Por Dra. María de los Ángeles Castro
Cuando se menciona o se piensa en la moderna capital de Puerto Rico, lo primero que acude a la mente es el Viejo San Juan, dado por fundado en abril de 1522, si bien sus antecedentes se remontan a la villa de Caparra, primer emplazamiento al sur de la bahía en 1508. El centro antiguo se encuentra en la parte más alta de la isleta que franquea el acceso al puerto y se conecta mediante puentes con la isla principal. Se considera una de las joyas urbanas y arquitectónicas de las Antillas por los rasgos de su recinto amurallado, el estilo neoclásico dominante en el siglo XIX y el eclecticismo en los edificios del XX. Es una ciudad de armonías y contrastes donde lo viejo y lo reciente se combinan con las panorámicas que crean las calles que corren de norte a sur, en pendiente hacia la bahía, resultantes tanto de la topografía como del trazado reticular de su entorno urbano.
Una plaza inexpugnable
Durante el régimen español (1493-1898) la ciudad fue un presidio o base militar de primer orden en la geopolítica imperial. En los primeros tres siglos (XVI-XVIII), España dirigió sus esfuerzos a evitar que la Isla cayera en manos de las potencias enemigas ante el temor de que pudieran establecer aquí una base para penetrar sus ricos territorios continentales. Los ingleses la atacaron sin éxito en 1595, pero la ocuparon y saquearon durante poco más de dos meses en 1598. Luego fueron los holandeses quienes la desvalijaron y quemaron en 1625. A fin de protegerla, la Corona envió destacados ingenieros militares y maestros mayores de fortificación que levantaron recias murallas e imponentes fortificaciones, alcanzando su época cumbre en las postrimerías del siglo XVIII. La ciudad quedó arropada por altos murallones de aproximadamente 7’50 metros (27,5 pies) de alto por 5’9 metros (19,4 pies) de espesor y un conjunto de soberbios bastiones, baluartes, fortines, castillos, fosos, caminos cubiertos y zonas defensivas que la convirtieron en una de las diez ciudades totalmente fortificadas y amuralladas en la América hispana, comparable en su complejidad solo a Cartagena de Indias en Colombia. El resultado de ese esfuerzo, combinado con otras estrategias, propinaron a los ingleses una rotunda derrota cuando la atacaron con una poderosa flota en 1797.

Complejo de San Cristóbal
La atención espiritual
A pesar de que el carácter militar y las obras defensivas crearon su primer perfil y privaron sobre cualquiera otra consideración en el San Juan español, los monumentos religiosos las precedieron y dejaron huellas significativas. Al siglo XVI corresponden las secciones más antiguas de la Catedral, el Convento de Santo Tomás de Aquino con su iglesia (de San José desde 1863) y el hospitalillo de la Concepción que permanece hoy bajo la administración de las Siervas de María. Hubo también ermitas y capillas ya desaparecidas y la única sobreviviente, la de Santa Ana, quedó transformada por las intervenciones posteriores. Como ocurrió en tantos otros lugares de América, las obras mayores se fueron completando y desarrollando a través de varios siglos, por lo que confluyen en ellas distintos estilos arquitectónicos. No obstante, la singularidad de dichas estructuras responde a sus primeras etapas en el siglo XVI, restos valiosos de estilos medievales transportados a las tierras recién descubiertas. En la Catedral sobresalen la parte absidal externa con sus gruesos contrafuertes, la escalera de caracol de la torre campanario con molduras funiculares en su pasamanos, y cuatro bóvedas góticas en las sacristías. El estilo gótico tardío, también llamado de los Reyes Católicos, destaca sobre todo en el majestuoso conjunto del presbiterio y crucero de la iglesia conventual de los dominicos, auténtico tesoro de la arquitectura hispanoamericana.

Iglesia San José en restauración
En el siglo XVII se sumaron el Convento de San Francisco, ya desaparecido, que incorporó en el siglo siguiente la capilla de sus terciarios (parroquia de San Francisco) y el Monasterio de las Madres Carmelitas Calzadas, donde ubica hoy el Hotel El Convento. Del siglo XVIII queda la emblemática Capilla del Cristo, aunque hay teorías que la originan en el siglo anterior, y el Hospital de la Concepción del Grande, así llamado para diferenciarlo del fundado en el siglo XVI que no había podido crecer por estar inmediato a la muralla del Recinto Oeste. En el nuevo sanatorio, más conocido como Hospital Militar porque pasó a manos del Estado para uso de la guarnición (hoy, Liga de Arte de San Juan y Escuela de Artes Plásticas), vemos el primer paso en el empleo del estilo neoclásico que dominará las construcciones del siglo siguiente. La atención preferente a las defensas disminuyó las posibilidades de obras civiles de envergadura, por lo que el estilo barroco apenas pudo expresarse más allá de tímidos juegos de líneas en molduras de cornisas, ventanas y alguna espadaña. Eso facilitó la llegada y generalización rápida del estilo neoclásico.

Fachada de la Liga de Arte de San Juan
El rostro neoclásico
Diversos acontecimientos a ambos lados del Atlántico ocurridos en las postrimerías del siglo XVIII y primeras décadas del XIX, promovieron profundos cambios en el vetusto imperio español y crearon las condiciones para la transformación socio económica que permitió dar a la sobria ciudadela militar un nuevo rostro civil.
Sin ceder su carácter primordial de plaza fuerte, San Juan entró en un fervor constructivo como el que antes vivió con las fortificaciones, solo que a lo largo del siglo XIX prevalecieron las vestiduras civiles, públicas y privadas. La riqueza generada por el nuevo ímpetu en las industrias del azúcar y el café, permitieron que nacieran edificios y otros se remozaran para acoger las instituciones que reclamaba el afán modernizante de los tiempos. Primero estuvieron las del poder civil presididas por el Ayuntamiento, la Fortaleza de Santa Catalina (sede de la capitanía general y vivienda del primer mandatario insular desde el siglo XVI, en uso ininterrumpido hasta hoy) y la antigua Intendencia de la Real Hacienda (hoy Departamento de Estado). La autoridad naval vistió con nuevos ropajes el Arsenal de la Puntilla y para la guarnición se construyó el impresionante Cuartel de Ballajá, ambos convertidos al presente en museos y áreas para el desarrollo de actividades culturales.

Fortaleza de Santa Catalina, sede de la capitanía general y vivienda del primer mandatario insular desde el siglo XVI, en uso ininterrumpido hasta hoy.
Con el fin de atender la asistencia social y la educación se construyeron la Casa de Beneficencia (hoy sede del Instituto de Cultura Puertorriqueña), la Casa para Dementes (Escuela de Artes Plásticas) y el Instituto Civil de Segunda Enseñanza (Departamento de Estado), entre otros. La Iglesia Católica edificó el Seminario Conciliar (Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe) y el cementerio extramuros de Santa María Magdalena de Pazzi, mientras que reconstruyó el antiguo Monasterio de las Carmelitas, la Catedral y la capilla de Santa Ana. No menos importantes fueron las obras de recreación y entretenimiento como el teatro municipal (nombrado en 1937 Teatro Alejandro Tapia y Rivera), la remodelación de las antiguas plazas, especialmente la de Armas (hoy Román Baldorioty de Castro), y la de Colón, presidida desde 1894 por la estatua del Almirante. Asimismo se abrieron y embellecieron los dos caminos extramuros –La Princesa, en la Puntilla, y el de Covadonga, en Puerta de Tierra, contiguo a la puerta de Santiago. Además, despuntó el empedrado de las calles, iniciado en 1789 con chinos y losas de Canarias y más tarde, en la década de 1890, con adoquines del país, de piedra caliza azul, y los de escoria provenientes de Inglaterra, en colores blanco, gris-blanco y gris oscuro azulado.

Casa para Dementes, hoy Escuela de Artes Plásticas
Las residencias reflejaban la condición social de sus habitantes. Las personas acaudaladas poseían casas más espaciosas y con abundantes puertas y ventanas, patios, amplias escaleras de acceso a las plantas superiores y animados balcones. Muchas imitaron los elementos decorativos de los edificios públicos, mientras los Bandos de policía y buen gobierno, las ordenanzas municipales y otras normas de construcción vigentes contribuyeron a mantener cierta armonía entre los edificios públicos y los privados. Madera, yeserías y juegos de vivos colores matizaban paredes, puertas y ventanas de las casas y sus animados balcones de raíces andaluzas y canarias. Las viviendas de las clases artesanales y obreras eran mucho más sencillas y solían estar en las áreas periferales del centro.
Las exigencias defensivas, el nuevo orden socio-económico y la animación civil compartieron espacios anchos en un perímetro de dimensiones cortas. La austera sobriedad del estilo se convirtió en el vehículo adecuado para transformar la plaza fuerte, convirtiendo a San Juan en la ciudad neoclásica de las Antillas como Santo Domingo es la renacentista y La Habana es la barroca. Una serie de elementos repetidos en los edificios y casas crearon la unidad estilística. En las estructuras oficiales predomina la monumentalidad, proyectada en sentido horizontal por restricciones que limitaban la altura de los edificios para no interrumpir el fuego cruzado de sus baluartes en caso de ataque. Su gran tamaño obedeció a la intención de servir a todo el País, como puede observarse en la Casa de Beneficencia, la Casa de Dementes, la Intendencia y el Hospital Civil (convertido en Cárcel Provincial). También tuvieron capillas u oratorios, las más de las veces dispuestas como espacios abiertos y situados con frecuencia detrás de la fachada principal, tal cual sucede en el Manicomio y el Hospital Civil, que después de diversos usos alberga desde la década de 1970 el Archivo General y Biblioteca Nacional de Puerto Rico. Los desniveles de altura obligados por la topografía se salvaron colocando las puertas y ventanas en línea recta, según visto en el Seminario Conciliar. No faltan portadas que recuerdan arcos de triunfo, como las del Arsenal y el cementerio extramuros, ni los motivos decorativos propios del neoclásico, entre ellos las pilastras que recorren los pisos superiores, almohadillados en los cuerpos bajos y las esquinas, además de las cornisas, frisos y otros detalles que animan las fachadas. Éstos se ven especialmente en la Fortaleza y el Arsenal de la Marina.

Fachada del antiguo Seminario Conciliar
La continuidad de un estilo
La supervivencia del neoclásico en San Juan, cuando ya en España había quedado atrás, se entiende mejor cuando conocemos sus circunstancias propias. En primer lugar, la ciudad mantuvo siempre su condición de plaza fuerte por lo que fueron ingenieros militares y maestros mayores de fortificación los que diseñaron o reformaron la mayoría de los edificios, incluidos los civiles y religiosos. Aunque la creación del cargo de arquitecto municipal en 1837 y más tarde el de Arquitecto del Estado (1883) redujeron la dependencia en aquellos, lo cierto es que es raro encontrar alguna edificación en la que no hubieran participado los militares de una manera u otra. El peso de sus obras fue decisivo y las que a fin de cuentas impusieron el estilo. Otro detalle importante fue la intervención de la metrópoli, incluso sobre los arquitectos e ingenieros civiles, porque todos los proyectos de construcción debían someterse a la aprobación de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Mientras en España se saltaban los intentos regularizadores de la Academia para abrazar nuevos estilos, los edificios diseñados acá eran fiscalizados e intervenidos de alguna manera por ella. Además, la arquitectura doméstica debía someterse a las regulaciones de los Bandos de policía y buen gobierno y presentar los dibujos de las fachadas al arquitecto municipal, evitándose variaciones estridentes al estilo prevaleciente. El hecho de que la mayor parte de los edificios públicos y religiosos se construyeron o reformaron en el lapso de 38 años (1830-1868) los dejó menos expuestos a cambios impetuosos de estilo.
El juego de equilibrio y armonía dictado por el estilo neoclásico, la densidad monumental proyectada por sus edificios públicos, junto con las fortificaciones, ayudó a proyectar la imagen del poder metropolitano. La arquitectura fue también un medio tangible para retratar el progreso alcanzado bajo España. El afán de orden y simetría, el empleo de la medida adecuada, coincidía con la intención ordenadora de la sociedad exigida en los Bandos de policía y buen gobierno, dictados por el capitán general que gobernaba la Isla, mediante los que se buscaba el orden, la serenidad y la lealtad en la sociedad colonial.
La servidumbre militar de los barrios extramuros de la Puntilla, la Marina y Puerta de Tierra, retrasó su urbanización firme hasta el último tercio del siglo XIX, a pesar de que el desmedido crecimiento de la población exigía espacios para expandir la ciudad. Con los precedentes de las murallas demolidas en Barcelona (1854) y La Habana (1863), el ayuntamiento debatió con las autoridades militares durante tres décadas (1865-1897) la necesidad de abrir las de San Juan. Finalmente, en mayo de 1897, se procedió con el derribo de parte de las fortificaciones del Recinto Este, entre San Cristóbal y el baluarte de Santiago, y las del sureste, entre los baluartes de San Justo y San Pedro, en medio de celebraciones y expresiones regocijadas de sus habitantes. Con las murallas se despidió también el régimen español en Puerto Rico. El tratado de París, firmado el 10 de diciembre de 1898, puso fin a la Guerra Hispanoamericana y traspasó Puerto Rico a los Estados Unidos.
Nuevo siglo, nuevo imperio y otros estilos
Con la apertura de la ciudad por el este, donde antes hubo terrenos ocupados por zonas estratégicas, se desarrolló rápidamente el barrio de San Agustín de Puerta de Tierra, teniendo como espina dorsal la avenida Ponce de León. En su costado norte se alinearon múltiples edificios públicos y privados que constituyen hasta hoy un verdadero distrito arquitectónico entre los que se encuentran la escuela José Julián Acosta, el antiguo Casino de Puerto Rico (lugar de encuentro de la elite social, hoy Centro de Recepciones del Gobierno), la YMCA (convertida en las actuales oficinas del Comité Olímpico), el Ateneo Puertorriqueño, la Biblioteca Carnegie, la Casa de España, el Capitolio, la antigua Escuela de Medicina Tropical (ocupada hoy por el Departamento de Recursos Naturales), la iglesia, convento y colegio de San Agustín, el Asilo de Ancianos Desamparados y algunas dependencias de la Marina estadounidense. En los terrenos inmediatos al antiguo polvorín de San Jerónimo se construyó en 1928 el parque Luis Muñoz Rivera y en su extremo oriental el Tribunal Supremo de Puerto Rico (1955). En el límite de la isleta, permanece la punta del Escambrón, el castillo de San Jerónimo y los hoteles Normandie (1941) y Caribe Hilton (1949), verdaderos hitos arquitectónicos de la zona.
El costado sur de la mencionada avenida retuvo el carácter popular de las clases artesanales. Allí se ensayaron diferentes tipologías de viviendas multifamiliares como fueron las casas de vecindad, donde las unidades particulares se organizan en torno a espacios de disfrute común, y los edificios de apartamentos que se generalizaron en el área a partir de la construcción del Falansterio (1938). También se ganaron terrenos al mar y se ubicaron almacenes y dependencias de la Marina estadounidense, muelles y otras facilidades portuarias. La disparidad de las edificaciones institucionales, comerciales y militares, la multiplicidad de estilos y su crecimiento ajeno a un plan premeditado y efectivo hacen que el barrio mantenga el carácter de zona de enlace entre la ciudad vieja y el resto del área metropolitana.
Las primeras décadas del siglo XX transcurrieron entre cambios y continuidades. Por un lado, el estilo neoclásico dominante en la ciudad coincidió con algunos rasgos importados, mientras que por otro llegaron moldes traídos de la nueva metrópoli para determinadas instituciones como escuelas, bancos e iglesias. La unidad de estilo dio paso al eclecticismo que ya empezaba a vislumbrarse en las postrimerías del siglo XIX. En la nueva era, libre la ciudad de las obligaciones militares de antaño, fueron arquitectos civiles los que impulsaron los cambios con una relativa libertad de acción, alentada por el uso de nuevos materiales como el acero y el hormigón armado. No obstante, este eclecticismo parte desde un denominador común, el neoclásico dominante en la ciudad y el estilo preferido de los imperios.
De la primera mitad del siglo quedaron ejemplos de la “Belle Epoque”, del “art nouveau”, del llamado estilo neoespañol de inspiración bajo andaluzas, del “art déco” y finalmente del ultra modernismo que introduce el arquitecto checo residente en Puerto Rico Antonin Nechodoma, a quien debemos en el casco de la vieja ciudad, el Bank of Nova Scotia, la Cámara de Comercio y la Iglesia Metodista de la calle Sol. Otro de los cambios más evidentes en el antiguo centro murado es la altura de los edificios, ejemplificados por el de la firma comercial de González Padín (1929), en el costado sur de la plaza de Armas, y el del Banco Popular (1939), en su momento el más alto de la ciudad.
Al norte, entre las murallas y el mar no se permitieron durante el régimen español otras construcciones que las militares, el cementerio extramuros, el matadero y algunas viviendas de madera y yaguas de los matarifes. Mas el área se pobló rápidamente como consecuencia de la emigración del campo a la ciudad a raíz del terrible huracán San Ciriaco (1899) y la crisis en la zona cafetera. La comunidad tomó el nombre de La Perla por extensión del bastión que la cobijó. A pesar de su precario emplazamiento, siempre amenazado por el fuerte oleaje del Atlántico, y de las innumerables amenazas vertidas en nombre del progreso, ha sobrevivido fortalecida por la voluntad de su vecindario, al punto de ser hoy un barrio emblemático de la ciudad del siglo XX.
A partir de la segunda mitad del siglo se aceleraron en la Puntilla y la Marina las construcciones modernas que fueron reemplazando los edificios antiguos hasta dejar poco de la fisonomía original de dichos barrios. El frente portuario ha sido foco especial de las autoridades deseosas de desarrollarlo a tono con el protagonismo de la ciudad en las rutas de los barcos cruceros que surcan el Caribe. En su entorno se han levantado hoteles, condominios que albergan viviendas, oficinas, comercios, restaurantes y estacionamientos, además de plazas y paseos que han creado una nueva entrada a la ciudad. Su fisonomía moderna establece fuerte contraste con la del San Juan español, ahora semioculto tras las nuevas murallas: las altas edificaciones que demarcan la puerta marítima.
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Autora: Dra. María de los Ángeles Castro
Publicado: 24 de febrero de 2021
Revisado: Lizette Cabrera Salcedo, 5/2/2021