Puerto Rico experimentó un cambio considerable en el siglo XIX, no solo en su economía, sino en varios aspectos de la vida común de sus ciudadanos. La economía, que en el siglo XVIII estuvo marcada principalmente por un comercio variado, fue transformándose en el siglo XIX a una de monocultivo de la caña de azúcar y del café. El negocio del contrabando iba en aumento. Sin embargo, el comercio oficial reportaba bajos niveles en la economía. Los gobernantes puertorriqueños promulgaban que el problema económico consistía, en ocasiones, en la falta de mercado, y en su mayoría, en la falta de mano de obra.
Sin embargo, aunque a principios de siglo hubo un aumento vertiginoso en la población, esto contrasta con la versión oficial del Estado y de los propietarios que aducían que el problema económico de la isla se debía a una “falta de brazos”, por lo que se perdían las cosechas. En 1834, varios miembros de la Diputación Provincial informaron al procurador en las Cortes de Cádiz de que alrededor de una tercera parte de la población deambulaba por la isla sin hogar ni oficio y que no trabajaban para acumular riquezas sino para vivir el día a día. Este dato presupone preliminarmente un excedente en la mano de obra y falta de trabajo. No obstante, esto no se percibe en el discurso de la clase propietaria que juzgaba que esta clase de gente “deambulante” era “vaga”, objeto de los “juegos prohibidos” y responsable del aumento en los problemas sociales. La clase dominante entendía que todos estos males sociales mejorarían si estos “vagos” trabajaran. Durante este siglo, los propietarios y el Gobierno buscaban soluciones encaminadas a atender esta situación.
Dentro de este contexto surgió el término de los agregados: peones o “deambulantes” que, a cambio de un pedazo de terreno, cultivaban a medias en sus ratos libres. Para el Estado, la única solución viable era la de transformar a “los agregados” (“hombres perniciosos” y “la más roedora polilla de las estancias y haciendas”) en trabajadores. Esto marcó la consolidación de una clase social y económica muy importante para el Puerto Rico del siglo XIX, y que tiene sus repercusiones hasta el presente, más allá de lo económico. Este concepto surgió de los múltiples intentos de dominación de las élites dominantes a esta clase trabajadora, lo que se evidenció con las múltiples circulares y reglamentos que tenían el objetivo de perseguir a los “vagos y mal entretenidos”. El mayor intento de eliminar la clase agregada fue en el 1838 y 1849, este último año con la creación del régimen de la libreta de jornarelos por parte del gobernador Juan de la Pezuela. Con esto, el agregado se convertía en jornalero. Se le obligaba a trabajar un año con los hacendados bajo pena de cárcel o trabajos forzados en las obras del Gobierno. Además, debía portar una papeleta o libreta donde se estipulaban los términos del contrato, deudas y evaluaciones de su trabajo. Este régimen fue abolido por el Estado en 1873. Mientras duró este sistema, los hacendados, para mantener la mano de obra, perpetuaban la dominación de los jornaleros mediante la deuda indefinida, al tratar de convertirlos en agregados nuevamente, o mediante el arrendamiento de sus tierras. Esto muestra que la condición de agregado pasó de un estado de dominación “legal y abierta” a uno “sofísticadamente económico”, al estar eternamente endeudados al hacendado, como una especie de relación feudal-vasallo. El Estado la abolió, pero en la práctica perduró.
A los agregados se les ha llamado o asociado también con los nombres de arrimados, desacomodados o jíbaros. En general, era un sector de la ruralía que se encontraba desposeído de la tierra en un momento dado. Estos desposeídos, que deambulaban sin hogar necesitados de subsistencia, llegaban a un tipo de trueque o contrato con el hacendado (dueño de una hacienda azucarera o cafetalera) en el cual el hacendado le “concedía” un pedazo de tierra a cambio de sembrarla para él y para sí. De ahí proviene el término de agregado, al verse como “añadido” a la tierra del hacendado. En dicho terreno el agregado construía su casa de forma muy pobre y humilde. Muchas veces no estaba claro si tal concesión era un regalo o un préstamo, pero para este sector esto representaba un modo de seguridad familiar y de subsistencia.
Autor: Manuel Tardí González
Publicado: 15 de septiembre de 2014.