Fuente: Ángel de Barrios Román, Antropología socioeconómica de Puerto Rico y El Caribe, p. 288
Por Dra. Ramonita Vega Lugo
La epidemia de cólera morbo, a mediados del siglo XIX, con el saldo oficial de 25,820 fallecidos en un solo año, fue sin lugar a duda la más mortífera en nuestra historia. La población de Puerto Rico en 1854 era de 492,452. Según el cálculo oficial, de 154 mil personas invadidas y 25,820 muertas, aproximadamente un 31% de los habitantes fue afectado por el cólera. Se trata de una enfermedad intestinal aguda que se contrae al ingerir el microbio conocido como “Vibrio cholerae”, presente en agua contaminada con material fecal o vómito de los infectados. Los síntomas de la enfermedad son diarrea, evacuaciones frecuentes, calambres intensos, convulsiones, vómitos y fiebres. Ante tal cuadro clínico de deshidratación, de no reponerse los fluidos, generalmente la muerte sobrevenía en pocas horas. La enfermedad se identificó por primera vez en India. Es conocida también como “cólera morbo de Sydenham” o “cólera asiático”. La epidemia del siglo XIX se originó en Asia y alcanzó a Europa por primera vez en l830. Los últimos trabajos científicos a fines de ese siglo concluyeron que el microbio flotaba en la atmósfera y aseguraban que el microbio se absorbía al respirar. No obstante, admitían que el contagio y la propagación se daba directamente a través del ser humano, quien una vez contagiado lo transportaba de un sitio a otro.

Portada de libro, en proceso de edición, 2021. Artista gráfico: Javier Rivera Rivera
La tragedia del cólera incita a la reflexión sobre el estado sanitario del País a mediados del siglo XIX. Además, remite a la investigación sobre el entorno político, cultural, social y económico donde transcurrió el evento. La administración española se mantenía en alerta mientras el cólera azotaba otras islas del Caribe durante entre 1830 a 1850. Estuvo presente en Santo Domingo en 1833; en Cuba en 1833, 1850 y 1853-54; en Santa Lucía hubo dos brotes, uno en 1834 y otro en 1854; en la Martinica atacó en 1835; en Jamaica en 1850; en Bahamas en 1852; en Nevis en 1853; y en Barbados y en Trinidad durante el 1854.
Mientras la enfermedad avanzaba por el resto del Caribe, en Puerto Rico se mantenía el estricto cumplimiento de cuarentenas en los barcos. No obstante, su llegada fue inevitable. Luego de veinte años de prevenciones, la epidemia entró el 10 de noviembre de 1855 por Naguabo, “precisamente un foco de negocios de reses que se transportaban a otras Antillas”.
El temor ante la llegada del cólera fue un hecho prácticamente invariable en toda la documentación oficial, principalmente en las actas y en la correspondencia del periodo. La prensa también se hizo eco del estado de consternación en que se sumía el País. Son esas las fuentes principales para conocer la situación en que se encontraba la Isla.
Desde su invasión en 1855 hasta diciembre de 1856 casi todo Puerto Rico se vio afectado por la epidemia, en ruta de este a oeste. Se fue propagando de unos pueblos a otros, llegando al máximo de su expansión geográfica cuando llegó a Mayagüez y a San Germán, cuyos territorios municipales abarcaban gran parte del área sur y oeste del País. Como una muestra del estado de emergencia que enfrentaron los puertorriqueños, veamos lo ocurrido en San Germán y Mayagüez. De acuerdo con el historiador Lidio Cruz Monclova en su Historia de Puerto Rico del siglo XIX, el único pueblo que no padeció el cólera fue Adjuntas. Hubo contrastes notables en el número de muertos por pueblo, por ejemplo, en San Germán hubo 2,462 y en Mayagüez 1,569. Mientras que en Morovis; y Corozal hubo 4 muertos y en Aibonito fallecieron siete. Por otro lado, entre otras experiencias en común (incluso con epidemias posteriores), dentro del protocolo de prevención de más infectados y muertos se destacan las instrucciones sobre medidas básicas de higiene. Tras la llegada del cólera, las Juntas de Sanidad de la Capital, Naguabo, Ceiba y Fajardo, comenzaron a reunirse de emergencia. Según se propagaba el virus se evidenciaba más la falta de médicos. Los demás cabildos organizaron al efecto, Juntas de Sanidad, procurando tener siempre un médico y cuando no, un boticario. Se recomendó la observación más rigurosa de todas las medidas de higiene pública establecidas para toda la Isla.
Creatividad en la medicina casera
La Junta de Sanidad de Mayagüez circuló una “Instrucción Popular” acerca del cólera morbo durante el mes de noviembre de 1855 para recomendar los tratamientos que debían aplicarse, incluso sin la ayuda de un médico. Los medios de curación casera consistían en un método externo y uno interno: aplicación de un linimento (puesto 3 días al sol), compuesto de 8 onzas de aguardiente, 6 onzas de vinagre fuerte, 1/2 onza de mostaza, 2 dracmas de alcanfor, 2 dientes de ajo molidos; para tomar: una poción que contenía 1/2 dracma de carbonato de Sosa, 20 granos de sal común y 7 granos de eximuriato de potasa. Se recomendaba también el empleo de la planta llamada “rompe zaraguey”.
Estos tratamientos sólo servían para atenuar los síntomas como náuseas, sensaciones de frío, diarrea, sed y vómito. Ninguna de ellos pudo evitar el desarrollo de la enfermedad porque nadie sabía cómo combatirla eficazmente. En general se daban palos a ciegas porque la realidad era que no se conocían las causas de la mayor parte de las enfermedades. Tampoco había suficientes médicos ni hospitales.
Una medida difícil de sostener para evitar la expansión del cólera fue el establecimiento de cordones sanitarios en los límites de los poblados, pues debía mantener estricto control del paso de los vecinos, donde les exigían pasaportes y papeletas de sanidad. Fue evidente la nulidad de los cordones, pues para obtener el pasaporte indispensablemente tenían que pasar por ellos. Además, en las alturas, los pasos de ríos anulaban el control sanitario y era continua la solicitud de los alcaldes para el libre tránsito cuando no había otros caminos para llegar a los poblados.
Dificultades comunes
Cuando la epidemia comenzó a desarrollarse hubo dificultades comunes en casi todos los pueblos. Ante la crisis, se improvisaron hospitales conocidos como “provisionales”. Estos eran una especie de asilo que se habilitaban con los recursos necesarios para recoger a los pobres y evitar su muerte a la intemperie. Los propietarios de las casas, incautadas por el Gobierno a esos fines, protestaron ante el Ayuntamiento de Mayagüez.
En los campos, por la dificultad de los traslados, se permitió la construcción de cementerios en ciertos sitios reservados para ello. Así derivan el nombre de “colerientos” que aún conservan. Su instalación era similar a la habilitación de los hospitales porque se construían para un uso provisional y allí sería enterrado todo el que muriera por el cólera.
Los comisarios de barrio abrían zanjas profundas, del tamaño de una persona y a esas zanjas le tiraban capas de cal por encima. Además, preparaban los informes sobre los muertos, que debían remitir sellados al Gobernador con los datos que cada 24 horas. Debían incluir el nombre, estado civil, naturaleza y fecha del enterramiento. Si se le probaba al comisario de barrio, con certificación de un médico, que algún vecino no murió de cólera podía dejarlo conducir al pueblo, pero no en otro caso. Los testimonios de la época dejan constancia de que los pobres se veían obligados a echar a sus parientes en los zanjones de los coléricos, mientras que hubo gente pudiente que recibieron sepultura según su caudal.
A falta de médicos los sacerdotes y los comisarios de barrio prodigaban los primeros auxilios a los atacados. Como primeros en la línea de ayuda, fue frecuente que también se contagiaran con al igual que los médicos y enfermeras. Los sacerdotes participaron activamente en el reclutamiento de voluntarios para auxiliar a los enfermos pobres y para conducir enfermos y muertos.
Betances y el cólera
El Dr. Ramón Emeterio Betances fue figura clave por la atención médica que brindó particularmente en Mayagüez, donde estableció su residencia. Según Betances, el tacto del médico era la mejor guía del tratamiento, debía vigilarse incansablemente al enfermo para escoger el momento propio para la aplicación del remedio. Utilizó eméticos (vomitivos) como la ipecacuana; para detener el vómito y contra la diarrea usaba el láudano, polvo de opio y elixir paregórico (del latin Paregoricus), mezcla de opio y alcohol. Para contener el vómito recomendaba el hielo y la champaña helada. Contra las diarreas usaba lavativas de vino caliente de Burdeos. Los cuidados higiénicos con reposo, caldos, limonadas y paños de agua fresca en la frente bastarían para alcanzar la curación durante el periodo de reacción. Esto ocurría si el paciente lograba mejorías con el tratamiento y entre otros resultados recobraba el pulso, la diarrea y los vómitos cesaban gradualmente, de modo que su fisonomía tomara su carácter habitual. Según las circunstancias, el médico emplearía los excitantes internos como acetato de amoníaco, lactato de quinina en inyecciones, purgantes, baños, inhalaciones de oxígeno.
La experiencia médica de Betances en Mayagüez, le servirá años más tarde (1884), cuando residía en París, para escribir sobre el tratamiento que aplicó a los invadidos “por el microbio”. Su escrito se publicó de nuevo en 1890, cuando ya era conocido el descubrimiento del bacilo por Robert Koch en 1884. Ante el temor de la extensión de un nuevo brote en países latinoamericanos, le pareció oportuno reproducir su escrito en 1890, para dar a los médicos, “además de las preventivas, las medidas curativas que han de poner en práctica…” En 1890 Betances describió la imagen del colérico en las siguientes palabras:
El facies (sic) del enfermo expresa sus angustias y sufrimientos; y como no se le oculta el peligro en que se halla, la expresión del terror, que no se borra ni con el agotamiento de fuerzas en una cara enflaquecida y cuyos ojos se hunden en la órbita rodeada de una aureola violácea le da una fisionomía particular que no se olvida nunca más cuando se ha observado una sola vez.
La experiencia humana ante la crisis que provocó la epidemia nos permite conocer diversos aspectos de la sociedad y economía de esa época. Seguramente, el Betances político se forjó precisamente en el reconocimiento personal de las dificultades para sobrevivir en la colonia, mediante el intercambio de impresiones que obtuvo del trato directo que sostuvo como médico con pacientes de todas las clases sociales. Particularmente, ese contacto de cerca con los esclavos y los desvalidos debió ser fundamental para entender su situación. La crisis le permitió conocer y comprender más de cerca cuán difíciles eran las condiciones de vida de los desamparados, también los jornaleros.
Víctimas de la epidemia
El impacto demográfico del cólera pone de manifiesto cuán inseguras eran las condiciones sanitarias y su efecto sobre los sectores más pobres. El total de víctimas se desglosa en un informe del gobernador Lemery, suscrito el 26 de enero de 1857. Según sus cálculos fallecieron: 5,741 blancos, 14,610 de color libres y 5,469 esclavos. La mortalidad en la población blanca alcanza a un 22.23% del total de víctimas en Puerto Rico. El mayor porcentaje de muertos estuvo en la población negra. La de color libre fue el 56.59% del total de víctimas y la esclava equivalió al 21.18%.

Estado que manifiesta el número de individuos que han sido invadidos del cólera morbo en el pueblo de Naguabo, los curados, muertos y que se encontraban siguiendo el curso de la enfermedad.
Según el censo de 1854 había un total de 492,452 habitantes, de los cuales 237,686 eran blancos, los negros y mulatos libres ascendían a 207,843 personas y el número de esclavos era de 46,918. Cuando se calculan los porcentajes de mortandad por etnia en comparación al censo de 1854: de la población blanca de 1854 falleció el 2.41%; de la de color libre el 7.03%; y de los esclavos el 11.66%. Gradualmente la población de color libre y la esclava fue disminuyendo. Si comparamos los porcentajes por etnia, de la población de Puerto Rico entre 1854 y 1860, vemos que la composición racial del País cambia lentamente. En 1854 la “gente de color libre” (como se le llamaba en el censo) y la esclava componían poco más de la mitad de la población o el 51.74%. En 1858 los de color libres y los esclavos representaban el 50.17% y en el 1860 solo era e 48.49%.
A pesar de todos los esfuerzos expresados para proteger a los esclavos, murieron cerca de seis mil. Entre los años 1846 y 1860, Puerto Rico perdió de 9,300 a 9,600 esclavos por muerte, liberación, emigración o fuga. El sector esclavo disminuyó más de un 20%. En gran parte, la reducción se debió a la epidemia de cólera morbo. En 1854 la población esclava en Puerto Rico ascendía a 46,918. En 1858 disminuyó a 40,970 esclavos, mostrando una diferencia de 5,948 esclavos. Esta baja se explica con la pérdida de 5,469 durante la epidemia. La población esclava no aumentó después de 1860; la población libre era trece veces más numerosa que la esclava”
La población negra en general, particularmente los libertos fueron las principales víctimas del cólera en Puerto Rico. Ese impacto demográfico se sintió a varios niveles en el largo plazo, ante la reducción en el número de esclavos, de negros libertos y de jóvenes en edad reproductiva. Ese fatídico año, representó un fuerte golpe a la producción, contribuyendo y ocasionando una parálisis general para la economía agrícola del País.
La merma de esclavos subrayó el dilema de si la industria azucarera podría mantenerse sin ellos y si era capaz de desarrollarse con el trabajo del jornalero. La industria azucarera no se hundió en la catástrofe, “sobreviviría los efectos del cólera y de la extracción esclava”. La gran mortandad entre los esclavos encareció su valor y promovió el deseo de continuar la trata, pero el gobierno puso trabas a todo intento por reactivar el tráfico negrero. De hecho, la población esclava no se recuperó nunca, hubo haciendas que perdieron más de tres cuartas partes de su dotación esclava.
En Puerto Rico, tal como ocurrió en otros países, los pobres fueron los más afectados. La epidemia se mantuvo siempre, aunque no exclusivamente, de aquellos que vivían en extrema pobreza. En casi todos los lugares afectados, ese fue un aspecto interesante sobre el significado social del cólera. En un sentido real era la enfermedad de los pobres, pero los ricos no estuvieron inmunes por el modo de transmisión de la epidemia.
El Gobierno de Puerto Rico redobló sus esfuerzos para evitar su llegada y adoptó medidas preventivas para frenar su expansión, pero la enfermedad encontró terreno fértil en la falta de higiene de los pobres, por las condiciones críticas en las que vivían. Ello no significa que la epidemia fuera selectiva entre las víctimas, sino que las peores condiciones de higiene y vivienda las hacía más propensas a contraer el virus. La epidemia se convirtió en la prioridad del momento para sus contemporáneos y fue, no solo para Mayagüez y San Germán, sino para la Isla en general un elemento de desorganización social.
Referencias:
Arana Soto, Salvador. “La sanidad en Puerto Rico hasta l898”. Barcelona: Medinaceli, SA., 1978.
Betances, Ramón Emeterio. “El cólera, historia, medidas profilácticas, síntomas y tratamiento”. París, Francia: Imprenta Chaix, l890. Reproducido en Manuel Quevedo Báez, “Historia de la medicina y cirugía en Puerto Rico”, 1946.
Kiple, Kenneth F. “Cholera and Race in the Caribbean”. Journal of Latin American Studies (l7) 1, mayo, l985: 161-67.
Morales Carrión, Arturo. “Auge y decadencia de la trata negrera en Puerto Rico, l820-l860”. San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, l978.
Quevedo Báez, Manuel. “Historia de la medicina y cirugía en Puerto Rico”, vol.1. San Juan: Asociación Médica de Puerto Rico, l946.
Ruiz Belvis, Segundo y otros. “Proyecto para la abolición de la esclavitud en Puerto Rico”, original 1867. San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, l969.
Vargas, José María. “Instrucción Popular acerca del cólera morbo, o su mejor método de preservación, su descripción y el tratamiento que la experiencia ha probado ser más feliz…”, Mayagüez, 17 de noviembre de 1855, en Francisco Ramos, “Prontuario de disposiciones oficiales”. San Juan, Puerto Rico: Imprenta de González, l866.
Vega Lugo, Ramonita. “Efectos del cólera morbo en Puerto Rico y en Costa Rica a mediados del siglo XIX”, ponencia presentada Historia de la Salud Pública, 9° Congreso Centroamericano de Historia, Universidad de Costa Rica, 22 de julio de 2008. Puede accederse a la conferencia en revista digital Diálogos: VOL. 9 (2008): Volumen especial 2008: 9º Congreso Centroamericano de Historia,
https://revistas.ucr.ac.cr/index.php/dialogos/article/view/31130/30891. Consultada 14/2/2021.
___________________.. “Epidemia y sociedad: el cólera en San Germán y Mayagüez, 1855-56”. Escuela Graduada de Historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, 1989. (en proceso de edición para publicación).
Publicado: 21 de febrero de 2021
Revisado: Lizette Cabrera Salcedo, 11/2/2021