En la foto: Durante la Primera Guerra Mundial, trabajadores voluntarios de la Cruz Roja hacen mascarillas faciales contra la influenza durante la epidemia.
Desde la pandemia olvidada de influenza en Puerto Rico, 1918-1919, a los comienzos de la del Covid19 de 2020
En 1918 y dentro del contexto de la movilización masiva de los soldados a la Primera Guerra Mundial, comenzó a propagarse una epidemia de influenza AH1N1 que cobró la magnitud de una breve, pero letal pandemia. También se le conoció como “la muerte violeta”, el “flu” y/o en algunos países europeos y americanos como la “grippe española”.
Tras una revisión sobre su impacto mundial, se estima que pudieron haber fluctuado entre unos 50 millones o más las personas que fallecieron a causa del mal. Se especula que en el Caribe, fallecieron unas 100,000 personas y unas 675,000 en Estados Unidos. Se ha alegado que la pandemia pudo haber comenzado en China, Francia o en el estado de Kansas y se estima que, en junio de 1918, países como Indonesia, Australia, Nueva Zelanda, Puerto Rico y sectores de la costa de Brasil comenzarían a verse impactados, aunque en esos momentos no se supiera a ciencia cierta que se trataba de influenza.

La Democracia, sábado 1 de diciembre de 1918, p. 1.
Su transcurso mundial se ha clasificado en tres “olas” o etapas, siendo la segunda, la cual aconteció en la mayoría de los países entre septiembre de 1918 y principios de enero de 1919, la más devastadora en cuanto a las tasas de mortalidad y morbilidad ocurridas a través de los embates epidémicos históricos. A esos efectos, identificaré esas tres etapas de difusión por las que considero atravesó Puerto Rico.
La primera etapa local de la influenza se puede ubicar desde mediados de junio hasta finales de septiembre de 1918. Catalogada como una de “tipo benigno”, se caracterizó por las confusas versiones sobre cuándo había comenzado y cómo se había difundido. Se informaba que el 20 de junio de 1918 una “alarmante epidemia” atacó al barrio de Puerta de Tierra y mantenía en cama a familias completas. Ocasionó más de 1,000 “atacados” en solo cuatro días en una población de 18,000 habitantes.
Gran parte de esa población la formaban los obreros de la fábrica de tabaco “La Colectiva”, también conocida como la Porto Rican American Tobacco Company. La situación allí era lamentable ya que alrededor de 200 operarios se habían ausentado por ser víctimas de la enfermedad. El miedo y la intranquilidad ocasionaron que muchas familias se mudaran de inmediato a otros lugares del País. Para empeorar la situación, hubo una huelga de barrenderos que duró seis días y contribuyó a dispersar la epidemia debido a la falta de higiene.
Era de esperarse una gran “intranquilidad y el desasosiego” ante lo que se avecinaba. El comisionado de Sanidad, doctor Eliseo Font y Guillot, ratificó que la epidemia era una de dengue. Esta condición también era conocida como “trancazo” según se ha documentado en Puerto Rico a mediados del siglo XIX. La confusión que prevaleció en los diagnósticos a partir de junio, julio, agosto, septiembre y parte de octubre, explica una de las varias razones por las cuales las muertes a causa de la influenza no se contabilizaron. Se admitía, que hubo casos “erráticos de la enfermedad a la que llamaban dengue”. Más tarde, algunas autoridades médicas no descartaron que ambas condiciones pudieron haber ocurrido simultáneamente.
Ese desconocimiento no fue exclusivo en Puerto Rico. En España, en donde hubo un cálculo de aproximadamente 250,000 defunciones, así como en otras partes del mundo, se estableció que “las olas de gripe” pusieron de manifiesto “el desconocimiento médico sobre la etiología y el comportamiento epidémico” de esa enfermedad. Aún no se habían descubierto los virus que la causaban, no se conocía un tratamiento específico, no existían los antibióticos y mucho menos las vacunas y las drogas antivirales y antibacteriales efectivas para combatirla.

Comité de ayuda durante la epidemia de influenza (Comerío).
La segunda ola a nivel mundial coincidió con el otoño de 1918 (23 de septiembre), y se extendió hasta enero de 1919. Los meses más devastadores en cuanto a la mortalidad fueron octubre, noviembre y parte de diciembre. Contrario a otras epidemias de influenza, la mitad de la mortalidad registrada recayó en los adultos entre los 20 y 40 años de edad. Estos habían sido considerados un grupo de bajo riesgo.
Durante esos meses, la llegada al País de navíos con enfermos fue un factor clave para la difusión de la enfermedad. También, al finalizar la Primera Guerra el 11 de noviembre de 1918, y comenzar el retorno de muchos de los 18,000 veteranos, no faltaron las celebraciones, congregaciones, encuentros y contactos que en ocasiones eran portadores de influenza. En ese mismo mes se agudizó su difusión, y se sintieron los embates sociales del terremoto de San Fermín del 11 de octubre, el cual dejó un saldo de 116 muertes y un estimado de cuatro millones de dólares en pérdidas de propiedades. Esto, sin contar con el miedo generalizado por el posterior maremoto (tsunami) que conmocionó, especialmente, a la zona noroeste. El mismo provocó olas de 18 pies que dejó en “la indigencia” a más de 600 personas.
Además de la falta de recursos económicos, para la época escaseaba el personal médico y la infraestructura para controlar la epidemia en la Isla. A esos efectos, el gobernador Arthur Yager, junto con el Departamento de Sanidad recurrieron a entidades benéficas y religiosas para que colaboraran tanto material como humanitariamente.
Se implantaron “planes de urgencia o de emergencia” para evitar la propagación y se recomendaron medidas sanitarias, así como divisiones de los espacios para controlar los movimientos de los habitantes. Algunas medidas fueron: barrer los balcones y las aceras, evitar las grandes reuniones, no escupir en el suelo, no toser o estornudar sin cubrirse la boca, y otras. El 30 de noviembre de 1918, el Gobernador ordenó la clausura de: las escuelas públicas y privadas, los cines, las iglesias y los sitios de reunión exceptuando las factorías, las fábricas y la Universidad de Puerto Rico. Contrario al caso de otras epidemias, como la peste bubónica, la viruela, la lepra o la de cólera de 1855, la influenza en su segunda etapa no fue estigmatizada como un castigo divino, ni se le adjudicaba su transmisión solo a los sectores marginados ya que se contagiaban y morían tanto los ricos como los pobres.
La tercera etapa mundial, calificada como una “benigna” al igual que la primera, fluctuó en Puerto Rico entre mediados de enero con casos esporádicos hasta mayo de 1919. Los edificios de las escuelas públicas utilizados como hospitales temporeros se desinfectaron y cerraron desde finales de diciembre de 2018, debido a la disminución de los contagiados y el comienzo de las clases en enero. Para febrero de 1919, el Senado presentaría una medida para extender por un mes el curso en aquellas escuelas usadas como hospitales.
Se ha calculado la mortalidad local en unas 10,888 personas durante esos meses y la morbilidad hasta las primeras semanas de febrero de 1919 en unos 261,828 casos en un País con 1,258,970 habitantes y tomando en cuenta que no había sido obligación reportar la enfermedad localmente, hasta mediados del mes de noviembre.
Se puede concluir que el paso de la pandemia por Puerto Rico generaría un impacto severo en la salud y estabilidad de los habitantes, así como en el sistema fiscal, higiénico y de salubridad. También expondría a la luz pública las paupérrimas y desoladoras condiciones en las que vivía gran parte de la población, principalmente la rural, así como la vulnerabilidad del Gobierno para afrontar sin colaboración la magnitud de la epidemia. Más si su paso por la Isla fue devastador no se puede obviar la solidaridad entre diversos sectores sociales y administrativos quienes donaron: camas y catres, alimentos, leche, sábanas y frisas, dinero en forma de donativos y espacios temporeros para atender a los necesitados.
Luego de la epidemia del 1918, el Departamento de Sanidad seguiría tomando medidas para evitar la acumulación de basura y tratar de prevenir la propagación de otras epidemias. En mayo de 1919, se proclamaban los días de limpieza para recoger “Todo trasto inservible”, de los hogares de San Juan y sacarlos de la ciudad. En ese mes no había muchos casos de “grippe” en San Juan más se seguía cuestionando si era posible “estar tranquilos” y tener serenidad. Entonces, también era época de tifus y de meningitis. La “epidemia reinante”’ de 1918 era preferible no nombrarla y así evadir el recuerdo de sus estragos. Como bien decía un médico japonés, “No hay forma de detenerla”.
Ciento dos años después, Puerto Rico confronta una nueva pandemia con actitudes de incertidumbre, medidas sanitarias y preocupaciones políticas y económicas similares a la pandemia de influenza de 1918. Se trata del coronavirus o Covid19. Se especula que comenzó en diciembre de 2019 en Wuhan, China. Su difusión mundial llevó a que se declarase una pandemia en marzo de 2020 en países como Estados Unidos y Puerto Rico. A pesar de darse en un contexto histórico muy diferente a la de 1918, nos presenta ciertas similitudes en cuanto al trato estatal y médico que se le hizo a la pandemia de influenza.
Los discursos de alejamiento físico y el control de los movimientos de los cuerpos, la cuarentena, el uso de mascarillas, la vigilancia del Estado, el desconocimiento médico, la difusión del miedo, y las versiones en ocasiones contradictorias en cuanto al análisis de la enfermedad y sus síntomas sin haber tenido la inmediatez de vacuna alguna; son los aspectos principales donde se encuentran esas similitudes entre la pandemia pasada y la del 2020.
Esta pandemia actual opera en un interesante contexto cibernético que abre la posibilidad de múltiples investigaciones históricas que irán surgiendo a través de los años. Entre ellas; no podemos obviar la desobediencia civil como una constante en todo este proceso de la pandemia, ya sea por las violaciones a las reglamentaciones de alejamiento, las congregaciones en lugares de reunión, los cuestionamientos hacia figuras de autoridad por el control que han ejercido y la necesidad emocional de salir del confinamiento.
También habrá que historiar el impacto de la depresión emocional, no tan solo en los profesionales de la salud, sino en tantas personas hastiadas del encierro e incapacitadas de tener encuentros con sus familiares y allegados. Se pueden añadir, el cambio en la vida y en las ejecutorias profesionales, el fracaso económico de muchas familias y la duplicación de tareas, así como la violencia doméstica que se ha desatado en algunos hogares. Ambas pandemias abren al conocimiento a los cambios que acontecen durante épocas de crisis mundiales debido a una enfermedad.
Referencias
Pérez, Ibrahim. “Cada país construye su propia historia sobre COVID-19”, El doctor Ibrahim Pérez analiza la estrategia salubrista de China, Corea del Sur, Estados Unidos y Puerto Rico para atender la pandemia. 20/4/2020, https://www.noticel.com/opiniones/20200420/cada-pais-construye-su-propia-historia-sobre-covid-19/. Consultado 8/11/2020.
Rosario Urrutia, Mayra. “La epidemia reinante: llegada, difusión e impacto de la influenza en Puerto Rico, 1918-1919”. San Juan: Ediciones Laberinto, 2018.
Autora: Dra. Mayra Rosario Urrutia, 11 de noviembre de 2020
Publicado: 12 de febrero de 2021
Revisado: Lizette Cabrera Salcedo, 20/1/2021