Luego de más de un siglo de intensa asociación económica y política, de continuas declaraciones oficiales sobre parentesco cultural y de la importación masiva de casi la mitad de los puertorriqueños a Estados Unidos, la literatura puertorriqueña todavía es desconocida entre la mayoría de los lectores y estudiantes de literatura estadounidense. Los escritores más destacados aún se desconocen y, con algunas excepciones, tampoco han sido traducidos. Existen pocas antologías en inglés y las que hay no son sistemáticas; y todavía no se ha preparado una sola historia o antología de la literatura puertorriqueña en inglés. Inclusive los escritos de los puertorriqueños que viven en Estados Unidos, publicados mayormente en inglés, y que describen la vida en este país, se han mantenido al margen de cualquier canon literario.
No fue hasta finales de la década de 1960, cuando emergieron en el panorama de la literatura estadounidense, voces característicamente “Nuyorican” (o nuyorriqueñas), que se comenzó hablar de una literatura puertorriqueña emanada de la vida en este país. (El vocablo es una adaptación de New York y Puerto Rican). ¿Cómo se puede esperar que una comunidad oprimida y sin raíces produzca una literatura? Se asumía que estos recién llegados, muchos de los cuales carecían de las destrezas básicas de la alfabetización en español o en inglés, estaban todavía inmersos en el síndrome del emigrante. Peor aún, se pensaba que estarían languideciendo en lo que Oscar Lewis llamó la “cultura de la pobreza”. Pero en libros como el de Piri Thomas, Down These Mean Streets (1967) y el de Pedro Pietri, Puerto Rican Obituary (1973), surgió una literatura de puertorriqueños en inglés que estaba decididamente en–y contra–la corriente estadounidense.
Este ímpetu inicial se ha convertido desde entonces en un movimiento literario coherente y variado, de manera que desde la pasada década las obras de los llamados escritores nuyorican son una corriente identificable en la literatura estadounidense. El hecho de que este movimiento esté relacionado con la literatura nacional de Puerto Rico y, por extensión, con la literatura latinoamericana, es un asunto de crucial importancia, pero también bastante complejo. Precisamente la característica que distingue la expresión Nuyorican de otras literaturas de minoría es que funde dos literaturas nacionales y dos perspectivas hemisféricas distintas. En todo caso, los años de toma de conciencia cultural y política a finales de la década del 60 generaron una práctica literaria activa entre los puertorriqueños nacidos y criados en Estados Unidos, quienes se las han arreglado para ventilar una problemática y un lenguaje característico con un mínimo de apoyo institucional o infraestructural.
El interés crítico e histórico en esa nueva literatura también ha crecido. Así lo evidencia una serie de artículos en revistas e introducciones de antologías que, aunque desparramadas, han proporcionado algunos contextos y acercamientos útiles. Junto con críticos como Edna Acosta-Belén, Efraín Barradas, Frances Aparicio y John Miller, merece atención especial Wolfgang Binder, profesor de estudios americanos en la Universidad de Erlangen. Su enjundiosa obra sobre literatura puertorriqueña contemporánea se basa en un amplio conocimiento de los materiales y en cierto grado de familiaridad con muchos de los autores. Este tipo de estudio más profundo ha dejado claramente demostrado que la literatura puertorriqueña en Estados Unidos no nació sui generis a finales de la década del 60. Demuestra además que según lo que sucede con otras literaturas en desarrollo, no es posible medir su alcance, ni pueden ser explicadas, en términos de las normas vigentes de género, nivel de ficción, lenguaje o límites nacionales.
En 1982 apareció el primer libro sobre literatura puertorriqueña en Estados Unidos. Se trata de The Nuyorican Experience, de Eugene Mohr, profesor de inglés de la Universidad de Puerto Rico. La obra presenta una visión panorámica de muchas obras y autores, además de sugerir elementos para una posible cronología histórica.
Primera etapa: escritos de los emigrantes pioneros

Cubierta del libro Memorias de Bernardo Vega
Los primeros puertorriqueños que escribieron sobre la vida en Estados Unidos fueron exiliados políticos de la lucha de independencia contra España, quienes vinieron a Nueva York en las últimas décadas del siglo XIX para escapar de las autoridades coloniales. Algunos de los más prominentes líderes intelectuales y revolucionarios, tales como Eugenio María de Hostos, Ramón Emeterio Betances, Lola Rodríguez de Tió y Sotero Figueroa, pasaron temporadas en Nueva York, donde junto a otros compañeros exiliados de Cuba trazaron la ruta para liberar a sus respectivos países del régimen español. Los nobles ideales de “unidad antillana” encontraron expresión concreta en la fundación del Partido Revolucionario Cubano-Puertorriqueño bajo el liderato del patriota cubano José Martí. Esta comunidad temprana se componía mayormente de la élite radical patriota, pero aun entonces había una base sólida de artesanos y trabajadores, quienes apoyaron las actividades organizacionales. Merece destacarse el hecho de que Arturo Alfonso Schomburg fue uno de esos primeros emigrantes puertorriqueños que se establecieron en Nueva York, donde ayudó a fundar el Club Dos Antillas y pasó a ser posteriormente un experto en todo lo relacionado con la experiencia africana.
Los escritos que contienen los testimonios y las impresiones sobre estos años en Nueva York están dispersos en diarios, correspondencia y a menudo en los periódicos revolucionarios de corta duración. Quizás el texto más extenso y revelador que se haya descubierto hasta la fecha es el artículo personal del poeta puertorriqueño y mártir revolucionario Francisco Gonzalo Marín. “Pachín” Marín, un tipógrafo de profesión que murió combatiendo en las montañas de Cuba, es una figura prominente en la historia de la poesíapuertorriqueña. En “Nueva York por dentro: Una faz de su vida bohemia” nos ofrece una aguda reflexión crítica sobre Nueva York, según la experiencia de un emigrante puertorriqueño, indigente pero esperanzado.
Escritos como los de “Pachín” Marín y algunos pasajes de los diarios y la correspondencia de Hostos y otros escritores demuestran una gran capacidad profética a juzgar por el desarrollo histórico y literario que se dio posteriormente. En términos de ensayar una historia de la literatura puertorriqueña en Estados Unidos ellos aportaron una perspectiva de valor incalculable y una visión anticipada de los acontecimientos del 1898. Cuando se leen junto a los ensayos y viñetas de José Martí en Nueva York y en Estados Unidos, estos materiales revelan la visión que tenían sobre la sociedad estadounidense en aquellos tiempos, estos escritores e intelectuales caribeños. Mohr fija los orígenes de la experiencia nuyorican en la llegada de Bernardo Vega a Nueva York en el 1916, según éste lo relata en el primer capítulo de sus memorias. Memorias de Bemardo Vega es un punto de partida lógico, puesto que es una crónica de la comunidad puertorriqueña desde los orígenes más lejanos, pero el libro se escribió a finales de la década de 1940 y no se publicó hasta el 1977. (La traducción al inglés apareció en 1984). A pesar de la publicación tardía del libro, no hay duda de que Bernardo Vega fue uno de los pioneros; él y su obra representan el periodo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial (1917-1945). Fue testigo del crecimiento y la consolidación de la comunidad emigrante, luego de que se le impusiera la ciudadanía a los puertorriqueños en 1917 mediante la Ley Jones y antes de la emigración masiva de 1945.
En contraste con los exiliados políticos y con otros visitantes temporeros u ocasionales a Nueva York, Bernardo Vega era, en palabras de Mohr, un “proto-Nuyorican”. Es decir, aunque regresó a Puerto Rico eventualmente, ya de edad avanzada, y vivió allí desde fines de la década del 50 hasta su muerte en los años 60, Vega fue de los primeros puertorriqueños que escribió sobre Nueva York como alguien que había venido para quedarse.
La literatura puertorriqueña de esta primera etapa exhibió muchas de las características de la literatura de emigrantes a medida que la comunidad, relativamente pequeña todavía, se iba asemejando a los grupos emigrantes anteriores en cuanto a estatus social, esperanzas de progresar y participación cívica. Los escritos que se publicaban eran básicamente de tipo periodístico y autobiográfico: viñetas personales y anecdóticas, chistes y relatos que aparecían en los muchos periódicos y revistas en español que surgieron y murieron a través de los años. Es una literatura testimonial y en primera persona; los recién llegados describen en su lengua materna, los cambios abruptos y los primeros ajustes en el nuevo medio según los van padeciendo.
Sin embargo, en aquel entonces era difícil establecer una analogía con la experiencia del emigrante europeo. La diferencia más importante que ha condicionado esta migración y su proceso de establecerse en la metrópoli es la continuada relación colonial entre Puerto Rico y Estados Unidos. Los puertorriqueños llegaron a Estados Unidos como extranjeros nacionales–un hecho que la ciudadanía estadounidense tiende a oscurecer–. La literatura testimonial y periodística de ese primer periodo es evidencia de que los puertorriqueños que entraban a Estados Unidos, incluso los más deslumbrados por la ilusión del éxito y la fortuna, tendían a estar concientes del estatus discordante y poco ventajoso de Puerto Rico.
Por esa razón la preocupación por la patria y el apego a las tradiciones y a la cultura nacional permanecieron muy vigentes, del mismo modo que también perduró su sentido de vulnerabilidad social en Estados Unidos. El discrimen de que eran víctimas los recién llegados se agudizó por el prejuicio racial y cultural, según lo señala en forma conmovedora el escritor puertorriqueño negro y líder político Jesús Colón, en su libro de viñetas autobiográficas de esas primeras décadas titulado A Puerto Rican in New York (1961). En esos dos sentidos–sus fuertes raíces dentro de una herencia cultural definida y, la necesidad de mantenerse alertas para resistir la desigualdad social la escritura puertorriqueña en Estados Unidos debe leerse, aún en esta primera etapa testimonial, como una literatura colonial. Su compleja problemática la acerca más a la literatura minoritaria de grupos oprimidos que a los objetivos y la práctica literaria de los emigrantes étnicos.
Segunda etapa: Las décadas de 1950 y 60

Cubierta del libro de Jesús Colón
Las dos décadas inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial fueron testigos de la industrialización rápida de Puerto Rico bajo el programa Manos a la Obra y cientos de miles de trabajadores puertorriqueños emigraron a Nueva York y a otras ciudades de Estados Unidos. La avalancha de familias recién llegadas, que componían una parte significativa del proletariado agrícola del país, cambió drásticamente el carácter de la comunidad emigrante puertorriqueña y la distanció aún más de las inmigraciones anteriores que Estados Unidos había conocido. El llamado “problema puertorriqueño” cobró una importancia como nunca antes para la sociedad estadounidense oficial, junto con los problemas de drogadicción, criminalidad y la penetración de las fuerzas del crimen en los atestados vecindarios puertorriqueños que ya existían. Esta explosiva situación fue la que trató de suavizar West Side Story, obra escrita y puesta en escena a mediados de la década del 50. Lamentablemente la obra tuvo el efecto contrario al reforzar algunos de los estereotipos más arraigados en la cultura dominante. Hay que decir lo mismo del libro La vida (1965), de Oscar Lewis y su negativa percepción de la cultura de la pobreza.
Fue en esta época y por estas mismas condiciones que la emigración y la comunidad de emigrantes puertorriqueños en Estados Unidos llegaron a convertirse en temas básicos de la literatura nacional puertorriqueña. Para mediados de siglo, a tono con el cambio de enfoque más general de lo rural hacia lo urbano, la atención de los escritores de la Isla se concentró en la realidad de la emigración masiva y del barrio de emigrantes. Muchos autores como René Marqués, Enrique Laguerre, José Luis González y Emilio Díaz Valcárcel vinieron acá durante esos años para observar la situación de cerca, mientras que un escritor que años más tarde se identificó con la literatura de la Isla como Pedro Juan Soto, padeció directamente la experiencia de la emigración. El resultado fue una profusión de obras de narrativa y de teatro, todas publicadas en la década del 50 y los primeros años del 60, algunas de las cuales se consideran todavía como representaciones fundamentales de la vida puertorriqueña en Estados Unidos.
A pesar del mérito artístico innegable de estas obras-se destacan los cuentos de José Luis González, Spiks de Pedro Juan Soto, y por razones históricas La carreta, de René Marqués que es claramente una literatura sobre los puertorriqueños en Estados Unidos más que de la comunidad puertorriqueña en EE.UU. Pero a pesar de los problemas señalados esas “perspectivas desde una isla” siguen siendo con todo derecho algunas de las obras mejor conocidas de la literatura puertorriqueña en Estados Unidos y la postura crítica de sus autores generalmente refuerza su impacto literario. La penosa situación de los puertorriqueños que han vivido en Estados Unidos se la atribuyen al estatus colonial de Puerto Rico en su mayoría, sin olvidar el prejuicio racial y la diferencia climática e idomática.
Durante la década del 50 también existió una “visión desde adentro” de la comunidad puertorriqueña; una literatura mucho menos conocida, escrita por los puertorriqueños que siempre estuvieron en EE.UU y quienes, con cariño o sin él, consideraban el Barrio como su hogar. Bernardo Vega y Jesús Colón en las Memorias y A Puerto Rican in New York relatan la llegada y la radicalización de los puertorriqueños a través de las décadas. También había un número de poetas puertorriqueños que vivía hacía tiempo en la ciudad de Nueva York y que para los años 50 comenzó a considerarse como una voz distinta dentro de la poesía nacional. Entre éstos se encontraban Juan Avilés, Emilio Delgado, Clemente Soto Vélez, Pedro Carrasquillo, Jorge Brandon y José Dávila Semprit. Julia de Burgos, considerada por muchos la principal poeta de Puerto Rico, también integró este grupo para los años 40. El poco material que hay disponible demuestra que se trataba de una poesía convencional en el idioma español con poca referencia a la emigración o a la vida en Nueva York y mucho menos precursora de la compleja situación bilingüe de la generación que le siguió. Mientras tanto es importante mencionar a Pedro Carrasquillo por sus décimas populares sobre un jíbaro en Nueva York, a Dávila Semprit por su vigorosa poesía política y a Soto Vélez y a Brandon por el ejemplo que le dieron a tantos poetas jóvenes.
Quizás el mejor ejemplo de literatura escrita desde dentro de la comunidad a mediados de siglo lo constituye la novela Trópico en Manhattan (1960) de Guillermo Cotto-Thorner. Es impresionante el contraste con los autores de la Isla en cuanto a la forma de abordar la experiencia del emigrante. La descripción del choque inicial producido por la llegada y las adaptaciones al nuevo medio hacen que la novela cobre profundidad histórica. Al contexto interpersonal y social más elaborado se le añaden los traumas y las tribulaciones personales. La prueba de la inmersión del autor en la comunidad y de su compromiso con ésta la constituye el lenguaje. El español de Trópico en Manhattan está salpicado con neologismos de varios tipos, especialmente en algunos diálogos, y al final del libro se añade un glosario que comprende lo que Cotto-Thorner llama “Neorkismos”
El contraste entre las visiones de los observadores y los que participan en la creación de la literatura puertorriqueña de este periodo no se refleja tanto en la calidad literaria, como en el desarrollo histórico de la obra de los escritores. Una novela como Trópico en Manhattan puede que no supere en calidad los cuentos de José Luis González y Pedro Juan Soto, pero revela con mayor propiedad y precisión las contradicciones sociales dentro de la comunidad y provee un sentido de proceso y duración épica. En términos de historia literaria esa novela relativamente desconocida, con su temprana sensibilidad hacia los “Neorkismos”, puede prefigurar más acertadamente la voz y el punto de vista Nuyorican que lo que pudiera hacerlo La carreta, o incluso, Spiks.
Jaime Carrero es otro autor isleño de transición durante el periodo 1945-65 quien también intenta establecer que el contraste entre los de afuera y los de adentro tiene que ver más con su perspectiva cultural que con el lugar donde residen. Carrero, cuyo volumen de poesía bilingüe Jet Neorriqueño: Neo-Rican Jet Liner (1964) anticipó la llegada de la literatura Nuyorican en Nueva York es residente de la Isla y ha estado en Nueva York de visita y para hacer estudios universitarios. Como señala Eugene Mohr, lo que separa a Carrero de otros escritores de la Isla es “el continuado interés en el problema colonial y su adhesión al punto de vista nuyorriqueño”.
Tercera etapa: Los escritores Nuyorican

Arturo Alfonso Schomburg
La tercera etapa de la literatura puertorriqueña entre los emigrantes, es la nuyorican; ésta surgió sin referencia directa de la literatura de las dos etapas anteriores. Sin embargo, a pesar de esta aparente desconexión, la expresión creativa nuyorican enlaza efectivamente la “pionera” literatura testimonial y el tratamiento ficcional imaginativo de los escritores del 50 y del 60. Esta combinación de estilos autobiográficos e imaginativos para describir la comunidad quizás se percibe mejor en la prosa-ficción de Down These Mean Streets (1967), de Piri Thomas. Nilda (1973), de Nicholasa Mohr y Family Installments (1983), de Edward Rivera están más cercanos a la novela testimonial que a cualquier otro género dentro de “la visión de una isla”.
Este sentido de culminación y de síntesis de las etapas anteriores es indicativo de que con la obra de los escritores nuyorican, la comunidad puertorriqueña en Estados Unidos ha logrado una forma de expresión literaria propia. La característica más obvia de esta nueva literatura es su lenguaje: el cambio del español al inglés y la escritura bilingüe. En un sentido cultural amplio, este cambio de lenguaje no debe entenderse como una señal de asimilación. Según indica el contenido de la literatura, el uso del inglés describe la realidad de que “estamos aquí” y no necesariamente que a uno le complazca ese hecho o que haya un sentido de pertenencia.
En la actualidad, el periodo nuyorican de la literatura puertorriqueña va camino a desarrollar su propia historia. El temor sensacionalista del primer arranque ha dado paso a una preocupación mayor por el trajín cotidiano del pueblo trabajador. La creciente diversidad de temas y la sofisticación del movimiento se evidencia con el surgimiento de mujeres escritoras y perspectivas femeninas en obras tales como Yerba Buena (1980) y Bluestown Mockingbird Mambo (1990) de Sandra María Esteves y Rituals of Surviva1 (1985) de Nicholasa Mohr, y con la aparición de escritores en otros lugares de Estados Unidos.
El uso de un campo literario bilingüe también tiene importancia clave, porque en la literatura, igual que en la comunidad, el cambio de español a inglés no se da en forma completa o natural, como tampoco representa una manifestación de acomodo cultural. Para todos los escritores jóvenes el español sigue siendo una lengua-cultura- raíz, aunque no se use, y algunos, como Tato Laviera, demuestran en sus escritos un completo dominio de ambos idiomas. Sigue existiendo, además, una literatura en español realizada por los puertorriqueños que viven en EE.UU, algunos de los cuales alternan sus preocupaciones y estilos nuyorican con los de la literatura contemporánea en la Isla. Escritores como Iván Silén y Víctor Fragoso igual que Jaime Carrero y Guillermo Cotto-Thorner han sido puentes importantes entre los dos polos del lenguaje de la escritura puertorriqueña actual.
De ese modo, antes que abandonar uno de los idiomas en favor de otro, la literatura puertorriqueña en Estados Unidos exhibe en la actualidad toda la gama del uso bilingüe e inter-lingüe. Según ocurre con la literatura mexicoamericana y otras literaturas de minorías, no pueden ser entendidas ni valoradas a base de una visión estricta de lo que es literatura “estadounidense”. Las mejores muestras de literatura nuyorican requieren conocimiento de español y de inglés, pero no por eso dejan de formar parte de la literatura estadounidense o puertorriqueña. Y la selección e inclusividad de un lenguaje literario es solo un aspecto de un proceso más amplio de interacción cultural entre los puertorriqueños y las demás nacionalidades con las que ellos interactúan en Estados Unidos.
En su etapa nuyorican, la literatura puertorriqueña en Estados Unidos comparte las características de literatura de “minoría” no canónica. Igual que éstas, es una literatura de rescate y de afirmación colectiva; es decir, de interacción e intercambio, de “mezclar y compartir”, con las culturas vecinas y complementarias. Después de todo, ¿qué fuente puede ser más poderosa para el surgimiento de una literatura nuyorican que la literatura afroamericana y la cultura política? Y, ¿qué contexto puede ser más comparable que la expresión literaria chicana del mismo periodo?
Autor: Dr. Juan Flores
Publicado: 11 de septiembre de 2014.