
Portada Puerto Rico en el mundo
En la cultura política puertorriqueña, no se suele distinguir con claridad entre lo que se conoce como política y el concepto de lo político. Esta desafortunada confusión del lenguaje popular no es accidental ni exclusivamente nuestra. Más que de la ignorancia o de la falta de interés, esta deficiencia emana del discurso reduccionista de los partidos políticos y de la insistencia de los medios de comunicación en limitar el tema político a los asuntos relativos a las luchas de poder, otorgándole a los líderes partidistas el estatus farandulero de celebrity, mientras asignan a sus ubicuas a infantiles pugnas la categoría de eventos noticiosos.
El concepto de lo político, en cambio, aunque no evade el tema de los conflictos sociales, incluyendo las luchas de poder, se refiere más bien a los asuntos fundamentales respecto a como organizar la convivencia. Incorpora, por lo tanto, la consideración de visiones de política social, manteniendo siempre en primer plano las formas viables y deseables de organizar el Estado. El campo de lo político incluye, entre otros asuntos, los principios de igualdad y de inviolabilidad de derechos ciudadanos o humanos; el método electoral, con sufragio universal, para determinar la sucesión del poder; la configuración constitucional del Estado de Derecho; la solución efectiva de conflictos sin recurrir a la violencia; la responsabilidad del Estado ante el bienestar de sus ciudadanos y sus límites en el ejercicio del poder; y los mecanismos de participación ciudadana en la formulación de políticas públicas. Otro tema fundamental es el de la autonomía del individuo ante el poder del Estado. En otras palabras, todos los conceptos centrales de organización social, estructurales y coyunturales, nos remiten al pensamiento de lo político; como lo es también la crítica, teórica y empírica, de sus principios y experiencias.
En cambio, cuando hablamos de política nos remitimos, en el mayor de los casos, a las luchas de poder; a las pugnas por el control de las instituciones del Estado; las cuales se montan, en los sistemas democráticos, sobre la manipulación de la opinión pública. En este campo particular, donde la arena principal son las contiendas electorales, los protagonistas son los partidos políticos y sus líderes, los cuales desarrollan destrezas organizativas y comunicativas con el propósito principal —por no decir único— de prevalecer en las elecciones. En las democracias modernas, por lo tanto, la agenda política es unidimensional en tanto subordina toda acción a sus objetivos electorales. En torno a estas instituciones, las sociedades posmodernas han erigido una infraestructura enorme de servicios profesionales: organizadores, encuestadores, publicistas, comunicadores, funcionarios de partido, financieros, asesores tecnocráticos y legales, etc. Aquí también juega la complicidad activa de los medios masivos de comunicación, sin lo cual no es posible establecer vínculos comunicativos entre los partidos y los sectores electorales.
La estructura del proceso electoral, en tanto se afinca en los principios y fundamentos legales de la vida democrática, dota a esa actividad política de legitimidad, a pesar de sus excesos y tendencia a trivializar lo político. La necesidad de comunicar las ofertas de cada partido junto a las cualidades de sus líderes, mediante campañas electorales, significa una bonanza económica para los medios de comunicación comerciales. El costo cada vez más alto de las campañas hoy, se canaliza hacia los medios masivos de comunicación, lo que explica en parte la complicidad de estos con los partidos y su clara tendencia a privilegiar un discurso banal que personaliza las alternativas programáticas y exacerba el ánimo tribal de las formaciones políticas. El resultado desafortunado del giro que ha tomado el proceso electoral, es la proliferación de un discurso partidista y mediático trivial y en ocasiones demagógico, que deshecha lo político ante la búsqueda del poder, de la política.
Este divorcio entre lo político y la política, ha generado un sentimiento de desilusión ante la clase política y el discurso electoral; lo cual resulta a su vez en la tendencia, cada vez más generalizada, de desvalorar y abandonar el campo de la política. Desafortunadamente olvidamos que al así hacerlo, también descuidamos el dialogo sobre lo político; es decir, sobre los aspectos visionarios fundamentales del Estado y de política pública sin lo cual no es posible hacer un país ni pensar el porvenir.
De la redacción Puerto Rico en el mundo
Autor: Proyectos FPH
Publicado: 22 de enero de 2008.