Al momento del descubrimiento europeo de América en el viaje dirigido por Cristóbal Colón en 1492, los indios taínos que ocupaban las Antillas Mayores se encontraban en la etapa más avanzada de desarrollo histórico de las sociedades tribales. Nos referimos, más específicamente, al estadio de los cacicazgos.
La sociedad cacical compuesta fundamentalmente por un cacique como jefe y unos naborías como trabajadores tenía una economía basada en la agricultura. El proceso de colonización española introdujo muchos factores nuevos de agricultura y, sobre todo, ganadería. Sin embargo, hay que resaltar que ello se facilitó mucho con la producción indígena preexistente.
España en el siglo XV tenía una agricultura y ganadería bastante desarrollada aunque desigual de acuerdo a las distintas regiones en la península Ibérica. Desde los siglos del predominio feudal, como documenta el historiador Julius Klein especialmente de 1273 en adelante, La Mesta o asociación de los grandes propietarios ganaderos, ocupaban enormes extensiones de tierra e imponían la actividad ganadera ovejuna trashumante. Dedicaban territorios extensos entre el norte, centro y este (Extremadura) al pastoreo y movimiento estacional de ovejas en tiempos de invierno y verano. Desde el siglo IX hasta finales del siglo XV, la historia de España estuvo marcada por la guerra de la reconquista y repoblación de sus territorios ocupados desde las invasiones árabes y el siguiente establecimiento del califato de Córdoba (año 929) y las taifas o reinos hispanomusulmanes. Ese largo escenario de guerras culminó con la reconquista final del reino nazarí de Granada por los Reyes Católicos (Isabel y Fernando) el 1ro de enero de 1492.
Durante todo ese tiempo las monarquías castellanas victoriosas fueron efectuando “repartimientos” de tierras. Algunas de estas realidades han quedado bien documentadas como por ejemplo en el libro “Repartimiento de Sevilla”, sobre la distribución hecha entre 1253 y 1260. El repartimiento de tierras en Baza, en 1491, estudiado en “Granada después de la conquista” (1993) pone al descubierto el hecho que los señores y caballeros principales y oficiales recibieron las mejores tierras, quedando muchísimos peones y campesinos con pocas o ninguna propiedad. Para los pobladores españoles, aparte del objetivo principal inicial de sacar oro y otros metales preciosos, el descubrimiento y colonización de América representó la oportunidad de adquisición de tierras y con ello, ascenso social.
Agricultura en España
Los árabes y sus descendientes fueron portadores de muchos conocimientos agrícolas y de técnicas hidráulicas (acequias o canales de riego) que introdujeron y aplicaron a los suelos de España, especialmente en Valencia y Andalucía. Durante ese tiempo se produjo una historiografía impresionante que incluye las obras de Arib ben Sa’d, “Kitab al-Anwa” (Calendario de Córdoba, año 961); Ibn al-Awwam, “Kitanal-Filaha” (Libro de Agricultura, siglo XII), entre otros. Ya en tiempo de dominación plena castellana, en “Obra de Agricultura” (1513), el agrónomo Gabriel Alonso de Herrera identificó trigo, cebada, centeno, habas, arvejas, cerezos, duraznos, naranjos, manzanos, melones, perales, orégano, perejil, cebollas, culantro, olivos y viñas entre sobre 90 productos agrícolas de árboles, huertas y hortalizas de España.
Muchos de los productos agrícolas de España, como documenta ampliamente el historiador Justo L. Del Río Moreno, a los que añade la caña de azúcar y las plantas de guineos y plátanos, serían trasplantados en las colonias, con éxitos y fracasos dependiendo del clima.
Al mismo tiempo como parte de las nuevas actividades agropecuarias en el primer siglo de conquista y colonización, los españoles introdujeron nuevas formas de propiedad de la tierra. Aun en el contexto de los cacicazgos, los taínos mantenían una propiedad tribal-comunal sobre el suelo y sus recursos naturales. La jefatura cacical ejercía un mando y supervisión ritual sobre el proceso de producción sin efectuarse la apropiación privada de la tierra por parte de los caciques, por ejemplo.
Con la conquista vino la propiedad privada en las formas conocidas y practicadas en España. En 1510 el gobernador Juan Ponce de León propició la subasta, realmente expropiación, de conucos taínos, con sembradíos de yuca y batatas, a manos de vecinos españoles. Por ejemplo, Francisco Robledo y Juan de Castellanos adquirieron 6,850 montones de los conucos del cacicazgo de Caguas por 250 pesos y así sucesivamente.
Para fomentar el arraigo de los colonizadores, España ofreció incentivos a los pobladores que se establecieran como vecinos con cinco años de residencia como mínimo. Dieron tierras y derecho de nominar candidatos al gobierno municipal (alcaldes y regidores). Todos los vecinos recibieron como mínimo solares, o terrenos con espacio para casa y huerto. Las otras propiedades privadas fueron las “estancias”, dedicadas a la agricultura, y los “hatos”, donde se criaba el ganado. En las “dehesas” (tierras comunes bajo control del Gobierno) todos podían poner su ganado a pastar.
Fases en la economía de Puerto Rico bajo España
La conquista y dominación española de Puerto Rico se puede resumir en tres fases considerando sus actividades económicas principales y los regímenes de trabajo de los siglos XVI al XVIII: (I) economía minera y encomienda y esclavitud de los indios, 1508-1542, (2) economía azucarera mercantil y esclavitud de los negros importados de África, 1542-1659, (3) economía ganadera latifundista y esclavitud y servidumbre campesina, 1660-1779. Entre las décadas de 1780 y 1815 se dio la transición a la economía de la hacienda agrocomercial (de cultivo de café, caña de azúcar y tabaco), que continuó utilizando como fuerza trabajadora esclavos y campesinos agregados. La esclavitud se mantuvo hasta 1873 junto con la clase de los jornaleros (trabajadores asalariados) que llegaron a constituir la mayoría de la población del País.
Durante las primeras décadas del siglo XVI la minería del oro tuvo una primacía tanto para los colonizadores como para los intereses de la monarquía y de los mercaderes. Los habitantes en general vivían de la agricultura de subsistencia. Para los españoles tres productos básicos eran el pan, el aceite y el vino. Al no poder cultivar con éxito el trigo, el olivar y los viñedos en el trópico, siempre tuvieron que importar estos productos. Mientras tanto, la yuca sobre todo (de la que se hacía el casabe) y el maíz fueron productos básicos de alimentación. Incluso los españoles los convirtieron en productos de exportación. Muchos vecinos se convirtieron en estancieros, o agricultores.
Desde los inicios de la colonización el ganado diverso fue introducido a la Isla: vacuno (vacas, bueyes y sus crías de becerros y becerras), porcino (cerdos), y caballar (caballos, yeguas, con sus potras y potros). Igualmente, llegaron las mulas y los burros. Por otro lado, los pobladores también trajeron aves (gallinas, patos, pavos). Todos se fueron criando y multiplicando en cercados y corrales o de manera silvestre. La Iglesia recibía diezmos periódicamente en especie, es decir, de los productos agropecuarios (agrícolas y ganaderos.
Para el trabajo minero y agrícola del contexto colonial, se requirieron los instrumentos de hierro conocidos en España, tales como azadas, azadones (palas más curvas y largas), almocafres (para desyerbar), hachas, y machetes, entre otros. También se comenzó a practicar el arado de la tierra.
Andrés de Haro, tesorero del Gobierno y uno de los propietarios más ricos, murió en diciembre de 1519. Junto a su interés en sacar mucho oro valiéndose de indios encomendados y esclavos negros, el “Inventario” de su estancia en Bayamón pone de manifiesto las características de su riqueza.Según se documenta en la sección Justicia (Legajo 28) del Archivo General de Indias (AGI), allí tenía varias edificaciones identificadas con el término taíno “bohío” (principal de residencia, “guariquitén” o cocina, de los indios, y de los negros); un bohío que servía de iglesia; conucos de yuca de varias edades o siembras (2,500 montones de hasta 10 meses; 12,000 montones de menos de 3 meses); 2 huertas con plátanos y cañafístola;15 gallinas y 2 gallos con 10 pollos y pollas; pavos y patos; 30 azadas, 4 hachas, 4 rejas de arado; varios caballos; 2 mulas de carga; y 19 esclavos negros (varones y mujeres) de los primeros introducidos en la colonia.
Caña de azúcar
A mediados del siglo XVI las nuevas conquistas y colonizaciones españolas se enfocaron esencialmente en México, Yucatán y Perú; sedes de las civilizaciones aztecas, mayas e incas. Mientras tanto la fuerza laboral indígena en Puerto Rico había sido prácticamente extinguida. En la década de 1540 la minería entró en decadencia y desde algunos años antes los oficiales y vecinos principales delinearon un rumbo económico alternativo con el cultivo de la caña de azúcar y comercialización del azúcar y otros derivados.
Para encaminarse hacia la economía azucarera, sin embargo, se produjo una intensa lucha agraria entre 1541 y 1545. Al efectuarse la distribución de propiedades, los hatos se constituyeron como latifundios, ocupando miles de cuerdas. En aquella época se otorgaron tierras medidas en “caballerías”: con referente agrícola taíno, una caballería ocupada un terreno donde cabían 120,000 montones de los conucos, o 46 cuerdas. En el siglo XVIII la dimensión aumentó a 200 cuerdas.

Ilustración de caña de azúcar
Estancieros, mineros desempleados y vecinos principales interesados en el desarrollo azucarero libraron una exitosa batalla por la redistribución de la tierra que en gran parte estaba en manos de los ganaderos. Para 1550 se establecieron diez instalaciones azucareras. Llamaban “ingenios” a los molinos operados con energía hidráulica (agua de ríos conducida por canales hasta los molinos); y “trapiches” a los puestos en acción utilizando la tracción animal, usualmente caballos atados a los molinos desde vigas largas en movimiento circular alrededor de ellos. En el siglo XIX sustituyeron a los caballos con bueyes.

Trapiche de caña de azúcar publicado en Jean Baptiste Labat, “Nouveau voyage aux isles de l’ Amerique”, 1742.
Los establecimientos azucareros o haciendas eran grandes complejos socioeconómicos. Típicamente las propiedades comprendían: una casa principal de vivienda del dueño, bohíos o barracones para los trabajadores, cañaverales de tamaños diversos, casa de molienda, con adaptación de molinos de tres cilindros verticales para triturar las cañas; casa de calderas, con tres o cinco calderas o pailas de cobre donde se hervía el guarapo o jugo de caña hasta llegar al punto de cristalización; casa de purga, en la cual se echaba la masa azucarada en unos moldes de barro en forma de cono para extraer sus impurezas y llevarla a un grado de refinación (lo que más se producía era azúcar moscabada o marrón).; taller de alfarería, de confección de las “formas” o moldes y tejas para techos; taller de carpintería, para hacer cajas en que se transportaban los productos llamados “panes de azúcar”. En todo ello trabajaban maestros de azúcar, artesanos diestros como carpinteros, herreros, tejeros y albañiles. Esclavos negros ocupaban muchas de estas posiciones. Su cantidad variaba según las capacidades financieras de los “señores de ingenios”, como se conocían a los propietarios.
Para el siglo XVI se han identificado al menos 16 dueños de haciendas azucareras. Con años de referencia, usualmente tomados de los inventarios de las propiedades, se sabe de: Tomás de Castellón con su Ingenio San Juan de las Palmas (Aguada, 1522); de Gonzalo de Santa Olalla eran el Trapiche Nuestra Señora de San Ana (Bayamón, 1543) y el Ingenio Nuestra Señora de Valle Hermoso (Yabucoa, 1547); de Luis Pérez de Lugo era el Ingenio San Luis (Canóvanas, 1545); Alonso Pérez Martel tenía el Ingenio La Trinidad (Toa, 1549); Manuel de Yllanes era el propietario del Ingenio La Concepción (Loíza, 1555) y de Lorenzo de Vallejo era el Ingenio San Gerónimo (Bayamón, 1570), entre otros.
En esta primera etapa azucarera operaron 11 ingenios a la vez. Entre 1561 y 1599 se produjeron sobre 3.8 millones de libras de azúcar, con un valor de 35.5 millones de maravedís o unos 78,000 pesos de oro (a razón de 450 maravedís por 1 peso), toda una fortuna para la época.
Hacia 1610 comenzó a decaer esa fuente económica y cuarenta años después (1650) solo quedaban ocho ingenios dedicados a la producción de consumo interno y poca exportación. Hay varias razones que explican cómo se entorpeció y finalmente se liquidó la economía azucarera. En primer lugar, hay que señalar el monopolio que ejercía la clase comercial de Sevilla. En 1503, la monarquía creó la Casa de la Contratación, ubicada en Sevilla, para el manejo de sus asuntos económicos. Concedió a los mercaderes sevillanos el dominio comercial completo y exclusivo de todas sus colonias en América. Oficiales de esta institución y comerciantes controlaban el movimiento marítimo (frecuencia de los barcos), los precios y el mercado. Por otro lado, algunas haciendas fueron destruidas por ataques (con saqueos e incendios) de indios caribes y piratas, por huracanes, o cerraron debido a pleitos familiares.
El latifundio hatero
Para 1660 comenzó a desarrollarse el latifundio hatero, que quiere decir el control ejercido por los ganaderos de grandes extensiones de tierra para el uso exclusivo de crianza de ganado. Esos propietarios representaban los intereses dominantes y las actividades económicas principales. Desde la segunda mitad del siglo XVI, especialmente, la venta de los cueros adquirió un valor comercial y ya suplementaba el ramo azucarero. Las pieles del ganado vacuno sobre todo experimentaron una demanda creciente en los talleres y manufacturas de todo tipo de artículos del cuero (bolsas, cintos, aparejo de animales, muebles, etc.). En las décadas siguientes los dueños de hatos multiplicaron sus propiedades alrededor de la Isla. A esa clase dominante también pertenecían los dueños de los ingenios o haciendas azucareras que sobrevivieron. Además, los propietarios ocuparon los puestos de regidores y alcaldes de los cabildos de San Juan y de San Germán, las dos grandes regiones en que se dividió el País hasta comienzos del siglo XIX. Eran la oligarquía gobernante de la colonia.
Hasta la década de 1770, gran parte del paisaje de Puerto Rico estuvo ocupado por los latifundios ganaderos. El censo de población y propiedades practicado bajo la dirección del gobernador Miguel de Muesas en 1775 registró 234 hatos (quizás antes hubo hasta 400) en su fase final de apogeo. En el siglo XVI se conocen el Hato de la ribera de Humacao (1547), el Hato del Río de las Piedras (1550) y el Hato de Buena Vista (Toa), entre otros. Durante el siglo el XVII existieron el Hato de las Ovejas (1613) y el Hato de Aibonito (1670), y otros. La mayoría de los hatos conocidos pertenecen al siglo XVIII, por ejemplo: Hato Grande de Arecibo (1701); Hato de Cangrejos (1716); Hato Añasco Arriba (1727); Hato de la Candelaria (1737), Hato de Ciales (1739); Hato de Jayuya (1754), Hato de Guaragua (Bayamón, 1760), Hato Los Frailes (Loíza, 1766); Hato de Camuy (1772), entre unos pocos centenares.

Ejemplo de hato en el siglo XXI
El censo de 1775 puso de manifiesto que los hatos controlaban más de 6,900 caballerías (1.3 millones de cuerdas) y 82% de la tierra que tenía dueño. Esa fue la circunstancia que condujo a un serio conflicto social. Por otro lado, Puerto Rico experimentó un aumento de 12 pueblos y alrededor de 20,000 habitantes en 1700, y en 1802 esta cifra creció a 38 pueblos y 163,234 habitantes. También había 5,764 estancias en el 18% restante de la tierra ocupada, y miles de pobladores sin tierra y en demanda de ella. Hasta el 1800 más de 90% de los pueblos se situaban en las costas o territorios en colinas cercanas, en un patrón de asentamiento rural bien disperso. En el centro de la Isla, 25% de la tierra estaba baldía y sin ocupación.
A lo largo del siglo XVIII se manifestó una lucha de estancieros y campesinos pobres frente a los hateros por la redistribución de la tierra. En aquella época a ese proceso le llamaron la “demolición de los hatos”. El problema no era uno de agricultura versus ganadería: el asunto a resolver era una nueva redistribución de la tierra. Paulatinamente, se fueron desmantelando o recortando los hatos y se dispusieron las tierras para un resurgimiento de la agricultura. El “Proyecto estanciero” de 1757 marcó el paso hacia la agricultura comercial. En ocasiones sus promotores tuvieron el respaldo de algunos gobernadores y de la monarquía Borbón.
Hacia la hacienda agrícola comercial
Otra realidad se puso de manifiesto con la inspección general llevada a cabo por el mariscal Alejandro O’Reilly y su “Memorial” de 1765. Ante las restricciones económicas y limitaciones comerciales del mercantilismo de España, de hecho, desde el siglo XVI, y más intensamente en el siglo XVIII, tanto los habitantes comunes como los oficiales y hasta los gobernadores se involucraron en la economía paralela del contrabando, o comercio ilegal. Los vecinos dieron salida a sus productos agrícolas, suplementados por la exportación de madera (“de la muy boscosa Isla”), mientras que los ganaderos comerciaban cueros y animales vivos,; a través del contrabando con los rivales imperialistas de España. Se beneficiaron países como Francia, Inglaterra y Holanda que ocuparon islas y territorios continentales del Caribe desde comienzos del siglo XVII.
Las medidas reformistas promovidas por la dinastía Borbón, como por ejemplo, las empresas privadas mercantiles (Compañía de Barcelona) y la Compañía Gaditana de Negros (con sede en Cádiz), para importar esclavos negros, al fin y al cabo, tuvieron alcances limitados. El impulso de una economía basada principalmente en el desarrollo de haciendas agrícolas comerciales (de café, azúcar y tabaco) se debió principalmente a la lucha de los estancieros y la naciente clase de hacendados del Puerto Rico criollo. Ello fue posible, por otro lado, en un nuevo escenario histórico complicado de invasión y ocupación de España por la Francia del emperador Napoleón Bonaparte en 1808, de guerras y movimientos por la independencia en toda la Hispanoamérica colonial (incluyendo a Puerto Rico), y nuevas restricciones impuestas al País por la España del rey Fernando VII que restableció el absolutismo monárquico a partir de 1814.
Referencias:
Del Río Moreno, Justo L. “Los inicios de la agricultura europea en el Nuevo Mundo, 1492-1542”. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 2012.
Gelpí Baíz, Elsa. “Siglo en Blanco. Estudio de la economía azucarera en Puerto Rico, Siglo XVI (1540-1612)”. San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2000.
González, Julio. Estudio y Edición. “Repartimiento de Sevilla”. 2 Vols. Introducción por Manuel González Jiménez. Sevilla: Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1998.
González Vales, Luis y María Dolores Luque, Coordinadores. “Historia de Puerto Rico”. Vol. IV de la Historia de las Antillas, Consuelo Naranjo Orovio, Directora. Madrid: Ediciones Doce calles, 2010.
Ladero Quesada, Miguel Ángel. “Granada después de la conquista. Repobladores y mudéjares”. Segunda edición. Granada: Diputación Provincial de Granada, 1993.
Moscoso, Francisco, “El Hato. Latifundio ganadero y mercantilismo en Puerto Rico, siglo 16 al 18”. Río Piedras: Publicaciones Gaviota, 2020.
Moscoso, Francisco. “Pesas y Medidas en las Antillas Españolas. Siglo XVI”. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2013.
Moscoso, Francisco. “Agricultura y Sociedad en Puerto Rico. Siglos 16 al 18”. Segunda edición. San Juan: Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2001.
Moscoso, Francisco. “La agricultura en España en vísperas de la colonización de América”; ensayo en, Cuadernos de Investigación Histórica (Departamento de Historia / Centro de Investigaciones Históricas, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras), Número 3, 2000; 44 pp.
Autor: Dr. Francisco Moscoso, 12 de enero de 2021
Revisión: Dra. Lizette Cabrera Salcedo, 26 de enero de 2021