Diáspora puertorriqueña: ciclos migratorios y comunidades a distancia
Introducción
Puerto Rico ha sido testigo de un masivo movimiento y dispersión de su población fuera de sus costas desde finales del siglo XIX hasta el presente. El destino favorito de asentamientoha sido Estados Unidos, lugar en el que habitan actualmente 3,987,947 (American Community Survey, US Census Bureau, 2006). Esta cifra casi coincide con la cantidad de puertorriqueños que viven en la Isla, la cual asciende a aproximadamente a 3,813,289 (American Community Survey, 2006). Este movimiento demográfico hacia Estados Unidos, caracterizado por la pervivencia de un núcleo comunitario y cultural puertorriqueño a distancia ha precipitado la concepción y acuñación del concepto de diáspora puertorriqueña por parte de académicos y estudiosos del tema en años recientes.
La mayor concentración de la diáspora está localizada en el estado de Nueva York, lugar que por muchas décadas ha sido el lugar de asentamiento predilecto, aunque desde la década de 1990 aproximadamente el estado de la Florida, y en especial la ciudad de Orlando, ha ganado bastante popularidad. Según el Censo del 2000 de Estados Unidos, los estados con mayor número de puertorriqueños son: el estado de Nueva York (1,050,293); Florida (482,027); Nueva Jersey (366,788); Pennsylvania (228,557); Massachusetts (199,207); Connecticut (194,443), Illinois (157,851) y California (140,570).
La tendencia migratoria hacia Estados Unidos ha seguido en aumento hasta el presente. Estas localidades se han convertido en importantes focos que persiguen perpetuar los valores culturales de la diáspora. En su sentido más amplio y moderno, una diáspora no sólo designa el movimiento y dispersión de un grupo humano fuera de su país de origen, sino que denota al colectivo mismo y a sus dinámicas y procesos de asentamiento como comunidad cultural. Dentro de esta concepción de diáspora, es imprescindible que el grupo se auto reconozca como grupo cultural. En el caso de los puertorriqueños, el Desfile Nacional Puertorriqueño de la ciudad de Nueva York representa la mayor expresión popular de la puertorriqueñidad de la diáspora. Mediante este evento, la diáspora se define e identifica como grupo, a la vez que simbólicamente se presenta ante la comunidad neoyorquina y hacen sentir su presencia y vitalidad.
Es necesario también como requisito teórico de diáspora la existencia de un vínculo o “conectividad” entre los miembros del grupo cultural que les permita formar una identidad común, asociada a su lugar de procedencia, así como una identidad propia y distintiva asociada al lugar de asentamiento.
La comunidad del Barrio localizada en Spanish Harlem en la ciudad de Nueva York conforma un ejemplo de esta dinámica. Miles de puertorriqueños se establecieron en esta zona de Manhattan y formaron una comunidad cultural, la cual denominaron en español “El Barrio”. Este vecindario mantiene aspectos de la vida en Puerto Rico, pero igualmente posee características sociales y culturales estadounidenses y neoyorquinas que no están presentes en la Isla.
Otra modalidad del proceso constante de construcción y negociación de la identidad cultural de los emigrados puertorriqueños es la acuñación del término neorican o newyorican entre las décadas del sesenta y setenta; éste resultó de una combinación de “Newyorker” (derivado de New York) y “rican” (derivado de Puerto Rican). Este término también denota la conectividad de esta comunidad puertorriqueña que se autoidentifica y se reconoce como distinta, y expone sus vínculos comunes con respecto del lugar de origen (Puerto Rico) y del lugar de asentamiento (Nueva York).
Para la delimitación de la propia identidad diaspórica es fundamental que el grupo comparta una interpretación común de su experiencia social presente y del pasado originario. El arte, la música y la literatura de los puertorriqueños en Nueva York ha jugado un papel importante en este sentido. Obras como When I Was Puerto Rican (1993) (Cuando era puertorriqueña, 1994) de Esmeralda Santiago, Down These Mean Streets de Pedro Pietri (1967), Nilda de Nicholasa Mohr y La Carreta Made a U-Turn (1979) de Tato Laviera, por mencionar algunas, representan este ideario que integra la concepción del pasado y el presente común, y que a su vez perpetúa la memoria colectiva de la diáspora.
Tendencias como la convivencia del inglés con el español, junto a la mezcla de lo puertorriqueño y lo anglosajón, han creado un espacio de hibridez cultural que se manifiesta en la producción artística y literaria de la diáspora. Estas son a su vez nuevas manifestaciones de puertorriqueñidad, paralelas a las de la Isla.
Otra de las características de la diáspora es la incursión de sus miembros en la política y en la formación de grupos comunitarios para abogar y garantizar mejores condiciones de vida y el respeto de sus valores y costumbres. Durante las décadas de 1960 y 1970, los puertorriqueños se unieron a los movimientos de derechos civiles de la época en la sociedad estadounidense mediante el establecimiento de organizaciones. ASPIRA (1961) y Puerto Rican Legal Defense and Education Fund (1972) son algunas de éstas. Estos grupos lucharon en las cortes de Estados Unidos por la mejoría de las condiciones de vida de los puertorriqueños en suelo estadounidense, y lograron que la ciudad de Nueva York implantara programas de enseñanza bilingüe.
Igualmente, en la comunidad de puertorriqueños en Chicago se establecieron grupos como el de los Young Lords (1969), quienes lograron que los gobiernos municipales de Chicago, Nueva York y Filadelfia prestaran mayor atención a la sanidad pública de las comunidades, a los problemas de vivienda, y a mejorar sus servicios de salud.
Actualmente, los puertorriqueños de la diáspora ostentan importantes cargos públicos. Los puertorriqueños Nydia Velázquez, José Serrano yLuis Gutiérrez ocupan escaños en el Congreso de Estados Unidos; y Sonia Sotomayor nombrada jueza asociada del Tribunal Supremo de EE.UU.
Es importante señalar que el concepto de diáspora puertorriqueña posee unos rasgos especiales. Debido a la condición territorial de Puerto Rico con respecto de Estados Unidos y la posesión de la ciudadanía estadounidense por parte de los puertorriqueños se ha producido un fenómeno migratorio muy singular llamado emigración de puerta giratoria. La facilidad de movimiento entre Estados Unidos y la Isla ha provocado una serie suscesiva de emigraciones e inmigraciones desde y hacia Puerto Rico que se caracteriza por olas de migración de retorno al suelo boricua. Este fenómeno ha tenido también influencias en la constitución y características de la diáspora puertorriqueña.
Patrones de la emigración puertorriqueña hacia Estados Unidos

Puertorriqueños en Hawaii
Patrones de la emigración puertorriqueña hacia Estados Unidos
Según los sociólogos, las corrientes migratorias constan de dos factores motrices que precipitan el movimiento demográfico: el fenómeno de expulsión y el de atracción. En el caso de los puertorriqueños, los factores de expulsión están asociados mayormente a los problemas económicos que ha sufrido la Isla debido a la compleja situación política que ha enfrentado desde los tiempos coloniales españoles y a los sucesivos y frecuentes cambios en los modelos económicos globales que han afectado su competitividad. De otra parte, el ‘factor de atracción’ principal constituye la mayor oferta de empleo y mejores condiciones de vida en Estados Unidos. Esto se suma a la completa movilidad hacia y desde Estados Unidos que poseen los puertorriqueños, tenedores de la ciudadanía estadounidense.
Los comienzos de la emigración
Desde mediados del siglo XIX, se inicieron los primeros movimientos de puertorriqueños hacia Estados Unidos. Las autoridades coloniales españolas mantenían un ambiente de represión política en Cuba y Puerto Rico, situación que llevó al destierro a muchos patriotas antillanos de tendencias reformistas o separatistas, quienes se refugiaron en varias ciudades europeas y estadounidenses. Estados Unidos era visto por la élite criolla como representante de los valores democráticos, el progreso, y la modernidad.
A estos primeros asentamientos de puertorriqueños, cubanos, españoles y otros latinos en las localidades de Nueva York, Filadelfia, Nueva Orleáns, Tampa y Cayo Hueso se les llamó colonias. La ciudad de Nueva York se convirtió en foco de la insurgencia antillana contra la corona española, cuando exiliados de Puerto Rico y Cuba se asentaron allí tras el Grito de Lares y el Grito de Yara en 1868.
Primera ola migratoria (1899-1901)
Dos ciclos migratorios se registraron durante las primeras dos décadas del siglo XX. El primero se prolongó de 1899 a 1901, aproximadamente. Esta ola se debió a la crisis económica y social que arropó a la Isla tras el cambio de soberanía en 1898 y el huracán San Ciriaco en 1899. El tránsito de una economía mercantislista a una capitalista agraria desencadenó por un lado en cierta prosperidad, pero por el otro sumió a la mayoría del pueblo en la miseria.
El monopolio de las tierras y las cosechas de caña y tabaco por parte de corporaciones ausentistas norteamericanas y la caída de la industria cafetalera, desató un movimiento de campesinos desempleados de la zona montañosa a las costas y áreas urbanas en busca de trabajo. La falta de vivienda, el desempleo y las pobres condiciones sanitarias provocaron el empeoramiento de la calidad de vida de los campesinos, quienes vieron la emigración hacia Estados Unidos como una solución a su situación económica. Además, los gobernadores estadounidenses enviados a la Isla promovieron la emigración de trabajadores agrícolas puertorriqueños al territorio continental.
Durante la primera ola (1899-1901), los emigrantes en busca de trabajo se dirigieron principalmente al archipiélago hawaino, el cual ya formaba parte de los territorios de Estados Unidos. Cerca de 6,000 puertorriqueños fueron trasladados al Pacífico a trabajar para hacendados azucareros, quienes les ofrecieron mejorar sus condiciones de vida. Muchos puertorriqueños en destino a Hawái se asentaron en Nueva Orleáns o San Francisco, y crearon pequeñas colonias en estas ciudades a principios del siglo XX. Evidencia de esto es el Club Puertorriqueño de San Francisco, fundado en 1912, la cual todavía se encuentra en operación.
Cabe mencionar que otro grupo de puertorriqueños, aunque menor, emigró a los estados de Arizona y Nuevo México durante este período. Hoy día la población de ascendencia puertorriqueña en Hawái es de alrededor 30,000 habitantes de acuerdo con el censo del 2000.
En el transcurso de 1901 a 1917, descendió un tanto la emigración. En este tiempo, los destinos migratorios fueron México, Ecuador, el estado de Missouri y las islas hermanas de Cuba y República Dominicana.
Segunda ola migratoria

Monumento al soldado caído en Peñuelas
La entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial en 1917 coincidió con la aprobación del Acta Jones para Puerto Rico. La misma extendió a los puertorriqueños la ciudadanía estadounidense. Ambos acontecimientos impulsaron la segunda ola migratoria al territorio continental norteamericano.
A raíz de la guerra, surgió la necesidad de mano de obra para la manufactura de armamento y buques, por lo que miles de puertorriqueños, ahora ciudadanos, fueron reclutados por gestión del gobierno federal para llevar a cabo dichas labores en Estados Unidos. Luego de concluida la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos experimentó un gran crecimiento económico, a la vez que restringía la entrada de inmigrantes a su país. Esto provocó una gran demanda de trabajadores frente a un abundante mercado de trabajo. Esta circunstancia, sumada a la difícil situación económica de los trabajadores puertorriqueños, que a su vez eran ciudadanos estadounidenses, contribuyeron a impulsar la emigración hacia Estados Unidos.
La mayoría de los inmigrantes de esta segunda ola (décadas de 1920 y 1930) se estableció en la ciudad de Nueva York, principalmente en las áreas de Manhattan y Brooklyn. Formaron unas especies de colonias de puertorriqueños que, al igual que otros emigrantes latinoamericanos y afroamericanos, crearon comunidades completas en las que se promovía la conservación de las costumbres y los valores sociales y culturales.
La bonanza económica estadounidense tuvo un grave revés al suscitarse en 1929 la llamada Gran Depresión. La debacle económica estadounidense sirvió como un disuasivo a la emigración puertorriqueña a lo largo de esa década de 1930. Por el contrario, generó el regreso de miles de puertorriqueños a la Isla, la cual estaba ya sumida en una crisis económica extrema, amplificada por la depresión. Este es un ejemplo de las olas migratorias de retorno que se suscitaron durante el siglo XX.
La Gran Migración (1945-1965) / La emigración de retorno (1960-1970)

Banco Popular de Puerto Rico, sucursal en Nueva York
La Gran Migración (1945-1965)
En la década de 1940 y tras las reformas y programas del Nuevo Trato, en Puerto Rico se sientan las bases para la modernización e industrialización de su sociedad. Con la implantación a finales de la década de 1940 del programa de incentivos industriales del plan Manos a la Obra, Puerto Rico pasó de una economía agraria a una industrial. Esto llevó a la pérdida de miles de empleos agrícolas, lo que provocó un movimiento poblacional de los campos a los centros urbanos. Además, se registró un alza sin precedente en el crecimiento de la población.
Por otro lado, luego de culminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, Estados Unidos experimentó una gran demanda de trabajadores de paga moderada. Las empresas apoyadas por el gobierno estadounidense reclutaron una considerable cantidad de su fuerza laborla en Puerto Rico. El gobierno de la Isla fungió como intermediario, amparado bajo la creencia de que un factor para el éxito del programa industrial, recién implantado, era frenar el acelerado crecimiento poblacional de Puerto Rico.
El Estado se valió de varias estrategias para promover la emigración. Una de ellas fue aumentar el tráfico aéreo entre Puerto Rico y Estados Unidos y abaratar los costos de pasajes. Otra estuvo relacionada con la difusión de oportunidades de empleo en los estados de la Unión, especialmente los de la costa noreste. Por último, estableció unos estándares de trato que debían de ofrecer los patronos estadounidenses a los puertorriqueños que se aventuraran a trabajar allá, especialmente a los trabajadores estacionales. Además, el gobierno de Puerto Rico estableció oficinas bajo el programa de División de Migración en lugares como Nueva York para ofrecer información sobre empleos, vivienda y servicios sociales, y atender reclamos de los isleños en suelo estadounidense.
Todos estos factores incidieron en la ola de cientos de miles de puertorriqueños — hasta mediados de la década del sesenta aproximadamente se calcula que de la Isla salieron cerca de un millón de habitantes, incluyendo los nacidos de éstos en Estados Unidos — evento histórico conocido como la Gran Migración. Aunque la ciudad de Nueva York fue el destino preferido por los puertorriqueños, también se establecieron en Chicago, Filadelfia, Newark y otras áreas de Nueva Jersey, y del noreste de Estados Unidos.
El promedio anual de puertorriqueños que emigraba a Estados Unidos anualmente en las décadas del treinta y el cuarenta era de 1,800 pasajeros. Esto aumentó a 4,600 de 1941 a 1945; a 31,000 de 1946-1950; a 45,000 de 1951-1960. De hecho, 1953 fue el año de mayor emigración, ascendiendo a 75,000 puertorriqueños. Entre la década de 1960 y 1970, mermó a 16,500. Mejores oportunidades de trabajo en la Isla y la disminución de oferta de trabajo en Estados Unidos explican la reducción. De hecho, debido a la reducción masiva del empleo los puertorriqueños comenzaron dispersarse en el territorio, mudándose de Nueva York a otros estados y regiones del país.
La emigración de retorno (1960-1970)
A partir de la década del sesenta se suscitó la segunda ola migratoria de retorno a Puerto Rico desde 1930, la cual estaba conformada de puertorriqueños de todos los niveles socioeconómicos. Esto atendía, como ya se mencionó, a la disminución de las oportunidades de empleo en Estados Unidos, factor que se interpreta como un fenómeno de expulsión. Por otro lado, la industrialización en Puerto Rico abrió la oferta de trabajo, factor de atracción. Los integrantes de esta ola de retorno se establecieron mayormente en el área metropolitana de San Juan, especialmente en los municipios de Carolina y Bayamón, los cuales reflejaron un alza demográfica en ese momento.
Corrientes migratorias de finales del siglo XX y principios del XXI (1975-2008)

Parada puertorriqueña en Jacksonville, Florida
A partir de la década del setenta, Puerto Rico comenzó a sufrir una grave crisis económica producto de las consecuencias acarreadas por la baja competitividad de la Isla frente a otros destinos para la inversión extranjera industrial. Esto propició nuevamente un movimiento de puertorriqueños hacia Estados Unidos. Como rasgo singular de esta ola, se puede resaltar el fenómeno de “fuga de cerebros”, caracterizado por la migración de profesionales que se muda a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades de empleo y mayor remuneración salarial.
En la década de 1980 un gran número se dirigió a la zona central de la Florida y en los noventa, tuvo lugar un aumento notable la población de origen puertorriqueño de los estados de Pennsylvania, Nueva Jersey, Connecticut, Massachussets, Texas, Ohio, Georgia, Virginia, y Carolina del Norte.
En la actualidad, el estado de Nueva York y Florida, específicamente el área de Orlando, representan los focos más grandes de población puertorriqueña en Estados Unidos. Según el American Community Survey (US Census Bureau, 2006) los puertorriqueños en Nueva York alcanzaban 1,050,293 y los de Florida, 482,000. De hecho, los puertorriqueños representan la mayoría entre los grupos latinos que residen en la ciudad de Nueva York. En el 2000 una cuarta parte de la población puertorriqueña de Estados Unidos habitaba en esa ciudad.
En general, el número de puertorriqueños en Estados Unidos asciende a aproximadamente 3,987,947, lo que representa el 9% de todos los latinos de esa nación, cuya población se estimó en 41.3 millones en el año 2005. Según el censo del 2000, el 58% de todos los puertorriqueños de la diáspora nacieron en Estados Unidos. Esta cifra indica que varias generaciones de puertorriqueños conviven con los migrantes recién llegados de Puerto Rico. La convivencia de varias generaciones de puertorriqueños nacidas o criadas en Estados Unidos con puertorriqueños nacidos en la Isla permite que se estrechen vínculos y se renueven los referentes culturales isleños, la imagen o memoria colectiva de lo que es la Isla, su forma de vida, su idiosincracia y personalidad de pueblo. Esta experiencia refuerza la identidad cultural de la diáspora.
Se proyecta que hacia el final de la primera década del Siglo XXI los puertorriqueños que habitarán en Estados Unidos superarán a los que habiten en la Isla y se dispersarán aún más dentro del territorio continental estadounidense.
Este panorama complejo supone, por un lado, el fortalecimiento y robustecimiento de la comunidad diaspórica en Estados Unidos, la cual se ha identificado a sí misma como una comunidad cultural particular. Esta comunidad se ha consolidado como grupo haciéndose un espacio en las agendas públicas de la nación estadounidense; ocupando posiciones en las altas esferas del gobierno; abriéndose caminos en la Academia; formalizando el estudio de la cultura puertorriqueña dentro de las disciplinas de las artes y los estudios culturales y despuntando como creadores de un producto cultural propio y distinto.
Por otro lado, también se proyecta que continuará el incesante movimiento circular de los puertorriqueños hacia y desde Estados Unidos, fenómeno que promueve el mantenimiento de los vínculos culturales y lazos familiares entre la diáspora y la Isla.
Todos estos factores apuntan, quizás, a una redefinición de la puertorriqueñidad. Cada vez más los límites territoriales isleños parecen ser insuficientes como condición determinante o criterio de lo que es ser puertorriqueño. Las fronteras geográficas ahora se abren para dar paso a fronteras culturales construidas por el imaginario colectivo del grupo social que ahora se extiende y dispersa entre la isla de Puerto Rico y el territorio americano. Mas, no puede pasarse por alto el hecho de que la Isla conforma un territorio estadounidense, lo que implica que el concepto de diáspora puertorriqueña está basado en una conciencia nacional colectiva privada de soberanía, insertada jurídicamente dentro de una nación soberana — Estados Unidos.
Es notable, sin embargo, que los puertorriqueños emigrantes exhiben un perfil socieconómico muy variado e inclinaciones ideológicas diversas, lo cual ha ido conformando una comunidad diaspórica que dista de ser homogénea. Si bien muchos puertorriqueños se aglutinan en torno a su arraigo cultural, otros se insertan o asimilan en distintos grados o niveles dentro de la cultura estadounidense-anglosajona. De hecho, no se tienen números de los puertorriqueños o de los descendientes de puertorriqueños asimilados culturalmente que no se identifican a sí mismos como puertorriqueños en el censo. Esto levanta interrogantes tales como, ¿Dentro de cincuenta años, se percibirán o identificarán así mismos como puertorriqueños los integrantes de la diáspora? ¿Podrán los investigadores y sociólogos continuar hablando de diáspora puertorriqueña en ese entonces?
Por lo visto, los fenómenos de expulsión y de atracción continuarán asociados a la condición económica y a la búsqueda de condiciones de vida favorables. Cabría preguntarse, entonces, ¿qué pasaría si la situación económica de Puerto Rico tomara un giro para bien? ¿Regresarían los casi cuatro millones de puertorriqueños que ahora residen en Estados Unidos? ¿Tiene la Isla de Puerto Rico la capacidad de albergar ocho millones de habitantes? ¿Qué pasaría si continúa cambiando el panorama económico de Estados Unidos? ¿Se dispersaría la diáspora puertorriqueña a través del mundo? ¿Estará Puerto Rico destinado a ser una sociedad diaspórica por siempre?
Referencias
Hernández Cruz, Juan. Corrientes migratorias en Puerto Rico, San Juan: Universidad Interamericana de Puerto Rico, 1994.
Ribes Tovar, Federico. El libro puertorriqueño de Nueva York, un siglo de vida puertorriqueña en la ciudad de Nueva York. New York: El Libro Puertorriqueño, 1968.
Whalen, Carmen Teresa & Víctor Vázquez –Hernández. The Puerto Rican Diaspora Historical Perspective. Philadelphia:Temple University Press, 2005
Publicado: 28 de enero de 2010.