
Julia (Melissa Reyes, de pie) y La Condesa (Sonia Rodríguez) en representación de “La Cuarterona”, dirigida por Roberto Ramos Perea, en producción de la Compañía Nacional de Teatro del Instituto Alejandro Tapia y Rivera, en 2021.
Durante las primeras décadas del siglo XX, la mujer como personaje del teatro puertorriqueño abandona poco a poco la figura ingenua del ser engañado por los hombres y se convierte en encarnación simbólica de la Patria. En ocasiones, representa la tierra misma. También se proyecta como defensora enérgica del suelo isleño. En algunos textos, patentiza la realidad socioeconómica y política de los puertorriqueños. En otros, surge como proyección rebelde ante el coloniaje de su pueblo.
Gracias a Frínico, autor trágico griego casi desconocido, emerge la presencia de la mujer como personaje dramático. A partir de éste, otros dramaturgos helénicos escenifican episodios mitológicos en los que destacadas heroínas alcanzan una representación significativa y poderosa. ¿Cuántas Medeas, Antígonas, Electras han invadido las páginas literarias? Igualmente la historia de la humanidad es una de las principales fuentes para la creación dramática. Reinas, heroínas, doncellas destacadas en el acontecer social y político pasan al mundo de los protagonistas. La imaginación, por su parte, también puebla los textos dramáticos de miles de figuras femeninas que surgen de lo soñado, de lo vivido y también de lo deseado.
Con el pasar de los siglos, el teatro como arte escénico gesta grandes cambios. Desde mediados del siglo XIX, la crítica social invade de forma evidente el teatro. Con Henrik Ibsen, este proceso de renovación alcanza una mayor intensidad y significación dramática: la mujer como personaje comienza a recobrar la posición que ocupa dentro del mundo trágico griego. Lucha por ser vista como un ser humano y no como un instrumento de placer y símbolo estético, proceso que se da también en la literatura puertorriqueña.
Tres momentos literarios significativos señalan el desarrollo de la mujer como personaje escénico en la dramaturgia puertorriqueña. El primero abarca la producción del siglo XIX; el segundo, las tres primeras décadas del siglo XX; y el último, desde 1938 hasta nuestros días.
El siglo XIX está matizado por el romanticismo español y europeo, y por las influencias directas del teatro de José Echegaray. Los personajes femeninos, en su mayoría, son arrastrados frecuentemente por un destino adverso y rodeados por situaciones de gran patetismo. Son víctimas de amores adúlteros, de la deshonra, de muertes escalofriantes, de encierros en conventos, de la autoridad paterna, de la locura. En los textos decimonónicos, se muestra la marginación femenina del momento. Por ellos, desfilan mujeres engañadas, seducidas y posteriormente abandonadas.
Casimira, una mujer engañada por un español residente en Puerto Rico, es el primer personaje femenino de la dramaturgia puertorriqueña. Aparece en un texto anónimo impreso, según Emilio J. Pasarell, hacia 1811. Otras obras que plantean la misma condición son: “Inocente y culpable” de Manuel María Sama, “Dios en todas partes” o “Un verso de Echegaray” de Francisco Álvarez y “Beatriz” de Juan Ezequiel Comas.
La mujer sometida a la autoridad paterna iguala la situación de la mujer engañada. Stella (“Los horrores de triunfo” de Salvador Brau), Rosita (“La juega de gallos” o “El negro bozal” de Ramón C. F. Caballero) y Chana (“Un jíbaro / Una jíbara” de Ramón Méndez Quiñones) son víctimas de la autoridad paterna. En la mayoría de los casos, este yugo impide toda relación amorosa.
Muchos de estos personajes se suicidan o se refugian en un convento, como hace Catalina en “Camoens” (Alejandro Tapia y Rivera) que, para huir de un destino adverso, se encierra en un convento y cambia su nombre por el de una monja muerta. Los problemas económicos y la constante apariencia social es otro de los temas del momento, como lo ilustran Purita (“Vivir para ver” o “Los monopolios” de Modesto Cordero Rodríguez) y María Manuela (“La botijuela” de Ramón Emeterio Betances).
A pesar de lo dicho, no todos los personajes femeninos del siglo son completamente sumisos. María Bibiana Benítez en “La cruz del Morro” expone la firmeza y decisión de Lola al no aceptar convertirse en amante del general holandés a cambio de la liberación de sus prisioneros.
Pocos personajes femeninos de esta centuria despuntan como protagonistas absolutos. Julia (“La cuarterona” de Alejandro Tapia y Rivera) es el primero de ellos. También sobresalen María Manuela (“La botijuela” de Ramón Emeterio Betances) y “Beatriz” (personaje de la obra homónima de Manuel Corchado y Juarbe).
Personajes femeninos a principios de siglo XX
Mujer y Patria en la dramaturgia puertorriqueña de Antonio García del Toro
Al comenzar el siglo XX, la presencia de la mujer en los textos dramáticos exhibe dos tendencias fundamentales. Una sigue, en términos generales, los patrones del siglo anterior; la otra, muestra mujeres con características individuales que enriquecen la escena. Así se observa en el caso de Eva (“El expósito” de J. Espada Rodríguez), que hereda de la Nora ibseniana su temple y firmeza. Igual que el personaje de “Casa de muñecas”, critica el trato que ha recibido por parte de su padre. También Antonio Coll y Vidal maneja -en su obra “Un hombre de cuarenta años”- personajes femeninos en pugna con los criterios sociales establecidos. La pieza recoge dos generaciones de mujeres que discuten sobre la posición y deberes de la mujer dentro de la sociedad. En “Matrimonio sin amor”, consecuencia, el adulterio, Luisa Capetillo -destacada líder obrera- apunta la realidad de una mujer que para salvar la situación familiar se casa sin amor. Por su parte, también los personajes femeninos de Magdaleno González en “Una huelga escolar” luchan por los derechos del pueblo y sobre todo de los niños y niñas pobres.
Igual que en el siglo XIX, en este segundo momento se encuentran escasos ejemplos de figuras femeninas protagonistas. Las más significativas son Josefina (“La sentimental” de Juan B. Huyke) y “Guanina” (personaje de la obra homónima de Alfredo Arnaldo).
Hasta el 1938, la producción teatral puertorriqueña responde a tonalidades dramáticas comunes a la literatura europea. A partir de ese momento, se trabaja para lograr un teatro de valores nacionales. Emilio S. Belaval redacta un manifiesto que titula “Lo que podría ser un teatro puertorriqueño.” Propone unirse para crear un teatro nuestro, en el cual todos los elementos sean autóctonos, desde el tema hasta sus intérpretes y realizadores. Motivados por este espíritu nacional, algunos escritores comienzan a crear en sus textos dramáticos la imagen del puertorriqueño, de su realidad social, económica y cultural. El Ateneo Puertorriqueño se une a este ideal y convoca en 1938 un certamen de tema puertorriqueño, al que se presenta una gran cantidad de obras originales de escritores nacionales.
Con características fuertemente cinceladas, la mujer logra en estos textos las más destacadas posiciones. Algunas se destacan como protagonistas; otras, por su significativa participación dentro de la acción dramática. Ejemplos de ello son los personajes femeninos de: “Esta noche juega el joker” de Fernando Sierra Berdecía; “Tiempo muerto” y “Arriba las mujeres” de Manuel Méndez Ballester; “María Soledad”, “Sirena” y “Vejigantes” de Francisco Arriví; “El sol y los MacDonald”, “La muerte no entrará en palacio”, “Sacrificio en el Monte Moriah” y “La casa sin reloj” de René Marqués; “De tanto caminar” de Piri Fernández; “La trampa” y “No todas lo tienen”… de Myrna Casas; “La hiel nuestra de cada día” y “O casi el alma” de Luis Rafael Sánchez. “En boca de mujer” (monólogo de Coqui González) cierra esta enumeración. El texto es, según señala Josefina Rivera de Alvarez, “…un planteamiento en favor de la mujer… cuyo futuro como ser humano reside en su liberación de los falsos valores que han regido tradicionalmente su trayectoria de vida y desarrollo personal.”
Las últimas décadas del siglo XX
La pasión según Antígona Pérez de Luis Rafael Sánchez
La producción teatral de las últimas décadas del siglo pasado marca el surgimiento de las principales figuras protagónicas del sentimiento patrio: doña Zore (“El desmonte” de Gonzalo Arroyo del Toro), doña Marta (“La resentida” de Enrique Laguerre), doña Gabriela (“La carreta” de René Marqués), “Eugenia Victoria Herrera” (personaje de la obra homónima de Myrna Casas), Ángela Santoni Vincent (“Los ángeles se han fatigado” de Luis Rafael Sánchez), María (“Cristal roto” en el tiempo de Myrna Casas), Inés (“Los soles truncos” de René Marqués), Mariana Bracetti (“Brazo de Oro” de Cesáreo Rosa-Nieves / “Mariana o el alba” de René Marqués) y Antígona Pérez (“La pasión según Antígona Pérez” de Luis Rafael Sánchez). Son ellas también las principales figuras protagónicas del teatro puertorriqueño, producto de la evolución del texto dramático isleño y sobre todo de la evolución del personaje femenino en nuestra literatura.
El sentimiento patrio palpita en el alma de los personajes que protagonizan historias arrancadas de nuestras raíces como pueblo. ¿Cuántos seres humanos como doña Zore, doña Marta y doña Gabriela, han existido en nuestros campos y ciudades? Estas protagonistas son símbolo directo de la tierra misma, esa tierra-madre que ha visto morir a sus hijos, que ha llorado ante su desmedida ambición. Son reflejo histórico de un pasado que el tiempo ha proyectado sobre nuestros días; víctimas sufridas de un pasado-presente que día a día acosa la tierra borincana. El dolor del pasado provoca en cada una de ellas, como lo hace en Eugenia Victoria Herrera, el amor que no les permite negar sus raíces; y comprenden que Puerto Rico es una “…tierra fértil …una tierra hermosa, y hay que trabajarla.” Doña Zore, después de abandonar la montaña, regresa. Doña Gabriela, ante la tragedia y el dolor por la muerte de su hijo, decide volver a la tierra que nunca debió abandonar. Doña Marta reconoce, al matar a su hijo, que su resentimiento ocasionó su desgracia. Advierte que no será el rencor quien deberá alimentar la vida de los hijos. “Eugenia Victoria Herrera” encarna también la tierra; pero al mismo tiempo, el amor que impide el holocausto. ¡Jamás dejará que su tierra pase a manos extrañas! Cuatro mujeres, cuatro protagonistas, un mismo amor, un mismo dolor las une.
El sentimiento patrio también produce dolor ante el abandono, el olvido, el rechazo y la marginación. Angela Santoni Vincent (“Los ángeles se han fatigado”), María (“Cristal roto en el tiempo”) e Inés (Los soles truncos) están unidas por una misma angustia vital. Luchan contra el tiempo, su peor enemigo. Las une la fatalidad y el desprecio social que las rodea. Son seres prostituidos por las circunstancias negativas de un presente que las acorrala. La fuerza escénica de estas mujeres proyecta el dolor patrio de sus creadores. Son seres nobles engañados por la hipocresía social o por la ambición. Muestran un pueblo hundido por el abandono, olvidado y distanciado por circunstancias históricas. Desean detener un presente que significa su destrucción moral como seres humanos, como pueblo. Inés, ante la fatalidad y la pérdida total de los únicos valores que el tiempo no ha podido arrancarle, purifica su alma. El suicidio es la salvación en “Los soles truncos” de René Marqués.

Escena de “La pasión según Antígona Pérez”, montaje en el Centro de Bellas Artes por Tablado Puertorriqueño en 2011. Foto María Cristina Fusté.
Dramáticamente el sentimiento patrio también vive en Mariana Bracetti (“Brazo de Oro” y “Mariana o el alba”) y en Antígona Pérez (“La pasión según Antígona Pérez”). Sus vidas pasadas, -la histórica (Mariana Bracetti) y la mitológica (Antígona Pérez)- fortalecen su presencia escénica. Mariana Bracetti, en ambos textos, sigue el patrón establecido por la historia o la leyenda de la heroína puertorriqueña. Asimismo Antígona Pérez, víctima del tiránico poder de un hombre llamado Creón, sufre al cumplir con el deber que sus derechos le imponen. Mariana Bracetti, personaje sacado del pasado, encarna la esperanza futura de sus creadores literarios. La muerte de Antígona Pérez cumple los mismos propósitos redentores y esperanzadores. Ambas mujeres luchan para educar a su pueblo, desean que sus ideales penetren en la conciencia de quienes componen su nación atropellada y esclavizada por gobiernos despóticos.
Las protagonistas examinadas imponen sus necesidades e inquietudes como seres humanos, no solo como mujeres. Son seres en los que la Patria vive como un grito instintivo. “La Patria es quizás lo más grande que tenemos. Es ese árbol bajo cuya sombra aprendemos a jugar de niños. Es el cielo que protege con su manto nuestras vidas. Es el río que alimenta nuestros sueños. Es la flor que nos acaricia cuando despertamos. La Patria vive en el canto alegre del ruiseñor, en el aire que permite respirar, en el sol que calienta la mañana, en la luna que oculta el romance de dos enamorados, en el beso de una mujer que desde lo más profundo del alma se siente madre.” El sentimiento patrio es, tal y como lo resume Alejandrina (“Donde reinan las arpías” de Antonio García del Toro), un afecto, un impulso que, igual que la pasión, perturba el ánimo.
Mujer y Patria se proyectan como elementos fundamentales de la dramaturgia puertorriqueña. Consciente o inconscientemente, cada escritor experimenta una tarea redentora. Desea extraer la figura femenina de la oscuridad y anonimato en que se encontraba durante los primeros años de la literatura puertorriqueña. Igualmente, ve en su calidad humana la figura idónea para la proyección simbólica de la realidad socio-política de su pueblo. Los autores destacados reconocen por medio de sus textos la importancia de la mujer como encarnación del ser humano que lucha enérgicamente por conservar su posición dentro de la Humanidad. Esa misma fuerza vital, que la mujer ha tenido que alentar a lo largo de su existencia, es la que nuestros escritores exteriorizan al proyectar su sentimiento patrio en la figura de la mujer como protagonista de sus textos teatrales.
Referencias:
Garcia del Toro, Antonio. “Mujer y Patria en la dramaturgia puertorriqueña”. Biblioteca de Autores Puertorriqueños. Madrid: Plaza Mayor, 1987.
Autor: Dr. Antonio García Del Toro
Publicado: 30 de septiembre de 2008
Revisión: Dra. Lizette Cabrera Salcedo
12 de octubre de 2021