Las motivaciones económicas de la invasión estadounidense de Puerto Rico tienen su origen varios siglos antes del evento ocurrido en 1898. La posición estratégica de la isla tiene una relación estrecha con el factor económico. Puerto Rico fue la primera isla con suficientes recursos naturales como para autoabastecerse que se encontraron una vez los barcos cruzaron el océano Atlántico. No es posible lograr el dominio de un territorio si no se posee un lugar inexpugnable en el que se puedan resguardar soldados, naves, abastecimiento de alimentos y combustible, entre otros. Este factor fue definitorio en el destino de Puerto Rico, que poco después de la llegada de los españoles sirvió como zona de abastecimiento para los conquistadores que exploraron el área de Yucatán y lo que luego se llamaría la Nueva España. En Puerto Rico se criaron caballos, se vendió cuero, se repararon naves y se elaboró el casabe; el casabe representó una fuente de riqueza para los españoles que servían de apoyo al esfuerzo de exploración en el Caribe. Conquistadores como Juan Ponce de León amasaron riquezas con la producción de casabe y la explotación del oro, aportados por el trabajo esclavo de los indígenas del este de La Española y de San Juan Bautista. Luego, muchos puertorriqueños escaparon de la isla una vez la minería decayó como modelo económico. Estos subieron a barcos que viajaban en dirección al Perú, seducidos por los rumores de la existencia de oro; pero ellos no fueron los únicos en subir a los barcos, también se transportaron todo tipo de mercancías e incluso caballos.
Una vez se formalizó la ruta de transporte para el oro y la plata extraídas de México y Perú, la bahía de San Juan sirvió como puerto de resguardo en tiempos de tormenta, ante los piratas y corsarios que rondaban las aguas del Caribe. Una flota se dedicaba a patrullar las aguas y defender a los cargamentos que estaban prestos a cruzar el Atlántico. Es esta función la que justifica la construcción de uno de los fuertes más grandes del Imperio español en América: El Morro. Su posición no solo pretendía defender la inmensa y eficiente bahía, sino que sirvió de barrera de las rutas comerciales del Imperio español. Es por esto que se le conoció a la isla como la “llave de la América española”, una llave que brindaba acceso al puerto de Veracruz en la Nueva España y al puerto del istmo de Panamá, en ruta al Perú. Los ataques de los holandeses a San Juan en el siglo XVII y de los ingleses en el XVII y XVIII muestran el valor de la isla como punto estratégico. También se puede mencionar, para el tiempo de la guerra de independencia americana, la oferta que hizo el rey de Inglaterra, Jorge III, al Gobierno español, al ofrecer a Puerto Rico en trueque por el peñón de Gibraltar, territorio en el mar Mediterráneo que cumplía la misma función: un bastión que impedía o facilitaba el acceso a las rutas comerciales.
La función de Puerto Rico en la compleja red comercial del Imperio español influyó incluso en la creación de una historia oficial que ha despistado a más de un historiador. Se veía con frecuencia en los documentos de los funcionarios españoles al contrabando como un mal que afectaba al Imperio. Este concepto creó un discurso polarizante entre dos puntos: las naciones invasoras que llegaban a las costas de Puerto Rico a comerciar, versus los fieles súbditos de la Corona española, celosos guardianes de las riquezas del rey. La verdad tras este discurso es que la invasión que no lograron los franceses, holandeses e ingleses a nivel militar, la consiguieron a nivel comercial en asociación estrecha con los criollos puertorriqueños. Como prueba, se muestra la exposición detallada de Alejandro O´Reilly, funcionario del rey de España, a finales del siglo XVIII sobre todos los productos que se contrabandeaban desde distintos puertos en Puerto Rico. Fue el contrabando el fundamento que dio origen a los códigos de lo legal e ilegal en la historia puertorriqueña.
Las esferas de influencia de los franceses, holandeses e ingleses han sido parte fundamental de las condiciones socioeconómicas de los puertorriqueños en los siglos XVII al XIX. La cambiante política europea facilitó en distintas ocasiones el acceso a la colonia española de Puerto Rico. Después de 1789, los colonos franceses de Haití se establecieron en el sur y el centro de la isla huyendo de la Revolución que dio lugar a la primera nación de negros en América. En la segunda mitad del siglo XIX hubo una queja de las autoridades españolas por el establecimiento de una colonia inglesa en Vieques. La realidad es que los ingleses tenían un intenso comercio en la zona este de Puerto Rico. La isla de Santo Tomás, colonia danesa, servía como fuente de crédito a los hacendados puertorriqueños. Todo este intercambio de muchos siglos llevó a pensar que El Morro, más que una barrera, en muchísimas ocasiones no era más que una zona ciega, que se hacía de la vista larga, ante la existencia de diversas zonas francas en la isla.
En el siglo XIX, de 1820 a 1840, la isla tuvo como principales compradores del azúcar a los ingleses y a los estadounidenses. Ya desde finales del siglo XVIII el azúcar pasó a definir el destino del Caribe español y de otras islas. John Quincy Adams, líder de la Revolución estadounidense, impulsó el Destino Manifiesto; dijo en 1819 que los Estados Unidos debían acostumbrar al mundo a la idea de que el destino de la nación era dominar al hemisferio occidental. Sobre las posesiones españolas al sur y las británicas al norte dijo que era imposible el paso de los siglos sin concebir estos territorios anexados a los Estados Unidos. Henry Clay, secretario de Estado de Estados Unidos, le comunicó por escrito al Gobierno de España en 1825 que Puerto Rico era vital para la generación de riquezas en la red comercial estadounidense. Recomendó apoyar el dominio español de la isla pero advirtió la necesidad de mantenerse alertas ante las influencias que pudiesen ejercer otras naciones europeas. En 1854 los ministros estadounidenses de Gran Bretaña, Francia y España crearon el Manifiesto de Ostende, en el que recomendaron la compra de Cuba por la suma de $120 millones. En 1867, el rey de Dinamarca anunció las negociaciones con Estados Unidos para la venta de las islas danesas, entre ellas Santo Tomás. En 1871, acorde con una resolución del Congreso de Estados Unidos, se envió una comisión de investigación para informar sobre el deseo en la República Dominicana de anexarse a esta nación. Pocos años después del Grito de Yara en Cuba (1868) y del Grito de Lares en Puerto Rico (1868), Estados Unidos ofreció comprar ambas islas por $150 millones. La firma Richard Schell y Co., actuando a nombre de Estados Unidos, le concedió al Gobierno español un préstamo cuya décima cláusula advertía que si España no liquidaba la totalidad de la deuda, venía obligada a ceder a Cuba y Puerto Rico. El azúcar era la fuente de riquezas que llevó a los estadounidenses a establecer una política de intercambio comercial intenso con la colonia española. Esta cambió cuando los intereses de otras naciones europeas pusieron en peligro los negocios estadounidenses.
Para finales del siglo XIX, Puerto Rico tenía un intenso comercio con los puertos franceses, ingleses y alemanes. En la ciudad de Ponce existió un consulado inglés y varios criollos eran representantes de casas comerciales alemanas. Había una inversión importante de capitales franceses en el sur de la isla. De hecho, estos intereses fueron parte de una compleja red comercial que conectó a Puerto Rico con Curazao, Saint Thomas (Santo Tomás), Puerto Príncipe en Haití, Cuba y Santo Domingo. La política exterior estadounidense relacionada con el Caribe era parte de un esfuerzo por limitar la esfera de influencia de las naciones europeas a finales del siglo XIX. En 1890, la política exterior cuajó en una política imperial. El capitán Alfred T. Mahan estableció, después de un estudio exhaustivo de las estrategias del Imperio británico, que el poderío imperial residía en el dominio de los mares, es decir, de las rutas comerciales. El control militar de los mares era la base para la prosperidad comercial y el dominio político. Cuando estalló la guerra de los rebeldes cubanos contra los españoles en Cuba, para 1895, ya existía una discusión intensa en el Colegio de Guerra Naval de Estados Unidos sobre la importancia del control de las rutas comerciales en el Caribe. En 1897, Alfred T. Mahan discutió ampliamente las características estratégicas del mar Caribe y estableció un plan concreto: el control de los pasos que conectan el mar Caribe con el océano Atlántico, la posesión de los principales centros comerciales, especialmente los del istmo de Panamá y el desarrollo de la capacidad para interceptar las principales líneas de comunicación. Los pasos a controlar en el Caribe eran: el canal de Yucatán, entre México y Cuba; el paso de los Vientos, entre Cuba y Haití; el paso de Anegada, junto a Santo Tomás; y el paso de la Mona, entre la República Dominicana y Puerto Rico. Esta estrategia era necesaria para garantizar la victoria sobre cualquier enemigo ubicado en el Caribe y también para conservar abiertas las líneas de comunicación. El control de los pasos en el Caribe tenía una función basada en planes más ambiciosos: la protección de un canal interoceánico en América Central.
El plan de Alfred T. Mahan era parte también de los planes imperialistas propuestos en el Congreso de Estados Unidos para la década de 1890. Figuras políticas como Henry Cabot Lodge y Theodore Roosevelt discutieron en el Congreso sobre la necesidad de que Estados Unidos entrase a la carrera imperial, en la que estaban compitiendo las naciones europeas. Hubo sectores políticos opuestos a esta política que plantearon la inmoralidad que implicaba el dominar otros territorios, tomando en cuenta los valores democráticos que perseguía el Gobierno estadounidense. Sin embargo, la votación del Congreso y los grandes intereses se decidieron por el imperialismo gracias a diversas razones. Los grandes intereses de Estados Unidos giraban en torno al petróleo, el hierro y los ferrocarriles. Emergió una dinámica industria necesitada de una gran cantidad de materias primas. Además, esta requería de muchos mercados en los que se pudiesen vender las mercancías. Para lograr el acceso a los recursos y a los mercados era necesario ejercer un control sobre los territorios del Caribe. El obstáculo más grande para el logro de esta meta estaba en la presencia de las naciones europeas. Es por esto que Estados Unidos intervino en la controversia de 1895 entre Inglaterra y Venezuela por los territorios de Guyana. Es también la razón por la que Estados Unidos entró en la guerra hispano-cubana. Los estadounidenses poseían centrales azucareras en Cuba. Muchos de los comunicados entre los embajadores de Estados Unidos y España se relacionaban con los daños que habían sufrido los intereses estadounidenses, producto de la guerra entre los rebeldes cubanos y el Ejército español. La presión diplomática estadounidense amenazaba con entrar en el conflicto si España no concedía poderes a los criollos cubanos y puertorriqueños. Más tarde, Estados Unidos entró en la guerra formalmente.
En el caso de Puerto Rico, las presiones diplomáticas de Estados Unidos sobre España la llevaron a conceder la Carta Autonómica de 1897. Puertorriqueños como Ramón Emeterio Betances sabían antes de la concesión de la Carta Autonómica del interés de los estadounidenses en Puerto Rico. Es por esto que movilizó con urgencia a otros puertorriqueños en la isla y en Nueva York para que organizasen una revolución que les diese la bienvenida a las tropas invasoras estadounidenses. Debían encontrar a los puertorriqueños luchando contra el dominio español para garantizar el respeto a la soberanía. Betances sabía de las intenciones detrás de la invasión, por lo que recomendó negociar con los estadounidenses acuerdos comerciales exclusivos en el Puerto Rico liberado, como estrategia para garantizarle su soberanía. Para Betances, los intereses comerciales estadounidenses superaban el aspecto militar o político en la coyuntura de 1897.
El balance del fin de la guerra hispano-cubana fue la cesión de varias de las colonias españolas. Filipinas y Guam en el océano Pacífico pasaron al control de Estados Unidos. Cuba quedó como protectorado bajo la enmienda Platt. En esta enmienda se planteó que Cuba consentía la intervención de Estados Unidos para preservar la independencia de la isla y el mantenimiento de un gobierno adecuado a la protección de la vida, la propiedad y las libertades individuales. El Gobierno cubano no podía establecer tratados con otras naciones extranjeras. Se comprometía a vender o arrendar a los Estados Unidos la tierra necesaria para el almacenamiento de carbón y para bases navales. En 1903, Estados Unidos recibió terrenos en Guantánamo y bahía Honda. Puerto Rico pasó a Estados Unidos como pago por los daños ocasionados por España durante la guerra. En pocos años el Imperio cumpliría su agenda de dominio, tal como lo planteó el asistente del secretario de Estado, Loomis, en 1904: “…el cuadro de nuestro futuro no estará completo hasta que no entendamos el rol de Estados Unidos como el poder dominante en el mar Caribe”. Estas palabras exponen una política que enfrentaba el reto de expulsar los intereses europeos de la región. Las inversiones de los británicos en Cuba entre 1909 y 1913 fueron de $60 millones, las de los franceses y alemanes sumaron un total de $17 millones. Los alemanes poseían bases navales y estaciones carboneras en Haití y la República Dominicana. En 1907 se firmó un “tratado” por los funcionarios de la República Dominicana que cedió el control de las aduanas a Estados Unidos. En 1915 los funcionarios haitianos firmaron el mismo tratado. Ambas naciones se comprometían a reducir la deuda pública y a renunciar a contratos con otras naciones.
En el caso de Puerto Rico, las corporaciones estadounidenses ya estaban comprando terrenos en Aguirre, Salinas, para 1899, un año después de la invasión. Poco después compraron terrenos en Guánica en coordinación con capitales alemanes. Aguirre y Guánica serían ambos los terrenos de dos de las centrales azucareras más grandes de la isla. Tres compañías entraron al negocio del refinamiento del azúcar en la década de 1890: la Mollenhauer de Brooklyn, la National de Yonkers y la McCahan de Filadelfia. Después de 1898, los directores de las tres compañías de refinamiento de azúcar controlaron a través de múltiples mecanismos docenas de corporaciones azucareras en Cuba, República Dominicana y Puerto Rico, que producían cientos de miles de toneladas de azúcar cada año. El periodo entre 1897 y 1930 fue la época de los latifundios en el Caribe, producto de las inversiones estadounidenses. El área de seis plantaciones operadas por la Cuban American Sugar Company sumaba el medio millón de acres. En Puerto Rico, la Central Aguirre poseía 25,000 acres, la Eastern Sugar Associates poseía 51,000 acres y la Fajardo Sugar Company poseía 30,000 acres. En la República Dominicana dos corporaciones estadounidenses dominaban el negocio del azúcar: la South Porto Rico Sugar Company, la cual poseía 150,000 acres, y la West Indies Sugar Corporation, que poseía 100,000 acres. Las inversiones de capital estadounidense en el Caribe que fortalecieron al “reino” del azúcar fueron enormes. Las inversiones estadounidenses en Cuba para la década de 1930 alcanzaron los $666 millones, en República Dominicana, los $41 millones y en Haití, los $10 millones. El azúcar representó una tercera parte de las inversiones estadounidenses en Cuba, 90 por ciento de las inversiones estadounidenses en la República Dominicana y más de 50 por ciento de las inversiones norteamericanas en Haití.
La invasión estadounidense a Puerto Rico tuvo principalmente unas motivaciones económicas. Era parte de un plan para dominar el Caribe y crear las condiciones para el establecimiento de las inversiones que darían nacimiento al reino americano del azúcar.
Autor: Amílcar Cintrón Aguilú
Publicado: 15 de septiembre de 2014.