Cuando los sueños de riqueza dorada de los primeros colonizadores de la isla de Puerto Rico se desvanecieron, los intereses económicos españoles experimentaron una importante transformación. Hacia 1540, la industria azucarera sustituyó a la minería como la fuente económica principal de la colonia. Crecieron entonces las esperanzas de enriquecimiento rápido de los colonizadores.
Desde la fundación del primer ingenio azucarero en Aguada hacia 1522, hasta la abolición de la esclavitud en Puerto Rico en 1873, el trabajo de las haciendas y estancias azucareras siempre estuvo vinculado a la esclavitud africana. La creación de nuevos ingenios llevó consigo una y otra vez la compra de esclavos africanos o de sus descendientes americanos. Para ello se valieron del traslado coercitivo de miles de africanos llamados “bozales” de la parte occidental de África que procedían principalmente del vasto territorio que cruza el río Congo con desembocadura en el océano Atlántico. En la América española y portuguesa, azúcar y esclavitud fueron sinónimos.

“Rescate” de José R. Alicea, linóleo, 1973. Colección Museo de Historia, Antropología y Arte, Universidad de Puerto Rico.
Sin embargo, la industria azucarera experimentó un desarrollo sumamente lento a lo largo de los siglos XVI al XVIII. La médula de la economía fue la producción de frutos de subsistencia producto del trabajo libre o familiar, no del trabajo esclavo. Algunos campesinos suplementaban dichos recursos con el cultivo de frutos de contrabando, tales como: el añil, el tabaco, el algodón, el cacao y, especialmente, el jengibre. Diferente a la industria azucarera, el cultivo de estos frutos no requería grandes sumas de capital inicial, ni grandes extensiones de terrenos desmontados, ni maquinarias extranjeras, ni barcos de gran calado, capaces de viajar hasta Europa, ni por supuesto, esclavos.
A fines del siglo XVIII la economía azucarera de la Isla sufrió un cambio radical. El número de esclavos creció a un ritmo más acelerado que en años anteriores, duplicándose entre 1779 y 1802. De 8,153 esclavos aumentaron a 24,591, y a lo largo de la primera mitad del siglo ese número continuó subiendo hasta llegar a 51,265 en 1846, que representó el 11% de la población frente a la cifra de habitantes libres que alcanzaba 443,138 (Véase Cuadro I). En otras palabras, que sobre el 11% de la población recayó el trabajo de la industria más importante de la Isla.
CUADRO I
HABITANTES LIBRES Y ESCLAVOS PUERTO RICO: 1812-1873
Año Esclavos Habitantes libres % de esclavos
1812 17,536 183,014 9%
1820 21,730 230,622 10%
1830 34,240 323,838 10%
1834 41,818 358,836 11%
1846 51,265 443,138 11%
1854 46,918 492,452 10%
1860 41,776 580,239 7%
1873 30,014 617,328 5%
Aumento de los esclavos y esclavas con sus funciones
El aumento en el número de esclavos y el auge azucarero se debió a varias razones. Entre estas a los efectos de revolución de esclavos de Saint Domingue (Haití), entre los años 1789 y 1804, que paralizó la producción azucarera allí y creó una escasez de azúcar en el mercado mundial, y una súbita alza en los precios del azúcar. Esto aceleró el ritmo de crecimiento que las haciendas azucareras de Puerto Rico venían experimentando desde finales del siglo XVIII. Para 1840 había aproximadamente poco más de 700 haciendas de azúcar en la Isla.
La esclavitud además de ser una fuente de mano de obra barata y cautiva -rentable-, era también una inversión de capital fijo. Su compra-venta podía redundar en grandes beneficios económicos para sus dueños. Por lo lucrativo del comercio de esclavos, los grandes comerciantes o almacenistas de entonces eran también traficantes. Generalmente a principios de siglo XIX un esclavo varón joven tenía un precio de entre 200 y 250 pesos plata. De hecho, durante esa época la cantidad de esclavos varones no se diferenciaba mucho de la de mujeres. A principios de la década de 1830, de un total de 34,374 esclavos, 17,088 eran varones y 16,686 eran mujeres. Y como el precio de los varones esclavos era cada día más alto, se recomendaba la compra de mujeres esclavas. Además, se aconsejaba el matrimonio entre ellos. Así, “se regularizarían las costumbres y se conseguiría mayor salubridad entre los esclavos”. Y por supuesto, se aseguraría el aumento “poblacional deseado”. Más que justificada estaría entonces la compra de mujeres esclavas porque “hacían falta brazos en todas las haciendas” de la Isla. Poco a poco los hijos de las esclavas sustituyeron a los de origen africano (bozales) que además, ya eran los más viejos.
En enero comenzaba la zafra o el corte de caña. Su duración dependía de la cantidad de cuerdas sembradas, número de esclavos, cantidad de bueyes, maquinaria disponible y otros elementos. Los mayordomos despertaban a los esclavos a las cuatro de la madrugada. Recogían sus machetes, espadines, azadas, picos o palas y se dirigían a la pieza en el campo donde habrían de trabajar durante el día. A pesar de que la mayoría de los esclavos eran de campo (no domésticos), hombres y mujeres, según hemos visto, desempeñaban variadas tareas en el corte y la molienda de la caña de azúcar. Además de estas tareas, había esclavos con trabajos más específicos, tales como maestros azucareros, bueyeros, fogoneros, pañeros, cocineros, repartidores de azúcar, toneleros, veladores y hasta mayordomos y capataces. No todos recibían el mismo trato, ni tenían las mismas condiciones de vida. Las posiciones más privilegiadas en el trabajo de la hacienda las ocupaba el esclavo criollo, naturalizado, y no el esclavo bozal, que era – según dicho antes-, el nacido en África. Trabajaban entonces hasta las nueve de la mañana, almorzaban, y volvían a trabajar en el corte de caña hasta entrada la noche. A los macheteros, que eran casi siempre los esclavos más fuertes de ambos sexos, se les asignaba un cuadro de caña que cada uno debía cortar. No podían abandonar la pieza que se le asignara. Mientras tanto, los alzadores de caña, que eran los varones jóvenes y las mujeres, cargaban las carretas. Una vez cargadas las carretas hasta el tope, unos bueyes las arrastraban a la casa de molienda, o ingenio. Durante la primera mitad del siglo XIX, la mayoría de las haciendas utilizaban para la molienda el primitivo trapiche de sangre. Este se movía por fuerza de bueyes, o por esclavos. También había trapiches hidráulicos y trapiches movidos por molinos de viento. Los más eficientes y rápidos eran los de vapor, pero éstos no eran muy comunes para ese tiempo. Una vez se molía la caña y se le sacaba el jugo (guarapo), el mismo se llevaba a la casa de calderas, donde se le aplicaba fuego, se hervía y se evaporaba para producir la meladura. Por el calor y ruido que despedían estos hornos, la casa de calderas era un lugar odiado, tanto por los esclavos como por los jornaleros. Dependiendo de los diferentes adelantos técnicos, en la casa de las calderas se producían diferentes clases de azúcar. El tipo de azúcar que más se produjo en Puerto Rico durante este período fue el mascabado y no el azúcar blanca y refinada. De las calderas se pasaba a la casa de purga, donde culminaba el proceso de elaboración y envase. De allí salían los bocoyes y cajas de azúcar para el mercado.
Mientras tanto, a medida que se iba moliendo y procesando el azúcar, se continuaba el corte de caña. Terminada la zafra, hacia mayo o junio, entonces venía el llamado “tiempo muerto”. En ese periodo los esclavos trabajaban en el desmonte, la tala, el desyerbe, la siembra de caña y el recogido de frutos para su manutención. Entre éstos, el plátano era el pan de cada día de la población esclavizada y de las clases pobres de la Isla.
También había esclavos y esclavas que desempeñaban otras tareas tales como el pastoreo del ganado, la limpieza de las máquinas, los desagües, la construcción de nuevas edificaciones o reparación de las antiguas. Sabían hacer de todo. Eran carpinteros y albañiles mientras que otros y otras hacían trabajos domésticos entre los que sobresalían los de la cocina, la lavandería y el planchado. Teniendo algún oficio como carpintero, de ser permitido por el amo, algunos esclavos se alquilaban como jornaleros. Con esos ingresos llegaron a comprar su libertad bajo el sistema conocido como la coartación. En este arreglo legal entre amo y esclavo, debidamente notarizado se llegaba a un precio que el esclavo tendría que satisfacer para conseguir su libertad. Mientras tanto, hasta ese día, continuaba trabajando como esclavo. No obstante, fueron pocos los esclavos y esclavas que recibieron su libertad de parte de su amo.
Conspiraciones y sublevaciones
A medida que se fue haciendo más efectivo el Tratado de Abolición de la Trata Negrera (1817) entre Inglaterra y España subió el precio de la población esclava, convirtiéndose este tipo de inversión en una poco rentable para muchos hacendados. Su precio era alto y la producción azucarera cada vez valía menos. Sin embargo, algunos hacendados continuaron comprando esclavos -incluso por la vía del contrabando-, porque pese a su precio creciente, los preferían sobre los jornaleros libres quienes no querían desempeñar ciertas tareas en las haciendas y abandonaban el trabajo frecuentemente. A estos libres los mayordomos no les hablaban con el látigo como acostumbraban dirigirse a los esclavos y a las esclavas.
Entre los años 1795 y1848, los esclavos de Puerto Rico expresaron colectivamente su repudio al sistema de esclavitud mediante dos formas: la confrontación directa contra ese régimen de trabajo y las fugas. El método que utilizaron más frecuentemente fue el primero, es decir, la lucha abierta contra la ley, las instituciones, los hacendados, los mayordomos, y en muchos casos, contra todos aquellos que se interpusiesen ante los fines de los insurrectos. La Revolución Haitiana, 1794-1804, fue ejemplo de lucha para los esclavos de Puerto Rico. Por otro lado, también hubo fugas, que aunque no fueron manifestaciones activas y directas contra la institución de la esclavitud, por ejemplo el cimarronaje, implican un repudio de ésta. Por diversas razones en la Isla no se conoce de comunidades de cimarrones como las de Cuba, Jamaica o Brasil. La conspiración de esclavos de Ponce en 1841 encabezada por los bozales Jaime Bangua y Manuel (alias Dan) fue la que más desafió la seguridad militar de la Isla, al tiempo que la de Toa Baja dos años más tarde (1843) llevada a cabo por esclavos de la nación longoba fue la única que tuvo éxito. Entre los bozales se desarrolló un gran sentido de cohesión social. Parecían ser según se dijo “mas bravos y valientes” que otros.
A menudo después de las conspiraciones los militares tomaban medidas para evitar futuros incidentes decretando medidas preventivas tales como el Reglamento de Esclavos de Puerto Rico de 1826. En ese sentido, fue muy diferente al último Código de Esclavos de 1789 que, según su introducción, trataba de proteger a la población esclava de los abusos de los amos. El Reglamento de 1826 por el contrario, trató de proteger a los amos de los abusos de los esclavos. En mayo de 1848 del gobernador militar Juan Prim proclamó el “Bando de Policía y Buen Gobierno contra la Raza Africana” que fue muy represivo y punitivo.
Por otro lado, se sabe de dos conspiraciones que buscaban la liberación de esclavos estuvieron ligadas al movimiento independentista que perseguía la separación de Puerto Rico de España. La primera ocurrió simultáneamente en Naguabo y Guayama, organizada con la conspiración de Docoudray Holstein de 1822. La conspiración pretendió crear la “República Boricua” con la ayuda de los esclavos, que componían el sector más vulnerable en un cambio revolucionario en Puerto Rico. Cuando estalló la más importante sublevación independentista, el Grito de Lares en 1868, las autoridades militares relacionaron los planes subversivos con los esclavos. El coronel Gamal, del Estado Mayor de Arecibo, informaba en 1866, – dos años antes del levantamiento de Lares-, que los abolicionistas soliviantaban a la esclavitud. Gamal sospechaba que, de llevarse a cabo una tentativa separatista, ésta comenzaría en lugares próximos a partidos con grandes poblaciones de esclavos. En 1867, el líder independentista Ramón Emeterio Betances proclamó en sus “Diez Mandamientos de los Hombres Libres” la abolición inmediata de la esclavitud. Por cierto, fue el primero.
Resulta interesante recordar que la fecha original fijada para el levantamiento separatista fue el 29 de septiembre de 1868, precisamente por estar los esclavos en su día de asueto. Es evidente que los independentistas confiaban en la participación de los esclavos. Varios líderes llevaron sus esclavos a Lares, ofreciéndoles la libertad por participar en la revuelta. Otros esclavos se fugaron espontáneamente y participaron en la noche del levantamiento, que finalmente fue adelantado y ocurrió el 23 de septiembre de aquel año. En la noche de ese día el gobierno provisional de los revolucionarios en Lares decretó que todo esclavo que tomase las armas sería libre y también lo serían “todos los que estén imposibilitados”. La insurrección fue sofocada el 24 de septiembre en la batalla del Pepino. Durante los juicios celebrados a los acusados por la sublevación, 46 esclavos fueron interrogados por creerse que habían participado.
Del cólera morbo a la abolición
La población esclava era tenida como una inversión comparable a una máquina. Dado su valor monetario había que proteger la inversión manteniendo a los esclavos saludables. Hubo ocasiones que precisaron de recursos extraordinarios. Ese fue el caso durante la terrible epidemia del cólera morbo. Sin embargo, independientemente las medidas de protección, la epidemia le arrebató la vida a más de 26,820 personas en Puerto Rico en 1856. De éstos, 5,469 eran esclavos. En ese año la enfermedad atacó primero el noroeste y en el verano de se movió hacia el suroeste a través de Yabucoa, afectando principalmente a los negros libres y esclavos de las haciendas costeras. Por las terribles condiciones higiénicas en que vivían y su mala nutrición, y a pesar de las medidas especiales decretadas por el gobernador José Lemery (1855-1857) para aplicarlas en las haciendas, los esclavos y las esclavas fueron los más afectados. Un mayordomo de Ponce decía “Nos tiene llenos de miedo y más temerosos que nunca”.
El 22 de marzo de 1873 la Asamblea Nacional de la República Española aprobó por unanimidad la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, poniendo fin a cuatro siglos de historia de la funesta institución en la Isla. En Ponce donde la esclavitud era muy numerosa, hubo manifestaciones cívicas y fiestas en las grandes haciendas de Oppenheimer y Cabrera, y hasta se celebró un Te Deum. El ilustre abolicionista puertorriqueño Ramón Baldorioty de Castro, quien asistió a una celebración en la hacienda La Ponceña del inglés Guillermo Lee, exhortó a los antiguos esclavos a “interpretar aquella ley como sagrada obligación del trabajo”. A pesar de la abolición inmediata de la esclavitud, el Gobierno español se aseguró de que los esclavos recién emancipados, ahora conocidos como libertos, quedaran obligados a concertar contratos de trabajo individuales por los próximos tres años con los que fueron sus amos, con otros propietarios o con el Estado. Con la Abolición se le puso fin en Puerto Rico a la institución de la esclavitud, pero no así a los principios filosóficos en que ésta se había fundamentado a lo largo del tiempo así como tampoco a la discriminación por razón de etnia o mal llamada “raza”.
Referencias:
Baralt, Guillermo. “Esclavos rebeldes: conspiraciones y sublevaciones de esclavos en Puerto Rico (1795-1873)”. Río Piedras: Ediciones Huracán, 1982.
Nistal, Benjamín. “Esclavos prófugos y cimarrones: Puerto Rico 1770-1870”. San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1984.
Vega, Ramonita. “El cólera morbo en Puerto Rico, 1855 a 1856.” Enciclopedia de Puerto Rico, Fundación Puertorriqueña de las Humanidades. https://enciclopediapr.org/content/el-colera-morbo-en-puerto-rico-1855-a-1856/. Consultado 12 de mayo de 2021.
Autor: Dr. Guillermo Baralt, 10 de junio de 2021
Revisión: Dra. Lizette Cabrera Salcedo