En el siglo XVI el mundo antillano era un poco de tierra y mucha agua; el mar era el único lazo que los unía al resto del mundo. En la Isla, la población se concentraba alrededor de la ciudad de Puerto Rico (San Juan), de la villa de San Germán, de la villa de San Blas de Illescas (Coamo) y de la villa de San Felipe de Arecibo. Mientras la ciudad comenzaba a adquirir la importancia que le otorgaba su localización al lado de la bahía, la tierra adentro sufría el efecto del aislamiento. Dentro de este entorno se desarrolló la sociedad insular.
Al igual que en las demás Antillas el comportamiento poblacional fue distinto del de las colonias hispanas del continente donde los indígenas constituyeron la fuerza de trabajo. La desaparición del elemento amerindio temprano en la centuria hizo que la población se formara mayormente con blancos, negros y las mezclas que nacieron de esta unión. Por ser esa diversidad racial uno de los parámetros para entender nuestro perfil isleño tenemos que detenernos en los elementos que afectaron nuestro crecimiento poblacional, a saber, el fenómeno migratorio, tanto de españoles como de africanos y las enfermedades, epidemias y hambrunas que afectaron este proceso.
Los españoles varones vinieron a las Indias de forma voluntaria y espontánea aunque a medida que avanzó la centuria las cantidades se fueron reduciendo. Por el contrario, el número de mujeres y niños fue aumentando tanto que para finales de siglo alcanzaron casi un 30% del total de emigrantes. Debemos señalar, no obstante, que las leyes sobre la emigración de mujeres fueron estrictas al igual que las de los hombres casados que viajaban sin sus esposas o familias. En este último caso, los varones casados tenían que regresar a España a los tres años o traer a sus mujeres a América.
Tampoco podemos pasar por alto el carácter andaluz que tuvo la migración de España en este siglo y en especial al entorno antillano. Entre las investigaciones que se han publicado sobre este tema está la realizada por Alvarez Nazario, quien siguiéndole la pista al desarrollo del español en la Isla ha logrado desmenuzar la procedencia geográfica de los pobladores de la primera centuria a las siguientes regiones: Andalucía, Extremadura y las dos Castillas. Aunque al igual que los judíos y los moriscos, los extranjeros fueron excluidos de pasar a Indias, esto no resultó en obstáculo para que viajaran de manera clandestina. En especial, los portugueses utilizaron todos los medios a su alcance para llegar al Nuevo Mundo. De particular beneficio resultó la ordenanza real de 1570 que le permitió a los extranjeros que llevaran diez años en América, tuvieran casas y tierras y estuvieran casados con mujeres españolas de convertirse en súbditos del rey. En el caso concreto de Puerto Rico al finalizar el siglo XVI se ha comprobado la presencia de sesenta extranjeros, en su mayoría, portugueses y genoveses dedicados a labores del agro.
Otro grupo de españoles que vinieron a la Isla durante ese siglo fueron los militares. Desde que en el 1520 Puerto Rico fuera señalada como “…la puerta de toda la navegación de Indias…”, la isla comenzó a recibir dotaciones de soldados que llegaron a sumar cuatrocientas plazas. Aunque las leyes establecían que los militares no podían mezclarse con el resto de la población, esta directriz no se respetó. Las fuentes documentales están llenas de referencias de cómo los soldados y sus capitanes se casaron o establecieron relaciones con las mujeres de la isla, tanto criollas como mestizas, negras o mulatas. En 1594, el gobernador le escribía al rey “…que la mayor parte de los soldados se han casado y se han despedido, que esto es bueno para la tierra pero malo para su defensa…”. La población blanca de Puerto Rico durante el siglo XVI es difícil de contar pues las fuentes disponibles utilizan diferentes palabras (vecinos, “almas de confesión”) para referirse a ella. No obstante, nosotros entendemos que la misma pudo fluctuar entre 1,500 y 2,500 habitantes. Ese no es el caso de la población dispersa a través de nuestra geografía. Sin embargo, hemos localizado núcleos de pobladores en Río Piedras, Bayamón, Cataño, Caguas, Cangrejos, Loíza, Canóvanas, Ceiba, Bayroa, Toa, Cupey, Guayama y Trujillo Alto, entre otros.
Los negros

Los negros esclavos trabajaban mayormente en las plantaciones de azúcar
La emigración negra a las Antillas, contrario a la blanca, fue forzada y condicionada por dos factores: uno, la demanda de mano de obra y el otro, la capacidad económica de cada región para comprar esta mano de obra que fue costosa siempre. El precio de un esclavo “sin tachas”, es decir, sin defectos físicos fue subiendo rápidamente. En Puerto Rico el precio medio para un esclavo varón, joven y sin defectos fue de 250 ducados. El costo de las esclavas era menor. Varios estudiosos han intentado establecer la procedencia de los esclavos que vinieron a la isla en este siglo. Nosotros hemos hallado que los vocablos étnicos más comunes en la documentación además del de criollo, que se refiere al nacido aquí, son los siguientes: jelofes, berbesí, biáfara, bañol, biocho, zape, lucumi, manicongo, angola, terranova, mandinga y brama. Los esclavos y esclavas se ocuparon en: los ingenios de azúcar, la siembra del jengibre, la preparación de cueros, la fabricación de navíos, la producción de alimentos, las construcciones de fuertes e iglesias y en labores domésticas. Hemos intentado cuantificar la emigración negra Puerto Rico durante el siglo XVI y llegamos a la conclusión que fueron aproximadamente 6,661 africanos.
De igual manera, tenemos que hacer constar que también había en la Isla negros y mulatos libres. Estos negros trabajaban en oficios artesanales tales como carpinteros, albañiles, canteros, boyeros y maestros de azúcar, entre otros; las mujeres se empleaban en labores domésticas como cocineras, costureras, planchadoras y nodrizas. La única referencia numérica que hemos encontrado sobre este grupo es del 1581 y nos dice que en San Juan había 925 mulatos, mestizos y negros libres, que en este momento representaba un 70% del total de la población de la ciudad. Por esta razón podemos afirmar que el proceso de mulataje que caracteriza nuestra población actual ya había comenzado en esa centuria.
Otro de los factores que tenemos que tomar en consideración al estudiar la población es la frecuencia y gravedad de las enfermedades y epidemias que padecieron los isleños. Los documentos destacan que las más comunes fueron la gota, el romadizo, la sífilis y el tétano. Además, hubo epidemias de sarampión, de viruelas, de peste y de disentería. Este panorama se complicaba con las hambrunas o carestía de alimentos a causa de los huracanes que también eran frecuentes.
Cuando los españoles se asentaron en las tierras antillanas trajeron con ellos ideas e instituciones sociales de su país y de su época e intentaron estructurar conforme a ellas la sociedad colonial. No podemos olvidar, no obstante, que parte de los componentes de este perfil fueron los negros, ya esclavos, ya libres, lo que le dio a esta sociedad una jerarquización en función del color de la piel. La comprensión de este aspecto es fundamental pues asigna a los españoles la preeminencia en el plano social, económico y político. Dentro de este contexto, el linaje, es decir, la importancia de la familia, era fundamental para establecer la calidad social, sin embargo, desde finales del siglo XV el dinero aparece como un poderoso resorte de movilidad social. Por otra parte, la estimación propia, el espíritu combativo y el honor eran características de la hidalguía, que con el tiempo, pasaron a ser patrimonio de la totalidad del pueblo. El honor en particular no significaba practicar la virtud sino ser objeto de la estimación ajena. Quitar la honra era ofender, agraviar, pero ante todo, era manchar la persona. Por consiguiente, era necesario limpiar la mancha o la ofensa en un acto de venganza. La pureza de sangre también fue otra característica que cruzó el Atlántico. Había que ser “cristiano viejo” , no podía existir la sospecha de tener sangre mora o judía en la familia. Por esta razón, se cambiaron nombres, se falsificaron árboles genealógicos y se puso especial cuidado en evitar enlaces matrimoniales que pudieran contaminar la descendencia con sangre conversa. La presencia de los indios y negros esclavos hizo sentirse a los españoles superiores dándose un nuevo orden social que situó arriba a la “gente decente” (los blancos) y abajo a la “gente vil” (mestizos, mulatos y negros). La documentación de Puerto Rico examinada sobre este particular es considerable, encontrándose multitud de referencias sobre el desprecio del blanco a la gente de color.
La sociedad

Rostros puertorriqueños
De esta manera, la sociedad se constituyó a base de las estructuras de poder y por ende, de los grupos que de alguna forma ostentaron el mismo. A la cabeza estaban el gobernador y los oficiales de la Real Hacienda (tesorero y contador), luego la Iglesia, en sus dos vertientes, la monástica y la secular y por último, el Cabildo o ayuntamiento. Este cuerpo representó un importante grupo de presión pues estaba constituido por los hombres poderosos que residían constantemente en la Isla mientras que los funcionarios reales iban y venían. Por sus tareas y por los privilegios que tenían los municipios constituyeron una fuerza política notable.
Aunque de primera intención los regidores eran españoles, a medida que avanzó el siglo los criollos lograron el control de este cuerpo. De igual manera, tenemos que destacar que en este grupo estaban los hombres más ricos y poderosos de la isla que además controlaban casi todas las actividades económicas tales como los ingenios de azúcar, los hatos, las haciendas y el comercio al por mayor. Para mantener este control, estos linajes de por sí extensos, aumentaron su poder a través de alianzas matrimoniales, del compadrazgo y del patrocinio. Asimismo, lograron colocar algunos de sus familiares dentro de la Iglesia como miembros de la corporación capitular. Este era el cabildo que ordenaba la vida religiosa junto al obispo. Para muchos, la carrera eclesiástica era prometedora pues le otorgaba a sus miembros cierta seguridad económica, respetabilidad y posibilidad de ascender socialmente. De dos memoriales escritos por los obispos en 1577 y 1581 se desprende que la mayoría de los capitulares eran criollos que procedían de familias notables y poderosas de San Juan aunque muchos de ellos carecían de conocimientos de liturgia, de latín y tampoco eran reconocidos por su virtud y castidad. Lo mismo ocurrió con los frailes dominicos, lo que tuvo como resultado que la Orden de Predicadores se convirtiera en otro bastión para la defensa de los intereses de la oligarquía.
En esta sociedad era común que los individuos trataran de demostrar su condición social a través de esfuerzos que iban desde puestos concejiles, propiedades, compra de esclavos, sirvientes, una gran casa, vestimenta refinada y joyas. A esto se le unía la posesión de uno o más caballos siendo este animal el símbolo material del llamado caballero. De la misma manera, eran importantes los entronques matrimoniales pues a través de estos se podían aumentar las fortunas o perderlas. El hecho del casamiento era más crucial para la mujer que para el varón pues no se concebía a una mujer viviendo sin la protección y el apoyo de un hombre. Si no se casaba y no entraba a un convento era la opinión generalizada que la mujer se “perdería” y además deshonraría a su familia. Precisamente para salvaguardar la honra de las mujeres decentes de la ciudad, la Corona autorizó en 1526 la fundación de una casa de mujeres públicas “…por la honestidad de la ciudad y mujeres casadas de ella y por el excusar otros daños e inconvenientes…”. Por lo mismo, la mujer tenía que ser blanca, honesta, recogida y virtuosa.
La mentalidad de la época no concebía más salida para la mujer que el matrimonio o el convento, de manera que la doncella se convertía para sus padres o allegados en un problema económico ante la necesidad de proveerle una dote o regalía al prometido para ayudar al matrimonio aunque también era necesaria para entrar al convento, siendo la cantidad menor. Esta negociación era sumamente seria y se legalizaba ante un notario. En los casos en que hemos encontrado cartas dotes, el monto de las mismas es considerable pues sobrepasaban los 120,000 reales de plata. Por lo mismo, no se puede perder de vista el aspecto económico que dicha transferencia de capital tenía para la fortuna de la familia y la consolidación del poder.
Tanto la Corona como la Iglesia favorecieron el matrimonio entre iguales y desaprobaron los enlaces entre personas de clases o razas diferentes. La documentación nos demuestra que la mayoría de los enlaces entre iguales se dieron entre un peninsular (llegado de España) y una criolla; en segundo lugar, se encuentran los enlaces entre criollos. Se ha estudiado también un número considerable de enlaces de viudas con recién llegados que deseaban ante todo asegurar su permanencia en el territorio.
Por otro lado, el fácil acceso a mujeres de condición inferior como sirvientas y esclavas dio paso a la promiscuidad. Muchas veces este tipo de relación ocurrió de manera paralela con un vínculo legítimo en el cual convivían bajo el mismo techo, los hijos legítimos y los naturales. Esta forma de conducta fue frecuente y demuestra la distancia considerable entre el ideal familiar y la práctica de estos ideales. De la misma manera, se obligaba a la esposa y a las hijas a mantener un código estricto de moral mientras que los varones se entregaban a la promiscuidad dando lugar a una sociedad que fue marcada por el color de la piel y por la ilegitimidad desde sus comienzos en el siglo XVI.
Autor: Elsa Gelpí-Baiz
Publicado: 16 de septiembre de 2014.