La Ley Foraker y Jones marcaron una relación de tutelaje y subordinación política, y delimitaron los linderos económicos de Puerto Rico. Ambas leyes establecieron una relación de dependencia hacia los grandes intereses económicos norteamericanos. La invasión posibilitó, además, el flujo de capital extranjero orientando la economía puertorriqueña hacia el monocultivo de la caña de azúcar, la cual estuvo dominada por métodos capitalistas de producción. El paisaje del litoral se pobló de cañaverales, la tierra fue controlada por las grandes centrales de capital ausentista y criollo. Los cultivos de subsistencia fueron estrangulados y el tejido social sufrió los embates del coloso del azúcar.
Antes de la invasión norteamericana, la producción del café dominaba la economía. El oloroso producto era cotizado en los mercados europeos y caribeños. Sin embargo, el 8 de agosto de 1898 el huracán San Ciriaco ocasionó grandes estragos en la isla y devastó los cafetales. Las causas naturales y materiales impidieron que la zona cafetalera se recuperara, de hecho, jamás pudo volver a tener la prominencia económica que una vez gozó. Sin capital y sin cosecha, muchos de los pequeños comerciantes se unieron a las filas del trabajo asalariado o emigraron. Como colonia estadounidense, Puerto Rico perdió la entrada a los mercados españoles y cubanos. El café puertorriqueño fue visto como producto extranjero y se le impuso altas tarifas. Cuba también acrecentó sus aranceles, ya que su propia producción y comercio de café estaban en vertiginoso aumento. El mercado de la nueva metrópoli no suplantó las pérdidas de otros espacios comerciales. El café puertorriqueño entraba en desventaja pues competía con el suramericano, café más preciado y cotizado por los paladares norteamericanos.
La producción de azúcar tomó el papel protagónico comercial del café según los capitalistas estadounidenses; y los criollos fueron invirtiendo en la industria y dominándola. El aumento dramático de la producción de la caña fue el resultado de la expansión de la industria gracias a la modernización de las técnicas de cultivo y procesamiento orientadas al capitalismo agrario. Las grandes centrales instalaron la tecnología más innovadora de la época, a la par que iban arropando las costas y los valles interiores. El área dedicada a la producción de caña de azúcar aumentó de 72, 146 cuerdas en 1899 a 145,433 en 1909, y 237,758 en 1929. Muchas de estas tierras habían sido dedicadas antes a hatos o al cultivo de subsistencia. Las centrales acapararon mucho más de los 500 acres permitidos en la Ley Foraker y la Ley Jones. La ausencia de medidas ante la infracción o de mecanismos para supervisar la extensión de las fincas permitían la ilegalidad y convertían la ley en letra muerta.
La South Porto Rico Sugar Company y la Fajardo Sugar Company eran los grandes colosos del capital ausentista que dominaban la economía, acaparaban la tierra y mantenían en la penuria a los trabajadores. Sin duda, la producción de la caña de azúcar era un negocio productivo y rentable, ya que el gobierno servía de títere de sus intereses, y la isla contaba con suelos fértiles, un clima generoso y una mano de obra abundante y barata. Sin embargo, las riquezas no se quedaban en Puerto Rico y no representaban sueldos y condiciones de vida óptimos para el pueblo trabajador. De hecho, este periodo fue uno marcado por la miseria, el hambre y las enfermedades.
Como se mencionó antes, luego de la devastación natural y económica del huracán San Ciriaco la opción para muchos fue la emigración hacia Hawai, Cuba o Santo Domingo. Sin embargo, el mayor movimiento demográfico lo fue del interior hacia las costas. San Juan, Mayagüez y Ponce experimentaron un aumento en su población. Para 1910, la vivienda escaseaba y las condiciones de salubridad y hacinamiento eran alarmantes. Aunque gracias a los adelantos de la medicina las tasas de mortalidad se redujeron, enfermedades como la tuberculosis, la malaria o la uncinariasis (lombrices intestinales) seguían azotando a la población.
A pesar de las jugosas ganancias de la industria cañera, el sueldo era mezquino. Durante el tiempo muerto la miseria aumentaba. Era habitual intentar en vano “buscárselas” de otra forma. La necesidad obligó que otros miembros de la familia —mujeres y niños— entraran al mercado laboral. Debido a la economía orientada a la exportación y el acaparamiento de tierras, los suelos que antes eran dedicados a los cultivos de subsistencia eran ya casi inexistentes. La dieta diaria cambió drásticamente: el pueblo estaba mal nutrido, escaseaba lo esencial. La dependencia externa del mercado estadounidense ocasionaba que los trabajadores pagaran precios altísimos por los productos básicos de consumo.
Paradójicamente, la educación mejoró notablemente, experimentándose un aumento en la alfabetización. Sin embargo, el sistema educativo sufrió un revés al ser utilizado como medio de americanización. Clases en inglés y el juramento de lealtad a la bandera americana fueron introducidos en el currículo nativo sin tener presente la realidad sociocultural de los estudiantes y educadores, ni el entrenamiento de estos últimos.
Es importante mencionar otros dos renglones comerciales: el tabaco y la industria de la aguja. Luego de la producción del azúcar, el segundo renglón de mayor relevancia lo fue la industria del tabaco. Los inversionistas estadounidenses se interesaron en dicha industria y establecieron centros tabacaleros en la región montañosa de la isla: Cayey, Comerío, Aibonito, Cidra, Naranjito. La más importante y principal de las compañías extranjeras lo fue la Porto Rican American Tobacco Company. Mediante la explotación de los elaboradores domésticos, controlaban los precios de la venta en perjuicio de los pequeños comerciantes. La industria de la aguja fue el tercer renglón económico. Este se desarrolló rápidamente durante la década de 1920. Dueños de empresas de tejidos, principalmente neoyorquinos, encontraron su mina de oro en Puerto Rico: mano de obra barata y diestra. Sus obreras eran mujeres y niñas que trabajaban en sus casas largas horas hasta la extenuación por sueldos de miseria. Una vez completada la orden, con sudor y estómagos vacíos, era buscada por un agente de la casa comercial.
Fue en las injusticias e historias comunes compartidas ya en el cafetín luego de la ardua faena en el cañaveral o mientras se despalillaba el tabaco que surgió la acción obrera conjunta. Los casinos fueron las primeras organizaciones en las cuales, con la lectura de la literatura laboral europea, se empezó a crear conciencia. Santiago Iglesias Pantín, inmigrante gallego, carpintero y anarquista, fue una figura clave en la fundación de la Federación de Trabajadores, vinculada a la American Federation of Labor. El movimiento obrero estuvo fuertemente activo entre 1915 y 1919. La huelga cañera de 1917 fue relevante para la madurez del grupo. Enfrentaron de forma tenaz a los patronos, aunque bien no lograron todos sus objetivos. La experiencia llevó a los líderes de la Federación de Trabajadores a optar por la vía del activismo político y fundaron, en 1915, el Partido Socialista. Paulatinamente, este partido se fue convirtiendo en una fuerza política decisiva con Santiago Iglesias Pantín como líder. Sin embargo, los grandes intereses junto a los estatutos legales que regían al país probaron ser formidables enemigos de los derechos de los trabajadores de la caña, del tabaco y de la aguja. Faltaría aún mucho camino por recorrer para lograr las condiciones justas de trabajo que el pueblo merecía y exigía.
Autor: Yanelba Mota Maldonado
Publicado: 26 de agosto de 2015.