El café puertorriqueño fue durante las últimas décadas del siglo XIX el producto agrícola de mayor importancia en la Isla. La producción de éste sustituyó a la del azúcar, que entre 1820 y 1876 había sido el principal producto de exportación. El auge tuvo lugar a consecuencia del aumento en la demanda por el producto en el plano internacional. Mientras la demanda por el café aumentaba, la del azúcar mermaba.
El cultivo del café proliferó en los pueblos del centro y oeste de la Isla, como Maricao, Las Marías, Adjuntas, Yauco, Lares, Ciales y Utuado. Esto significó que el foco económico se asentó durante esa época en la región interior de la Isla y no en la costa, donde se experimentaba entonces un marcado crecimiento poblacional. Muchas personas emigraron a la región de la montaña en búsqueda de trabajo. Algunos no emigraron, sino que se trasladaban al lugar tan sólo durante la época de la cosecha del grano.
Con anterioridad a esta época dorada del café, se cultivaba este fruto en las regiones montañosas, aunque en menor grado. Cuando la demanda por el producto aumentó, las haciendas cafetaleras pasaron a ser los principales productores de café. En las haciendas, a diferencia de las estancias, o pequeñas fincas, la producción del fruto era mucho más abundante. Las haciendas, a su vez, compraban y procesaban el grano producido en las estancias, ya que tenían la maquinaria y las instalaciones necesarias para hacerlo. También ocurría que los dueños de las fincas pequeñas entregaban su producto a los hacendados para saldar las deudas contraídas con éstos.
Las haciendas constituían pequeñas comunidades en las que vivía el propietario, al igual que los trabajadores. Por lo general, en el centro de la hacienda, rodeadas del cafetal, había un grupo de estructuras que constituían el núcleo de la hacienda. En dicho lugar se encontraba la casa grande o casona, donde vivía el propietario, así como la casa del mayordomo, los cuarteles de los obreros, el almacén y el cuarto de máquinas. Los trabajadores permanentes que vivían en la hacienda se conocían como agregados o “arrimaos”, jornaleros que construían sus casas en la finca del propietario y cobraban sólo cuando se les ocupaba. También había obreros transitorios que vivían en cuarteles durante el tiempo de la cosecha y que, por lo general, regresaban a sus pueblos una vez acabado el trabajo.
La relación entre los hacendados y los jornaleros se basaba principalmente en el crédito. Los hacendados establecían tiendas en los pueblos y, en ocasiones dentro de la misma hacienda, éstas últimas se conocían como tiendas de raya. A los jornaleros se les entregaban fichas o vales para obtener artículos de primera necesidad que sólo podían utilizar en estas tiendas. También tenían que comprar a crédito, y lo único que podían ofrecer como garantía de pago era su trabajo. De esta forma, el hacendado se aseguraba de retener al jornalero.
La época de oro del café concluye a finales del siglo XIX. Durante este período varios huracanes azotaron la Isla destruyendo gran parte de las cosechas. Los cambios políticos influenciaron, a su vez, la industria del café. Con el cambio de soberanía en 1898, la economía de la Isla vuelve a centrarse en el azúcar, la que llega a convertirse por un tiempo en el principal producto de exportación.
Adaptado por Grupo Editorial EPR
Fuente original: Maricao y sus haciendas cafetaleras, Instituto de Cultura Puertorriqueña, Sede Regional del Oeste, Proyecto subvencionado por la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades.
Publicado: 15 de septiembre de 2014.