En la madrugada del 17 de abril de 1797, decenas de buques ingleses con miles de tropas anclaron en la costa de Loíza, frente a Punta Cangrejos (Piñones). La flota estaba bajo el mando del general Ralph Abercromby y del almirante Henry Harvey, dos de los jefes militares más destacados de la época. Había 63 naves inglesas que transportaban unos 14,000 soldados y marinos, de los cuales 3,500 lucharon en tierra. A pesar de la magnitud de la fuerza invasora, en dos semanas las fuerzas inglesas fueron derrotadas y se fueron a la fuga. La victoria sobre los ingleses reflejó una lealtad hacia España, pero a la vez constituyó un episodio decisivo en la afirmación de la sociedad criolla puertorriqueña.
El contexto antillano y atlántico
La invasión de 1797 ocurrió en un panorama convulsionado por la guerra entre las potencias europeas, principalmente Francia e Inglaterra. España fue hasta 1795 aliada de Gran Bretaña; luego pasó a ser aliada de Francia. Las guerras de la Revolución Francesa (1792-1802) tuvieron en el Caribe su eje en la Revolución Haitiana y sus campañas militares relacionadas en La Española.
Todo indica que los ingleses se proponían conquistar a Puerto Rico. La Isla ofrecía un potencial evidente para los ingleses, que habían convertido a otras islas del Caribe mucho más pequeñas en grandes productoras azucareras. Hacia ese fin, los ingleses transportarían a Puerto Rico los hacendados franceses que huían de la revolución en Saint Domingue (Haití). Los hacendados fueron los aliados fundamentales de los ingleses y estos les habían prometido un apoyo consecuente. Como escribe Michael Duffy, el principal estudioso inglés de las campañas de Abercromby en el Caribe, “la expedición de Abercromby a Puerto Rico fue un intento de honrar este compromiso proveyéndoles un nuevo hogar.”
Entre 1796 y 1797, Abercromby comandó varias campañas militares sumamente sangrientas en el Caribe oriental. En Granada, San Vicente y Santa Lucía, sus regimientos vencieron una tenaz resistencia local de “Caribes negros” (“Black Caribs”), descendientes de cimarrones y caribes. Los ingleses los consideraban bandidos (brigands) a ser sometidos mediante una brutal “reducción” y “pacificación”. Los brigands estuvieron apoyados en mayor o menor grado por criollos blancos y mestizos que eran partidarios de la Revolución Francesa. En el Caribe oriental, la resistencia a la conquista inglesa era comandada por el legendario Victor Hugues. Al triunfar, los ingleses efectuaron deportaciones masivas de “Caribes negros,” sobre todo de San Vicente, a la costa de Honduras y Belice, donde formarían la base de las comunidades Garifuna de hoy día.
En todas las islas de alguna importancia económica, los ingleses tuvieron aliados internos entre los esclavistas. En Martinica, los ingleses llegaron por invitación de los hacendados franceses, que veían el dominio inglés como una garantía de la esclavitud. La conquista de Trinidad por parte de los ingleses, en febrero de 1797, fue facilitada por este apoyo interno. El gran historiador inglés, Bryan Edwards, escribió años después que Abercromby invadió a Puerto Rico con un contingente relativamente pequeño (recuérdese que una fuerza mucho mayor permaneció en los buques) porque esperaba que surgiera un apoyo local a su invasión. Grande sería la sorpresa de los británicos al constatar que en Puerto Rico ese apoyo no se materializó, en gran parte debido al menor peso de la esclavitud y del sector esclavista en la isla.
El motivo principal para el interés inglés en Puerto Rico era que la isla era un destino atractivo para miles de hacendados esclavistas que habían apoyado la campaña militar inglesa en Saint Domingue y que, tras los reveses británicos entre 1796 y 1797, huían de la revolución. En Jamaica, en Martinica, y en otras Antillas no querían a esos emigrés porque competirían con ellos y porque venían con esclavos “contaminados” por la revolución.
De haber conquistado a Puerto Rico, los ingleses posiblemente hubieran masacrado y deportado a quienes se resistieran, como lo hicieron con los Black Caribs y con los radicales pro franceses. Puerto Rico se habría convertido en una colonia inglesa y azucarera más, como sucedió con Trinidad, y hubiese tenido un desarrollo esclavista mucho mayor del que tuvo en una época donde el desarrollo nacional en la Isla era más frágil. De otra parte, Inglaterra habría estado en posición de arrebatarle a España a Cuba y América Central.
La derrota inglesa en Cangrejos fue el último episodio de la “Guerra del Caribe” entre Inglaterra, Francia y España. Después de esta derrota, Inglaterra no atacó otra vez una colonia española en la región.
La invasión
En abril de 1797, casi toda la guarnición española estaba destacada en Santo Domingo y la comunicación con España era nula. Inglaterra había establecido un bloqueo efectivo sobre la marina española en la península ibérica. Las fuerzas militares locales sumaban unos 7,000 soldados, divididos en dos grandes grupos. Uno eran las Milicias Disciplinadas, compuesta por unos 600 hombres, y con base en San Juan, que tenían entrenamiento, equipo y llevaban uniforme. Dentro de ese grupo existía un cuerpo de milicianos morenos.
Por otro lado, mucho más numerosas lo eran las Milicias Urbanas, que existían en todos los pueblos de la isla. Las Milicias Urbanas eran civiles armados solo con machetes, cuchillos y azadas para enfrentar la invasión, y con poco entrenamiento militar.
La flota inglesa que ancló frente a Punta Cangrejos comprendía de 14 navíos, fragatas y bergantines y 18 goletas, todas armadas de cañones; y 31 buques de transporte. Las tropas desembarcaron protegidas por los cañones de la flota, pero encontraron resistencia de inmediato.
En la playa de Cangrejos Arriba (hoy Balneario de Carolina), tropas criollas intentaron resistir el desembarco sin éxito. Los ingleses se dirigieron a través de la laguna de Martín Peña (hoy San José) y el caño de Martín Peña hasta Cangrejos.

El pintor José Campeche, creador de la obra “Exvoto del sitio de San Juan por los ingleses, 1797”, formó parte de las Milicias Urbanas en defensa de Puerto Rico. (Colección Palacio Arzobispal, Arquidiócesis de San Juan de Puerto Rico)
Hubo resistencia a la entrada del caño de Martín Peña, pero nuevamente las tropas inglesas prevalecieron. Abercromby estableció su cuartel principal en la Loma del Olimpo (Miramar). Desde ahí, y desde el Condado, los ingleses trataron de forzar la entrada a la isleta de San Juan cañoneando los fortines de San Antonio (hoy desaparecido) y San Gerónimo. Ambos fortines resistieron, auxiliados por un fogoso contingente de artilleros de la Francia revolucionaria.
La flota inglesa comenzó un bloqueo de San Juan por mar, de tal forma que los ingleses rodeaban a la isleta por mar y tierra. La única línea de aprovisionamiento cruzaba la bahía de San Juan desde Palo Seco y Toa Baja. España no tenía navío de guerra cerca del Caribe. Abercromby exigió la rendición de San Juan y de la isla entera, pero el gobernador Ramón de Castro se rehusó.
El 20 de abril, los ingleses intentaron un desembarco por Punta Salinas, al oeste de San Juan, para cerrarle el cerco a la isleta; pero los criollos de Toa Baja, mayormente pardos y morenos como lo era la mayoría de la población de la periferia de San Juan, se lo impidieron. Al día siguiente, las tropas criollas se fueron a la ofensiva. Bajo los hermanos Vicente y Emigdio Andino, y el comandante Lara de Río Piedras, los criollos retomaron brevemente el puente de Martín Peña. Esta ofensiva obligó a los ingleses a guarecer su retaguardia, e impidió un ataque masivo sobre la isleta de San Juan.
La segunda ofensiva criolla, de nuevo contra la retaguardia, fue el 24 de abril. Estuvo a cargo de 50 presidiarios junto a 20 efectivos de las Milicias Disciplinadas, todos voluntarios. Los comandaba el sargento de Milicias Disciplinadas Francisco Díaz. Fue un éxito rotundo. Los criollos desembarcaron en el Cangrejos ocupado y tomaron 14 prisioneros. Los ingleses, reaccionando al ataque sorpresa, intensificaron el bombardeo, provocando muchas bajas criollas.
Los ingleses, que estaban en peligro de quedar atrapados entre las murallas de San Juan y las fuerzas que llegaban del resto de la isla, pronto se dieron cuenta que tendrían gran dificultad en retener el control de Cangrejos y Boca de Cangrejos. El 25 de abril, tomaron la isla de Miraflores (hoy desaparecida) en la bahía de San Juan, para fijar allí baterías. Esto le permitía atacar a San Juan desde la retaguardia, al igual que interrumpir las líneas de comunicación con Palo Seco. Al otro día, 70 voluntarios de la Compañía de Negros, montados en piraguas (canoas), intentaron desalojar la posición inglesa en Miraflores, pero más de 300 soldados ingleses les obligaron a retirarse, causando 14 muertes. Sin embargo, este ataque impidió un avance inglés contra el islote desde ese costado.
A la vez, unas partidas de Paisanos vecinos del territorio de Loíza, comandados por Francisco Andino, estaban muy activas por la retaguardia de los ingleses. Los combatientes mulatos y negros se infiltraron por los manglares del caño de Martín Peña en ataques sorpresas contra los puestos de avanzada de los ingleses, causando numerosas bajas. Las partidas criollas mantuvieron a los ingleses en la expectativa de un ataque masivo por ese flanco, obligándolos a desplegar recursos de vigilancia por toda la zona del Caño. Estas partidas también apresaron espías alemanes al servicio de las tropas ingleses.
Entre el 29 y el 30 de abril, una contraofensiva criolla logró la derrota de los ingleses. Por el sur de Cangrejos, y contra las posiciones inglesas en el caño de Martín Peña, se lanzaron tropas criollas, otra vez bajo el comandante Lara; las tropas incluían muchos de los milicianos que llegaron de otras partes de la Isla. Esta acción, donde murió el sargento Pepe Díaz, es la fase más conocida de la contraofensiva final. Desde Cangrejos, Loíza y San Antón (hoy parte de Carolina) incursionaron por el este milicianos mulatos y negros libres bajo la dirección del teniente Miguel Canales. En el área del fuerte San Gerónimo, los criollos cerraron la salida de la laguna del Condado para impedir que los ingleses se retiraran desde el Olimpo directamente al mar. Esto los obligaba a huir por tierra a través de Cangrejos.
El 30 de abril y tras una tercera batalla en el caño de Martín Peña, los ingleses huyeron casi en desbandada, embarcando por Punta Las Marías, en Cangrejos Arriba. El proceso de embarque comenzó en la noche del 30 de abril. El 1 de mayo los cañones, que casi no habían cesado en 17 días, se acallaron. Las naves inglesas zarparon el 1 y 2 de mayo.
En la prisa, los ingleses dejaron atrás una gran cantidad de equipo, incluyendo unos cañones que fueron derretidos años después para hacer la estatua de Ponce de León, hoy día ubicada en la Plaza San José, del Viejo San Juan.
Una leyenda que se representa en otro monumento sanjuanero, La Rogativa, atribuye la victoria sobre la invasión inglesa y la retirada sorpresiva de los invasores, al efecto de una procesión celebrada desde las murallas de San Juan. Supuestamente la procesión se habría convocado para engañar a los ingleses y hacerles pensar que había abundantes refuerzos en San Juan. La versión más conocida es la que narra Cayetano Coll y Toste en sus “Leyendas puertorriqueñas” (1924). El propio Coll y Toste entendía que era un relato de ficción, pues consideraba que el desenlace de 1797 fue un hecho de armas y una victoria militar.
Referencias:
Brau, Salvador. “Historia de Puerto Rico”. Original 1904. San Juan: Editorial Edil, 2015.
Coll y Toste, Cayetano. “Leyendas puertorriqueñas”. Reedición. Barcelona: Verón, 1996.
Duffy, Michael. “Soldiers, Sugar and Seapower: The British Expeditions to the West Indies and the War Against Revolutionary France”. London: Oxford University Press, 1987, p. 299.
Edwards, Bryan. “The history, civil and commercial, of the British West Indies: with a continuation to the present time”. New York: AMS Press, 1966.
López Reyes, José E. “San Juan 1797”. San Juan: Ediciones Puerto, 2020.
Morales Carrión, Arturo. “Puerto Rico y la lucha por la hegemonía en el Caribe: colonialismo y contrabando siglo XVI al XVIII”. San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1995.
Autor: Dr. Juan Ángel Giusti Cordero
Publicado: 12 de septiembre de 2014 (actualizado por el autor el 29 de marzo de 2022)
Edición: Dra. Lizette Cabrera Salcedo
Revisión: Mariela Fullana Acosta
Fecha de actualización: 3 de abril de 2022