Puerto Rico es el conjunto de actitudes prejuiciadas que los norteamericanos desarrollan sobre el o la puertorriqueña para devaluarlos y despreciarlos en lo que concierne a su ser social y cultural“. De ese juicio no se salva ningún colonizado sea este de medianos ingresos o indigente, blanco, negro, mulato o mestizo.
No hay duda de que todas las formas de discriminación representan un atentado a la humanidad natural la cual dota a cada persona de derechos fundamentales e imprescriptibles que no pueden ser enajenados por el Estado. A tono con este modo de pensar es que la Organización de las Naciones Unidas prescribe que “el derecho de los pueblos y las naciones a la libre determinación es un requisito previo al pleno disfrute de los derechos humanos fundamentales”; que el colonialismo es catalogado como un crimen en contra de la humanidad y se prescribe el derecho de todo pueblo o nación sometido a un régimen de dominación colonial a usar todos los medios a su alcance, incluso la vía revolucionaria, para zafarse del yugo colonial. En forma contundente, la Organización de las Naciones Unidas sostiene que: “Un crimen en contra de la humanidad es uno que rebasa las fronteras nacionales porque ofende a toda la gente e impide las buenas relaciones entre los estados nacionales. Por tanto, todos los estados vienen obligados a contribuir a su erradicación”.
El impacto del colonialismo sobre el sentido de humanidad de la persona
La colonización hay que justificarla de algún modo tajante y es el racismo lo que le permite al imperialista, en el caso nuestro al norteamericano, asumir que es superior y los puertorriqueños inferiores. En consecuencia, su país y su modo de vida son los superiores y Puerto Rico y su modo de vida los inferiores. Al asumir esa posición, el norteamericano imperialista que domina a Puerto Rico, desde aquí o del extranjero, justifica cualquier acción con respectos a los supuestos seres inferiores puertorriqueños. Asume que no le está haciendo daño a un pueblo sino, por el contrario, derramando sobre él las “gloriosas” bendiciones de la civilización norteamericana.
Para afirmar esa posición de dominio el dominador ha de degradar al máximo la condición personal del puertorriqueño y sus creaciones culturales; ha de tratar de convertirlo en un objeto físico o en un ser de mentalidad limitada que necesita la protección, el consejo y la orientación del norteamericano que lo oprime y quien tiene el poder. En fin, Es necesario destruir el sentido de humanidad en el puertorriqueño para asegurar su uso continuo como objeto comercial y fuente de ganancia.
En ese mundo, de la degradación del otro, el colonizador “No olvidará nunca hacer resplandecer públicamente sus virtudes, abogará con rabiosa obstinación por parecer heroico y grande, ampliamente merecedor de su fortuna. Al mismo tiempo, debiendo sus privilegios tanto a su gloria como al envilecimiento del colonizado, se encarnizará en envilecerlo. Empleará para pintarlo los colores más sombríos; actuará, si es preciso, para devaluarlo, para aniquilarlo. Pero nunca saldrá de ese círculo: …para justificarse, es llevado a aumentar más aún esa distancia, a oponer irremediablemente las dos figuras, la propia, tan gloriosa; la del colonizado, tan despreciable”. (Albert Memmi, El retrato del colonizado)
Debido a la necesidad continua de llevar a cabo esta degradación no asombra que a través de toda nuestra historia lo norteamericanos hayan hecho esfuerzos considerables por negar la aportación cultural de nuestro pueblo o por reducir su humanidad a una mera condición biológica, frecuentemente bestializada. Es así que, por ejemplo se ha dicho que “los puertorriqueños son sin duda alguna como niños” (Eugene P. Lyle) y que la cosa más importante para los habitantes de la Isla es “sobrevivir y estar contentos” (James Wooten). Nuestra cultura se niega o se menosprecia. De hecho en 1905 se decía que “… su lenguaje es un patois… No posee literaria alguna y tiene poco valor como instrumento intelectual” (Victor S. Clark). En 1961 se apunta que “Puerto Rico es una cultura sin forma, una sociedad sin estructura, es una nación sin tradiciones importantes” (John W. Bennett).
En 1966 un antropólogo norteamericano dice que “…el estudio de Puerto Rico deja en uno la idea de que si hay algunas características o valores que genuinamente pueden catalogarse como puertorriqueños son muy difíciles de enumerarse y mucho más difíciles de corroborar con los métodos de las ciencias sociales”. (Sidney W. Mintz)
El objeto es claro: demostrar la inferioridad de la cultura de los colonizados: los puertorriqueños, y resaltar la superioridad de los colonizadores: los norteamericanos. La superioridad racista atribuida al norteamericano y la inferioridad natural del boricua quedan comprobadas en la mentalidad colonialista en la siguiente exaltación: “…el norteamericano es realista, conciso, exacto, competente, puntual y confiable, el puertorriqueño tiende a ser romántico, difuso indefinido, supersticioso, ineficiente, lento e indigno de confianza. Mientras el norteamericano es moderno, el puertorriqueño es medieval, el norteamericano científico, el puertorriqueño retórico”.
Dentro de todo ese proceso de degradación que el norteamericano hace del puertorriqueño, el lenguaje se convierte en el objeto de sus mayores ataques. En 1899 se decía que “…no parece existir entre la masa del pueblo la misma devoción hacia la lengua materna o hacia cualquier ideal nacional…” y se añadía que “…hay la posibilidad de que sea tan fácil educarlos en inglés y hacerles olvidar su patois como sería educarlos en la elegante lengua de Castilla”. Posteriormente, otros norteamericanos señalan que la mentalidad estrecha de puertorriqueño es lo que les impide abandonar el español, que califican de lengua obsoleta que mantiene al puertorriqueño al margen del mundo comercial y técnico. (Reuter)
El senador Jackson expuso su opinión de que el puertorriqueño debía abandonar su lengua como requisito previo para el disfrute de una mayor igualdad con los norteamericanos. Posteriormente, un comerciante de Young and Rubicam, que vive confortablemente a base de la explotación puertorriqueña, estima irracional el apego a dicha lengua primaria en prejuicio de la de los conquistadores. Obviamente, considera que el inglés es superior al español porque es la lengua de los norteamericanos, los opresores en Puerto Rico. O sea, la lengua se convierte en objeto de ataques viciosos porque es el elemento que le permite al puertorriqueño defender su integridad social y cultural frente al control brutal que los norteamericanos y sus colaboradores extranjeros ejercen sobre todas las instituciones del país en su afán por evitar la recuperación nacional.
El ataque a la lengua corre parejo con la desvaloración de la actividad creadora. ésta puede asumir un espacio emancipador al entrar en conflicto con el esquema de construcción absoluto sobre el mundo que han elaborado los opresores. “En dicho montaje social de dominación las imágenes que condicionan las relaciones interpersonales descansan en la representación positiva del opresor y de la condición de opresión; de la representación despreciativa del oprimido y de todo elemento social o cultural que contribuya a la exaltación positiva de su estimación como persona”. Cualquier desviación de ese esquema que tienda a sacar al oprimido de la posición de inferioridad que le ha sido adscrita, se percibe como una amenaza dentro de ese esquema inflexible de posiciones sociales. Cualquier transgresión es percibida como un atentado al balance existente. Por tanto, hay que asegurar la eliminación de cualquier desafecto para evitar su posible reproducción social entre los oprimidos y asegurar la estabilidad del orden. De esa manera se mantiene la persistencia de privilegios y beneficios que opera a favor de los dominadores.
El temor hacia la dimensión creadora se asienta en consideraciones adicionales. En éstas se destaca la valoración inherente al proceso creativo en oposición a la del mundo oficialista. Además, de la realización, tanto por parte del opresor como del oprimido, de que la imaginación permite a la persona subordinada rebasar las restricciones que le impone su situación material. Al romper ese cerco la persona puede crear sistemas alternativos de ver y actuar con respecto a las cosas que, a su vez, pueden constituirse en metas concretas de cierta autorealización frente al status quo.
Finalmente, el proceso creador es percibido como amenaza porque el mismo es revelador claro y preciso de la humanidad esencial del oprimido. Sólo el ser humano tiene la capacidad para crear imaginativamente. Dicho descubrimiento tiene como resultado el lograr una igualdad humana con el opresor. El opresor crea. El oprimido crea. El creador es un ser humano. El opresor y el oprimido son humanos. Ese hallazgo de esencial igualdad quiebra el esquema de desigualdad-animalización prevaleciente y estimula el cuestionamiento del orden que mantiene al oprimido en posición de subordinación e inferioridad. Se inicia de esa forma la debacle del mundo oficialista colonial y de sus esquemas absolutos.
La coacción de la manifestación creadora asume diferentes vertientes aunque todas ellas están encaminadas a impedir la revelación de lo creado. La más corriente es la de negarle al objeto creado su acceso al campo de la comunicación y la difusión. El mundo oficial lo sepulta para evitar su divulgación generalizada o, en su defecto, para reducirlo a los niveles mínimos de la intimidad. De poder rebasarse exitosamente esta limitación, la destrucción del objeto creado es otra alternativa a la que recurre frecuentemente el mundo oficialista.
Conjuntamente con la estrategia del silencio, prevalece la reproducción social y circulación de la producción anticreadora: aquella cuyo fin principal es hacer normativa la visión que se le enfrenta a la producción creadora para asegurar de ese modo el predominio de la visión estática del opresor. Dicha visión oficialista es la que cambia, borra y termina los hechos y acontecimientos que de alguna manera amenazan la situación colonial. De esa forma dejan de existir y desaparecen de la memoria colectiva. Por otro lado, se remachan como existentes lo que realmente no existe en la colonia, como lo es la imagen de la colonia democrática.
La relación de la producción oficial con las estructuras de poder del Estado tiene otras consideraciones las cuales impactan a la visión creadora. Si ésta se percibe como una de persistente peligro para el mundo oficialista, el precio que paga el creador es el encarcelamiento prolongado o su eliminación física.
A la contradicción de la condición colonial con la lengua y la actividad creadora se añade la persecución oficial de las personas que creen y sostienen el derecho de Puerto Rico a su libre determinación e independencia. Estas personas corrientemente se conocen como independentistas y creen, principalmente, en la creación de una república soberana.
Desde los días iniciales de la conquista de Puerto Rico por los Estados Unidos ha quedado claro cuál es la actitud de la nación conquistadora con respecto a la independencia. En el 1921, el gobernador norteamericano de la isla afirmaba: “…tampoco hay simpatía alguna o esperanza posible en los Estados Unidos para la independencia de Puerto Rico procedente de ningún individuo o de ningún partido político…” En el 1945, el jefe del Estado mayor de los Estados Unidos en un informe secreto afirma: “…el Departamento concluye que es imposible aceptar la premisa de que es posible conceder un estatus soberano a Puerto Rico, y por ello recomienda vehementemente que no debe hacerse ningún otro esfuerzo a favor de tales fines”. En el 1985, otro comandante norteamericano señala: “Puerto Rico es el mejor campo de entrenamiento del mundo para la armada de Estados Unidos… La armada verdaderamente desea este pedazo de bienes raíces” y disfrutar de estar aquí abajo con el pueblo puertorriqueño. Esta oposición a la independencia corre pareja la actitud hacia los independentistas: la persecución política. El análisis de dicha persecución, refleja un claro patrón generalizado que incluye el hostigamiento personal y familiar, la fabricación de casos, la tortura a que son sometidos los independentistas encarcelados (registro al desnudo y aislamiento sensorial total) y la muerte. Los detalles específicos de dicho atropello se detallan en mi última publicación: “Un siglo de represión política en Puerto Rico”. Los Estados Unidos no han vacilado en usar cualquier medio, por degradante que pueda parecer, para evitar que los favorecedores de la independencia se conviertan en una fuerza peligrosa para el régimen de dominación prevaleciente en el país. La política actual es la de considerar a los militantes independentistas y a los que luchan en contra del colonialismo como terroristas. Dicha política, la cual se establece en el 1970 y no ha sido modificada, establece que es necesario “negarles a los terroristas la moralidad de sus acciones” y recalca que: “Sólo un bando puede realmente sobrevivir. Si no se puede neutralizar al terrorista, lo único que podrá evitar que repita sus acciones es la muerte. Un terrorista no puede ser rehabilitado”. Esa política fue la que orientó el asesinato de Filiberto Ojeda Ríos en el 2005.
Represión y resistencia
Dentro de esa situación de represión política generalizada contra un sector significativo de la población, se desarrolla, paralelamente, una lucha de resistencia la cual ha asegurado, hasta ahora, la preservación de la nacionalidad puertorriqueña. Los artistas hacen suyos una revisión de los mitos aprendidos en la colonia y revelan un afán de reinserción en un mundo recodificado mediante la difícil disciplina de las artes que, a fin de cuentas, se realiza mediante una afirmación cultural innegable de lo propio, de lo nacional, incluso arriesgándose a ser exclusivistas y chauvinistas. Pero, sobre todo, hacen suyo lo revelado por el escritor Carlos Fuentes:
El arte le da vida a lo que la historia asesina. El arte le da voz a todo aquello que la historia niega, silencia y acosa. El arte le da veracidad a las mentiras de la historia.
La resistencia política se ve cada vez más amenazada por el incremento represivo del régimen a cargo de los intermediarios locales quienes fomentan estrategias de miedo dirigidas, principalmente, a socavar los derechos económicos y sociales de la mayoría del pueblo. En consecuencia, las características de esa represión sistemática todavía persisten. Ha tocado todas las instancias de la vida puertorriqueña, ha normalizado el hecho represivo en Puerto Rico, hace evidente la internalización del miedo a combatir al opresor y la tendencia a evadir el compromiso público a los fines de asegurar la preservación de los logros sociales y económicos obtenidos a nivel individual.
A pesar de la imagen horrorosa que confrontamos al momento, hay signos de esperanza, particularmente entre los sectores populares, los cuales parecen apuntar hacia un destino claro: la necesidad de desarrollar una estrategia de recuperación integradora y mayor conciencia de que la experiencia traumática del colonialismo, el racismo y la represión que lo acompañan, exige una solución traumática que afronte con valor y dignidad los mitos coloniales que atentan contra la humanidad esencial de cada mujer y cada hombre puertorriqueños. Les invito a trabajar por la expansión de ese margen el cual guía a la tierra del pitirre esperanzada por los caminos azarosos de la liberación.
Muchas gracias.
Autor: Luis Nieves Falcón
Publicado: 28 de abril de 2015.