Ponce propone una manera distinta de ser ciudad, aunque comparta procesos históricos amplios y respuestas urbanísticas y arquitectónicas con San Juan y otros centros urbanos. Las diferencias entre Ponce y San Juan giraban en torno a los niveles de españolización y criollización. Para los ponceños, San Juan era una recinto medieval; una ciudad empedrada, dura y sin gracia. Se puede narrar a Ponce, de acuerdo a ángel Quintero Rivera, como el centro de un proyecto alternativo de país. Se le puede narrar desde su arquitectura, plasmada en residencias desbordantes y edificios comerciales emblemáticos; en sus negociaciones entre la tradición y lo modernizante; entre la correspondencia entre su arquitectura y su manera de ser ciudad.
La producción de azúcar incidió en el tejido sociocultural ponceño y en la forma como se organizó la ciudad. Ponce se conformó esclavista y con rígida estratificación. Pero, su carácter cosmopolita se acentuó con su vínculo con los circuitos de exportación mundiales. Los cristales de Bohemia, los pianos alemanes y las sedas francesas desembarcaban en la playa de Ponce y contribuían a su robustez social. Sin embargo, a pesar de que el dominio territorial de los inmigrantes fue un hecho irrefutable durante el siglo XIX, la vieja cepa criolla conservó una importante injerencia económica y social de la ciudad.
La segunda mitad del siglo XIX se distinguió en Puerto Rico por un intenso proceso de reespañolización en la que los españoles recién llegados tensionaron de manera significativa la composición de la elite ponceña por su dominio estratégico del crédito y por su incondicionalismo político y cultural. A pesar de ello, Ponce no se convirtió en una ciudad españolizada. La red intrincada de matrimonios entre criollos, inmigrantes y peninsulares fortalecía una elite que se criollizaba a la ponceña más que españolizarse. Esta elite se asentó sobre la defensa, conservación y acrecentamiento de sus bienes materiales. Además, procuró establecer y conservar un prestigio a lo largo de procesos significativos de tránsito cultural y social. Para lograr esto, requirió el fortalecimiento de alianzas familiares y comerciales, el surgir de instituciones y la edificación de residencias de diseño monumental que testimoniaran la pertenencia al grupo, señalaran la diferencia frente a los otros y la identificación de la elite con la ciudad.
Tres días después de la entrada de las fuerzas norteamericanas en 1898, la ciudad de Ponce, principal puerto exportador del país, fue declarada ciudad abierta y desplegó un profundo antiespañolismo. Con el nuevo régimen se planteó muy pronto una secuencia de apropiaciones y negociaciones simbólicas de carácter muy heterogéneo y en el que la arquitectura ocupó un lugar notable. Las edificaciones públicas —escuelas, hospitales, asociaciones cívicas— constituyeron la iconografía de una modernización doméstica y misionera propulsada por las agencias oficiales y por las nuevas entidades empeñadas en “civilizar” al país.
Mediante un proceso de “cañaveralización”, Puerto Rico se abocó nuevamente al cultivo cañero, favorecido a partir de 1901 por la entrada libre del producto al mercado de Estados Unidos. El estrato de centralistas y colonos ponceños se adecuó al nuevo estado de situación y compartió con las franquicias norteamericanas la sociedad del azúcar. El sur se convirtió entonces en el espacio más denso de la actividad azucarera puesto que era sede de las más poderosas corporaciones norteamericanas: la South Porto Rico Sugar Company y el Sindicato de la Central Aguirre. La soberbia de estas corporaciones transformó de manera significativa la suerte de Ponce y la de sus elites.
La bonanza de los precios azucareros, sobretodo en el periodo de la Primera Guerra Mundial y durante la década de los veinte, estimuló a los azucareros ponceños y a los sectores profesionales que prosperaron hasta fomentar un nuevo ciclo de construcciones. Estas construcciones darían cuenta de su lugar preeminente en la ciudad, así como de su apertura a tendencias urbanísticas y arquitectónicas de carácter modernizante. Muchas de estas familias acogieron la idea de ubicarse a las afueras de la ciudad, en ensanches amplios y campestres, lo que conllevaba modificaciones significativas en las opciones arquitectónicas y en los estilos de vida asumidos por gran parte de la elite ponceña.
En la década del treinta, el país se sumió en una profunda crisis que tuvo repercusiones sistemáticas en las propuestas políticas y culturales, en el tejido social y, eventualmente, en el modelo colonial. En este periodo fue la construcción de la Casa Cabassa y el Castillo Serrallés. En general, desde el punto de vista arquitectónico, resulta ser un periodo muy híbrido en el que todavía florecía el historicismo españolizante, pero en el que se adelantaban otros estilos que anunciaban una mayor funcionalidad y sobriedad. En Ponce este nuevo ciclo de construcciones complicaría el inventario arquitectónico al ofrecer los primeros ejemplos de una arquitectura populista en una ciudad que insistía en su carácter señorial. Eran señales de tiempos nuevos.
Un paseo por la arquitectura de Ponce es adentrarse en un denso mundo de significaciones. La ciudad narrada desde su arquitectura no es únicamente la ciudad que pueda aparecer en un libro especializado o en un exhibición museográfica. Es la ciudad de todos los puertorriqueños, ponceños o no.
Autor: Silvia Álvarez Curbelo
Publicado: 28 de marzo de 2016