El pensamiento latinoamericano en los últimos siglos, se ha estructurado fundamentalmente (no únicamente) sobre la base de la disyuntiva modernización/identidad (o dicho más ampliamente ser-como-el-centro versus ser-nosotros-mismos), como ha ocurrido también en las otras regiones periféricas.
En China, en la India, en Japón, en el mundo árabe, eslavo o ibérico, en Afrecha y en América Latina, la intelectualidad (renovada y remecida por efectos del impacto colonial e indistintamente de sus antecedentes culturales o religiosos) ha pensado la realidad en el marco de dicha disyuntiva.
Por ciclos y espirales, desde mediados del siglo XIX, diversos grupos de pensadores latinoaméricanos (sea por modas, generaciones, escuelas) han ido acentuando lo modernizador o lo identitario. En cada periodo histórico se ha atribuido una especificidad a cada uno de estos dos elementos. Esto quiere decir que lo modernizador ha cambiado en cada época, moldeado de acuerdo con cuestiones específicas que provienen de aquellos países que parecen ir a la vanguardia del progreso, y tienen como símbolo alguna tecnología, usan un lenguaje determinado, etc. Algo parecido ocurre con la identidad. La preeminencia de una opción ha significado la disminución, aunque nunca la desaparición, de la otra. El pensamiento latinoamericano se juega en esta disyuntiva y en la búsqueda de conciliación.
En sucesivas oleadas, la modernización y la identidad se alternan claramente desde mediados del siglo XIX y, aunque más borrosamente, incluso desde antes. Lo modernizador ha sido acentuado hacia 1850, 1890,1940, 1985; lo identitario, por su parte, hacia 1865, 1910, 1965, 2000.
Antes de 1850, la generación de los civilizadores, con Domingo F. Sarmiento a la cabeza, marca la primera formulación fuerte y coherente del proyecto modernizador, en el que se matricularon Victorino Lastarria, Francisco de Paula González Vigil, Justo Arosemena y Juan B. Alberdi, entre otros. Luego, durante los años 60, en el marco de los ataques europeos a América Latina, se desarrolla un planteamiento americanista de reivindicación identitaria, liderado por las obras del chileno Francisco Bilbao; a esta tendencia se hacen sensibles incluso quienes habían rechazado lo americano como bárbaro así como quienes reivindicarían las formas autóctonas, como en el caso de José Hernandez. Sucedió a esta onda una nueva acentuación de lo modernizador que se identificó con el positivismo de los años 80 y 90: los “científicos mexicanos”, la generación del 80 en la Argentina y aquella posterior a la guerra del Pacífico en Perú; autores como Valentín Letelier, Eugenio Maria de Hostos, entre otros y, en Brasil, el grupo que promovió la república y el abolicionismo.

Tabla modernizador
A comienzos del siglo XX aparece una nueva onda identitaria que cristaliza en la obra de José E. Rodó, sin menoscabo de obvios antecedentes. El arielismo, una posición de reivindicación culturalista de lo propio, tiene expresiones importantes, además de Uruguay, en Perú, México, Colombia, Cuba y Argentina. Florece por esa época un movimiento protonacionalista que es convergente con el arielismo en Chile, Argentina y Brasil. En Centroamérica se desarrolla el paganismo. Luego de la Primera Guerra Mundial este afán identitario se hace más social y se centra en el campesino y en el indio como verdaderos depositarios de lo propio: es la época en la que florece el indigenismo e incluso el afroamericanismo. Después de la crisis mundial del 1929, el énfasis en la defensa y autonomía de nuestras economías marcará una nueva forma de identitarismo; a lo culturalista y lo social sucede la reivindicación de la identidad bajo un aspecto económico.
Desde fines de la década del 30 y sobre todo en los años 40 y 50 se acentúa nuevamente lo modernizador en la línea de la CEPAL (Comisión Económica Para América Latina), cuando se propone con fuerza el proyecto de industrialización, Raúl Prebisch, inspirando a toda una generación de cientistas sociales e ingenieros, sintetiza la necesidad de modernizar la producción, las estructuras y la educación. Junto a Prebisch se agrupan Celso Furtado, Aníbal Pinto, Jorge Ahumada y Adolfo Dorfman, entre otros.
El cepalismo y el pensamiento industrialista se van debilitando o modificando en los años 60, dando paso a una nueva y breve onda identitaria. Esta tendencia alcanza un fuerte impulso luego de la Revolución Cubana, con las ciencias sociales que utilizan el concepto “dependencia”, uno de cuyos principales exponentes es Fernando H. Cardoso; también con la educación liberadora de Paulo Freire, la teología de la liberación de Gustavo Gutiérrez, la filosofía de la liberación de la Escuela de Cuyo, junto con el latino americanismo de Leopoldo Zea. A mediados de los 70 va a levantarse la opción neoliberal que cristaliza en los 80 con un nuevo proyecto modernizador. Ejemplo de esto son los escritos de los chilenos Fernando Monckeberg y José Piñera, de los peruanos Mario Vargas Llosa y Hernando de Soto, del venezolano Carlos Rangel, así como los escritos políticos de Octavio Paz.
A fines del siglo XX, aparece el grupo de los estudios culturales que, matizadamente y en buena medida contra el neoliberalismo como sistema, estudia y pone énfasis en las cuestiones identitarias. Deben destacarse en esta escuela, Néstor García Canclini, Jesús Martin-Barbero, Beatriz Sarlo y Hugo Achurar, entre otros.
Ahora bien, si disyuntiva ser-como-el-centro versus ser-nosotros-mismos, de algún modo ha sido “necesaria”, habiendo aparecido por todas partes, casi siempre por generación espontánea y no por influencia, no es exclusiva ni eterna. Incluso más, puede afirmarse que es una estructura de pensamiento que opera como un medio espeso: hace fácil flotar o nadar al inexperto que aprende, pero hace difícil desplazarse al avezado que desearía nadar muy rápido. Para hacerlo habría que cambiarse de medio: superar esta disyuntiva para pensar sobre la base de otra estructura. Este medio espeso, que fue un facilitador, se ha transformado en un obstaculizador. Aquí el paso hacia la noción de un quehacer de mayor calidad o perfección, indistintamente de si se afirma lo identitario o lo modernizador, parece clave. Al parecer las regiones más exitosas del mundo han abandonado esta disyuntiva en vistas a otras que les permitan mejor performance: mejor democracia, tecnología de mayor calidad, mejoramiento en la profundización identitaria, excelencia de la educación y óptima expresión de la propia cultura.
Opciones más elaboradas (como lo identitario o lo modernizador, lo socialista o lo neoliberal, lo agnóstico o lo creyente) han hecho olvidar en demasiadas ocasiones, y en otras han estado dispuestas a sacrificar sin remilgos, cuestiones básicas como la calidad y la honestidad. Estas, por básicas, parecen obvias o innecesarias, pero precisamente por básicas son cimientos de cualquier construcción mayor. La perversión de pretender la implantación de la democracia, a través de la corrupción, o el desarrollo económico, sin asumir la necesidad de estándares de calidad y de respeto a las normas éticas, es un contrasentido. En América Latina, la tensión entre opciones no debe olvidar que la feliz realización de la propia opción, si es la mejor, debe ser afirmada sobre un trabajo de mayor calidad-honestidad. Ello nos mejora a todos, como latinoamericanos y como seres humanos. La importancia de la calidad y la honestidad, dos caras de la misma cosa, debe ser la común tarea consensual en una Latinoamérica estancada, en buena medida, por escamotearlas en vez de asumirlas
Características del proyecto moderniazador
1-Visión de la historia como un proceso único en que unas regiones van más adelante y otras más atrasadas deban “ponerse al día”
2-Acentuación de lo tecnológico, de lo mecánico en desmedro de lo cultural, lo artístico y lo humanista.
3-Convicción que son los países más desarrollados o sus habitantes quienes pueden en mejor forma promover la modernización de nuestros países; por ello se propician formas de intervencionismo o de radicación de ciudadanos de aquellos países para que importen con ellos sus pautas culturales. Por tanto de lo que se trata es de abrirse al mundo.
5-Desprecio de lo popular, de lo indígena, de lo latino, de lo hispánico, de lo latinoamericano.
5-Búsqueda de la eficiencia, la productividad, en desmedro de la justicia y la igualdad.
Características del proyecto identitario
1-Visión de la historia como un proceso heterogéneo, donde diversos pueblos y culturas van haciendo su propio camino hacia un destino peculiar. Aquí la noción de “ponerse al día” pierde todo sentido.
2-La valorización de lo cultural, lo artístico, lo humanista en desmedro de lo tecnológico (sea por olvido o por desprecio).
3-El no intervencionismo de los países más desarrollados en América Latina, la reivindicación de la “independencia” y de la “liberación”. Por tanto, se trata más bien de cerrarse ante el peligro que representan esas regiones.
4-Un énfasis en el encuentro consigo mismo, con el país, con el continente. La reivindicación y defensa de lo americano, de lo latino, de lo indígena, de lo propio.
5-Acentuación de la justicia, de la igualdad, de la libertad, en desmedro de la eficiencia y de la productividad.
Eduardo Devés-Valdés
Historiador, profesor e investigador
Instituto de Estudios Avanzados
Universidad de Santiago de Chile
Author: Proyectos FPH
Publicado: 27 de septiembre de 2010.