Foto de Doel Vázquez. Cortesía del Programa de Sea Grant, UPR.
Cada año, cuando se acerca la cuaresma, y durante ese periodo, ocurren –sin fallar—varias cosas que se repiten: la gente sale a buscar pescado fresco y la prensa sale a cubrir ese proceso y a hacer las mismas preguntas: ¿cómo está la pesca? ¿cuáles son los pescados que busca la gente? Y ¿porqué si Puerto Rico está rodeado de agua, no se pesca como para satisfacer la demanda? Son preguntas importantes y válidas, pero las respuestas los eluden y cada año las repiten en reportajes que son identicos al del año anterior. El problema es complejo y tiene profundas raíces culturales, ecológicas e históricas que debemos escudriñar.
Puerto Rico ha tenido, a través de toda la primera mitad del siglo XX, una pequeña flota pesquera operada por cerca de 1,000 pescadores, que era catalogada como artesanal. Es decir, con navíos de pesca y embarcaciones (yolas, balandros) fabricadas manualmente que se movían principalmente con la fuerza del viento. La construcción y el empleo de las artes de pesca se hacía a mano, sin ningún tipo de mecanización. Los cordeles, las nasas (trampas), las redes (tarrayas, filetes, mallorquines y chinchorros) eran las artes preferidas y de mayor uso, para la pesca de peces costeros, los de arrecifes y algunos de ambientes pelágicos. Las embarcaciones, las artes y las dificultades a las que enfrentaban estas gentes de mar, de 1900 a 1950, eran idénticas a las señaladas en el informe al gobernador sobre las pesquerías en 1803. No tenemos datos de cuánto se capturaba en el siglo XIX, pero durante casi todo el siglo XX fluctuaban entre tres y cuatro millones de libras. Esa fue la cantidad promedio de libras de peces y mariscos desembarcados en la primera década del siglo XXI y desde entonces, hasta el 2020, el promedio ha sido de 2.184 millones de libras. En otras palabras, la pesca ha cambiado poco en ese sentido, pero… ¿cómo explicarlo?
Ecosistema costero y marino, y sus especies
Primeramente, las zonas tropicales e insulares tienen una enorme variedad de especies de peces, crustáceos y gasterópodos, muchos de ellos comestibles, que habitan en los estuarios, los ríos y quebradas, las aguas llanas (cercanas a la costa, a las islas e islotes), y los hábitats costeros y submarinos como los manglares, las praderas de yerbas marinas y los arrecifes de coral. Esos hábitats están sobre una zona que se conoce como la plataforma insular, alrededor de la isla. Esa plataforma relativamente llana es ancha y extensa en el este y en el oeste, muy estrecha en el norte y variable en el sur. Cuando la profundidad de las aguas llega a unos 80 pies, aproximadamente, la plataforma empieza a declinar hacia las profundidades. Ese declive, rico en vida marina, se conoce como el veril. En las profundidades de 150 a 400 pies viven corales en ambientes llamados mesofóticos, es decir, que pueden sobrevivir con menos cantidad de luz solar. La plataforma insular es una reducida franja geológica donde viven y se procrean las especies en un competido y reducido espacio; especies que tienen características de lento crecimiento y poca productividad que limita el reproducirse en grandes cantidades y tener grandes cardúmenes. Más alla del veril, en las aguas de mar abierto, encontramos dos zonas importantes para la vida marina y para la pesca: la zona pelágica superficial y los fondos rocosos y mesetas submarinas que forman los bancos de pesca a profundidad.
En la zona pelágica, áreas donde las aguas son profundas, viven y transitan grupos y grandes cardúmenes o escuelas de peces migratorios como los atunes, agujas, dorados, petos, sierras, emperadores (pez espada) y otros, algunos de los cuales llegan al veril a alimentarse de otros peces. Estas especies y su patrón de vida y reproducción tienen la capacidad, en las aguas del Atlántico y el Caribe que nos bordea, de sostener unas capturas bastante altas, porque son depredadores voraces que crecen más rápido. No obstante, esos peces no habían sido pescados con intensidad por nuestros pescadores, por carecer de la tecnología y la infraestructura necesaria.

Lancha en busca de pesca de chillo en el canal de la Mona. Foto por Manuel Valdés Pizzini.
Los bancos de pesca de profundidad son unas mesetas, o extensas zonas planas entre 500 a 1,800 pies, donde habitan los pargos de profundidad (chillos, moniamas, besugos y cartuchos) y meros (guasa). Estas son y han sido importantes especies comestibles, con alto valor en el mercado, sobre todo para la gastronomía de los restaurantes especializados en mariscos y pescados frescos. Estos bancos de pesca profunda se encuentran en diversas aguas que bordean la Isla, por ejemplo en el sureste (Grappler e Investigador) y en el oeste, en el Canal de la Mona (Banco del Medio, Corona del Sur, Bajo de Sico y el área de como Pichincho).
Pesca y tecnología
Las capturas más altas que se han producido en Puerto Rico en el siglo XX se lograron a finales de la década de 1970, cuando las autoridades registraron en exceso de siete millones de libras. Luego de eso hubo un descenso y fluctuación en las capturas. A partir del programa de modernización e industrialización del País en a década de 1950 , conocido como Manos a la Obra, el Gobierno se dio a la tarea de darle forma a un programa para aumentar el esfuerzo pesquero para un mayor volumen de las capturas y hacer al país menos dependiente de la importación de pescado. El programa comenzó a reemplazar las dilapidadas estructuras de venta de pescado, por modernas “villas pesqueras” (una instalación del Departamento de Agricultura) construidas en cemento y bloques, electrificadas, con espacio para guardar artes de pesca, un área de venta y mejoras a los muelles y las rampas. Por aquellos años la División de Educación a la Comunidad produjo el documental “El yugo” para estimular a los pescadores a crear sus propias organizaciones, y salir del control de los acaparadores de pescado.
Documental: El yugo (ICP)
El Departamento de Agricultura—entonces a cargo del desarrollo de las pesquerías—se dedicó a recopilar información sobre las capturas, hacer investigaciones sobre las maneras más productivas de pescar y a estimular que los pescadores mecanizaran su flota por medio de motores para las embarcaciones y “guinches” (del inglés winch, o cabrestante) para subir las nasas de manera más rápida. Esto resultó en una mejor capacidad de navegación y una operación más eficiente cubriendo áreas más grandes, por toda la plataforma insular, llegando a sus confines, al veril. Las artes hechas a mano fueron reemplazadas por redes manufacturadas con materiales sintéticos en Estados Unidos, el uso de cordeles de monofilamento, y la armazón de madera y el tejido de bejuco de las nasas fue cambiado por varillas de hierro y paños de alambre galvanizado conocido como alambre de “jaula de pollos” o un enrejillado de metal cubierto de plástico. No todos cambiaron, pero muchos si lo hicieron.

Pesca con tarraya en la bahía de San Juan. Foto Doel Vázquez. Cortesía Programa Sea Grant, UPR.
A principios de la década de 1970, el Gobierno y varias organizaciones dedicadas al desarrollo comunitario compraron embarcaciones relativamente grandes (conocidas como arrastreros camaroneros, trawlers, de 26 a 32 pies de eslora) para ser adaptadas y usadas en la pesca de nasas y poder llevar muchas nasas abordo. La decisión de los gestores gubernamentales fue la de transformar la pesca de nasas, realizada en botes (balandros adaptados con un motor de carro) incómodos para esa tarea, con el uso de embarcaciones más grandes, ágiles con “guinches” eléctricos. Ese esfuerzo tuvo un éxito parcial ya que operar esas embarcaciones para pescar con nasas era muy caro y un buen número de pescadores las abandonó. Pero el éxito más rotundo lo obtuvo la flota de naseros del oeste de la Isla, que tenían los bancos de pesca más extensos y más ricos en recursos de la plataforma insular. Los pescadores del oeste, sobre todo los de Puerto Real de Cabo Rojo, tenían una larga tradición como navegantes de cabotaje desde el siglo XVIII y conocían los pesqueros y las rutas marítimas de toda la costa, y navegaban el mar abierto por las islas de Mona y Desecheo y los bancos de esa zona.
Durante la primera mitad del siglo XX los vendedores de pescado y empresarios costeros invirtieron su capital en embarcaciones, muelles, refrigeradores, embarcaderos, atracaderos, talleres de mecánica, varaderos y soldadura ampliando así su capacidad pesquera. Estos empresarios adquirieron embarcaciones provistas por el Gobierno y las adaptaron con cajas de fibra de vidrio para hielo y pescado, y malacates eléctricos para operar de manera rápida los 1,500 pies de cordel para la pesca de profundidad por el veril y en los bancos del Canal de la Mona.
Estas empresas—con su historial de navegación—comenzaron a pescar en las aguas de la República Dominicana y extendieron sus incursiones por todo el Caribe, llegando hasta las Bahamas en el oeste y a las islas de Saba, Nevis y St. Barth al este, en busca de los codiciados pargos colorados, los chillos. En otras palabras, las capturas más grandes del País, con su pico de 7.2 millones de libras en 1979, ocurrieron en las aguas de otros países, una pesca que era considerada furtiva y que cesó parcialmente en 1982 cuando el Gobierno federal les advirtió de los problemas legales en los que podían incurrir si eran capturados en otros países. No obstante, estas empresas continuaron esa práctica hasta la década de 1990 cuando varias embarcaciones fueron incautadas por los gobiernos de República Dominicana, Bahamas y Turcos y Caicos. Los desembarcos de las capturas no han vuelto a ser los mismos desde entonces… o tal vez son lo que siempre debieron ser.

Balandro para la pesca de cordel, entre otros usos. Foto Manuel Valdés Pizzini.
Los pescadores del País se adaptaron a las nuevas condiciones y volvieron a usar embarcaciones pequeñas, pero cada vez más con motores fuera de borda, equipo de Sistema de Posicionamiento Global (GPS), sonar de profundidad, radio de comunicación VHF y malacates eléctricos para pescar en las aguas locales. Algunos volvieron a usar en la década de 1990 las redes de ahorque (mallorquines, trasmallos o filetes) para capturar peces en los arenales y yerbazales, ya que una variante de esas redes, el ‘volante del carey’, no se podía usar por la prohibición de las capturas de tortugas marinas a partir del 1973 por la ley de especies en peligro de extinción. Desde 1985 al presente ha declinado el uso de las nasas sustituído por el uso del arpón y la colección de invertebrados con equipo de buceo (SCUBA), que es hoy el método de pesca más importante, y que trae especies de alto valor monetario como la langosta, los meros, el capitán, los loros y el carrucho.

Para el 2021 se estiman que en Puerto Rico hay cerca de 900 pescadores activos, con licencias y tal vez un número igual de pescadores sin permisos cuyos datos se desconocen. Foto Doel Vázquez. Cortesía del Programa Sea Grant, UPR.
Cada día se hace más difícil mantener un negocio basado en la pesca, debido a los requisitos gubernamentales, las limitaciones por temporadas o vedas, los altos costos de operación y una disminución en las libras desembarcadas por viaje. Los impactos (naturales y por actividades de humanos) al ambiente costero y marino dificulta cada vez más el acceso seguro al mar y se han impactado los hábitats de crianza de los organismos marinos y su capacidad de recuperación y sobrevivencia. Finalmente los cambios climáticos tambien se han dejado sentir en los patrones de vientos, corrientes y la temperatura del mar que probablemente afecta a los peces, sus larvas y las temporadas de reproducción. En estos días (2021) se estiman en unos 900 los pescadores activos, con licencias y tal vez un número igual de pescadores sin permisos cuyos datos desconocemos.
¿Hay pescado fresco?
Desde los tiempos previos a la colonización, las sociedades originarias dependían de los recursos marinos y costeros para una buena parte de su alimentación y el consumo de proteína animal. La captura de ostras de mangle, almejas, caracoles de todo tipo, el bulgao y los carruchos, eran parte de las estrategias de subsistencia que son evidentes en los yacimientos arqueológicos. La pesca con redes, los cordeles, la captura y consumo de manatíes y de tortugas marinas era esencial. Los aborígenes tenían tambien corrales de pesca que eran un cercado en las bocas de los ríos y los caños, formada por una pared de esteras que guiaba a los peces en sus corridas hasta unas enormes trampas, de donde eran recogidos vivos.
No tenemos muchos datos sobre los primeros cien años después de la colonización, pero sabemos que los locales pescaban (presumiblemente con cordel y anzuelo y con redes) y que capturaban careyes y manatíes para su consumo. Con alguna precisión sabemos que para 1620 los partidos originales de San Germán y San Juan arrendaban el lugar donde era posible poner un corral de pesca, técnica que era conocida también en toda Europa y en África.
El corral fue una de las artes de pesca más importantes durante la ocupación española, una fuente de pescado fresco que complementaba la importación masiva (alrededor de 20 millones de libras) de pescado saladoLos corrales fueron prohibidos en 1953, y durante la primera mitad del siglo XX, los pescadores artesanales y los corraleros proveyeron a nuestra gente de pescado fresco, a razón de tres a cuatro millones de libras anuales. Las y los trabajadores de la caña y de otros sectores de la economía dependían del bacalao importado para suplir su necesidad alimentaria. La mayor parte de ese pescado salado y las conservas venía de Terranova, con importaciones que oscilaban entre 20 y 32 millones de libras anuales.
Es posible pensar que esa diferencia abismal en libras y el bajo costo del bacalao importado soslayaron el interés de ampliar la producción pesquera de Puerto Rico, para la que hubiese sido necesario incursionar (como lo hicieron muchos países) en aguas internacionales y en las aguas territoriales de otros países. Hubiese requerido del establecimiento de relaciones comerciales con esos países y de una inversión masiva de fondos públicos y de incentivos para la construcción y operación de embarcaciones, infraestructura y procesadoras de pescado, cosa que hicieron los países conocidos como potencias pesqueras. En Puerto Rico se hizo lo necesario para que las familias pescadoras pudieran pescar y desarrollarse, dentro de las limitaciones del recurso disponible y el poco interés del Gobierno.
La ocupación estadounidense de la Isla en 1898 transformó el uso de los corrales, al emitir una directriz de que el uso de las aguas —para la pesca— era libre para todo el mundo. Esa orden desarticuló la manera sistemática en la que el gobierno español reglamentaba el uso y la localización. Eso provocó innumerables conflictos con pescadores que usaban otras artes y una férrea competencia por el recurso.
De 1898 a 1940 no hubo mucha actividad gubernamental para el desarrollo de la pesca local, excepto por el “fortalecimiento” de la ley de pesca para reglamentar el uso de diversas artes, incluyendo los corrales. En la década de 1970 el gobierno estadounidense creó los Consejos de Pesca, una entidad federal con la participación de los gobiernos de los estados y territorios de las regiones, para conservar y regimentar la pesca en las aguas federales. En Puerto Rico se creó el Consejo de Pesca del Caribe, que incluye a las Islas Vírgenes y es hoy la entidad que promueve los planes de manejo del recurso y las medidas de conservación, en conjunto con los gobiernos locales.
Una posibilidad desperdiciada
Las flotas pesqueras de California, de Nueva Inglaterra y las del sureste de Estados Unidos fueron beneficiadas por una larga historia de inversiones de capital, incentivos gubernamentales, préstamos de bajo interés y subsidios de todo tipo. Con esas ayudas y con la fuerza de esos capitales se crearon mega empresas dedicadas al procesamiento de pescados como el atún enlatado, las sardinas y el pescado congelado, que por cierto, abarrotó nuestro mercado en la década de 1970, cuando decayó el consumo de bacalao. Las empresas atuneras, pescándolo en el Pacífico lo llegaron a procesar en Ponce y en Mayagüez, antes de mover esas plantas a la Samoa estadounidense, donde es más rentable y cercano a los bancos de pesca.
Cercano a nuestras aguas, en la jurisdicción federal de la Zona Económica Exclusiva (ZEE, 200 millas, excepto por las 9 millas naúticas de nuestra jurisdicción) transitan en rutas migratorias o en circuitos locales especies pelágicas cuya cantidad no podemos precisar, pero que hace una década estudiosos calcularon en un potencial de cuatro a siete millones de libras. No obstante, era un abasto en precario que debía ser protegido para que no colapsara. Es poco lo que se conocede eso, pero sí sabemos que desde 1990 ha sido un recurso pescado por flotas de palangreros de Nueva Inglaterra, Florida, Carolina del Norte y hasta de China y Taiwan.
El palangre es un arte formado por una línea madre que tiene amarradas a ella otras líneas (formadas por fuetes, verguillas y anzuelos con carnadas) sostenida por boyas y colocado en diferentes profundidades y temperaturas del océano. Esa línea madre y su pesca es recogida mecánicamente por un enorme carrete en embarcaciones de gran tamaño. Un palangre puede medir entre 10 y 45 millas de largo , y es capaz de capturar una gran variedad y cantidad de peces, tortugas, aves y mamíferos marinos. Por muchos años nuestros pescadores han denunciado el uso ilegal de ese arte en las aguas territoriales (aunque no así en la ZEE), al mismo tiempo que lo han señalado como una posibilidad para aumentar las capturas locales. Esa ha sido una oportunidad que probablemente se ha desvanecido por la necesidad de proteger los abastos y las especies de alto valor deportivo (pez vela, agujas blancas y azules) y por las especies pelágicas comestibles que se han pescado en demasía.
Finalmente…
¿Hay pescado fresco? Muchos pescadores llevan pescado fresco a sus casas o lo reparten en sus vecindarios. Son pescados que mucha gente desconoce pero que forman parte de la gastronomía cotidiana de la costa: palometas, cachicatas, machetes, corvinos, jareas, salmonetes, peje puerco, corcovao, entre otros. Las preferencias y el conocimiento tradicional de estas especies varían alrededor de Puerto Rico basado en los ambientes naturales que proveen una u otra especie que históricamente se capturaban y se distribuían por vendedores ambulantes en las ciudades y en la altura. En las pescaderías, al igual que en las casas de los pescadores podemos comprar un buen pescado fresco, al igual que en algunos restaurantes. Son un puñado los restaurantes que se dedican exclusivamente al pescado fresco del más alto valor comprado directamente a los pescadores o acaparadores locales. La demanda por los mariscos y pescados alrededor de la costa supera la oferta la mayoría del tiempo. Por lo tanto… la mayor parte del pescado que consumimos es importado, ya congelado o salado. Eso, lo sabemos con certeza.
Referencias:
Revista “Fuete y verguilla”, del Programa Sea Grant.
https://seagrantpr.org/communications-and-publications/fuete-y-verguilla/. Consultado 7 de junio de 2021
Valdés Pizzini, Manuel. “Una mirada al mundo de los pescadores: Una perspectiva global”. Contó con colaboración con Michelle T. Schärer Umpierre. Mayaüez: Sea Grant, Universidad de Puerto Rico, 2011. https://www.researchgate.net/publication/259146890_UNA_MIRADA_AL_MUNDO_DE_LOS_PESCADORES_EN_PUERTO_RICO_UNA_PERSPECTIVA_GLOBAL. Consultado 7 de junio de 2021.
Autor: Dr. Manuel Valdés Pizzini
Con la colaboración de la oceanógrafa Michelle T. Schärer Umpierre
4 de junio de 2021
Revisión: Dra. Lizette Cabrera Salcedo