Las funciones, ubicaciones y comportamientos distintos para hombres y mujeres en nuestras sociedades representan una situación de desigualdad en el poder y los recursos que existen para unos y para otras. Sin embargo, éstas, las relaciones entre los géneros, no son permanentes y han cambiado a través de nuestra historia.
El siglo XX fue un periodo de transformaciones dramáticas en las relaciones de género en Puerto Rico. Cambiaron, en primer lugar, las funciones económicas, esto es, los tipos de trabajo para los hombres y las mujeres. Durante las primeras décadas, las industrias del tabaco y la aguja a domicilio propiciaron la participación laboral femenina. A partir de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres se incorporaron a las industrias manufactureras de mano de obra intensiva, de servicios, y al empleo gubernamental. Los hombres, su parte, han mantenido niveles de actividad económica superiores a las mujeres hasta el presente. No obstante, los empleos emergentes para estos, no compensaban la pérdida de trabajo en las industrias agrícolas que habían sido su principal fuente de ingreso a principios de siglo.
Las mujeres aprovecharon también las oportunidades ofrecidas por un sistema educativo en expansión. La asistencia escolar para los menores se hizo obligatoria y se redujo la proporción de personas que no sabían leer y escribir, de cerca de 30% todavía en 1940, a alrededor de 10% para finales de siglo. Las mujeres representaban sobre 60% de la matrícula universitaria ya desde los años ochenta, y para la década de 1990, superaban a los hombres en grados universitarios. Se incorporaban, además, no sólo a carreras consideradas femeninas, sino a profesiones predominantemente masculinas. Las mujeres de escasos recursos, por su parte, tuvieron acceso a vivienda y otros servicios públicos, los cuales se ampliaron a partir de la década de los sesenta hasta el presente. Estos medios adicionales para vivienda, alimentación y servicios de salud, entre otros, les permitieron sobrevivir sin tanta necesidad de una relación de pareja, en las situaciones en que ésta no era deseada.
Transformaciones jurídicas
A los cambios económicos se sumaba el reconocimiento de derechos para las mujeres. A través de las primeras décadas, los primeros grupos feministas lograron el reconocimiento del derecho al voto para las mujeres alfabetizadas en 1929 y para todas las mujeres en 1935. La Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico en 1952 prohibió el discrimen por razón de sexo. Desde los años setenta, una segunda oleada de grupos feministas propulsaba reformas adicionales. La legislación de familia equiparó los derechos de los cónyuges en asuntos como la selección de vivienda en común, custodia y patria potestad de la prole y la administración de bienes. Leyes a través de las décadas subsiguientes prohibieron de manera específica el discrimen por razón de género en el empleo, así como el hostigamiento sexual en los espacios laborales y educativos, e impusieron medidas para lidiar con la violencia en la relación de pareja.
Relaciones de pareja

Publicidad en contra de la violencia doméstica
El acceso a un ingreso independiente, la mayor escolaridad, y las transformaciones en otros ámbitos, contribuyeron a promover la expectativa de un compartir más equitativo en varios aspectos de la vida familiar. Quizás como cambio más importante, se ha reducido la resistencia al empleo de las mujeres. Existe no sólo la aceptación, sino hasta la expectativa, de que éstas estudien y aporten al ingreso familiar. Las mujeres comenzaron a ejercer un mayor poder decisional en cuanto a aspectos como su fecundidad, el compartir en actividades, el presupuesto y la representación familiar. Aparecen cada vez más inaceptables situaciones consideradas abusivas o negativas, como las prohibiciones absolutas, la infidelidad y la violencia doméstica por parte de los hombres. Los estudios y el empleo se presentan como medios que permiten a las mujeres no permanecer en este tipo de relaciones.
Desafíos pendientes
El reconocimiento de la igualdad en términos jurídicos y otros avances, sin embargo, no ha implicado el logro de la equidad de género en Puerto Rico. Todavía el número de mujeres que se emplean es inferior en proporción al de los hombres. El descenso en empleo manufacturero ha reducido las oportunidades de trabajo para las mujeres de escolaridad inferior. Aunque las que se encuentran empleadas tienen una escolaridad más elevada, su campo de ocupaciones es más restringido que el de los hombres; éstas se concentran en puestos identificados como femeninos- sobre todo en los servicios educativos, de salud, y de apoyo administrativo- posiciones de rango inferior a las equivalentes que emplean más hombres. El liderato político, y los puestos de mayor poder de decisión en cuanto a las políticas públicas quedan también como espacios sumamente restringidos para las mujeres.
En las familias, por su parte, los hombres mantienen mayor control en las relaciones de pareja y en su acceso a espacios de compartir social. A las mujeres se les dificulta la iniciativa para establecer vínculos sociales y personales, y se mantienen en riesgo de acosos sexuales. Permanece, además, la desigualdad en la distribución de los trabajos del hogar que define a las mujeres como las principales responsables de la crianza y el cuido familiar.
Los cambios en los patrones de autoridad masculina, como la aceptación del empleo de las mujeres y el rechazo creciente a comportamientos como la violencia en la relación de pareja, tampoco han resultado así en relaciones de pareja más democráticas. La equidad de género en las relaciones familiares puede aparecer más cimentada mayormente entre hombres y mujeres que comparten niveles de escolaridad y responsabilidades económicas. Estas condiciones son más factibles en los estratos socioeconómicos más elevados. Los problemas sociales y económicos, por su parte, pueden intensificar con mayor frecuencia los conflictos que generan las desigualdades de género entre las parejas de estratos sociales inferiores.
A través de todos los estratos, los conflictos en las parejas se acentúan en la medida en que las mujeres resisten los privilegios masculinos, como el no compartir los trabajos domésticos, mantener más tiempo para su propia recreación y vida personal, o el tener la voz final en las decisiones del hogar, mientras los hombres intentan mantenerlos. Minado su control a través de otros medios, los hombres pueden sentirse presionados a alejarse de la familia o a demostrar su autoridad mediante otras formas, incluida la violencia. Observamos de esta forma una creciente incidencia de separaciones y divorcios, así como de mujeres jefas de familia, cuya ubicación económica desigual las hace más vulnerables a la pobreza.
Los cambios acaecidos en nuestra sociedad han propiciado una mayor igualdad entre hombres y mujeres, pero mantienen desafíos y conflictos en las relaciones de género en Puerto Rico. Requerimos transformaciones aún más profundas para adelantar esta mayor equidad.
Autor: Dra. Alice Colón Warren
Publicado: 16 de septiembre de 2014.