
Humanistas del año 1993: Manuel Álvarez Nazario y Josefina Rivera
La literatura como signo raigal de la puertorriqueñidad
La literatura puertorriqueña ha sido y es en su conjunto, por los intereses que impulsan y sostienen su factura, un bastión de fuerza defensiva y resguardadora de nuestros contornos individuales y nacionales. La pléyade de escritores, que surge a partir de los comienzos en el tiempo de nuestras letras, en 1843, y sus sucesores y continuadores, considerando su quehacer hasta estos momentos del presente que hoy vivimos, testimonian el empeño de afirmación de la puertorriqueñidad, de una clara conciencia de patria.
Inmersos en la lucha continua de poner a salvo nuestras huellas digitales como pueblo, nuestra autenticidad como puertorriqueños, habrán de darse estos escritores, a la tarea de desentrañar la especificidad de nuestra particular manera de ser; y de señalar cómo ese modo peculiar de ser y sentirse puertorriqueño, de ser y vivir la patria, moldea con orgullo el sentimiento de la tierra natal. Bucearán así en el hondón del ser colectivo isleño a través de su reflejo en el paisaje, profundizarán en las experiencias relativas al ser y circunstancia del hombre puertorriqueño como tal, así como también hurgarán en el cúmulo de sus costumbres, ideas y mitos que se proyectan en el tiempo: leyendas, tradiciones, cantos, bailes y otras diversiones de raíz popular, etc. Se adentrarán en su historia buscando penetrar las esencias recónditas del alma isleña, para de ese modo poner de relieve el ser radical de nuestra idiosincracia propia; esa manera inconfundible del ser insular nuestro, y a través de ello poder auscultar los diversos y graves problemas que aquejan a la sociedad. Y en consecuencia, poder llegar a plasmar en las obras escritas las realidades complejas y perturbadoras que se agitan, tanto en el ámbito del mundo material como en los niveles del mundo espiritual.
Nuestros literatos han querido y quieren que el hijo del país sea dueño de un profundo y verdadero sentido histórico que le permita cobrar conciencia de sus raíces; para que de esta forma pueda llegar a descubrir su verdadero ser. Aspiran a percibir, las obras de nuestros hombres y mujeres de letras, esas realidades del propio ser que se manifiestan desde la intrahistoria, impulsados por la energía vital que se vierte en el grupo social, caracterizadas en nuestro caso, desde lo más profundo de la esencia íntima, por corrientes que proceden en el triple tronco étnico insular de lo ibérico, lo indígena antillano y lo afronegroide.
En los renglones por delante en esta conferencia habremos de dar cuenta de cómo se perfila en el tiempo hasta el presente la sustanciación por la vía literaria de nuestro ser raigal puertorriqueño, si bien, por el abultado espacio cronológico de cerca de siglo y medio que ha transcurrido desde nuestros comienzos literarios hasta hoy, vendremos obligadas, a tono con la limitación de tiempo que nos auto-imponemos para este análisis, a ceñir la exposición de estudio temático a tan sólo algunas figuras y obras de mayor relevancia histórica y significativas en nuestra marcha de creación en las letras.

El Gíbaro de Manuel Alonso, obra costumbrista
El paso decisivo en el camino del tema propuesto habrá de proporcionarlo Manuel A. Alonso, iniciador del cultivo del criollismo nacional, y el primero de nuestros autores que habrá de hacer de Puerto Rico un motivo apropiado para la elaboración en el campo de la literatura. Su obra El Gíbaro(1849), inicial realización de importancia en la historia de las letras en el país, representa un apretado haz de vivencias particulares en el seno de la sociedad puertorriqueña del siglo XIX, de especialísimo valor como documento estudioso de nuestras raíces en el preciso momento de su aparición, cuando aún se encontraba en vías de consolidación la esencia y análisis de nuestra personalidad de pueblo hispánico e hispanoamericano.
En la obra citada, presenta y critica Alonso tanto la sociedad campesina como la que se ubica en las zonas urbanas, abarcando todas las capas sociales, desde los niveles de la burguesía criolla hasta los estratos más humildes del pueblo, dándose así su autor, en el primer literato del país que intenta definir los perfiles de nuestro ser, y asimismo el primero que habrá de llevar el espíritu insular al plano de la obra literaria. Este criollismo en las letras que ensaya Alonso se extendería a partir de él por todo el ámbito temporal de los finales del XIX. Presentarán en sus obras los autores que lo siguen la vida general del pueblo puertorriqueño, con especial atención a sus raíces tradicionales y a los problemas sociales que dan tono y condición al drama de nuestra sociedad. Cabría mencionar, entre otras figuras de mayor importancia, los nombres de algunos escritores como: Manuel Fernández Juncos, Cayetano Coll y Toste, Ramón Méndez Quiñones.

Alejandro Tapia y Rivera (1826-1882)
Por la ruta que despejara Alonso, que apuntaba ya como flecha que hiere la realidad del país y de nuestro ser, seguiría también Alejandro Tapia y Rivera. De la voluminosa producción poligráfica de este otro escritor, sólo un manojo de sus obras se hace eco de su preocupación y sentir por la patria, pero se hacen representativas de su empeño tenaz: ahondar en la realidad material y en la dimensión humana del Puerto Rico de su época. Dos de sus ensayos más extensos, Vida del pintor puertorriqueño José Campeche y Noticias históricas de Don Ramón Power, son ejemplos dramáticos de su interés por definir y aclarar los caracteres de nuestra particular esencia de pueblo criollo americano. De naturaleza en parte relacionada con las anteriores obras, viene a serlo además el libro autobiográfico Mis memorias o Puerto Rico como lo encontré y como lo dejo, de publicación póstuma en 1928, tomo que nos permite penetrar en el terreno de las maneras de ser y vivir del hombre del país en su tiempo, y el cual no queda libre de su actitud crítica frente a los aspectos negativos que manifiesta aquella sociedad.
Con la llegada del romanticismo a Puerto Rico, hacia finales del primer tercio del XIX, apuntará ya con claridad meridiana la idea de nuestra conciencia nacional. La obra de Eugenio María de Hostos, máxima figura del hombre intelectual en nuestro medio, en todos los tiempos de la historia insular, se hace eco de los empeños de uno de los forjadores de la cultura moderna en la Isla y en nuestra América, y de los entusiasmos constructores del concepto de la patria puertorriqueña, juntamente en estos respectos con figuras de la talla de Ramón Emeterio Betances, Segundo Ruiz Belvis, José Julián Acosta, Román Baldorioty de Castro, entre otros.
Hostos simboliza, por su proyección universal, la cumbre de este proceso de nuestras letras en el siglo XIX. Son múltiples sus escritos en los cuales podríamos encontrarnos con su escozor espiritual ante el panorama que le presenta la realidad isleña que conoció, y en cuyos trabajos expone y analiza con doloroso sentir los problemas políticos, sociales y culturales que pasan sobre el suelo natal, poniendo de relieve su profundo sentido de hijo de nuestra isla. Se preocupa nuestro escritor por el estado de coloniaje que padece el país, por el estado en que se encuentra la educación, por la situación física de la población, en especial la que ubica por las zonas rurales. Indignado, describe esa parcela de nuestra sociedad, y sus palabras nos ofrecen la visión de un pueblo enfermo que es preciso salvar de la muerte.
Enmarcado como está su patriotismo en realidades muy concretas y específicas, habrá de exponer con justa ira la enajenación de la tierra propia que sufre la clase de los intelectuales de aquel tiempo, y así nos dice en Madre isla las palabras que siguen:
A fuerza de enviciados por el coloniaje, ni aún los hombres más cultos de Puerto Rico… se dedican a tener iniciativa para nada, ni a contar por completo consigo mismos, ni a dejar de esperarlo todo de los representantes del poder.
En las páginas del Diario que nos legó, realizado al margen de su gigantesco quehacer por los confines de la América que lo viera pasar, nos habla de sus múltiples inquietudes como hombre de pensamiento y de letras, como patriota y luchador incansable por la libertad, la justicia, el deber y el patriotismo. Recordemos como muestra de ello unas palabras que tomamos del mismo, escritas el 14 de septiembre de 1869:
Amamos a la patria porque es un punto de partida; la razón no sabría encontrar el punto de partida si no fuera por el terruño cuya imagen atrayente vemos por todas partes.
La peregrinación de Bayoán, novela que resume su gran preocupación por el suelo patrio y por la Antillas hermanas, ahondando raíces en la tierra, es un valiente planteamiento de patriotismo, de justicia social y de humanidad, y aún en España, en su tiempo, llegaría a ser reconocida como “la aparición de la conciencia del siglo XIX”. A través de sus obras, y con el ejemplo de su propia vida, quiere enseñarnos la verdadera moral como única manera de encontrar el camino para salvar la patria.

José Gualberto Padilla
El sentimiento de la puertorriqueñidad habrá de insuflar gran parte del quehacer literario en el campo de la poesía lírica de nuestro siglo XIX a partir de 1843. Serán numerosos los autores representativos de una poesía entregada a la recreación de la imagen de la patria en términos del más puro amor, expresado en forma tierna y apacible, pero de desbordante sentir por el solar natal. La tendencia más notable de esta vertiente poética la encontraremos en los versos del más grande de los poetas románticos isleños, José Gautier Benítez. La honda expresión de amor patrio en este autor queda recogida sobre todo en su famosa trilogía dedicada a Puerto Rico (“Ausencia”, “Regreso”, “A Puerto Rico”). Será en este último poema en el que alcanzaría su punto culminante el sentimiento por la tierra de nacimiento, al exaltarse en el mismo, con encendida y profunda emoción, la belleza natural del lar nativo, y a la par destacándose los rasgos distintivos del ser puertorriqueño, visto en comparación con el resto de nuestros hermanos nacidos en otros países hispanoamericanos.
Por otra parte, en nuestra ojeada a la poesía insular del XIX considerada desde el punto de vista particular de cauce del sentimiento de la patria, no podemos dejar de mencionar a Lola Rodríguez de Tió, mujer de gesto valiente ante la injusticia política. Los versos de esta autora llevan impresos los rumores de nuestra tierra en los rasgos de vibración patriótica frente al dolor del suelo natal.
Una segunda época en el proceso histórico del verso romántico del país había de tener comienzo en 1880, tiempo de incitaciones a la rebeldía, cuando aflora una poesía patriótica de signo cívico de combate, de eminente vinculación con el quehacer lírico político tan cercano al corazón de los seguidores del romanticismo. Será Luis Muñoz Rivera el más alto exponente del reclamo libertario frente al despotismo colonial imperante. Bucea este poeta en el hondón de los infortunios y desgracias del país para darnos una obra lírica inflamada con la fuerza dramática de su agonía patriótica y de su amor por la libertad. Inolvidables son muchos de los poemas que refine en el libro titulado Tropicales, como “Nulla redemptio est”, “Minha terra”, “Sísifo” y “Paréntesis”, composición la última que entronca, por su melancolía y emotiva rememoración del suelo patrio, con la primera vertiente de realización lírica romántica antes aludida. En su estrofa final se reafirma rotundamente Muñoz Rivera en los principios de lucha por la patria que dieron tono y sustancia a su actividad política y a su expresión poética.
Importante es también la figura de José Gualberto Padilla (El Caribe), cuya poesía civil y patriótica de intenciones satíricas se inspiraba por lo común en actitudes de militante rebeldía contra el despotismo del gobierno colonial, así como en su rechazo del elemento reaccionario peninsular que menospreciaba a lo criollo puertorriqueño. Por ello se le considera como “uno de los portavoces de la conciencia de la dignidad criolla”. Su “Canto a Puerto Rico”, inconcluso a su muerte, lleva a cimas de belleza el cultivo del tema patriótico. Aspiraba dicho poema a pasar revista lírica a las esencias materiales, históricas y espirituales de la isla natal. Cabría mencionar también a Francisco Gonzalo Marín (Pachín Marín), poeta del destierro y luchador incansable por la independencia de Cuba y Puerto Rico. Su consagración como lírico, por encima de todo, al culto de la patria, en versos robustos y sonoros, plenos de rebeldía, lo convierte en uno de los grandes bardos puertorriqueños de todos los tiempos.

Manuel Zeno Gandía (1855-1930)
La observación, de la realidad objetiva como fuente de cultivo literario habrá de ser la característica distintiva de la narrativa realista-naturalista que se produce en el país, a partir de 1884, a manos de escritores como Francisco del Valle Atiles, Salvador Brau, Matías González García y Manuel Zeno Gandía, entre otros. La obra de este último, Zeno Gandía, surge directamente de sus grandes preocupaciones frente a las dificultades varias del hombre puertorriqueño de su tiempo. Su compromiso con la historia de nuestro pueblo lo llevaría a desarrollar en función de novelista (en la serie de sus Crónicas de un mundo enfermo una obra consagrada al análisis, con franqueza y valentía, de la problemática material y moral, y asimismo política de su isla de nacimiento.
Poco antes de iniciarse el siglo XX ocurre en Puerto Rico el trágico desgarre histórico que vino a significar el 1898, causa que pone en grave peligro nuestro destino como pueblo, nuestra cultura patrimonial, nuestra personalidad de nación iberoamericana. Si las últimas seis décadas del siglo XIX labraron los fundamentos de la puertorriqueñidad cultural, a lo largo de los tiempos ya transcurridos durante la presente centuria, veremos cómo esa disposición de patria y cultura habrá de continuarse e intensificarse como medio de mantener la dignidad propia a la luz de las esencias históricas del país. Será a través del pensamiento de un importante núcleo de patriotas literatos, que se constituyeron en herederos de aquellos fundadores decimonónicos de nuestro ser nacional, que habríamos de sobrevivir la terrible conmoción que nos creara el 1898. La referida resistencia cultural supondrá en cierto modo la superación de las intenciones manifiestas -declaradas o no- de avasallar nuestro primigenio ser, al amparo del nuevo orden colonial, llevándolo por cauces ajenos a la personalidad tradicional del pueblo isleño. Con signo opuesto, empero, los escritores del país habrán de continuar refinando los perfiles de la cultura insular heredada, asumiendo en el curso de dicha tarea, a lo largo de este siglo, una valiente posición vertical de afirmación terrígena.
Esto habrá de explicar por qué el modernismo primero de los movimientos literarios que nos llegan en la nueva centuria hubo de representar esencialmente unas posturas de carácter nacionalista e iberoamericano. Con la fundación de la Revista de las Antillas, órgano vital de nuestro modernismo y del momento neurálgico y conmovedor que vivía la historia del país en aquellos años, quedarían sembradas las claves explicativas de la trágica inquietud de patria y cultura que nos asolaba. “Lo terrible de nuestra realidad” que dijera De Diego, la urgente necesidad de afirmar nuestra personalidad como pueblo, sumidos como estábamos en el vórtice de un punto histórico ambiguo, todo ello habrá de saturar de política patria y tradición la obra modernista en el campo de las letras al modo puertorriqueño, motivando el surgimiento de un despertar espiritual isleño que habría de ahondar raíces en lo indígena, en lo criollo, en lo iberoamericano. Se darán así nuestros escritores a la defensa y exaltación de la lengua vernácula,de las esencias tradicionales de la tierra natal, de las raíces del pueblo puertorriqueño.

Virgilio Dávila (1869-1943)
Habrá de ser José de Diego, en Puerto Rico, síntesis de los módulos líricos que se dilatan desde el romanticismo hasta el modernismo. Situado ante los acontecimientos históricos que trajeron consigo el cambio de soberanía en la Isla, y adolorido ante la incógnita que planteaba el destino político y cultural de Puerto Rico, “país infausto, siervo en peligro de muerte”, declara aquel poeta su propósito de consagrar en adelante su verso al servicio del país que lo viera nacer. Su lira, de entrañable acento puertorriqueño, lanzará al aire los sonidos de sus cuerdas más vibrantes, el grito a la par viril y angustiado que surge de su apreciación de la injusticia política en la cual se encontraba yacente el país. Cultivaría así una poesía civil de afirmación de los valores de la hispanidad y de la raza latina, con conciencia iberoamericanista y antillana. Su voz se alzará, tanto en Cantos de rebeldía como en Cantos de pitirre, en pro de la libertad de la patria, llegando a representar en conjunto dichos dos cuadernos líricos, una de las más indomables e intransigentes posturas frente al problema fundamental de la colonia.
Luis Lloréns Torres es uno de los poetas cumbres en la historia de la lírica puertorriqueña, figura central del modernismo insular, fundador de la Revista de las Antillas, vocero que fuera a modo de tabla de salvación para nuestra puertorriqueñidad desde antes de llegar a cerrarse las dos primeras décadas del siglo XX. Su pasión por la patria se traduciría en la forja de una poesía de aliento cívico que tendría como sus dos propósitos principales conmover nuestra conciencia nacional y defender la redención de su pueblo. El tema patriótico habrá de llevar a Lloréns, por un lado, a la manifestación grandiosa de su sentir nacionalista: así en la Canción de las Antillas, su obra maestra, poema en cuyos versos nos ofrece una interpretación geológica, descriptiva y profética de la suerte úlima del archipiélago antillano. Por otro lado, cultivaría Lloréns una obra modernista de inspiración criolla que recoge las esencias del alma puertorriqueña: así muy en especial la serie de sus décimas que se inspiran en la vida campesina, concebidas en unos versos en los que sobresalen las actitudes y modos de ser de nuestra gente.
Por otro lado, el criollisrno lírico de raíces campesinas habrá de contar también entre sus mejores exponentes en la poesía puertorriqueña a la figura de Virgilio Dávila. Cantará este poeta con la más auténtica emoción isleña, a los campos y montañas de su tierra. En el lenguaje culto de sus versos logrará Dávila captar en forma sintética los rasgos fundamentales del ambiente y de la psicología campesinas.
Inolvidables son para una gran mayoría de nosotros los puertorriqueños muchos de los versos de su libro titulado Aromas del terruño, en los cuales el poeta comunica su entrañable amor por la patria y por sus tradiciones.
Mención aparte, en el marco creador de nuestro modernismo y épocas posteriores, merecen el ensayismo y la narrativa de Miguel Meléndez Muñoz por su visión interpretativa del campesino puertorriqueño como ente depositario de los rasgos definidores del alma colectiva insular, y por ende, clave de la mayor importancia para redescubrir y comprender nuestra particular esencia de pueblo. Desfilan por las páginas de sus narraciones -la novela Yuyo, y Cuentos del Cedro, Cuentos de la Carretera Central, etc.- varios tipos isleños enmarcados en nuestras maneras distintivas de pueblo hispanoamericano. Registra además este literato circunstancias de orden histórico en el desenvolvimiento del país, de indudable valor para el entendimiento hoy día del proceso evolutivo de nuestra sociedad.

Antonio S. Pedreira
Con la aparición en el medio insular de la revista Indice (1929-1931), plantada editorialmente desde sus comienzos en la inaplazable necesidad de reflexión y análisis profundos sobre las esencias insulares, los logros y fallas de nuestra entidad como pueblo hasta entonces, y las proyecciones para su desenvolvimiento en el mañana, dará comienzos la gestión literaria de la generación del treinta, la cual se caracterizaría por su sentido de afirmación patria y por sus ansias de universalismo. Los escritores integrantes de esta generación, angustiados por la incertidumbre respecto del destino de Puerto Rico – “nave al garete”, como ve Pedreira al país, fundador este autor de la mencionada revista y guía y adalid de la generación-, empobrecida física y espiritualmente nuestra tierra, por efecto de las circunstancias y las presiones políticas, económicas y culturales que trajo el nuevo orden colonial implantado en 1898, se darán a la búsqueda de nuestras raíces, del qué somos y cómo somos los puertorriqueños; partiendo para ello de la reconstrucción del pasado histórico a los fines de poder revalorizar el presente y definir el ser patrio. Quieren estos literatos, a través de sus obras, inquietar y problematizar la conciencia del hijo del país, de modo que se pueda enfrentar éste a la trágica realidad que vivíamos. Afirmarán dichos escritores los cimientos de lo hispánico, de lo criollo que es privativo de nuestra cultura, así en sus matices indígenas como en los de orígenes africanos; harán patente la necesidad de urgentes reformas sociales, morales, políticas y económicas, y refinarán y precisarán los perfiles dimensionales de la puertorriqueñidad.
Antonio S. Pedreira, maestro de la generación que nos ocupa, es quien mejor define el espíritu de revalorización que propugna la misma. Su obra toda va dirigida al propósito de reunir y organizar el haber espiritual de Puerto Rico; de acoplar los hilos dispersos de la personalidad colectiva del puertorriqueño, hilos disgregados por el impacto y consecuencia del 98-, de examinarlos con mente crítica y de trazar las vías por donde habría de deslizarse en adelante el proceso de nuestra vida y cultura de pueblo hispánico, hispanoamericano y caribeño. Su quehacer ensayístico se apoya profundamente en la exposición de diversas facetas de lo insular nuestro. El libro de su pluma titulado Insularismo – esclarecimiento y definición de las esencias del existir criollo- viene a ser el más valioso planteamiento, no empece sus juicios ya superados, que jamás se hubiera hechos a propósito de nuestros problemas y defectos. Se constituye este ensayo en la obra capital de Pedreira, resumen y plenitud de su inquietud como hijo de esta tierra.
Entre todos los discípulos de Pedreira, formados al calor de su ideario puertorriqueñista, ha sido y es Enrique A. Laguerre quien mejor se constituye en continuador hasta el presente de las preocupaciones y actitudes de su maestro respecto de la suerte que ha de correr la cultura en nuestro país. El ensayista que es Laguerre se hace portavoz en sus Hojas libres, de exposición periodística de una profunda y sincera preocupación ante el desenvolvimiento moderno de la cultura insular en sus fases varias de lo literario y lo artístico en sus dimensiones de mayor latitud, en lo educativo, lo social, lo político, etc.
Por otra parte, en el plano del cultivo novelístico, es Laguerre, con toda certeza, nuestro más alto exponente de todos los tiempos. La obra de relato mayor que ha desarrollado a lo largo ya de casi seis décadas (trece novelas ya publicadas y otra en preparación) se reviste de los méritos de erigirse en una especie de versión puertorriqueña de los famosos Episodios nacionales de Pérez Galdós. En dichas narraciones se recoge la esencia total de nuestra vida como pueblo, desde los finales del siglo pasado (ya en La resaca) hasta el presente, enfocando desde la problemática del mundo rural (en La Llamarada, Solar Montoya) y también en la vida por las zonas urbanas, en cuyos escenarios palpitan las circunstancias del desenvolvimiento global de la sociedad puertorriqueña. A partir de Cauce sin río, en El fuego y su aire, Los amos benévolos, Infiernos Privados, Por boca de caracoles y en su última novela publicada, Los Gemelos, nos ofrecerá este autor una visión analítica del estado material y moral del país en los tiempos actuales, enjuiciando nuestro panorama existencial en el conjunto de su acontecer como crónica de vida “más allá de su historia visible”, en cuyo curso proyecta el novelista la veneración de nuestro pasado y el deseo ferviente de mantener vivas nuestras raíces, los rasgos de nuestra identidad nacional.
Otros escritores como: Tomás Blanco, Emilio S. Belaval, Vicente Géigel Polanco, Manuel Méndez Ballester, Nilita Vientos Gastón, Margot Arce de Vázquez, Concha Meléndez, Francisco Manrique Cabrera, Cesáreo Rosa Nieves, María Teresa Babín, etc. también se plantean en sus obras, con fuerza agónica, los problemas de la realidad social, económica y cultural en nuestro país, tratando de edificar la conciencia nacional a través del sondeo de los orígenes del ser puertorriqueño, definiendo nuestra naturaleza y sus posibilidades de desarrollo a los fines de reorientar y encauzar la cultura isleña.

Julia de Burgos
Similar actitud ante las esencias y problemas de la patria habrá de traducirse en las varias motivaciones que impulsan la creación poética de esta generación. La poesía negroide de Luis Palés Matos, recogida en gran parte en el libro Tuntún de Pasa y Grifería, testimonia la preocupación de este autor ante la realidad del negro y la negritud del país y de las Antillas, penetrando en las fuerzas culturales que le confieren su verdadera dimensión caribeña. Dice Mercedes López Baralt, que este lírico “estrena una concepción poética que constituye la primera respuesta a la búsqueda de la especificidad caribeña”. Por otro lado, Evaristo Rivera Chevremont, mejor conocido por el cultivo de una lírica de temas metafísicos, siente y ama también las esencias criollas de su tierra natal: así le canta al paisaje, sobre todo al mar, a la mujer antillana, a la miseria y explotación de nuestro jíbaro. Su poesía de compromiso social y político, reflejo de sus inquietudes proletarias,habremos de encontrarla en poemarios como Barro, El hondero lanzó la Piedra, antecedentes de la obra lírica de protesta social de los años 60.
La poética devoción puertorriqueña de Juan Antonio Corretjer, consagrada por entero al culto de la patria, lo llevará a seguir la ruta que abrieran Lloréns y de Diego, dedicados al cultivo de una poesía que hunde raíces en los ingredientes de cuanto constituye la realidad material y espiritual de Puerto Rico: una poesía que se traduce en la búsqueda afanosa de las raíces que dan la clave de nuestra inconfundible manera de esencia puertorriqueña, de nuestro ser nacional. Encuentra el poeta asideros para su canto de exaltación patriótica en los contornos del paisaje isleño y en el proceso de nuestra historia. En el poemario Amor a Puerto Rico expresa el deseo de crear una nueva patria. Por último, cabe mencionar, en este apretado haz de grandes figuras de la lírica del 30 que le rinde culto a la puertorriqueñidad, a Julia de Burgos, poeta de expresión intimista y erótica, pero asimismo cantora de la patria, de su paisaje, de su naturaleza, de su Río Grande de Loíza. Al igual que Rivera Chevremont, enderezará Julia su poesía hacia la nueva realidad social, manifestando en sus versos su anhelo de salvar nuestra autenticidad por medio del autoconocimiento, con gesto anunciador de la poesía de inquietudes sociales y de liberación feminista de la lírica del 60.

Pedro Juan Soto
Nos hemos detenido en ciertas épocas y figuras de la literatura puertorriqueña que se extiende en el tiempo desde 1843 hasta 1945, ya que en tales autores y en sus obras se encuentran labrados los fundamentos de nuestra puertorriqueñidad cultural. A lo largo de los últimos 48 años habremos de ver cómo esa disposición de patria y de cultura que nos legaron aquellos autores ya discutidos previamente habrá de continuarse a través del pensamiento creador de múltiples patriotas literatos que se constituyen en herederos de dichos fundadores de nuestro ser plasmado en el reino de las letras. Estos nuevos creadores habrán de ocuparse mediante la sustancia literaria de defender y conservar los perfiles de la cultura en Puerto Rico.
Al calor de la revista Asomante nacerá la nueva generación literaria del 45. Se dará en la obra de los escritores que la integran un ahondamiento y reafirmación en las raíces nuestras, lo que les permitirá ver con claridad cómo las nuevas normas que habrán de regir la estructura socioeconómica del país serán en gran medida responsables del surgimiento de una nueva clase burguesa de sentires y posiciones enajenadas, dictados de un crudo materialismo, y entre quienes se irían echando al olvido poco a poco los valores tradicionales más importantes en la conformación del sentido de patria. Esta paulatina marcha de desintegración cultural y espiritual habrá de irse recrudeciendo con el paso de los años, y ante ese palpable deterioro de la estima por nuestro acervo más caro de esencias colectivas, los literatos miembros de esta generación se darán a la tarea de profundizar en el magno problema que trae como consecuencia la intensificación del proceso de norteamericanización material y anímica de Puerto Rico, manteniendo dichos escritores la esperanza de poder conservar viva, en sus rasgos fundamentales, nuestra conciencia de puertorriqueñidad en el momento de las claudicaciones.
La obra que desarrollan los literatos del 45 – tanto sus ensayistas, como los narradores, dramaturgos, y también los poetas- plasma en la variedad de sus escritos toda una gama de situaciones: el pasado abolido, el vivir vacuo de la burguesía, el desamparo del obrero en el país (tanto del de residencia campesina, abandonado a su mísera suerte, como el trabajador de ubicación urbana, integrante de una nueva clase del proletariado), el emigrante que abandona nuestras playas a la búsqueda de más rosados horizontes de vida y trabajo, todo ello poniendo de relieve con dedo acusador la desintegración de todo un orden de cosas y personas. Son muchos y diversos los autores más representativos del 45. En su número, y a riesgo de incurrir en omisiones, nos permitimos destacar los siguientes nombres: es René Marqués, el portavoz de su generación, escritor polifacético, de obra destacadísima, sobre todo en los géneros del cuento (en libros como Otro día nuestro, En una ciudad llamada San Juan), el teatro (con piezas como La carreta, Los soles truncos, Mariana o el Alba), el ensayo (así con títulos como El puertorriqueño dócil, etc.), trabaja su quehacer literario, fundamentalmente, en torno de sus preocupaciones sobre la esencia cultural, social y política de Puerto Rico, ofreciéndonos un cuadro panorámico de la problemática moral y ética del hijo del país en nuestros días. Con sus Ensayos se sitúa en la misma línea de pensamiento y acción literaria que iniciara Pedreira.
En René Marqués tiene Puerto Rico uno de los más señalados valores en el panorama de sus letras contemporáneas. Abelardo Díaz Alfaro se hace eco, en Terrazo, con hondo sentimiento isleño, de la situación de nuestros jíbaros y de nuestro pueblo, recogiendo los contornos verdaderamente significativos del paisaje y del hombre en el país. José Luis González refleja en sus obras sus preocupaciones políticas, sociales, económicas y culturales, haciendo de las mismas testimonios de las transformaciones que se han operado en la existencia histórica de la Isla. Su narrativa enfoca la problemática vital de la clase trabajadora, del hombre de la calle, del emigrante puertorriqueño en Nueva York, captando las maneras colectivas que dan la medida de lo puertorriqueño privativo. En sus ensayos presenta bajo nuevos enfoques la realidad histórico-social-cultural de la sociedad insular. Así en El país de cuatro pisos y otros ensayos y Nueva visita al cuarto piso, en cuyos textos capta enfoques que contradicen las ideas que tradicionalmente se han tenido como certeras. Pedro Juan Soto, hombre hincado en su época y en la realidad de su patria, evidencia en su narrativa, a partir de Spiks, la intensa inquietud que lo agita ante los problemas sociales y culturales de Puerto Rico, calando con hondura en el análisis de los males que aquejan nuestro cuerpo social de tiempos presentes, así en el país como en la extensión territorial de éste que es el barrio puertorriqueño de Nueva York. Igualmente procede en su novelística.

Franscisco Matos Paoli (1915-2000)
Francisco Matos Paoli es el poeta en quien el sentimiento de patria alcanza su más noble y artística expresión: así con su Canto a Puerto Rico y con los versos del poema “Invocación a la patria”, obras que habrán de quedar en los anales de nuestras letras como dos de las grandes ofrendas líricas que se han rendido a la esencia de nuestra tierra natal. Cultiva además un quehacer poético que se inspira en el terreno de la realidad objetiva y concreta en plan de denuncia de los males de vario cariz que pesan sobre la sociedad isleña del presente, y sobre todo lo que vienen a representar un serio menoscabo de la sustancia patriótica y del orden social. Francisco Arriví, tras la creación de una dramaturgia de motivaciones universalistas mas bien que terrígenas, enderezará su obra teatral hacia nuevos planteamientos enraizados en nuestra historia y conducta colectiva insular, rastreando los elementos étnicos y culturales que operan en la conformación del alma insular: así se evidencia en Vejigantes, Bolero y plena, Medusas en la bahía.
Ricardo E. Alegría, quien, en palabras de Laguerre, se lanza a definir científicamente lo puertorriqueño, responde en sus escritos (en buena medida trabajos de interpretación histórica) a un profundo y fructífero sentimiento de patria y a una enardecida lucha que dirige a poner en claro y a salvo los perfiles e ingredientes de nuestra particular identidad histórico-cultural. Por otra parte, se presenta Salvador Tió como paladín de nuestra lengua española, de obra que arranca toda de un auténtico sentimiento de patria y de una profunda inquietud ante las diversas fases de la problemática insular del presente: lo social, lo cultural, lo político. Sus ensayos, interpretaciones críticas, satíricas (no exentas de natural vis cómica y humorística) del diario vivir isleño, nos invitan a revisar a nueva luz los valores esenciales de nuestra vida colectiva, contribuyendo a crear una visión más cabal y auténtica de lo que es ser puertorriqueño. También se debe a Manuel Alvarez Nazario, con sostenida persistencia, una obra de investigación lingüística dedicada al estudio del español puertorriqueño, hecha realidad como testimonio de profundo amor y devoción al suelo natal.
Derraman además su amor sobre esta tierra, con sus versos y sus prosas, otros autores del 45 como: Francisco Lluch Mora, Jorge Luis Morales, Violeta López Suria, Emilio Díaz Varcárcel, César Andreu Iglesias, Ester Feliciano Mendoza, Edwin Figueroa, Edelmira González Maldonado, José Emilio González, Eugenio Fernández Méndez, etc., autores todos cuyas gestiones literarias ahondan en la consideración de la personalidad del puertorriqueño, contribuyendo con ello a mantener viva nuestra fisonomía esencial de pueblo hispánico e hispanoamericano.

Luis Rafael Sánchez
En este punto de nuestro discurrir analítico alcanzamos las dos últimas generaciones literarias en la historia cultural de Puerto Rico: las perspectivas del 60 y del 75, todavía en pleno proceso activo de elaboración literaria. A ambas les ha correspondido vivir una época que se ha venido considerado como una de las de mayor crisis en los planos de la conciencia polítical social y moral de Puerto Rico, lo que trae en consecuencia que se produzca entre sus integrantes una poderosa conciencia nacional frente al palpable recrudecimiento de la desviación cultural y política que sufre la Isla.
Las obras literarias de los escritores que las componen representan en su conjunto un reforzamiento del tema que proponemos en el presente ensayo, y las mismas afincan raíces ante el vendaval que azota y amenaza nuestra esencialidad como pueblo. Se puede captar en sus escritos cómo se va desarrollando un nuevo modo de sentir la patria y de concebir su historia. Acaso influidos por las palabras del peruano Vargas Llosa, en el sentido de que “mientras mayor sea el patriotismo, mayor debería ser la crueldad para mostrarnos las vergüenzas, para indicar dónde están no solamente el pus histórico, sino también la ridiculez, la cursilería, la mediocridad del ser humano”, estos literatos de quienes ahora nos ocupamos harán de la labor escrita de sus generaciones un testimonio vivo de la realidad. Cultivarán los escritores del 60 una literatura impugnadora de espíritu crítico mordaz, que nace del contacto directo con la realidad dolorosa de crisis material, espiritual y política por la que atraviesa el país, manifestando ante ella su voluntad de modificarla.
Los miembros de la generación del 75 dedicarán su pasión crítica a fortalecer el sentimiento de puertorriqueñidad a través del ahondamiento en las causas que contribuyen a desvirtuar nuestra identidad nacional, hacen uso de un cinismo mas bien sentimental y humano, atemperando así la censura respecto a la descomposición social, dejando atrás lo estentóreo y destemplado de la generación del 60. Fijan la atención en nuestra existencia colectiva en precario, en el hombre al uso actual, atrapado por los nuevos cambios económicos, sociales y políticos que se han venido operando después de la Segunda Guerra Mundial, cambios que representan la mudanza desde una sociedad capitalista industrial, en cuyos patrones se somete al puertorriqueño a nuevos órdenes económicos que no se ajustan a las esencias de una sociedad “improductiva” como la nuestra del presente.
Así presentarán ambas generaciones literarias en sus obras un cuadro aterrador de puertorriqueños enajenados, desarraigados de lo propio, producto de una sociedad consumeristas que sólo aspira al goce de bienes materiales, recrudeciendo de esta manera, cada vez con mayor fuerza, el estado de claudicaciones en el que se encuentra inmerso el país. Representa así esta literatura una nueva apertura consolidarizadora de lo nacional puertorriqueño, por su búsqueda afanosa del ser y de sus raíces significativas en el tiempo y en el espacio.
Entre los autores más determinantes en el tratamiento del tema de la puertorriqueñidad, se destaca Luis Rafael Sánchez, cuentista, novelista, dramaturgo y ensayista, sin duda el escritor más sobresaliente en el marco de estas dos últimas generaciones literarias. El tema de la patria en su obra refleja sus preocupaciones ante la problemática de varia índole que nos acosa: en lo social, lo político, lo cultural. La realidad puertorriqueña del presente le sirve de fondo a sus narraciones, las cuales alcanzan su punto culminante con La guaracha del Macho Camacho, cuadro representativo de la tragedia colectiva de nuestra sociedad contemporánea, en patente estado de degradación, hundida en el caos y en la enajenación, aquejada por una grave situación de crisis en cuanto a los principios morales y espirituales, y minada asimismo en la base de su esencia política.
Otros literatos importantes por la obra que han realizado hasta el momento presente, trabajo sobre el tema de las preocupaciones de patria, lo son, entre otros: Carmelo Rodríguez Torres, Rosario Ferré, Ana Lydia Vega, Magali García Ramis, etc.
La literatura que se ha cultivado en el tiempo en Puerto Rico, como se ha podido apreciar, se revela en poetas, narradores, dramaturgos y ensayistas con todos los caracteres de ser un signo raigal de la puertorriqueñidad, y viene a ser así reflejo cierto de la resistencia cultural salvaguardadora de las posiciones de valiente sentir de patria que ha asumido con el pasar de los años nuestra gente en aras de la permanencia de nuestros perfiles de pueblo y nación. Ello nos invita al examen de conciencia, a la reflexión, a la crítica y a la autocrítica. Nuestras letras de hoy son más puertorriqueñas que nunca antes, no empece las tendencias de orden universalista que ha manisfestado la literatura insular a partir de la generación del 30. Y es que, según afirma José Santos Chocano, “cuanto más es uno de su tierra y de su raza, más universal puede llegar a ser”.
Autor: Josefina Rivera
Publicado: 21 de septiembre de 2010.