La moneda que circulaba en Puerto Rico al momento de la invasión estadounidense era el peso provincial. Así fue desde que la metrópoli española decretó el 17 de agosto de 1895 que el peso mexicano ya no se utilizaría en la isla. La nueva moneda era similar a la que circulaba en España, pero tenía inscrito “Isla de Puerto Rico” al reverso. El motivo para el cambio se debió a los reclamos que hacían los residentes de Puerto Rico ante el problema de la depreciación de la moneda mexicana que encarecía los productos y reducía las reservas de los comerciantes. El peso provincial tuvo corta vida ya que tres años más tarde la relación política con España llegó a su fin y Puerto Rico pasó a manos de los Estados Unidos.
Con la invasión estadounidense se estableció un régimen militar que a poco más de un mes de firmado el Tratado de París ordenó que la moneda del nuevo régimen era el dólar estadounidense. Mediante una orden ejecutiva del 20 de enero de 1899 el régimen estableció que la tasa de cambio sería 60 centavos de dólar por cada peso. El cambio establecido no reflejaba el valor real del peso provincial que estudiosos estiman en unos 66 centavos. El impacto fue muy negativo para los puertorriqueños ya que devaluaba el capital nacional. Los salarios fueron ajustados rápidamente a tenor con la nueva norma limitando el poder adquisitivo de los residentes de Puerto Rico.
El Congreso de los Estados Unidos aprobó el 12 de abril de 1900 el Acta Foraker ratificando que la moneda oficial era el dólar estadounidense. En el Acta, el Congreso autorizó al secretario del Tesoro a canjear pesos por dólares en un periodo de tres meses. Las autoridades recogieron aproximadamente 5,750,000 pesos que posteriormente fueron fundidos para acuñar la nueva moneda. Al cumplirse el término, el peso dejaría de ser reconocido por el Estado, perdiendo de esta manera todo su valor. Para las personas que tenían deudas, este espacio de tiempo era muy poco, ya que las deudas contraídas en pesos pasaban a ser deudas en dólares lo cual resultaba más oneroso. En la transición también hubo escasez de metálico en circulación. Hubo comerciantes inescrupulosos que simplemente equipararon los precios en pesos a dólar incrementando el valor de los artículos artificialmente. También hubo comerciantes que sembraron el terror en áreas remotas diciéndoles a los pobladores que debían gastar su dinero rápidamente porque en cualquier momento los pesos perderían su valor. Estas prácticas abusivas fueron en detrimento del puertorriqueño humilde que no tenía más remedio que consumir bienes de primera necesidad a precios inflados.
Hay diferentes perspectivas sobre el impacto que tuvo el cambio de la moneda en la tenencia de la tierra. Tradicionalmente se ha propuesto que el cambio al dólar aumentó el costo de la tierra haciendo difícil su compra. Por otro lado, para los capitalistas estadounidenses resultaba sumamente barato comprar tierras en la isla. Esta situación promovió la especulación de la tierra en la que puertorriqueños vendían sus terrenos para enfrentar los nuevos retos económicos y estas tierras pasaron a manos extranjeras, en su mayoría corporaciones azucareras. El resultado neto fue la concentración de tierras en pocas manos. Posteriormente, desde una perspectiva revisionista se ha propuesto que el proceso de concentración de tierras en grandes centrales no comenzó con la llegada de los Estados Unidos, ya que había comenzado desde antes de la ocupación. Además, el estudio de los informes del censo y del pago de impuestos parece demostrar que hubo cada vez más fincas de menor extensión. De esta manera el impacto de la devaluación del peso y la imposición del dólar no fue tan devastador como originalmente se propuso.
Finalmente, los salarios de los trabajadores en la industria cafetalera disminuyeron ante el cambio de moneda. Los dueños de las haciendas habían enfrentado grandes retos, como la pérdida de sus cosechas por el azote del huracán San Ciriaco y la aprobación de un Acta Foraker que no los beneficiaba con medidas proteccionistas. Muchos trabajadores decidieron abandonar las haciendas de café para trabajar en la producción azucarera y tabacalera, industrias que sí disfrutaron de importantes inversiones de capital estadounidense, lo que permitió ofrecer mejores salarios a los trabajadores. Para 1901, la transición al dólar había concluido satisfactoriamente desde la perspectiva del Estado, pero Puerto Rico tuvo entonces que enfrentar otros retos, como la necesidad de obtener capital para la inversión y el fortalecimiento de la banca para la financiación de industrias.
Autor: Gricel Surillo Luna
Publicado: 15 de septiembre de 2014.