El desarrollo del mueble en Puerto Rico ha respondido al devenir histórico y social. Su estudio se remonta a la cultura taína. En el periodo precolombino, la presencia de muebles era escasa, según hallazgos arqueológicos. El mobiliario encontrado se limitaba, básicamente, a los dujos o asientos (de piedra o madera), las cestas y las hamacas. Esta última es una manta tejida en pares, hecha a partir de un tejido de algodón hilado a mano que confeccionaban las féminas de la tribu. Los españoles encontraron la pieza cómoda y fresca e inmediatamente fue adoptada.
Las cestas tejidas de petate, algodón o palma, empleadas para almacenar y recoger frutos, también provienen de la cultura taína. Las cestas se colgaban del techo de los bohíos y sujetadas a la espalda, servían para cargar infantes. Al igual que las hamacas, las cestas eran tejidas por el grupo femenino de la tribu. Con pocas variaciones, las cestas fueron utilizadas hasta entrado el siglo XX, sobre todo por los campesinos. Estas piezas eran idóneas para la recolección del fruto del café.
Las piezas mencionadas sobrevivieron la colonización y conquista española. La pieza que mayor transformación sufrió fue el dujo. Para el siglo XVIII, se le llamaba turé (maderas unidas por tarugos) y, aunque conservaba la inclinación del dujo original, su espaldar se alteró de manera que resultara más elevado. Estos se hacían a partir de madera sólida, de una o dos piezas. Este evolucionó hasta convertirse en el banco de los campesinos.
Los conquistadores españoles, aunque adoptaron el mobiliario taíno, también trajeron consigo artefactos y muebles. Los primeros en arribar a la Isla en los siglos XVI y XVII, eran de escasa ornamentación: asientos de cuero, sillas de cadera y arcas de tres llaves. También, introdujeron el escritorio portátil llamado el barqueño, de influencia árabe. A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, la importación mobiliaria fue mayor y así el influjo de ésta en el desarrollo del mueble autóctono puertorriqueño.
Durante la primera mitad del siglo XVIII, llegaban a la Isla muebles del estilo barroco tardío y del estilo neoclásico francés de la época de Luis XVI. Los estilos eran nombrados según el reinado. El fernandino, nombrado por Fernando VII (rey de España del siglo XVII), era una adaptación del estilo del imperio francés. éste se caracterizó por su estética neoclásica, con cierta ornamentación grecorromana caracterizada por la exhibición de elementos como las hojas de laurel, guirnaldas y hojas de acanto. El Alfonsino, nombrado por el rey Alfonso XII (rey de España entre 1874 -1885), muy similar al isabelino, se distinguió por la utilización de balaustres en pequeñas barandillas.
El de mayor influencia en el escenario isleño lo fue el isabelino, en honor a Isabel II, hija de Fernando VII y María Cristina (entre 1830-1870). El estilo isabelino, especialmente el tardío, correspondiente a la segunda etapa de su reinado, el cual fue paralelo al imperio francés y al reinado de Victoria de Inglaterra, se conoce como estilo victoriano. Algunas de las características que se conservaron en Puerto Rico del estilo isabelino fueron el uso del torneado de balaustres simples y las columnas estriadas y anilladas. Este estilo se considera como el que marca el desarrollo del mueble autóctono puertorriqueño. Una de las primeras adaptaciones hechas al mueble isabelino de medallón— conocido en Puerto Rico como medallón de Fortaleza, por hallarse en el palacio homónimo — fue el cambio de espaldar. Se sustituyó la rejilla del espaldar por el tejido del país. El estilo isabelino y sus variantes criollas perduraron hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando la industrialización y el salto de vida de agrícola a industrial alteraron el estilo de vida del puertorriqueño.
Otro estilo adaptado en la Isla fue el neoclásico. éste presenta líneas rectas, delgadas y altas, unidas por un dado en la parte superior y rematado por un taco con estrías. En este estilo también se destaca el espaldar con coronamiento de diferentes motivos. Los ebanistas puertorriqueños sustituyeron los escudos heráldicos por flores, principalmente miramelindas, imponiendo el toque criollo que marcaría el crecimiento del mueble autóctono. También influyeron el estilo renacentista –con sus líneas rectas, las incrustaciones de materiales, enchapados en metal, formas cúbicas y geométricas, cuero repujado con bustos de perfil y tachuelas de bronce y las patas torneadas con estrías— y el barroco, con la línea curva, ondulada y en espiral.
La madera utilizada para la fabricación de los muebles era nativa. Se escogían aquellas que pudieran labrarse con facilidad, pero que fueran duraderas. Entre las maderas favoritas se encontraban: el acetillo, la moca, el granadillo, el ausubo, el guayacán, el algarrobo, el capá blanco, el capá prieto, el caracolillo, el cedro, la maga y, de adquisición tardía, pero de pronta adaptación, la caoba hondureña. Esta última fue la más utilizada desde finales del siglo XIX y gran parte del siglo XX. La mayoría de los muebles eran hechos por encargo y el ebanista o carpintero se encargaba de toda la labor desde cortar el árbol, diseñar el mueble y construirlo.
Entre los muebles que predominaron en los siglos XVIII al XX dentro de las residencias burguesas se encuentran: sillones, sofás, camas, roperos, escritorios, sombrereros, chineros, mesas, comedores, tabaqueras y chifforobes (un mueble que incluía vestidor, ropero, baúl, gavetero, tocador o coqueta, secreter o cajón para guardar las prendas y joyería). El ceibó, del inglés “side board”, era un mueble tipo armario muy ornamentado que decoraba las salas de la burguesía criolla, la élite española y europea que emigró con la nueva apertura y flexibilización de las leyes españolas que proporcionó la Real Cédula de Gracia de 1815. Por otro lado, las casas humildes estaban equipadas con muebles más rudimentarios como hamacas, camas conocidas como barbacoas, camas de hierro, catres de madera, mesas, bancos rusticos, baúles y cajones de madera.
La industria del mueble local comenzó a desarrollarse durante el siglo XIX, teniendo su apogeo en los albores del siglo XX, antes de que decayera ante la competencia de los muebles estadounidenses. Entre las colecciones de muebles de mayor antigüedad se encuentran los de la Casa Comercio Vidal y Compañía, Ponce (1843); la Casa Ledé, Guayama (1850) y la Casa Margarida, Ponce. La mayoría de los comercios de confección y venta de muebles se localizaron en el área suroeste de la Isla, particularmente en Ponce, Yauco, Guayama, Cabo Rojo y Aguadilla.
Finalizando el siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, en los talleres de ebanistas puertorriqueños se comenzó a experimentar con otros estilos como el art noveau, arts and crafts, el abanico, el modernismo, el María Teresa, el art deco, los estilos del arquitecto Henry Klumb para las décadas del 1950 y 1960 y el pop durante los sesenta, hasta alcanzar los estilos contemporáneos. También se modificaron los materiales, ya que se comenzó a usar el plástico o polietileno y el nilón. Las tablas de fibra y las decoraciones fueron ajustándose a los nuevos motivos como la era aeroespacial entre los 50 y 60, los colores sicodélicos de la década del 70, los muebles modulares de los 80 y 90, hasta alcanzar el eclecticismo que domina la tendencia actual, dominada por la preferencia de los estilos italianos.
En la actualidad sobreviven algunas fábricas de muebles que se dedican a la confección de muebles antiguos al estilo isabelino y jibarito –como se le conoce a los muebles criollos de la primera etapa.
Referencias
Importación y producción del mueble en el Puerto Rico de los siglos XVI y XVII. Dir. Eva Burgos Malavé. Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, 2000. DVD.
Importación y producción del mueble en el Puerto Rico de los siglos XVIII y XIX. Dir. Luis Collazo. Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, 2000. DVD.
Vega Rodríguez, Edgardo. Puerto Rico Clásico: Naturaleza, forma y espíritu, legado del mueble puertorriqueño. San Juan, P. R.: Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, 2005. Impreso.
Publicado: 9 de septiembre de 2014.