Panorama actual
Se entiende por violencia doméstica cualquier abuso en el núcleo familiar,ya sea físico, sexual o emocional. La violencia doméstica ha sido y es un problema social prevalente en Puerto Rico. Según las estadísticas provistas por la Policía de Puerto Rico en su página electrónica, durante el año 2017 se reportó un total de 8,473 incidentes de violencia doméstica. De ese total, el 84%de las víctimas fueron mujeres (7,114 casos), mientras que el 16% de las víctimas fueron hombres (1,359 casos). Se puede constatar que año tras año este patrón se repite. La abrumadora mayoría de las víctimas son mujeres.
A nivel de política pública, se creó la vigente Ley Núm. 54 de 15 de agosto de 1989, mejor conocida como la ley de violencia doméstica, para atender los casos de violencia doméstica. Este estatuto fue creado con el propósito de prevenir e intervenir en casos en los que se utilice la violencia física o psicológica hacia una persona con la que exista o haya existido una relación consensual. La redacción, aprobación y puesta en vigor de esta ley responde al reconocimiento de que la violencia doméstica representa uno de los problemas sociales más graves y complejos que enfrenta la sociedad puertorriqueña, según descrito en el Art. 1.2 titulado “Política pública” de la citada ley.
Poner en vigor la Ley 54 no ha redundado en una merma significativa en los casos de violencia doméstica. La Oficina de la Procuradora de las Mujeres del gobierno de Puerto Rico publicó un estudio en el que se evaluaron datos estadísticos de incidentes de violencia doméstica desde el año 1990 hasta el 2016. El informe revela que desde el 2010 hasta el 2015 el por ciento de víctimas mujeres se ha mantenido entre 82% y 83%. En promedio, entre 2009 y 2015, el 70% de las denuncias fueron agresiones físicas en violación del artículo 3.1 de la Ley 54.
Para poder entender estos patrones de violencia hay que tener en consideración varios factores que son característicos de la sociedad puertorriqueña. Aunque estos factores den un panorama más claro de por qué ocurre este problema social, no existe forma para justificar el uso de la violencia. Sin embargo, es responsabilidad de la sociedad en general entender el problema para poder modificar y erradicar este tipo de conducta nociva que lacera grandemente la sana convivencia.
La sociedad puertorriqueña y el patriarcado
Por siglos, la sociedad puertorriqueña ha sido, y continúa siendo, patriarcal. Es decir, privilegia al hombre como la figura de autoridad en todos los renglones de la sociedad. Según la socióloga Ana Cagigas Arriazu en su ensayo “El patriarcado, como origen de la violencia doméstica”: “La sociedad patriarcal considera que la mujer carece de relevancia y de valía en comparación con el hombre, y que son éstos los que deben ocupar predominantemente los puestos de mayor poder en empresas, en la política, en el gobierno y por supuesto también, dentro de la casa” (308).
El hombre, en este tipo de sociedad, es considerado el jefe de familia. En muchos hogares puertorriqueños se criaron y se siguen criando a los niños para que en su etapa adulta se conviertan en hombres que tengan el control de todo lo que sucede en el hogar, aunque ello implique utilizar la fuerza para imponerlo. Frases como: “los hombres no lloran”, “gritas como niña”, “no eres un bebé”, “a llorar para maternidad” y otras tantas expresiones por el estilo se escuchan aún en los núcleos familiares puertorriqueños. Esto ha llevado a los niños, desde temprana edad, a cargar con la presión social de tener que demostrar que tienen el control de sí mismos, que la muestra de sensibilidad es signo de debilidad y de que, por todos los medios, deben reflejar su masculinidad para que no haya duda de ello.
Masculinidad, violencia y desigualdad de género
La masculinidad es una estructura ideológica que va de la mano del patriarcado. Se expresa por medio de la necesidad de mantener el control. La masculinidad asume el poder, el cual se traduce en la exigencia de dominio. La historia de las naciones y sus elementos masculinos revelan la violencia como el principal instrumento para acceder y mantener el poder o la supremacía de un grupo sobre otro. Esto viene ocurriendo históricamente, desde la instauración de los imperios en el pasado —a través del dominio hegemónico de los monarcas— hasta hoy día, mediante el control del hombre, como figura autoritaria, en el núcleo familiar. Así como los grandes imperios se valieron de la fuerza para perpetuar su estructura de poder, de la misma forma el hombre ha utilizado la violencia real o potencial para ejercer el control del hogar. La imperiosa necesidad de demostrar virilidad, así como la implícita debilidad y, por lo tanto, inferioridad de la mujer, ha legitimado la desigualdad de género. La imposición de la autoridad del hombre resulta en un trato que parte de la premisa y legitima la conclusión de que la mujer es inferior e institucionaliza la desigualdad de género.
La manifestación de la violencia como indicador de masculinidad es una reacción a la diferenciación por cuestión de género. Para Cagigas Arriazu: “Lo que rige la conducta del hombre violento es la creencia que tiene sobre la mujer, a la que considera objeto de su pertenencia sobre la que puede ejercer su dominación de modo arbitrario y con toda la naturalidad” (311).
La organización no gubernamental Fondos Unidos de Puerto Rico publicó el “Estudio sobre violencia doméstica: víctimas, agresores y redes de apoyo” con el propósito de proveer un perfil del agresor y de la víctima de estos casos. El estudio revela que solo el 60% de los agresores tiene algún grado de formación escolar o académica y que el 49% repite patrones de conducta de maltrato y violencia doméstica de su hogar de origen. La justificación para la conducta violenta en el 49% de los agresores fueron los celos, y en el 43% de los casos el agresor utilizó la frase “tú te lo buscaste, me provocaste”.
Comentarios finales
Para toda sociedad resulta indispensable entender aquellos patrones de conducta individuales y colectivos que asocian la identidad masculina con el dominio y el control. Es importante evaluar los mecanismos con que se revisan las premisas de lo que constituye una conducta aceptable, deseable y ética. La asociación de lo masculino con la violencia en general, y dirigida particularmente hacia la mujer, no solo debe ser motivo de estudio e intenso debate, sino también de políticas públicas que redunden en cambios sustantivos apoyados por legislación y leyes cuyos incumplimientos representen la comisión de delito. Para cambiar las conductas, en primer lugar, es necesario entender de dónde provienen para, luego, asumir un rol activo y responsable que tenga la capacidad transformadora de alterar los paradigmas establecidos en la sociedad, máxime cuando estos ponen en riesgo a un sector de la población —prácticamente la mitad de la población— que es objeto de violencia. La inacción redunda en complicidad, por tanto, y en palabras de Cagigas Arriazu sobre asumir un rol proactivo en contra de la violencia doméstica: “…lo que no es denuncia es legitimación de lo silenciado” (314).
Cagigas Arriazu, Ana D. “El patriarcado, como origen de la violencia doméstica”. Monte Buciero, no. 5, 2000, pp. 307-315, https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=206323
Estadísticas sobre violencia doméstica, Policía de Puerto Rico, 1 enero-31 dic. 2017, https://policia.pr.gov/estadisticas-de-violencia-domestica/
Estadísticas sobre violencia doméstica en Puerto Rico: 1990-2016. Oficina de la Procuradora de las Mujeres, 2016, http://pazparalamujer.org/index.php/recursos/estadisticas/39-estadisticas-sobre-violencia-domestica-en-puerto-rico-1990-2016/file
Estudio sobre violencia doméstica: víctimas, agresores y redes de apoyo. Fondos Unidos de Puerto Rico, 2012, http://www.fondosunidos.org/documentos/RESUMEN_Estudio_Violencia_Domestica_PR-2012.pdf